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Revista del Jardín Zoológico de Buenos Ayres/Tomo I/Notas biológicas

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NOTAS BIOLÓGICAS.




CONTRIBUCION AL ESTUDIO DE LA BIOLOGIA ARGENTINA.
Por Juan B. Ambrosetti.




1.—Sobre los Cardenales (Paroaria cucullata, Bp.).


Un caso de asesinato entre Cardenales — En casa de mis padres hay una pajarera donde viven juntos varios Cardenales, los que me entretengo en observar todos los dias, y á distintas horas, haciendo así un paréntesis á mis ocupaciones habituales.

Los Cardenales que habitaban en comunidad en dicha pajarera, en el momento de esta observacion, eran cinco: tres machos y dos hembras.

La vida se deslizaba tranquila para ellos, que revoloteaban, saltaban, comian y jugaban en santa paz; pero llegó el mes de Diciembre, y la época del celo manifestóse en ellos con toda su pompa acostumbrada.

La pluma nueva lució sus colores encendidos, la movilidad se hizo mayor, y las gargantas, lanzando al aire bellas notas, modulaban gorjeos y trinos variados hasta el infinito.

Entonces proporcionaba un verdadero placer el verlos parados sobre los palos atravesados de la pajarera, con su cabecita erguida y su garganta hinchada y palpitante; la música se complicaba más y más, y todos, queriéndose sobrepujar, agotaban su variado repertorio estridente.

Era el asalto de la plaza femenina que el amor masculino quería conquistar luciendo las sonoras armas que la Naturaleza le proporcionaba. Era el preludio de la seleccion en la lucha por la vida.

Las dos hembras debian elegir entre aquellos tres machos magníficamente ataviados que rendian á sus piés lo mejor que podian ofrecer: un corazon ardientemente apasionado en medio de un raudal de melodías.

Y las hembras, como todas, tuvieron compasion de los amantes, y eligió cada cual el suyo.

El odio, la rabia, la desesperacion, y sobre todo, el orgullo de los vencedores, que en un caso de estos no admite contemplaciones y es exclusivamente egoista, decidieron de la suerte del vencido por el desaire.

Con las alas extendidas, la cola abierta, el copete erizado, ambos se precipitaron sobre el infortunado amante, que en presencia de aquella carga formidable batió retirada; pero uno de sus perseguidores, alcanzándolo, dióle un feroz picoton sobre el cráneo, que lo derribó fulminado.

Y allí, en el suelo de la jaula, solo, retorciéndose en espasmos horribles, estuvo un largo rato; ya estiraba una pata, ya la contraía dolorosamente, ya era un ala que extendía, abriendo sus plumas, mientras que la cabeza inmóvil, apoyada sobre una mejilla, con los ojos cerrados, presentaba un aspecto de dolor y sufrimiento.

Probó luego levantarse para caer en seguida impotente, y así siguió durante diez minutos, mientras sus verdugos entonaban con aire de triunfo un himno de gorjeos.

Separé al pobre moribundo y lo coloqué en otra seccion de la pajarera desocupada. A la media hora ya había vuelto á caminar, y á la tarde volaba.

Al dia siguiente lo volví á colocar junto con los otros; pero no duró mucho: sus antiguos compañeros lo cargaron, y un nuevo picotón sobre el cráneo volvió á derribarlo, esta vez para no levantarse más.

Cuando murió, procedí á revisarle el cráneo. No estaba perforado. Entonces le hice la autopsia y encontré en el cerebro los signos de una violenta hemorragia.

Ptilofagia (de πτιλον pluma y φαγειν, comer) entre Cardenales—En los mismos pájaros he observado varias veces que, al parecer, se entregan á una especie de juego, que consiste en arrancarse unos á otros las pequeñas plumas del pecho junto á las alas, atropellándose sin que ninguno erice el copete ni manifieste enojo.

Estas plumas son inmediatamente comidas por el que las arranca.

¿Será ésto una perversion del gusto, ó sentirán la necesidad de comerlas para proporcionarse un poco de keratina, como hacen las gallinas cuando se comen los huevos al solo objeto de ingerir el carbonato de cal de las cáscaras, que necesitan para formar otros huevos?

De cualquier modo, por hambre no es, por cuanto están alimentados con abundancia.

