Ir al contenido

Vigilia

De Wikisource, la biblioteca libre.
Vigilia
de José Zorrilla
del tomo octavo de las Poesías.
«Misterios del alma son.»

Pasad, fantasmas de la noche umbría,
De negros sueños multitud liviana,
Que columpiados en la niebla fría,
Fugitivos llamáis a mi ventana.

Pasad y no llaméis. Dejadme al menos
Que en la nocturna soledad dormido,
Los lentos días de amargura llenos
Calme, y repose en momentáneo olvido.

Pasad y no llaméis. La sombra oscura
Vuestro contorno sin color me vela;
Ni sé quién sois, ni vuestra faz impura
El más leve recuerdo me revela.

Mil veces al oír vuestros gemidos
Mis ventanas abrí por consolaros,
Os busqué en las tinieblas, ¡y erais idos!…
¿A qué llamar si nunca he de encontraros?

Id a turbar el sueño indiferente
Del que entre plumas sin afán reposa,
Del que la vida en su risueña mente
Ve placentera y celestial y hermosa.

Y si venís con rostros halagüeños,
Mensajeros de rápidos placeres,
Avaras hallaréis de vuestros sueños
Por doquiera bellísimas mujeres.

Llamad donde a la lumbre vacilante
De alguna tibia y oportuna estrella
Puedan al fin gozaros un instante,
Y ver un punto vuestra blanca huella.

No a mí, que en vano por la sombra tiendo
Los turbios ojos, me invoquéis perdidos;
No a mí, que acudo, vuestra voz oyendo
Y al registrar la sombra, ya sois idos.

No a mí, que presa de secretos males,
Tal vez la triste soledad me inspira
Tiernas endechas y amorosos vales
Que ensayo a solas en mi pobre lira.

No a mí, que al son de vuestras vagas voces
Siento otra voz que me repito insana
Dentro del corazón esos veloces,
Ecos que murmuráis a mi ventana.

¡Ah! Yo os respondo y suspiráis pasando
Sin que baste a entender vuestro suspiro;
Os llamo a mí, y os alejáis volando,
Gemís si duermo, y os veláis si os miro.

Si a vuestras tristes misteriosas quejas
Mis rejas abro y vuestro bien deseo,
Sólo a través de mis macizas rejas
Cruzar las nubes en silencio veo.

¡Oh de la noche incomprensibles ruidos!
Ayes que hervís en la tiniebla oscura…
¿Quién sois? ¿Dó vais? ¿De dónde sois venidos?
¿Qué voz ajena en vuestra voz murmura?

¿Sois el rumor del agitado viento,
Los ayes de las almas sin reposo,
o la voz del tenaz remordimiento,
Del descanso enemigo y envidioso?

Quienquiera que seáis, almas o nieblas,
Pasad, y en vuestra confusión liviana
Seguid vuestro camino en las tinieblas
Y no llaméis jamás a mi ventana.

Porque es triste ¡muy triste! un aposento
Donde a la luz de lámpara que expira
Se oye el crujir del tumultuoso viento
Que fuera en torno de las torres gira.

Es triste, sí, muy triste y muy medroso,
Velar sobre un volumen carcomido,
La frente ardiendo, el alentar penoso,
Las llamaradas aumentando el ruido;

Viendo las letras en las turbias hojas
A su dudosa vibración mezclarse,
Negras, azules, amarillas, rojas,
A la afanosa comprensión negarse.

Y leer en vez de religiosas voces
de amorosa y métrica armonía,
Cifras que borran, cifras más veloces,
De sentido infernal, de raza impía.

Pasad, fantasmas de la noche oscura,
Quienquiera que seáis, almas o nieblas;
Pasad, y en mis vigilias de amargura
No llaméis a mi reja en las tinieblas.

No llaméis, que enemigo de la sombra,
Odia el cantor vuestra armonía vana;
Dejad al trovador a quien asombra
El oiros llamar a su ventana.

¡Pasad, sombras sin cuerpos, aires vanos,
Pobres de luz, de voz desconocida,
Esquivos a los ojos y las manos,
Extraños a la fe de nuestra vida!

