Del nombre y la leyenda trágica de Arequipa
Antes que tuviese el presente nombre, Arequipa se llamaba en su primera e inmemorable fundación Yarapampa. Sucedió que en tiempo del valeroso Ynga Yupanqui, hubo en el distrito de Arequipa un espantable terremoto, precedido de la explosión del volcán que está tres leguas de ella. Empezó a lanzar tantas llamaradas de fuego y tan espeso y continuo, que la noche parecía día claro en las riberas del mar, y en todos los pueblos de alrededor. Pasados dos días, el volcán se comenzó a cubrir de una nube tenebrosa y oscura. Cesó la claridad del fuego y la noche siguiente vino otro terremoto mayor que el pasado, cuyo ruido y temblor alcanzaba a todo el Reino. Por el espacio de la noche nunca cesó el volcán de despedir de sí infinitos rayos dé fuego, y por cinco días continuos se fue prosiguiendo y con el fuego grandísima hediondez de piedra, azufre y mucha cantidad de piedras y ceniza y truenos temerosos.
Si no fuera por el valor y ánimo del Ynga Yupanqui y su mujer la Coya Hipa Huaco, todos los indios, adonde llegó la ruina, se hubieran ahorcado y dejádose morir,cosa entre ellos muy usada en semejantes ruinas. De esta vez quedó asolada Arequipa y su comarca, sin quedar edificio que no fuese destruido y abrasado. Sólo escaparon los indios de la parroquia de San Lázaro, que estos eran idos al Cuzco todos a hacer mita y servicio al Ynga, que si no también corrieran el trabajo y miseria que los demás.
Ynga Yupanqui, que estaba en el Cuzco y supo la lamentable ruina de aquella tierra, acudió luego con infinita gente que juntó, para remediarla del daño que pudiese. Se fue hacia Arequipa, animando a los suyos que no temiesen y, sabiendo de dónde procedía el daño, empezó a hacer grandes sacrificios al volcán, y, para ellos mandó llevar del Collao mucha suma de carneros y corderos1, y todos los ofrecía al volcán.
Adonde los indios no podían llegar temiendo la fuerza del fuego y no ser ahogados y sumergidos en la ceniza, el Ynga tomaba desde las andas en que iba unas pelotillas llenas de barro, bañadas con la sangre de los sacrificios y, puestas en una honda, las tiraba hacia el volcán, para que allí se derramasen y esparciese la sangre.
Después de algunos días que el volcán aclaró y cesaron los truenos, fuego, humo y ceniza, uno de los muchos hechiceros que consigo llevaba le dijo en su lengua:
—Señor, quedaré aquí.
el Ynga le respondió:
—Arequipay.
Y así, desde aquel tiempo se le quedó por nombre Arequipa.
El Ynga dejó allí mucha multitud de gente que pablasen, los cuales edificaron en un asiento, dicho La Chimpa, de la otra parte del río. Los indios naturales volvieron y asentaron adonde es la parroquia de San Lázaro, y estos dicen que ellos son llactayoc, que significa: criollos originarios de aquel pueblo, porque todos los demás son mitimaes de diversas partes que, por orden del Ynga, se quedaron, y también convidados de la fertilidad de la tierra, porque la ceniza la engrosó a multiplicar después, de suerte que se pudo habitar y sembrar mejor que antes la tierra.