Me inclino á creer que sea por lo último, y se explicaría por el estado de cautividad en que se hallan, como se explica del mismo modo en las gallinas, que cesan de comerse los huevos cuando se les echa en el gallinero mármol pisado, etc., como lo he observado en el Jardin Zoológico.

La imitacion en los Cardenales—Cerca de la pajarera en donde viven éstos, tenía una jaula con un Zorzal (Turdus rufiventris, Licht.) muy cantor.

Mientras el Zorzal cantaba, uno de los Cardenales se paraba en un travesaño, é inclinando la cabeza, se ponía á escuchar con mucha atención; cuando el Zorzal callaba, el Cardenal cantaba á su vez imitándolo.

Esto duró algún tiempo, hasta el punto de que, no viéndolos mientras alguno de ellos cantaba, era difícil distinguir cuál era, por lo bien que lo imitaba el Cardenal.

El Zorzal ya murió; pero aún hoy, el Cardenal, á la hora acostumbrada por aquel, de mañana muy temprano, repite dicho remedo de un canto que no le pertenece.


II.—Sobre los Cuervos negros ó Urubús, (Cathartes foetens, Illiger.)


Mansedumbre de los Cuervos en Misiones—Este basurero barato y abundante, cuando se sabe emplear, es comun en la region misionera; he tenido muchas veces ocasion de observarlo, tanto en las colonias militares brasileras del Alto Uruguay é Iguazú, como también en Tacurú Pucú, costa Paraguaya del alto Paraná.

En general, siendo respetados por todos, los Cuervos puede decirse que se pasean por las calles; casi siempre se les vé posados sobre los cercos de las casas ó corrales, y uno puede arrimárseles hasta una corta distancia, sin que se muevan.

Cuando se carnea ó muere algún animal, los Cuervos se encargan de hacer desaparecer sus despojos, y no sólo devoran éstos, sino que tambien concluyen con todos los restos de orígen animal que la gente arroja; así que no es raro verlos disputando sus poco envidiables presas á los hambrientos perros.

A pesar del olor repugnante que exhalan, Hay personas que gustan domesticarlos, y entonces tienen un compañero inseparable; he conocido algunos en estas condiciones, en Entre Ríos, que cuando sus dueños salían, los Cuervos, revoloteando sobre sus cabezas, los seguían aunque fueran en carruaje ó á caballo, á grandes distancias; puede decirse que son perros aéreos.

Otro Cuervo criado en una casa, en el Paraná, daba todos los dias una especie de paseo, volando por la ciudad, hora fija volvía á su casa; como pertenecía á un médico y todos lo conocían ya, no le hacian daño alguno.

Después de una lluvia, los Cuervos saben posarse sobre los árboles secos y aislados en donde pasan largos ratos con las alas abiertas para secarse, cambiando de frente, de tiempo en tiempo, sin cerrarlas.

El Cuervo es un animal repugnante y fúnebre. Cuando se vé sobre los árboles secos y cerca de un animal muerto, alguien los llamó pintorescamente «candelabros de la muerte;» pero cuando se ven tranquilamente posados en medio de un pueblo y se pesan sus buenas cualidades, la aversion desaparece, tornándose en simpatía protectora, tanto, que ni los niños, tan inclinados al mal por naturaleza, los persiguen, ni molestan, como sucede con las otras aves que desgraciadamente pagan un fuerte tributo de víctimas á las pedradas y hondazos infantiles [1].

Los Indios tambien los respetan y eso que no son muy delicados en la elección de sus manjares.

Protejamos á los Cuervos negros, cuyos formidables estómagos nos libran de millones de microbios


III.—Sobre las Vizcachas (Lagostomus trichodactvlus, Brookes).


Observaciones sobre sus costumbres—Entre nuestros mamíferos, uno de los más dignos de estudio y observacion, es la Vizcacha, verdadera calamidad y azote de muchos campos.

Su dispersion geográfica en la República es grande, y puede decirse que este dañino animal ha sentado sus reales en casi una quinta parte de su territorio, talando los campos y consumiendo una cantidad de alimentos vegetales igual á la décima parte del que consumen todas las haciendas reunidas, sin contar con el campo que talan al rededor dé sus cuevas, el que, sumado, representa una cifra respetable, sin contar los destrozos que efectuan en los plantios y sembrados.

