De los nombre de Cristo: Tomo 3, Hijo de Dios (II)

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De los nombres de Cristo
Tomo 3 de Fray Luis de León
Hijo de Dios (II)

Hijo de Dios (II)

Y dice con propiedad adquirir, que es allegar y ayuntar por menudo. Porque, como dijimos, no engendra a su Hijo el Padre entendiendo a bulto y confusamente su esencia, sino entendiéndola apuradamente y con cabal distinción, y con particularidad de todo aquello a que se extiende su fuerza. Y porque lo que digo adquirir, en el original es una palabra que hace significación de riquezas y de tesoro que se posee, podríamos decir de esta forma que Dios en el principio la atesoró, para que se entendiese que hizo tesoro de sí el Padre engendrando su Hijo. De sí, digo, y de todo lo que de Él puede salir, por cualquiera manera que sea, que es el sumo tesoro. Y, como decimos que Dios la adquirió en el principio de su camino, el original da licencia que digamos también, como dijeron los que lo trasladaron en griego, que Dios la formó principio y cabeza de su camino, que es decir que el Hijo divino es el príncipe de todo lo que Dios cría después, porque están en Él las razones de ello y su vida. Y ni más ni menos, en lo que se sigue: «Antes de sus obras, desde entonces»; se puede decir también: «Soy la antigüedad de sus obras.» Porque, en lo que de Dios procede, lo que va con el tiempo es moderno, la antigüedad es lo que eternamente procede de Él; y porque estas mismas obras presentes y que saca a luz a sus tiempos, que en sí son modernas, son en el Hijo muy ancianas y antiguas.

Pues en lo que añade: «Desde siempre fui ordenada», lo que dice nuestro texto ordenada, se debe entender que es palabra de guerra, conforme a lo que se hace en ella cuando se ponen los escuadrones en orden, en que tiene sobre todos su lugar el capitán. Y así, ordenada es aquí lo mismo que puesta en el grado más alto, y como en el tribunal y en el principado de todo; porque la palabra original quiere decir hacer príncipe. Y porque significa también lo que los plateros llaman vaciar, que es infundir en el molde el oro o la plata derretida para hacer la pieza principal que pretenden, entrando el metal en el molde y ajustándose a él, podremos decir aquí que la sabiduría divina dice de sí que fue vaciada por el Padre desde la eternidad, porque es imagen suya, que la pintó, no apartándola de sí, sino amoldándola en sí y ajustándose del todo con ella.

Y, en lo que dice después, acrecienta lo general que había dicho, especificándolo por sus partes en particular, y diciendo que la engendró cuando no había comienzos de tierra, ni abismos ni fuentes; antes que los montes se afirmasen con su peso natural, y que los collados subiesen, y que se extendiesen los campos, y que los quicios del mundo tuviesen ser. Y dice no solamente que había nacido de Dios antes que Dios hiciese estas cosas, sino que, cuando las hizo, cuando obró los cielos y fijó las estrellas y dio su lugar a las nubes y enfrenó el mar y fundó la tierra, estaba en el seno del Padre y junto con Él componiéndolas.

Y como decimos componiéndolas, da licencia el original que digamos alentándolas y abrigándolas y regalándolas y trayéndolas en los brazos, como el que llamamos ayo, o ama de cría, suele traer a su niño. Que como nacían en su principio tiernas y como niñas las criaturas entonces, respondiendo a esta semejanza, dice la divina Sabiduría de sí que no sólo las crió con el Padre, sino que se apropió a sí el oficio de ser como su aya de ellas o como su ama. Y, llevando la semejanza adelante, dice que era ella dulzuras y regocijos todos los días; esto es, que como las amas dicen a sus niños dulzuras, y se estudian y esmeran en hacerles regalos, y los muestran, y a los que los muestran les dicen que «miren ¡cuán lindos!», así se esmeraba ella, al criar de las cosas, en regalar las criadas y en hacer como regocijos con ellas, y en decir, como quien las toma en la mano y las muestra y enseña, que eran buenas, muy buenas. «Y vio, dice, Dios todo lo que hecho había, y era muy bueno.» Que a este regalo, que al mundo reciente se debía, miró, Sabino, también vuestro Poeta donde dice:

Verano era aquél, verano hacía el mundo en general, porque templaron los vientos en rigor y fuerza fría. Cuando primero de la luz gozaron las fieras y los hombres, gente dura, del duro suelo el cuello levantaron. Y cuando de las selvas la espesura poblada de alimañas, cuando el cielo de estrellas fue sembrado y hermosura. Que no pudiera el flaco y tierno suelo, ni las cosas recientes producidas durar a tanto ardor, a tanto hielo, si no fueran las tierras y las vidas, templando entre lo frío y caluroso, con regalo tan blando recibidas.


