Hortensia Antomarchi

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​Hortensia Antomarchi​ de Jorge Isaacs

Vives aún, bajo mi mano tiemblas,
Y muerto para siempre te creía
Helado corazón a que mi pecho
Sirvió de tumba. Vives y palpitas
Atento a los rumores de la noche,
¡Ay!, porque en otras escuchar solías
Con el gemir de los volubles vientos,
Sus sollozos, sus pasos... sus acentos.

Vives aún, y lloras, y ya lágrimas
Nunca les negarás a mis dolores:
Agotadas aquellas que de dicha,
De amor, de gratitud, lloraste entonces;
Agotadas aquellas que bañaron
La sorda tumba que a mi amor la esconde;
Despiertas al oír la voz doliente
De un corazón que cual sentiste siente.

¡Ah!, no pretendas de nativo valle
Oírla murmurar en los desiertos,
En las corrientes del amado río
Ni en los follajes del vecino huerto:
Ya de tan deleitables armonías
Nunca tal vez escucharás un eco;
A el ángel de tus últimos amores
La frente ciñen extranjeras flores.

¡Cuántas horas de angustias y combates,
Mientras mi yerto corazón dormía
Troqué por gloria mísera pagada
Con los mejores años de mi vida!
¡Cuántos seres queridos intentaron
Ese sueño turbar en que yacía,
Ya de rey en esclavo convertido,
Mujer, el corazón que has conmovido!

Alma pura, divina, soñadora,
Orgullo del Creador, bendita seas
Tú que sus obras inspirada cantas,
Tú que a sus pies por los que sufren ruegas:
Tú a quien la noche muestra sus arcanos
Y al sol despides, de la tarde reina,
Deja vivir donde tu alma mora
A mi alma cual la tuya soñadora.

Hizo la turba vil un Dios del oro,
Y al poeta escarnece, odia y maldice;
Ya las puertas no le abren los palacios
Ni el magnate lo sienta en sus festines:
El arpa al hombro, por la tierra vaga,
Asilo al pobre como a hermano pide,
Y le niega un rincón en sus hogares
El pueblo que recoge sus cantares.

Esta faz que los soles del desierto
Y el huracán marino han retostado,
No es la que en lloro maternal bañaba
Del Amaime las brisas enjugaron...
De sollozar mi pecho enronquecido
Y de velar mis ojos fatigados,
Sólo en sueños recorre el alma mía
La casa paternal, su selva umbría.

En los labios amantes que mis labios,
Sedientos de placer han comprimido,
Hallé deleites, mas la dicha nunca;
Tras de goce fugaz, nada y hastío:
Mi soledad, ya tarde, lamentaba
Cansado de la gloria en el camino:
Oí tu voz y mi alma dolorida,
No hallándote inmortal, amó la vida.

Ignotas soledades do mis cantos
Por las estivas noches despertaban
Lejanos ecos; estruendosos ríos
Cuyas nieblas y espumas argentaba
La luna al asomar sobre los montes
Bajo celajes de fulgente nácar;
Lagos azules, lirios tembladores,
Dadnos vuestros perfumes y rumores...

Tú no sabes, paloma gemidora,
Cuán blandamente mecerán tu nido
De nevado plumón las auras tibias,
Bajo la sombra de los bosques míos:
Tú no has amado allí, tú no has soñado
Bajo ese cielo en el lujoso estío,
Oyendo de las selvas los arrullos
Del Nima concertar con los murmullos.

¿Por qué el sollozo del nocturno viento
Mi corazón conturba? ¿Qué recuerda?
¿Qué ve, qué ve sobrecogida el alma
A la luz de la luna macilenta
Cruzar las sombras? Mustia... silenciosa...
Despareció a lo lejos tras la niebla.
Corazón que al morir has despertado,
Duerme otra vez en tu sepulcro helado.

1869