La Provincia de Entre Rios, en la region de campo, es una de las mas azotadas por la Vizcacha.

En el Departamento Victoria tuve ocasion muchas veces de observar estos animales que viven agrupados en sociedad, formando ciudades de cuevas.

Cada cueva está habitada por un macho, una hembra y cinco pequeñuelos, término medio, conservando y ejerciendo derecho de propiedad absoluta sobre ellas, no permitiendo á ninguna otra Vizcacha la entrada en ellas, aun cuando se refugien perseguidas por algun enemigo, y, si en la fuga penetran pronto, el macho, dueño de casa, hace valer su autoridad, y el desgraciado prófugo vuelve á salir con la misma velocidad con que ha entrado.

Las cuevas ó vizcacheras no tienen su puerta de entrada en sentido paralelo á la superficie de la tierra, sino que siempre están casi perpendiculares á ella, en el vértice de un ángulo obtuso que forma una especie de desmonte cavado por la Vizcacha.

Alrededor de la vizcachera, y frente á la puerta de entrada, limpian completamente el terreno y á una cierta distancia, delante de la cueva, forman con huesos, bosta seca de vaca, ramas, etc, una especie de terraplen para impedir y desviar el agua de las lluvias que podría inundarles la casa.

En los cerros del distrito Hinojal (Departamento Victoria, Entre Rios) abundantes en moluscos petrificados, he visto, alrededor de las vizcacheras, acumuladas las ostras junto con la bosta.

Las Vizcachas tienen generalmente un compañero con quien reparten su vivienda, y este es una Lechuza pequeña (Speotyto cunicularia, Licht.) que vive, sin ser molestada, en la puerta de las cuevas.

A la entrada del sol, empieza la vida exterior de la ciudad de vizcachas, pues de día parece muerta. Primero sale el macho, ó vizcachon á bombear (palabra que quiere decir espiar en el lenguaje campestre) y si éste vé que no hay nada que ofrezca peligro, deja salir á su familia, que empieza á retozar comiendo y jugando.

Mientras tanto, el macho no deja de seguir observando, y á la primera cosa sospechosa, gruñe de un modo característico, y toda la familia se sumerge rápidamente en las profundidades de la vizcachera, siendo siempre el macho el último que entra.

A veces, y sobre todo en noches de luna, son más confiadas y se dejan acercar lo suficiente para poderles tirar. Entonces, á raiz de la detonacion, todas desaparecen junto con el herido cuando puede llegar á la cueva; si muere dentro de la vizcachera, las demás sacan el cadáver y lo dejan del lado exterior del terraplen.

Las Vizcachas suelen alejarse mucho de las cuevas, sobre todo en las noches oscuras, para dirigirse á los sembrados. He visto varias veces algunos de éstos talados y Vizcachas caídas en trampas colocadas en los mismos, que estaban lejos de las vizcacheras.

La eterna lucha por la vida les obliga á tener muchos enemigos: uno de ellos es el Huron (Galictis vittata, Bell). La siguiente escena fué observada por mí el año 1882 en Victoria:

A la caida de la tarde volviamos á caballo para una estancia y veíamos salir poco á poco á los vizcachones; cerca de una cueva me llamó la atencion una cosa negra y larga que se movía y que luego distinguí ser un Huron.

Cuando el vizcachon se adelantó un poco para escudriñar mejor el campo, el Huron ganóle rápidamente la puerta de la cueva, cortándole la retirada; el vizcachon se dió vuelta y al ver á su enemigo quedó al principio como paralizado de terror, pero pronto reaccionó y empezó á saltar, mostrando sus fuertes incisivos. Entre tanto el Huron, culebreando delante de él y aprovechando un descuido, con una vuelta violenta le saltó á la grupa hincándole sus colmillos en la nuca; dió un salto aún, para caer despues fulminado, mientras que su verdugo se regalaba con su sangre.

Este drama pasó rápido: el todo duraría menos de un minuto.

La destruccion de la Vizcacha por el hombre recien ahora empieza á hacerse efectiva, porque envuelve en sí una utilidad inmediata y es principalmente su carne.