Y dice, según la misma forma e imagen, que hacía juegos de continuo delante del Padre, como delante de los padres hacen las amas que crían. Y concluye con esta razón, porque dice: «Y mis deleites, hijos de hombres», como diciendo que entendía en su regalo porque se deleitaba de su trato; y deleitábase de tratarlos porque tenía determinado consigo de, venido su tiempo, nacer uno de ellos.

Del cual nacimiento segundo que nació este divino Hijo en la carne, es bien que ya digamos, pues hemos dicho del primero; que aunque es también segundo en quilates, no por eso no es extraño y maravilloso por dondequiera que le miremos, o miremos el qué, o el cómo o el porqué.

Y diciendo de lo primero, el qué de este nacimiento o lo que en este nacimiento se hizo, todo ello es nuevo, no visto antes ni imaginado que podía ser visto, porque en él nace Dios hecho hombre. Y con tener las personas divinas una sola divinidad, y con ser tan uno todas tres, no nacieron hechas hombres todas tres, sino la persona del Hijo solamente. La cual así se hizo hombre, que no dejó de ser Dios, ni mezcló con la naturaleza del hombre la naturaleza divina suya, sino quedó una persona sola en dos distintas naturalezas: una que tenía Dios, y otra que recibió de los hombres de nuevo. La cual no la crió de nuevo ni la hizo de barro, como formó la primera, sino hízola de la sangre virgen de una Virgen purísima, en su vientre de ella misma, sin amancillar su pureza, y hizo que fuese la naturaleza del linaje de Adán y sin la culpa de Adán, y formó, de la sangre que digo, carne, y de la carne hizo cuerpo humano con todos sus miembros y órganos, y en el cuerpo puso alma de hombre dotada de entendimiento y razón, y con el entendimiento y con el alma y con el cuerpo ayuntó su persona, y derramó sobre el alma mil tesoros de gracia, y diole juicio y discurso libre, y hízola que viese y que gozase de Dios, y ordenó que la misma que gozaba de Dios con el entendimiento, sintiese disgusto en los sentidos, y que fuese juntamente bienaventurada y pasible.

Y toda esta compostura de cuerpo y infusión de alma y ayuntamiento de su persona divina, y la santificación y el uso de la razón, y la vista de Dios y la habilidad para sentir dolor y pesares que dio a lo que a su persona ayuntaba, lo hizo todo en un momento y en el primero en que se concibió aquella carne; y de un golpe y en un instante sólo, salió en el tálamo de la Virgen a la luz de esta vida un Hombre Dios, un niño ancianísimo, una suma santidad en miembros tiernos de infante, un saber perfecto en un cuerpo que aun hablar no sabía, y resultó en un punto, con milagro nunca visto, un niño y gigante, un flaco muy fuerte, un saber, un poder, un valor no vencible, cercado de desnudez y de lágrimas.

Y lo que en el vientre santo se concibió, corriendo los meses, salió de él sin poner dolor en él y dejándole santo y entero. Y como el que nacía era, según su divinidad rayo, como ahora decíamos, y era resplandor que manaba con pureza y sencillez de la luz de su Padre, dio también a su humanidad condiciones de luz, y salió de la madre como el rayo del sol pasa por la vidriera sin daño, y vimos una mezcla admirable: carne con condiciones de Dios y Dios con condiciones de carne, y divinidad y humanidad juntas, y hombre y Dios, nacido de padre y de madre, y sin padre y sin madre -sin madre en el cielo y sin padre en la tierra- y, finalmente, vimos junta en uno la universalidad de lo no criado y criado.

¿Qué dice San Juan? «El Verbo se hizo carne, y mora en nosotros lleno de gracia y de verdad; y vimos su gloria, gloria cual convenía a quien es Unigénito del Padre Eterno.». Y Isaías, ¿qué dice? «El nacido nos ha nacido a nosotros, y el Hijo a nosotros es dado, y sobre su hombro su mando, y su nombre será llamado Admirable, Consejero, Dios, Valiente, Padre de la eternidad, Príncipe de paz.» El nacido, dice, no es nacido; esto es, el engendrado eternalmente de Dios ha nacido por otra manera diferente para nosotros; y el que es Hijo, en quien nació todo el edificio del mundo, se nos da nacido entre los del mundo como Hijo. Y aunque niño, es rey, y aunque es recién nacido, tiene hombros para el gobierno: que se llama Admirable por nombre, porque es una maravilla todo Él, compuesto de maravillas grandísimas. Y llámase también Consejero porque es el ministro y la ejecución del consejo divino, ordenado para la salud de los hombres. Y es Dios, y es Valiente, y Padre del nuevo siglo, y único autor de reposo y de paz.