Pasad, y no turbéis de mi sosiego
La dulce calma o la nocturna vela:
No creo en vuestro ser; pasad os ruego,
Seguid al aire que os arrastra y vuela.

¿Pensáis que a esos aúllos y suspiros
Con que llenáis la oscuridad tranquila,
Como a silbos de brujas o vampiros
Mi amedrentado corazón vacila?

¿Pensáis ¡oh! que por miedo de escucharos,
Con voz pujante entonaré canciones,
Y al arpa acudiré para ahuyentaros
Con dulces trovas de amorosos sones?

¡Mentís, abortos de la sombra vana!
Yo sé bien que si fuerais más que viento,
Holgarais en montón en mi ventana
Al blando son de mi amoroso acento.

Mentís, hijos del aire y de las nieblas,
Mentís: yo tengo sin cesar conmigo
Un talismán que alumbra las tinieblas
Del desdichado protector y amigo.

Mirad cuál radia en mi tugurio estrecho
La limpia luz de la esperanza mía;
Mirad cuál vela en mi desierto lecho
Con su cariño maternal MARÍA.

Todas las noches mi dolor la implora,
Y amiga de mi llanto solitario,
Todas las noches mis engaños llora
Con el raudal que reventó el Calvario.

Pasad, remordimientos tentadores:
Ya sé quién gime mi falaz desvío,
Ya sé quién riega las marchitas flores
Con tierno llanto, del recuerdo mío.

¡Ya sé quién «hijo» en soledad me llama,
E «hijo» a su voz la soledad responde!…
¡Ah! Cuanto más tras la ovejuela clama,
Más a sus quejas y a su afán se esconde.

Tierna, amorosa, celestial María,
Rosa inmortal del Gólgota sangriento,
Faro infalible que mi rumbo guía
Entre la furia de la mar y el viento;

Líbrame de esos ecos misteriosos
Que me atormentan en la sombra vana,
Aleja esos fantasmas vaporosos
Que vienen a llamar a mi ventana.

¡Y tú, perdida y bella,
Fugaz y última estrella
Que viertes a deshora
Delante de la aurora
Con perezosa huella
Dudoso resplandor!
¡Oh! ¡Tráeme la hermosura,
La calma y la frescura
Del alba transparente,
Que este tropel ahuyente
Con que la sombra oscura
Me cerca en derredor!

Ven, estrella matutina,
Y a tu blanca y argentina
Silenciosa aparición,
Huirá de mi ventana
Esa confusión liviana
Que despierta mi aflicción

¡Lámpara de consuelo
A cuya lumbre velo,
Que escuchas solitaria
Mi tímida plegaria,
Si acaso llega al cielo
Mi súplica mortal!
Tráeme la luz del día
Que calme la agonía
De esos remordimientos
Que bogan turbulentos
Sobre la niebla umbría
En ilusión fatal.

Ven, estrella matutina,
Y tu blanca y argentina
Silenciosa aparición,
Ahuyente de mi ventana
Esa infernal caravana
Que huella mi corazón.

Recuerdos son dañinos
Que cruzan peregrinos
El arenal desierto
Del corazón incierto,
Buscándole caminos
Que acaso no hay en él.
Que nunca ven tranquilo
Recóndito un asilo,
Y que jamás se amansan,
Y que jamás descansan,
Corrientes que hilo a hilo
Desbordan su nivel.

Ven, estrella matutina,
Y a tu blanca y argentina
Luminosa aparición,
Huyan las sombras livianas
Que llaman a las ventanas
De mi triste corazón.

Dejadme, negros sueños,
De aterradores ceños,
De fuerza irresistible,
Ya sé que es imposible
Vencer vuestros empeños…
Ya vuestro nombre sé.
Dejadme que respire,
Que viva y que delire;
Pues mis errores lloro,
Dejadme, yo os imploro
¡Dejad que en paz suspire
Lo que insensato holló!

Ven, estrella matutina,
Y a tu blanca y argentina
Silenciosa aparición,
Huyan las sombras livianas
Que llaman a las ventanas
De mi triste corazón.