Antiguamente, cuando la ganadería estaba en su estado primitivo y á nadie le faltaba un pedazo de carne, se hubiera reputado una asquerosidad el comer vizcacha; pero los campos se poblaron más, luego se alambraron, despues se economizó la carne, la hacienda tuvo más salida, la colonizacion los fué invadiendo poco á poco, y el pobrerio se encontró un dia sin tener qué comer.

Entonces el estanciero les dió un fusil ó una pala y fueron á matar vizcachas, y como vieron que los colonos extranjeros, comprendiendo que estos animales son tan buenos como los conejos, cuando son jóvenes, y por lo tanto, se los comian, haciendo una gran economia de carne vacuna, al mismo tiempo que limpiaban sus campos, los criollos hicieron lo mismo, y hoy dia muchísimas personas pasan gran parte del año comiendo vizcachas y hasta vizcachones.

Este es el mejor medio de destruirlas. En las colonias de Santa Fé y Entre Ríos, la Vizcacha ha desaparecido y no sólo destruidas sino cazadas especialmente para comerlas.

Durante mucho tiempo no se supo dar aplicacion al cuero de estos animales, lo que retardaba su destruccion; pero un industrial de la Victoria, el Sr. Musté, llegó á poder curtirlos, y en la Exposicion de Entre Ríos, que tuvo lugar en la ciudad del Paraná, el año 1887, presentó muestras muy interesantes de calzados, gueltras para tropa, y otros objetos hechos con cueros de vizcacha curtidos.


IV.—Sobre las Nutrias (Myopotamus Coypu, Cuv) y Carpinchos (Hydrochoerus Capybara, Erxl.)


Su caza y destruccion en Entre Ríos—En el mes de Enero de 1887, durante una excursion bastante larga que practicamos unos cuantos amigos en las Islas del Departamento de Victoria, á fin de recoger datos sobre los paraderos Minuanes, acompañamos varias veces á los nutrieros ó carpincheros (individuos que se ocupan en cazar estos animales) en sus correrias devastadoras.

Casi siempre de noche se daban los golpes; y no dejaba de ser exquisito el deslizarse en canoa por entre aquellos riachos innumerables, haciendo el menor ruido posible con la pala á popa y adelantando poco á poco, mientras uno de los cazadores, provisto de una linterna sorda, escudriñaba la costa buscando los Carpinchos que, encandilados por aquella luz fuerte, dejábanse acercar sin preocuparse más que en mirar aquel gran ojo luminoso que absorbía toda su atencion.

Los pobres animales, sentados sobre sus patas traseras, con la cabeza levantada, permanecian inmóviles hasta tanto que la fija del cazador se clavaba en sus carnes, arrancándoles un grito ronco de un dolor que los hacía precipitar al agua.

Y allí, sumergidos, debatíanse un instante, el suficiente para que el carpinchero los atracase á la canoa, sepultándoles el cuchillo.

Pronto morían; aquella agua los lavaba, y en un abrir y cerrar de ojos eran despojados de su cuero, principal objetivo de su caza; á veces se guardaba su carne para aumentar los víveres.

Este es el método más comun que emplean los isleños de Entre Ríos para cazar el Carpincho. La fija es una especie de lanza, pero cuya punta recta tiene el corte del anzuelo de modo que una vez que penetra en las carnes no puede salir sino haciendo un tajo; es como un harpon.

Otras veces hacen uso de fusiles de fulminante cargados á municion, ya por el mismo procedimiento de la linterna, ó ya de dia, acompañados por perros baqueanos en esta clase de cacerias, que no tienen otro objeto que el de hacerlos salir de los pajales para que caigan al agua en donde aprovecha el cazador para fulminarlos con sus balas.

Los carpincheros me han asegurado que, áun acosados por los perros, los carpinchos enfermos de mal de San Lázaro (lepra) (?) y las hembras en ciertas épocas, no se lanzan al agua, prefiriendo dejarse matar.

El Carpincho, en tierra, no es un animal inofensivo; si puede llegar á morder con sus grandes incisivos, lo hace, y he visto varios perros con cicatrices producidas por sus horribles tajos. Algunos isleños, en la época del celo del animal que me ocupa, imitan silbando el silbido especial, sui generis, que produce el Carpincho, para atraerlos á sus emboscadas, á las que vienen creyendo encontrar á sus hembras ó vice-versa.