Y lo que dijimos, que no tuvo padre humano en este segundo nacer, ayer lo probó bastantemente Marcelo. Y que, naciendo, no puso daño en su madre, ¿por ventura no lo vio Salomón cuando dijo: «Tres cosas se me esconden, y cuatro de que nada no sé; el camino del águila por el aire, el camino de la culebra en la peña, el camino de la nave en la mar, y el camino del varón en la Virgen?» En que, por comparación de tres cosas que, en pasando, nadie puede saber por dónde pasaron porque no dejan rastro de sí, significa que cuando salió este niño varón, que decimos, del sagrario virginal de su Madre, salió sin quebrar el sagrario y sin hacer daño en él ni dejar de su salida señal; como ni la deja de su vuelo el ave en el aire, ni la serpiente de su camino en la peña, ni en los mares la nave. Esto, pues, es el qué de este nacimiento santísimo.

El cómo se hizo, esto es de las cosas que no se pueden decir. Porque las maneras ocultas por donde sabe Dios aplicar su virtud para los efectos que quiere, ¿quién las sabe entender? Bien dice San Agustín que en estas cosas, y en las que son como éstas, la manera y la razón del hecho es el infinito poder del que lo hace. ¿En qué manera se hizo Dios hombre? Porque es de poder infinito. ¿Cómo una misma persona tiene naturaleza de hombre y naturaleza de Dios? Porque es de poder infinito. ¿Cómo crece en el cuerpo y es perfecto varón en el alma, tiene los sentidos de niño, y ve a Dios con el entendimiento, se concibe en mujer y sin hombre, sale naciendo de ella y la deja virgen? Porque es de poder infinito. No hiciera Dios por nosotros mucho, si no hiciera más de lo que nuestro sentido traza y alcanza.

¿Qué cosa es hacer mercedes a gentes de poco saber y de pecho angosto que, porque exceden a lo que ellos hicieran, ponen en duda si se las hacen? ¿Cómo se hizo Dios hombre? Digo que amando al hombre. ¿Por ventura es cosa nueva que el amor vista del amado al que ama, que le ayunte con él, que le transforme? Quien se inclina mucho a una cosa, quien piensa en ella de continuo, quien conversa siempre con ella, quien la remeda, fácilmente queda hecho ella misma. ¿Qué decía poco ha el Verbo de sí? ¿No decía que era su deleite el tratar con los hombres? Y no solamente tratar con ellos, mas vestirse de su figura aun antes que tomase su carne. Que con Adán habló en el paraíso en figura de hombre, como San León papa y otros muchos doctores santos lo dicen; y con Abraham cuando descendió a destruir Sodoma, y con Jacob en la lucha, y con Moisés en la zarza, y con Josué, el capitán de Israel. Pues salióle el trato a la cara y, haciendo del hombre, salió hecho hombre, y, gustando de disfrazarse con nuestra máscara, quedó con la figura verdadera a la fin, y pararon los ensayos en hechos.

¿Cómo está la deidad en la carne? Responde el divino Basilio: «Como el fuego en el hierro, no mudando lugares, sino derramando sus bienes; que el fuego no camina hacia el hierro, sino, estando en él, pone en él su cualidad, y, sin disminuirse en sí, le hinche todo de sí y le hace partícipe. Y el Verbo de Dios de la misma manera hizo morada en nosotros, sin mudar la suya y sin apartarse de sí. No te imagines algún descendimiento de Dios, que no se pasa de un lugar a otro lugar como se pasan los cuerpos; ni pienses que la deidad, admitiendo en sí alguna mudanza, se convirtió en carne, que lo inmortal no es mudable. Pues ¿cómo nuestra carne no le pegó su infección? Como ni el fuego recibe las propiedades del hierro. El hierro es frío y es negro, mas, después de encendido, se viste de la figura del fuego y toma luz de él y no le ennegrece, y arde con su calor y no le comunica su frialdad. Y, ni más ni menos, la carne del hombre: ella recibió cualidades divinas, mas no apegó a la divinidad sus flaquezas. ¿Qué? ¿No concederemos a Dios que obre lo que obra este fuego que muere?» Esto dice Basilio.

