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Biografía de Miguel de Cervantes Saavedra

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Biografía de Miguel de Cervantes Saavedra
de Sociedad de Patronos, Tipógrafos y Encuadernadores de Valencia


D. Miguel de Cervantes Saavedra

El inmortal autor de Don Quijote de la Mancha nació en Alcalá de Henares el 9 de octubre de 1547, habiéndose disputado la gloria de ser su cuna Sevilla, Madrid, Lucena, Toledo, Esquivias, Consuegra y Alcázar de San Juan.

Ignórase por qué circunstancias la familia de Cervantes determinó fijar su residencia en Alcalá. Puede asegurarse que Cervantes procede de una hidalga cuna. Su abuelo, Juan de Cervantes, corregidor de Osuna, era descendiente del gran Alfonso Nuño, alcaide de Toledo, cuya rama entroncó con la de los reyes de Castilla por medio de D.ª Juana Enríquez de Córdova y Ayala, segunda mujer de D. Juan II.

Sin embargo, los padres de Cervantes poseían escasos bienes de fortuna, de suerte que nuestro gran ingenio no pudo visitar las universidades, siendo él mismo, con la prodigiosa fuerza de sus condiciones naturales, quien logró crearse una personalidad originalísima, exenta de la pedantería oficial y universitaria, riquísima en observación y práctica de la vida, libro que Cervantes estudió en posadas, campamentos y cárceles.

Alcalá era en aquel tiempo emporio de las ciencias y estudios liberales. Cervantes vio representar al famoso Lope de Rueda, insigne farsante y autor dramático. Y de tal modo quedaron grabados en su imaginación los versos que le oyó recitar, que Cervantes los repetía en su edad provecta como modelo de cómica elocución.

Hay muy escasas noticias acerca de quiénes fueron sus primeros maestros, y tan solo conocemos el del presbítero Juan López de Hoyos, humanista muy apreciado. La aplicación de Cervantes era tanta que, aparte las horas que invertía en sus estudios, recogía por las calles cuantos papeles rotos encontraba, leyéndolos con avidez.

Se hallaba Cervantes en Madrid cuando se celebraban las exequias de Isabel de Valois. El maestro Juan López de Hoyos recibió el encargo de componer las historias, alegorías, letras y jeroglíficos que debían colocarse en la iglesia, escritas en latín y castellano. Entre ellas figuran, con expresa recomendación de su maestro, las primicias del ingenio de Cervantes.

Cervantes marchó a Italia en calidad de camarero de Monseñor Julio Aquaviva. Tenía entonces unos 20 años. Hallábase en aquella época la patria del Tasso y del Ariosto en el mayor grado de la cultura literaria. No cabe duda que Cervantes debió relacionarse con los buenos ingenios que florecían en Roma, excitándose su emulación y aun dejándose influir de tal modo, que hasta en sus escritos se ven ciertos italianismos.

Sentó plaza de soldado, en el año 1571, en los famosos tercios españoles. El sultán Selim II se había apoderado alevosamente de la isla de Chipre. El rey Felipe II, excitado por el papa, facilitó naves y tropas para una expedición sin resultado, emprendida bajo el mando de Marco Antonio Coloma.

A ella concurrió Miguel de Cervantes, y enfermo de calenturas a bordo de la galera Marquesa, pidió, llegado el momento de la batalla de Lepanto, el puesto de mayor peligro, destinándosele a la cabeza de doce soldados en el lugar del esquife.

Cervantes se batió bravamente, recibiendo dos arcabuzazos, uno en el pecho y otro en la mano izquierda, de la que ya no pudo valerse en su vida. Cervantes pasó al hospital de Mesina gravemente herido, permaneciendo en el mismo cerca de un año.

Socorrido por D. Juan de Austria y otros personajes, pudo embarcar en Nápoles a bordo de la galera Sol; pero el 26 de Septiembre de 1575 se encontró rodeada de una escuadrilla de galeofas que mandaba el arráez Mará, renegado albanés, capitán de la mar de Argel. Y aquí sufrieron los españoles un largo y penosísimo cautiverio.