La matanza de carpinchos emplea mucha gente y segun los estados publicados oficialmente de las tabladas de Entre Ríos, se han despachado por ellas guías por las siguientes cantidades de cueros durante los:

Años
Cueros
1886.......... 1.178
1887.......... 4.989
1888.......... 3.878
1889.......... 2.055


lo que arroja un total de doce mil cien carpinchos muertos.

Hasta aquí los datos oficiales, fuera de los cueros contrabandeados ó no declarados, perdidos, etc, que pueden calcularse en una buena suma.

Para cazar las Nutrias, se emplean generalmente los perros; pero, para ellas, es necesario internarse á pié en las islas, caminando por entre malezales horribles para llegar hasta las lagunas en cuyas orillas pululan.

Las mejores épocas son las noches de luna, en las que estos Roedores se entretienen en sus juegos. Entonces se largan los perros adiestrados, que pronto matan un buen número, mordiéndolas en el pescuezo y sacudiéndolas en el aire á fin de desnucarlas. Hay algunos nutrieros que á veces matan de 8 á 12 docenas de nutrias diarias.

Las nutrias saben pelearse entre sí y más de una pierde, en estas luchas, que se efectúan principalmente durante el celo, una gran parte de su larga cola.

He observado tambien en varias nutrias que he tenido y he visto en algunos casos, una gran aptitud para ser domesticadas; pero tienen el grave inconveniente de roer todo lo que encuentran, principalmente las patas de los muebles, etc. Por lo demás, se tornan muy mansas, hasta el punto de que permiten que les rasquen la barriga ó el lomo.

Todas las nutrias gustan mucho alisarse el pelo cuidadosamente y sobre todo después de salir del agua, sentándose entonces sobre sus patas traseras y pasándose las manos por la cara, como si se la lavaran, y por todo el cuerpo, rascándose de tiempo en tiempo los costados del mismo modo que lo hacen los monos.

En las barracas de Entre Ríos he observado, entre los montones de cueros de este animal, algunos albinos y otros casi albinos ó isabelinos.

De la misma fuente de que saqué los datos sobre la exportación de cueros de carpincho, tomo los siguientes, referentes á la exportacion de cueros de nutria, cuyos números consignan la cantidad de kilos, porque así se venden, que pesaron las pieles de estos roedores, durante esos mismos cuatro años:

Años Kilos de cueros de nutria
1886............ 33.512
1887............ 25.564
1888............ 20.130
1889............ 4.371


que arrojan un total de (83.577) ochenta y tres mil quinientos setenta y siete kilos de cueros de nutria, que corresponden á tres cueros por kilo, dan (250.731) doscientas cincuenta mil setecientas treinta y una nutrias muertas en cuatro años, fuera de las demás que no han pasado por las tabladas, en las mismas condiciones que los cueros de los carpinchos.

Por estas cifras, también se vé muy claramente la notable disminucion rápida de estos roedores, y ello se debe á la verdadera devastacion que se hace de estos animales.

Yo he visto repetidas veces, en las barracas, cantidades enormes de cueros de nutrias pequeñas que no alcanzaban á la tercera parte del tamaño de las pieles adultas.

El nutriero no tiene época fija: todo el año para él es bueno para cazar nutrias y mata todo lo que encuentra: grande, chico, hembras preñadas, ó con cría, la gran cuestion para él es juntar muchas libras de cuero para vender, lo que es monstruoso, salvaje y estúpido, puesto que su codicia desmedida y amparada por la negligencia de las autoridades y la falta de leyes especiales, y que si las hay no se hacen cumplir, traerá como consecuencia lógica la pronta extincióon de una fuente de riqueza nacional, importantísima, que representa sumas considerables.

Los gobiernos están en el deber de dictar leyes severísimas reglamentando ambas cacerias, si no quieren ver desaparecer estas dos especies útiles, por lo menos en la zona donde hoy se explotan; leyes que serian muy fáciles de hacer observar prohibiendo la exportacion de pieles pequeñas y áun de las adultas, en ciertas épocas determinadas, lo que se podría llevar á cabo no despachando las guias en las tabladas respectivas, y que tendrían la obligacion de inspeccionar las pieles.