Y, porque los ejemplos dan luz, como el arca del Testamento era de madera y de oro, de madera que no se corrompía y de oro finísimo; ella, hecha de madera y vestida de oro por todas partes, de arte que era arca de madera y arca de oro, y era una arca sola, y no dos, así en este nacimiento segundo, el arca de la humanidad inocente salió ayuntada a la riqueza de Dios. La riqueza la cubría toda, mas no le quitaba el ser ni ella lo perdía, y, siendo dos naturalezas, no eran dos personas, sino una persona.

Y como en el monte de Siná, cuando daba Dios la ley a Moisés en lo alto, estaba rodeado de llamas del cielo y se vestía de la gloria de Dios que allí reposaba y hablaba, y en las raíces padecía temblores y humo, así Cristo, naciendo hombre, que es monte, en lo alto de su alma ardía todo en llamas de amor y gozaba de la gloria de Dios alegre y descansadamente, mas en la parte suya más baja temblaba y humeaba, dando lugar en sí a las penalidades del hombre. Y como el patriarca Jacob cuando, en el camino de Mesopotamia, ocupado de la noche, se puso a dormir en el campo, en el parecer de fuera era un mozo pobre que, tendido en la tierra dura y tomando reposo, parecía estar sin sentido, mas en lo secreto del alma contemplaba en aquella misma sazón el camino abierto desde la tierra hasta el cielo, y a Dios en él y a los ángeles que andaban por él, así, en este nacimiento, apareció por de fuera un niño flaco puesto en un pesebre, que no hablaba y lloraba, y en lo secreto vivía en Él la contemplación de todas las grandezas de Dios. Y como en el río Jordán, cuando se puso en medio de él el arca de la ley vieja para hacer paso al pueblo que caminaba al descanso, en la parte de arriba de él las aguas que venían se amontonaron creciendo, lo en la parte de abajo siguieron su curso natural y corrieron, así, naciendo en la naturaleza humana de Cristo Dios, y entrándose en ella, lo alto de ella siempre miró para el cielo, mas en lo inferior corrió como corremos todos, cuanto a lo que es padecer dolores y males.

Por donde, debidamente, en el Apocalipsis, San Juan, al Verbo nacido hombre le ve como cordero y como degollado cordero, que es lo sencillo y lo simple y lo manso de él, y lo muy sufrido que en él se descubría a la vista, y juntamente le vio que tenía siete ojos y siete cuernos, y que Él solo llegaba a Dios y tomaba de sus manos el libro sellado y le abría, que es lo grande, lo fuerte, lo sabio, lo poderoso que encubría en sí mismo y que se ordenaba para abrir los siete sellos del libro, que es el por qué se hizo este nacimiento, y la tercera y última maravilla suya; porque fue para poner en ejecución y para hacer con la eficacia de su virtud claro y visible el consejo de Dios, oculto antes y escondido y como sellado con siete sellos.

En el cual, siendo abierto, lo primero que se descubre es un caballo y caballero blancos con letra de victoria; y luego otro bermejo, que deshacía la paz del suelo y lo ponía en discordia; y otro en pos de éste, negro, que pone peso y tasa en lo que fructifica la tierra; y después otro descolorido y ceniciento, a quien acompañaban el infierno y la muerte; y en el quinto lugar se descubrieron los afligidos por Dios, que le piden venganza, y se les daba un entretenimiento y consuelo, y en el sexto se estremece todo y se hunde la tierra; y en el séptimo queda sereno el cielo y se hace silencio.

Porque el secreto sellado de Dios es el artificio que ordenó para nuestra santificación y salud. En la cual, lo primero, sale y viene a nuestra alma la pureza blanca de la gracia del cielo, con fuerza para vencer siempre; sucédele lo segundo el celo de fuego que rompe la mala paz del sentido y mete guerra entre la razón y la carne, a quien ya no obedece la razón, antes le va a la mano y se opone a sus desordenados deseos. A este celo se sigue el estudio de la mortificación triste y denegrido, y que pone en todo estrecha tasa y medida. Levántase aquí luego el infierno y hace alarde de sus valedores que, armados de sus ingenios y fuerzas, acometen a la virtud y la maltratan y turban, afligiendo muchas veces y derrocando por el suelo a los que la poseen, y haciendo de su sangre de ellos y de su vida su cebo.

