El Siglo Futuro, 24 de agosto de 1877
La Nueva Prensa truena contra el Gobierno porque ha prohibido la exposición de cuadros de Ortego. El diario radical hace con este motivo un elogio entusiasta de las obras de este desdichado pintor, que ha prostituido su ingenio pintando en disparatadas caricaturas escenas religiosas, tan ofensivas á la moral como al arte.
Nuestros lectores pueden adivinar el carácter y el mérito de tales producciones, con solo saber que el Gobierno prohíbe su exposicion y La Nueva Prensa las elogia.
El Gobierno, al obrar de este modo, no hace más que cumplir con su deber, y por eso no le tributamos alabanzas. La Religion, la moral y el arte condenan los estravíos del ingenio, que, lejos de elevar las almas á la region de la belleza infinita, las envilecen y prostituyen con las seducciones de la sensualidad, que hunde los pueblos en el abismo del libertinaje.
El desgraciado pintor Ortego, á quien Dios concedió fácil mano para manejar el lapiz y el pincel, tomando camino opuesto al que siguieron nuestros grandes artistas, hace tiempo que se dedicó á poner en caricatura a las órdenes monásticas, y por este medio se granjeó el aprecio de los liberales. «Los vicios, dice La Nueva España, las estravagancias, las glotonerías, la avaricia, la concupiscencia, todas las pasiones á que la cogulla ha dado sombra, habían sido objeto de inspiracion para el pincel de Ortego.» De este modo el pintor fué á inspirarse en la calumnia, en la envidia, en la ingratitud, en todas las más bajas y miserables pasiones á que la bandera liberal ha dado sombra, para retratar la vida monástica.
Al contemplar, sin duda, las obras admirables que la verdad inspiró a nuestros grandes maestros; al ver esos cuadros de Zurbarán y Carducho, donde las virtudes de los frailes resplandecen á la luz maravillosa del arte, tal vez el desdichado Ortego, aguijoneado por la vanidad para elevarse y contrariado al mismo tiempo por su insuficiencia para subir tan alto, creyó más fácil adquirir fama y dinero volviendo la espalda á esas obras inimitables y tomando el camino de la burla insolente y de la caricatura bufa y callejera. «Dejemos, debió decir para sí, á los grandes ingénios el sacar partido de la vida monástica, reproduciendo en estos peregrinos lienzos escenas de penitencia y de oracion que entusiasman y edifican; suya sea la gloria que resplandece á través de los siglos; nosotros, los pigmeos de ingénio y jigantes de ambicion y codicia, debemos para ser originales ser falsos, pues la verdad está ya colocada en el pedestal de la verdadera gloria. Ya que no podemos disputar á estos insignes maestros el aplauso de los siglos, busquemos el del vulgo ruín que se goza en lo ajo y grotesco; no aspiremos á la gloria que no podemos alcanzar; sino á la populachería que es nuestro patriotismo.» Así debió discurrir Ortego al lanzarse á pintar caricaturas de frailes y conventos, rompiendo la venerable tradicion artística de los Zurbaranes y Riveras.
Despues de ejercitar su lápiz en el Gil Blas y otros periódicos de su ralea, Ortego marchó á París, y en aquella Babilonia de la civilizacion moderna acabó de extraviarse, halagado por el aplauso de los sectarios que veían con gusto á un español maldiciendo de las glorias de nuestros exclarecidos artistas, que en pintar la vida monacal no han tenido rival en Europa. Por estas indicaciones se comprende lo que serán las obras de Ortego que habían de ser expuestas al público madrileño. Coleccion de bufonadas, de sátiras grotescas, de nécias y disparatadas escenas de frailes, capaces de inflamar la indignacion y la ira de las personas ménos timoratas. ¿Qué ganaba el arte con esta exposicion? Nada; perdía mucho, porque no es buena educacion artística la de un pueblo que se acostumbra á reir ante tales bufonadas. Bastante estrago causa en las almas y en las costumbres la invasion de lo bufo en los teatros, que á tal extremo llega, que ya parece enseñorearse de las tablas, de donde caen hechos pedazos los monumentos levantados al arte dramático por los Lopes y Calderones.
En nombre, pues, de la Religion, de la moral y del arte, las obras de Ortego deben condenarse á perpétua oscuridad, que si no tenemos Murillos y Velazquez, á lo menos que no tengamos quien manche nuestra historia artística con indecentes mamarrachos. Si Ortego no hubiera hallado proteccion para sus obras grotescas, tal vez sería hoy un pintor notable, que honrase á España con sus cuadros.
Así no es más que el émulo de Arderius, de Castelar, del doctor Garrido, y de todos cuantos ingenios ha producido la civilizacion moderna en nuestra pátria.