De ese modo, los comerciantes, amenazados de multa y descomiso, no comprarian pieles pequeñas y no comprándolas, los isleños no tendrían por qué matar los individuos jóvenes.

Es necesario ocuparse muy sériamente de este asunto, que amenaza á nuestra riqueza nacional.


V.—¿Qué comen los Monos ahulladores? (Mycetes caraya. Desm.)


Durante mi viaje al Alto Uruguay, y atravesando la campaña de la Region Misionera de Río Grande del Sur, encontramos muchas veces, en las grandes isletas de monte, de que están salpicados estos campos, varias bandas de Monos que, desde léjos, traicionaban su presencia con sus fuertes coros.

Aquello parecía á veces un concierto de rugidos, para cambiarse al rato en otro de gruñidos, ó cesar después para dar lugar al director de orquesta á un troc-co-to-toc, troc-co-to-toc semejante al ruido que producen ciertos juguetes de madera con ruedas dentadas, que giran haciendo vibrar una lámina de acero, contra la cual tropieza, á manera de matraca,—paréntesis que se me figura debe ser para volver á uniformar las voces, ó una especie de solo intermediario entre los coros que rompían otra vez el fuego que pronto se transformaban en un formidable crescendo.

Una banda de quince á veinte Monos basta pará ensordecer á los habitantes de una gran zona. Comunmente los veíamos saltando y haciendo piruetas en la copa de los grandes árboles, en la ceja del monte, casi siempre en cuatro pies y con la cola levantada, y entónces aprovechábamos para tirarles á bala.

Algunos caian derribados, pero otros quedaban prendidos de la cola y no nos era posible conseguirlos. Creo que ésto se deba á una rigidez casi instantánea de esos músculos, provocada por la muerte rápida, y parecida á lo que se observa en los campos de batalla con ciertos cadáveres.

Los que podian caer al suelo presentaban en sus caras las huellas del sufrimiento al morir; tan expresivos son, que, no mirándoles sino esa parte, parecen criaturas humanas.

Como tenía curiosidad de observar el contenido de su estómago, procedíamos inmediatamente á abrirlo, encontrándolo invariablemente, en esa época, de Noviembre á Enero, lleno de fruta de Guaimbé (Philodedron pennatifidum, Kth.?) sumamente abundante en todos esos montes, epífito de los grandes árboles, á los cuales se abraza por medio de sus largas raices cilíndricas, cuya corteza brinda al habitante de esos parajes una materia fuerte y resistente para ser empleada como cuerdas.

El fruto de Guaimbé, que he comido muchas veces, es sumamente agradable, tiene un sabor entre la banana y el ananás, pero no hay que mascar la semilla, que posee una sustancia especial parecida á la pimienta y que hace arder fuertemente la boca.

Se me ocurre lo siguiente: la semilla del Guaimbé ¿no necesitará para poder germinar, pasar ántes por los órganos digestivos de los animales, aves ó mamíferos, los que luego la depositan sobre los árboles, mezclada con sus excrementos?

Me parece que sí, porque el Guaimbé raras veces se halla en el suelo; es siempre epífito, y sus semillas no son de las que vuelan, sino mas bien de las que se caen, y además su fruto es demasiado agradable é incitante para que no tenga este objeto, como lo tienen todas las cosas en la Naturaleza.

Pero volvamos á los Carayás.

Durante la época de la fruta del «Pino» (Araucaria Brasiliensis, A. Rich.), se pasean por los pinares haciendo gran consumo de ellas y así sucede con las demás frutas de esos bosques.

En cuanto á la domesticación, me parece que sea difícil conseguirla en los Carayás. Ultimamente, en Tacurú Pucú, le fué regalado á un amigo mío, el Teniente del ejército brasilero, José Cándido da Silva Muricy, un Carayá jóven, de color leonado claro, cazado días antes, matando la madre, y á pesar de los cuidados que le prodigamos, dándole leche, no cesaba de gruñir, y murió dos dias después.




  1. En la ciudad de Lima, los Cuervos negros ó Gallinazos son los encargados de la limpieza pública; todas las basuras animales se arrojan á las calles donde son devoradas prontamente por ellos. La ley tambien los proteje, aplicándose una multa de diez pesos plata al que mate á un Gallinazo.