Mas esconde Dios, después de esto, debajo de su altar a los suyos y, defendiéndoles el alma debajo de la paciencia de su virtud, adonde le sacrifican la vida, consuélalos y entretiénelos y, con particulares gozos, los rodea y los viste en cuanto se llega el tiempo de su buena y perfecta ventura. Y probados y aprobados así, alarga a su misericordia la rienda, y estremece todo lo que contra ellos se empinaba en el suelo, y va al hondo la tierra maldita, condenada a dar fruto de espinas. Después de lo cual, para todo en sosiego y en un silencio del cielo. Mas porque ninguna criatura, como San Juan dice, no podía abrir estos sellos ni poner en luz y en efecto esta obra, convino que el que los hubiese de abrir y de poner en ejecución su virtud, fuese cordero, que es flaco y sencillo, por una parte; y, por otra, tuviese siete ojos y siete cuernos, que son todo el saber y poder, y que se juntasen en uno la fortaleza de Dios con la flaqueza del hombre, para que, por ser hombre flaco, pudiese morir, y, por ser masa santa, fuese su morir aceptable, y por ser Dios fuese para nosotros su muerte vida y rescate.

De manera que nació Dios hecho carne, como Basilio dice, «para que diese muerte a la muerte que en ella se escondía; que, como las medicinas que son contra el veneno, ayuntadas al cuerpo, vencen lo venenoso y mortal, y como las tinieblas que ocupan la casa, metiendo en ella la luz, desaparecen, así la muerte que se apoderaba del hombre, juntándose Dios con él, se deshizo. Y como el hielo se enseñorea en el agua en cuanto dura la oscuridad de la noche, mas, luego que el sol sale y calienta, le deshace su rayo, así la muerte reinó hasta que Cristo vino; mas después que apareció la gloria saludable de Dios, y después que amaneció el Sol de Justicia, quedó sumida en su victoria la muerte, porque no pudo hacer presa en la vida. ¡Oh grandeza de la bondad y del amor de Dios con los hombres! Somos libertados, ¿y preguntamos cómo y para qué, debiendo gracias por beneficio tan grande? ¿Qué te hemos, hombre, de hacer? ¿No buscabas a Dios cuando se escondía en el cielo, no le recibes cuando desciende y te conversa en la tierra, sino preguntas en qué manera o para qué fin se quiso hacer como tú? Conoce y aprende: por eso es Dios carne, porque era necesario que esta carne tuya, que era maldita carne, se santificase; esta flaca se hiciese valiente; esta enajenada de Dios se hiciese semejante con Él; ésta, a quien echaron del paraíso, fuese puesta en el cielo.» Hasta aquí ha dicho Basilio.

Y, a la verdad, es así que, porque Dios quería hacer un reparo general de lo que estaba perdido, se metió Él en el reparo para que tuviese virtud. Y porque el Verbo era el artífice por quien el Padre crió todas las cosas, fue el Verbo el que se ayuntó con lo que se hacía para el reparo de ellas. Y porque, de lo que era capaz de remedio, el más dañado era el hombre, por eso lo que se ordenó para medicina de lo perdido fue una naturaleza de hombre. Y porque lo que se hacía para dar a lo enfermo salud había de ser en sí sano, la naturaleza que se escogió fue inocente y pura de toda culpa. Y porque el que era una persona con Dios convenía que gozase de Dios, por eso, desde que comenzó a tener ser aquella dichosa alma, comenzó también a ver la divinidad que tenía. Y porque, para remediar nuestros males, le convenía que los sintiese, así gozaba de Dios en lo secreto de su seno, que no cerraba por eso la puerta a los sentimientos amargos y tristes. Y porque venía a reparar lo quebrado, no quiso hacer ninguna quiebra en su Madre. Y porque venía a ser limpieza general, no fue justo que amancillase su tálamo en alguna manera. Y porque era Verbo que nació con sencillez de su Padre y sin poner en Él ninguna pasión, nació también de su Madre, hecho carne con pureza y sin dolor de ella. Y finalmente, porque en la divinidad es uno en naturaleza con el Padre y con el Espíritu Santo, y diferente en persona, cuando nació hecho hombre, en una persona juntó a la naturaleza de su divinidad la naturaleza diferente de su alma y su cuerpo. Al cual cuerpo y a la cual alma, cuando la muerte las apartó, consintiéndolo Él, Él mismo las tomó a juntar con nuevo milagro después de tres días, y hizo que naciese a luz otra vez lo que ya había desatado la muerte.