Cervantes ideó un plan de fuga, consiguiendo atraerse un moro para que sirviese de guía a él y a todos sus compañeros; pero después, andando un día en dirección a Orán, plaza de la costa que ocupaban los españoles, el moro los abandonó y hubieron de regresar a recibir severos castigos de sus carceleros. El arráez Dalí Manú pedía una elevada suma para el rescate de Cervantes. La familia de este lo malvendió todo, empeñó las dotes de sus hijas, recurrió a los amigos: pero este caudal de lágrimas, llegado a Argel dos años después, no satisfizo las exigencias de Dalí Manú. Sin embargo, la corta cantidad enviada sirvió para rescatar a su hermano Rodrigo, quien desde Valencia o de las Baleares envió una fragata armada al mando de un tal Viana.

Todo estaba dispuesto para la nueva tentativa de fuga; pero al practicarse por la noche la operación de salvamento, la tripulación, alarmada por la presencia de unos moros, se hizo a la mar. Volvió en seguida, pero la población de aquel campo estaba ya sobre aviso, y no solamente frustró la tentativa, sino que, arrojándose sobre la embarcación, la apresó con toda su gente.

Cervantes pidió para sí toda la responsabilidad de la infortunada aventura, penetrando en Argel a pie, maniatado y perseguido por los insultos de un populacho soez.

Era el rey Azán un hombre feroz que se deleitaba ejecutando por sus propias manos los suplicios a que caprichosamente condenaba a sus esclavos. Cervantes decía que era condición suya ser homicida de todo el género humano. Sin embargo, llamó su atención la entereza de Cervantes y se contentó con enviarlo con los demás españoles a las mazmorras.

Dalí Manú recobró de nuevo a Cervantes, y después lo vendió al rey por quinientos escudos. ¡No creían los compatriotas de Cervantes que valía tanto!

Sucediéronse los proyectos de evasión, y en uno de ellos casi perdió su vida y hacienda un valenciano llamado Onofre Exarque, quien facilitó dinero a Cervantes para preparar la fuga. Un traidor descubrió los planes y Cervantes fue condenado por el rey Azán a recibir dos mil palos. Tan bárbara sentencia no se ejecutó, por fortuna, librándose de ella por su ingenio.

Entretanto, el Gobierno de España dejaba que pereciesen en el abandono, sufriendo toda clase de privaciones y vejámenes los cautivos españoles, entre los que figura el manco inmortal. ¡Siempre lo mismo!

Cervantes trabajaba secretamente para alzarse contra el rey Azán. Había en Argel 25.000 esclavos cristianos, amontonados en inmundas mazmorras. Cervantes quiso organizar estas fuerzas excitadas por la miseria y entregar un día la plaza conquistada al rey Felipe II. Hubo necesidad de abandonar este plan en vista de que desde España no se recibía auxilio alguno.

Durante el cautiverio falleció el padre de Cervantes, D. Rodrigo, y su viuda doña Leonor de Cortinas prosiguió sus trabajos con todo el amor de una madre para libertar a su hijo. Ayudada de su hija D.ª Andrea, pudo recoger trescientos ducados. Un doméstico dio cincuenta doblas. Se le aplicaron cincuenta doblas más de la limosna general de una Orden religiosa. Todavía se pasaron cuatro meses de vil regateo, pues su amo se obstinaba en no rebajar el precio de 1.000 escudos para el rescate. Los dos frailes encargados de gestionar la libertad de Cervantes empeñaron el nombre de la Orden como una garantía para el pago del resto de la suma exigida por el rey Azán; y el 19 de septiembre de 1580 Cervantes quedó libre, permaneciendo aún en Argel hasta fines del mismo año.

Créese que de esta época datan los infinitos romances de que él mismo habla en su Viaje al Parnaso.

