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¿Porqué tanta melancolía?

¿Acaso saludahan el último sol de su existencia?

¿Acaso era el rayo postrero que iba á lanzar desde el fondo de los espacios la luz y la vida?

Las nubes á semejanza de flotantes crespones, volaban al poniente sobre las invisibles alas de los vientos, y al agruparse en torno del astro agonizan­te, cubríanse con el carmin de los cielos, como si un pudor encerrado en su seno, se difundiera en ellas al recibir la caricia de la estrella del dia.

Allá en las alturas, donde se apaga casi la misteriosa luz de la mirada, se cernian, cual puntos imperceptibles, las aves que guardan aquel mar de cesped, cuyas olas, á veces agitadas por furiosos torbellinos, levantan en su cresta la espuma de sus flores.

Y á medida que nos alejábamos de Sophopolis, cuyos edificios dorados por los rayos del sol, se perdian en la vaguedad de la distancia, la tarde declinaba, arrastrando hácia occidente los tules luminosos del dia; y los vapores crepusculares, elevándose del suelo como fantasmas helados, rompian la uniformidad del horizonte con su ropaje fatídico.

La insondable llanura desplegaba la pompa de su inmensidad, y las flores, por un esfuerzo supremo, absorvian los últimos destellos de la tarde.

Pero nó! la Naturaleza no es una tumba, y el silencio de los valles es una nota de la infinita ar-