Del cual nacimiento suyo, que es el tercero de los cinco que puse al principio, lo primero que ahora decir debemos es que fue nacimiento de veras, quiero decir nacimiento que se llama así en la Sagrada Escritura. Porque, como ayer se decía, el Padre, en el Salmo segundo hablando de esta resurrección de su Hijo, como San Pablo lo declara, le dice: «Tú eres mi Hijo que en este día te engendré.» Porque así como formó la virtud de Dios, en el vientre de la Virgen y de su sangre sin mancilla, el cuerpo de Jesucristo con disposición conveniente para que fuese aposento del alma, ni más ni menos en el sepulcro, cuando se llegó la sazón al cuerpo, a quien las causas de la muerte habían agujereado y herido y quitado la sangre, sin la cual no se vive, y la muerte misma lo había enfriado y hecho morada inútil del alma, el mismo poder de Dios, abrazándolo y fomentándolo en sí, lo tornó a calentar, y le regó con sangre las venas, y le encendió la fornaza del corazón nuevamente, en que se tornaron luego a forjar espíritus que se derramaron por las arterias palpitando y bulliendo; y luego el calor de la fragua alzó las costillas del pecho, que dieron lugar al pulmón, y el alma se lanzó luego en él como en conveniente morada, más poderosa y eficaz que primero. Porque dio licencia a su gloria que descendiese por toda ella, y que se comunicase a su cuerpo y que la bañase del todo, con que se apoderó de la carne perfectamente, y redujo a su voluntad todas sus obras, y le dio condiciones y cualidades de espíritu; y, dejándole perfecto el sentir, la libró del mal padecer, y a cada una de las partes del cuerpo les conservó ella por sí, con perpetuidad no mudable, el ser en que las halló, que es el propio de cada una.

De manera que, sin mantenimiento, da sustancia a la carne y tiene vivo el calor del corazón sin cebarle, y sustenta los espíritus sin que se evaporen o se consuman del uso. Y así desarraigó de allí todas las raíces de muerte, y desterróla del todo y destruyóla en su reino, y cuando se tenía por fuerte. Y traspasó su gloria por la carne, que, como dicho he, la tenía apurada y sujeta a su fuerza; y resplandecióle el rostro y el cuerpo, y descargóla de su peso natural, y diole alas y vuelo, y renació el muerto más vivo que nunca, hecho vida, hecho luz, hecho gloria, y salió del sepulcro, como quien sale del vientre, vivo, y para vivir para siempre, poniendo espanto a la naturaleza con ejemplo no visto.

Porque en el nacimiento segundo que hizo en la carne, cuando nació de la Virgen, aunque muchas cosas de él fueron extraordinarias y nuevas, en otras se guardó en él la orden común: que la materia de que se formó el cuerpo de Cristo fue sangre, que es la natural de que se forman los otros; y, después de formado, la Virgen, con la sangre suya y con sus espíritus, hinchó de sangre las venas del cuerpo del Hijo y las arterias de espíritu como hacen las otras madres; y su calor de ella, conforme a lo natural, abrigó a aquel cuerpo tiernísimo y se lanzó todo por él y le encendió fuego de vida en el corazón, con que comenzó a arder en su obra, como hace siempre la madre.

Ella de su sustancia le alimentó, según lo que se usa, en cuanto le tuvo en su vientre, y Él creció en el cuerpo por todo aquel tiempo por la misma forma que crecen los niños. Y así como hubo en esta generación mucho de lo natural y de lo que se suele hacer, así lo que fue engendrado por ella salió con muchas condiciones de las que tienen los que por vía ordinaria se engendran: que tuvo necesidad de comer para reparo de lo que en Él gastaba el calor y obraba en el mantenimiento su cuerpo, y le cocía, y le coloraba, y le apuraba hasta mudarle en sí mismo, y sentía el trabajo, y conocía el hambre, y le cansaba el movimiento excesivo, y podía ser herido y lastimado y llagado; y, como los nudos con que se ataba aquel cuerpo los había anudado la fuerza natural de su madre, podían ser desatados con la muerte, como de hecho lo fueron.

Mas en este nacimiento tercero todo fue extraordinario y divino: que ninguna fuerza natural pudo dar calor al cuerpo helado en la huesa, ni fue natural el tomar a él la sangre vertida, ni los espíritus que discurren por el cuerpo y le avivan se los pudo prestar ningún otro tercero; el poder sólo de Dios y la fuerza eficaz de aquella dichosa alma, dotada de gloriosísima vida, encendió maravillosamente lo frío, y hinchó lo vacío, y compuso lo maltratado, y levantó lo caído, y ató lo desatado con nudo inmortal, y dio abastanza en un ser a lo mendigo y mudable. Y como ella estaba llena de la vida de Dios, y sujeta a Él, y vestida de Él, y arraigada en Él con firmeza que mudar no se puede, así hizo lleno de vida a su cuerpo, y le bañó todo de alma, y le penetró enteramente, y le puso debajo de su mano de tal manera que nadie se le puede sacar; y le vistió finalmente de sí, de su gloria, de su resplandor, desde la cabeza a los pies, lo secreto y lo público, el pecho y la cara, que de sí lanzaba más claros resplandores que el sol. Por donde mucho antes David, hablando de este hecho, decía: «En resplandores de santidad, del vientre y de la aurora, el rocío de tu nacimiento contigo.» Que aunque ayer por la mañana lo declarasteis, Marcelo, y con mucha verdad, del nacimiento de Cristo en la carne, bien entendéis que con la misma verdad se puede entender de este nacimiento también.