Con este testimonio regresó a España, abrazando a su desconsolada familia y encontrando a su hermano Rodrigo ascendido a alférez. Creyó inocentemente que el mejor medio de adelantar en su carrera sería multiplicar sus servicios buscando ocasiones de distinguirse. Por entonces se preparó una expedición a las islas Terceras. Sirvió, pues, en las tres campañas de 1581 a 1585, y, según probables indicios, concurrió a la acción naval del 25 de julio de 1582 en las aguas de la isla de San Miguel y al sangriento desembarco verificado en la isla Tercera en 15 de septiembre del año siguiente. Pocos detalles hay acerca de su participación en estos hechos de armas.

Por entonces, sin duda, amó Cervantes a una hermosa dama portuguesa, doña Isabel de Saavedra, de quien hubo una hija natural.

Concluida la guerra con la reducción de todas las posesiones ultramarinas pertenecientes a Portugal y desvanecidas las probabilidades de fortuna por esta parte, Cervantes abandonó la carrera de las armas, y después de quince años de vicisitudes y quebrantos fijó su domicilio, dedicándose al cultivo de las musas. Por entonces debió componer su Gitana, producción de la que no conocemos más que el nombre, por lo que él mismo indicó incidentalmente en su Viaje al Parnaso, página 597.

A fines de 1583 tenía ya concluida la Galatea, y es opinión generalmente recibida, que los nombres de sus dos principales actores, Elicio y la discreta Galatea, encierran los de Miguel de Cervantes y de D.ª Catalina, de quien a la sazón estaba enamorado y con la que contrajo matrimonio en 12 de diciembre de 1584.

Fijose el domicilio conyugal en Esquivias, punto que, por su proximidad con la corte, le permitía cultivar amistades y activar sus pretensiones. Estableció comunicación con los preclaros ingenios de aquella época, excediéndose muchas veces en sus elogios.

Concurría probablemente a las academias particulares, en donde se debatían las cuestiones literarias del día y se comunicaban el fruto de sus trabajos.

La situación económica de Miguel de Cervantes era apurada. Uno de los ramos de las letras que daban algún ingreso mezquino era el teatro. Cervantes escribió veinte o treinta comedias, de las que solo han llegado hasta nosotros El trato de Argel y La Numancia, obras relacionadas con la vida del autor. Su mejor comedia de aquella época, según el propio Cervantes, La Confusa, se ha perdido también.

Después de haber producido estas obras, la dura necesidad le obligó a desaparecer de la escena literaria por espacio de cerca de veinte años, y con el cargo de factor de provisiones de la Armada se trasladó a Sevilla, en donde desempeñó este cometido hasta 1592, en que rindió cuentas.

Solicitó entonces un oficio de los que había vacantes en la India, pero el rey se negó a que saliera de la península, diciendo que solicitara un cargo en España; mas todo lo que pudo conseguir fue otra comisión del Consejo de Contaduría mayor para la cobranza de ciertas cantidades procedentes de tercias y alcabalas, en algunos pueblos del reino de Granada.

Tuvo que pasar a Sevilla en 1595 con motivo de haber vuelto protestada una letra sobre Madrid de siete mil cuatrocientos reales, y de cuyo importe se le hacía responsable. En 1597, según las cuentas formadas por las oficinas, resultaba contra Cervantes un descubierto de dos mil seiscientos cuarenta y un reales, y por real provisión se le detuvo y encarceló en la corte, poniéndosele después en libertad bajo fianza y con la obligación de rendir cuentas a los treinta días. Cervantes, sin duda, debió echar de menos las mazmorras de Argel. Desde fines de 1598, en que escribió algunos admirables sonetos, hasta principios de 1603, solo nos quedan de Cervantes tradiciones que no se apoyan en documentos conocidos, ignorándose por tanto las circunstancias que le impulsaron a escribir El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha.