Porque el Espíritu Santo, que lo ve todo junto, junta muchas veces en unas palabras muchas y diferentes verdades. Pues dice que nació Cristo cuando resucitó del vientre de la tierra, en el amanecer de la aurora, por su propia virtud, porque tenía consigo el rocío de su nacimiento, con que reverdecieron y florecieron sus huesos. Y esto en resplandores de santidad, o, como podemos también decir, en hermosuras santísimas, porque se juntaron en Él entonces y enviaron sus rayos e hicieron públicas sus hermosuras tres resplandores bellísimos: la divinidad, que es la lumbre; el alma de Cristo, santa y rodeada de luz; el cuerpo, también hermoso y como hecho de nuevo, que echaba rayos de sí. Porque el resplandor infinito de Dios reverberaba su hermosura en el alma, y el alma, con este resplandor hecha una luz, resplandecía en el cuerpo que, vestido de lumbre, era como una imagen resplandeciente de los resplandores divinos.

Y aún dice que entonces nació Cristo con resplandores de santidad o con bellezas, santas, porque, cuando así nació del sepulcro, no nació solo Él, como cuando nació de la Virgen en carne, sino nacieron juntamente con Él y en Él las vidas y las santidades y las glorias resplandecientes de muchos, lo uno porque trajo consigo a vida de luz y a libertad de alegría las almas santas, que sacó de las cárceles; lo otro y más principal, porque, como ayer de vos, Marcelo, aprendí, en el misterio de la última cena, y cuando caminaba a la cruz, ayuntó consigo por espiritual y estrecha manera a todos los suyos, y, como si dijésemos, fecundóse de todos y cerrólos a todos en sí para que, en la muerte que padecía en su carne pasible, muriese la carne de ellos mala y pecadora, y por eso condenada a la muerte, y para que, renaciendo Él glorioso después, renaciesen también ellos en Él a vida de justicia y de gloria.

Por donde, por hermosa semejanza, a propósito de este nacimiento, dice Él de sí mismo: «Si el grano de trigo puesto en la tierra no muere, quédase él; mas si muere, produce gran fruto.» Porque así como el grano sembrado, si atrae para sí el humor de la tierra y se impregna de su jugo y se pudre, saca en sí a luz cuando nace mil granos, y sale ya no un grano solo, sino una espiga de granos, así y por la misma manera Cristo, metido muerto en la tierra, por virtud de la muerte allegó la tierra de los hombres a sí y, apurándola en sí y vistiéndola de sus cualidades, salió resucitando a la luz, hecho espiga, y no grano.

Así que no nació un rayo solo la Mañana que amaneció del sepulcro este Sol, mas nacieron en Él una muchedumbre de rayos y un amontonamiento de resplandores santísimos, y la vida y la luz y la reparación de todas las cosas, a las cuales todas abrazó consigo muriendo, para sacarlas, resucitando, todas vivas en sí. Por donde aquel día fue de común alegría, porque fue día de nacimiento común. El cual nacimiento hace ventaja al primero que Cristo hizo en la carne, no solamente en que, como decimos, en aquél nació pasible y en éste para más no morir, y no solamente en que lo que se hizo en éste fue todo extraordinario y maravilloso, y hecho por solas las manos de Dios, y en aquél tuvo la naturaleza su parte, y no solamente en que fue nacimiento, no de uno solo, como el primero, sino de muchos en uno, mas también le hace ventaja en que fue nacimiento después de muerte, y gloria después de trabajos, y bonanza después de tormenta gravísima. Que a todas las cosas la vecindad y el cotejo de su contrario las descubre más y las hace salir. Y la buena suerte es mayor cuando viene después de alguna desventura muy grande.

Y no solamente es más agradable este nacimiento porque sucede a la muerte, sino, en realidad de verdad, la muerte que le precede le hace subir en quilates, porque en ella se plantaron las raíces de esta dichosa gloria, que fueron el padecer y el morir. Que porque cayó se levantó, y porque descendió torna a subir en alto, y porque bebió del arroyo alzó la cabeza y porque obedeció hasta la muerte vivió para enseñorearse del cielo. Y así, cuanto fueron mayores los fundamentos y más firmes las raíces, tanto hemos de entender que es mayor lo que de estas raíces nace. Y a la medida de aquellos tantos dolores, de aquel desprecio no visto, de aquellas invenciones de penas, de aquel desamparo, de aquel escarnio, de aquella fiera agonía, entendamos que la vida a que Cristo nació por ello, es por todo extremo altísima y felicísima vida.

Mas ¡cuán no comprensibles son las maravillas de Dios! El que nació, resucitando, tan claro, tan glorioso, tan grande, y el que vive para siempre dichoso en resplandores y en luz, halló manera para tornar a nacer cada día encubierto y disimulado en las manos del sacerdote en la Hostia, como saboreándose en nacer este solo Hijo, este propiamente Hijo, este Hijo que tantas veces y por tantas maneras es Hijo. Porque el estar Cristo en su Sacramento, y el comenzar a ser cuerpo suyo lo que antes era pan y, sin dejar el cielo y sin mudar su lugar, comenzar de nuevo a ser allí adonde antes no era, convirtiendo toda la sustancia del pan en su santísima carne, mostrándose la carne como si fuese pan, vestida de sus accidentes, es como un nacer allí en cierta manera. Así que parece que Cristo nace allí, porque comienza a ser de nuevo allí, cuando el sacerdote consagra. Y parece que la Hostia es como el vientre adonde se celebra este nacimiento, y que las palabras son como la virtud que allí le pone, y que es, como la sustancia, toda la materia y toda la forma del pan que en Él se convierte. Y es señal y prueba de que este nacimiento lo es en la forma que digo, el llamar a Cristo Hijo la sagrada Escritura en este mismo caso y artículo. Porque bien sabéis que en el Salmo setenta y dos leemos así: «Y habrá firmeza en la tierra, en las cumbres de los collados.» Adonde la palabra firmeza, según la verdad, significa el trigo. Que la Escritura lo suele llamar firmeza, porque da firmeza al corazón, como David en otro Salmo lo dice. Y bien sabéis que muchos de los nuestros, y aun algunos de los que nacieron antes que viniese Cristo, entienden este paso de este sagrado pan del altar.

Y bien sabéis que las palabras originales, por quien nosotros leemos firmeza, son éstas: PISATH-BAR, que quieren puntualmente decir partecilla o puñado de trigo escogido; y que BAR, como significa trigo escogido y mondado, también significa hijo. Y así dice el Profeta que en el reino del Mesías, y cuando floreciere su ley, entre muchas cosas singulares y excelentes, habrá también un puñado o una partecilla de trigo y de hijo, esto es, que será el hijo lo que parecerá un limpio y pequeño trigo, porque saldrá a luz en figura de él, y le veremos así hecho y amoldado como si fuese un panecito pequeño.

Y no solamente este consagrarse Cristo en el pan es un cierto nacer, mas es como una suma de sus nacimientos los otros en que hace retrato de ellos, y los dibuja y los pinta. Porque así como en la Divinidad nace como palabra que la dice el entendimiento divino, así aquí se consagra y comienza a ser de nuevo en la Hostia por virtud de la palabra que el sacerdote pronuncia. Y como en la resurrección nació del sepulcro con su carne verdadera, pero hecha a las condiciones del alma y vestida de sus maneras y gloria, así consagrado en la Hostia está la verdad de su cuerpo en realidad de verdad, mas está como si fuera espíritu, todo en la Hostia toda, y en cada parte de ella todo también. Y como cuando nació de la Virgen salió bienaventurado en la más alta parte del alma, y pasible en el cuerpo, y sujeto a dolores y muerte -y en lo secreto era la verdadera riqueza, y en la apariencia y en lo que de fuera se veía era un pobre y humilde-, así aquí por de fuera parece un pequeño pan despreciado, y en lo escondido es todos los tesoros del cielo. Según lo que parece, puede ser partido y quebrado y comido; mas según lo que encubre, no puede ni el mal ni el dolor llegar a Él.

Y como cuando nació de Dios se forjaron en Él, como en sus ideas, las criaturas en la manera que he dicho, y cuando nació en la carne la recibió para limpiar y librar la del hombre, y cuando nació del sepulcro nos sacó a la vida a todos juntamente consigo, y en todos sus nacimientos siempre hubo algún respeto a nuestro bien y provecho, así en este de la consagración de su cuerpo tuvo respeto al mismo bien. Porque puso en él no solamente su cuerpo verdadero, sino también el místico de sus miembros, y, como en los demás nacimientos suyos nos ayuntó siempre a sí mismo, también en éste quiso contenemos en sí, y quiso que, encerrados en Él y pasando a nuestras entrañas su carne, nos comunicásemos unos con otros, para que por Él viniésemos todos a ser, por unión de espíritu, un cuerpo y un alma.