Sobre que en la Mancha estuvo por aquellos tiempos ninguna duda cabe, y allí debieron ocurrirle graves contratiempos. Unos afirman que, comisionado para apremiar a los vecinos morosos de Argamasilla, fue atropellado y puesto en la cárcel. Otros suponen que esta prisión dimanó del encargo que se le había confiado, relativo a la fábrica de salitres y pólvora de la misma villa, para lo cual aprovechó las aguas del Guadiana con perjuicio para los agricultores, y no falta quien afirma que este atropellamiento ocurriole a Cervantes en el Toboso por haber requebrado a una mujer en forma sobrado picante.

La primera parte de El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha salió a la luz pública en Madrid en 1605. No disponemos aquí de espacio suficiente para relatar los sufrimientos, las contrariedades que sufrió el inmortal Cervantes para llegar a dar al público su obra, hasta que D. Alonso López de Zúñiga y Sotomayor, séptimo duque de Béjar y uno de los magnates que por aquel tiempo hacía gala de proteger las letras, hízole buena acogida.

Sin embargo, esta protección no debió durar mucho, por cuanto Cervantes no cita su nombre una sola vez en la segunda parte de su imperecedera obra.

El Ingenioso Hidalgo fue recibido por el público con el aplauso que merecía, y en el primer año se hicieron cuatro ediciones. Refiérese que hallándose Felipe III en un balcón de su alcázar de Madrid vio de lejos a un estudiante que, sentado a la orilla del Manzanares con un libro en la mano, interrumpía a cada paso su lectura, dándose palmadas en la frente y dando grandes demostraciones de contento.

-Aquel estudiante -dijo el rey- o está loco o lee la historia de Don Quijote.

En efecto; el estudiante leía la inmortal obra del príncipe de los ingenios. Las ediciones de la primera parte del Ingenioso Hidalgo se sucedieron sin cesar. Cervantes encontró un verdadero protector en D. Pedro Fernández de Castro, conde de Lemos, nombrado en 1610 virrey de Nápoles. Cervantes diole pruebas de su gratitud hasta en el mismo trance de su muerte. La primera fue dedicarle sus Novelas ejemplares. Antes de su publicación había ingerido en la primera parte del Don Quijote la de El Curioso impertinente. César Oudín la desglosó de El Ingenioso Hidalgo en 1615, y la publicó en París para el uso de sus discípulos como un modelo de lengua castellana.

Cervantes publicó doce novelas: La Gitanilla, La fuerza de la sangre, Rinconete y Cortadillo, La española inglesa, El amante liberal, El Licenciado Vidriera, El celoso extremeño, Las dos doncellas, La ilustre fregona, La señora Cornelia, El casamiento engañado y el Coloquio de los perros, jactándose en su prólogo de haber sido el primero en novelar en lengua castellana.

Compuso después ocho comedias que dedicó al conde de Lemos e hizo otros tantos entremeses. Ocupábase entretanto en la preparación de la segunda parte de El Ingenioso Hidalgo, que salió a la luz en los últimos meses de 1615. La Inquisición, que se había cebado en Fray Luis de León, Arias Montano y Mariana, expurgó el libro en aquello poco a que se pudo asir.

Cervantes sobrevivió pocos meses a la publicación de la segunda parte del Don Quijote, pero todavía tuvo tiempo para dar la última mano a los trabajos de Pérsiles y Sigismunda.

El día 2 de abril de 1616 enfermó de hidropesía, y el 25 del indicado mes expiró tranquila y dulcemente. Hasta los últimos momentos de su vida conservó la firmeza del justo, no desmintiéndose jamás su jovialidad y su entereza.

El cuerpo de Cervantes fue conducido humildemente a la iglesia de las monjas trinitarias, en donde recibió sepultura. En este mismo convento fue donde había profesado D.ª Isabel, único fruto de sus amores, a instancia y súplica de su propio padre que, dadas las corrientes de la época, entre la sombra, la miseria o el deshonor, optó por lo primero.

Los contemporáneos de Cervantes no lo conocieron; la posteridad le ha dado una compensación justa, pero tardía, porque ha conocido que hubo un hombre que se adelantó a su siglo, que adivinó el gusto y las tendencias de otra sociedad, haciéndose popular por sus gracias inagotables.