La tradición eterna

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[1] Biblioteca Virtual de Prensa Histórica, Ministerio de Cultura
La España Moderna. Núm. LXXIV. Febrero de 1895
Páginas 17 a 40.

Tomo aquí los términos castizo y casticismo en la mayor amplitud de su sentido corriente.
Castizo, deriva de casta, así como casta del adjetivo casto, puro. Se aplica de ordinario el vocablo casta á las razas ó variedades puras de especies animales, sobro todo domésticas, y así es como se dice de un perro que es « de buena casta », lo cual originariamente equivalía a decir que era de raza pura, íntegra, sin mezcla ni mesticismo alguno. De este modo castizo viene a ser puro y sin mezcla de elemento extraño. Y si tenemos en cuenta que lo castizo se estima como cualidad excelente y ventajosa, veremos cómo en el vocablo mismo viene enquistado el prejuicio antiguo, fuente de miles de errores y daños, de creer que las razas llamadas puras y tenidas por tales son superior á las mixtas, cuando es cosa probada, por ensayos en castas de animales domésticos y por la historia además, que si bien es dañoso y hasta infecundo á la larga todo cruzamiento de razas muy diferentes, es, sin embargo, fuente de nuevo vigor y de progreso todo cruce de castas donde las diferencias no preponderen demasiado sobre el fondo de común analogía.
Se usa lo más á menudo el calificativo de castizo para designar á la lengua y al estilo. Decir en España que un escritor es castizo, es dar á entender que se le cree más español que á otros.
Escribe claro el que concibe ó imagina claro, con vigor quien con vigor piensa, por ser la lengua un vestido trasparente del pensamiento; y hasta cuando uno, preocupado con el deseo de hacerse estilo, se lo forma artificioso y pegadizo, delata un espíritu de artificio y pega, pudiendo decirse de él lo que de las autobiografías, que aun mintiendo revelan el alma de su autor. El casticismo del lenguaje y del estilo no son, pues, otra cosa que revelación de un pensamiento castizo. Recuerde á este propósito el lector cuáles son, entre los escritores españoles de este siglo, los que pasan por más castizos y cuáles por menos, y vea si entre aquéllos no predominan los más apegados á doctrinas tradicionales de vieja capa castellana, y entre los otros los que, dejándose penetrar de cultura extraña, apenas piensan en castellano.
Pienso ir aquí agrupando las reflexiones y sugestiones que me han ocurrido pensando en torno á este punto del casticismo, centro sobre que gira torbellino de problemas que suscita el estado mental de nuestra patria. Si las reflexiones que voy á apuntar logran sugerir otras nuevas á alguno de mis lectores, á uno solo, y aunque sólo sea despertándole una humilde idea dormida en su mente, una sola, mi trabajo tendrá más recompensa que la de haber intensificado mi vida mental, porque á una idea no hay que mirar por de fuera, envuelta en el nombre para abrigarse y guardar la decencia, hay que mirarla por de dentro, viva, caliente, con alma y personalidad. Sé que en el peor caso, aunque estas hojas se sequen y pudran en la memoria del lector, formarán en ella capa de mantillo que abone sus concepciones propias.
Lo más de lo que aquí lea le será familiarísimo. No importa. Hace mucha falta que se repita á diario lo que diario de puro sabido se olvida, y piense el lector en este terrible y fatal fenómeno. Me conviene advertir, ante todo, al lector de espíritu notariesco y silogístico, que aquí no se prueba nada con certificados históricos ni de otra clase, tal como él entenderá la prueba; que esto no es obra de la que él llamaría ciencia; que aquí sólo hallará retórica el que ignore que el silogismo es una mera figura de dicción. Me conviene también prevenir á todo lector respecto á las afirmaciones cortantes y secas que aquí leerá y á las contradicciones que le parecerá hallar. Suele buscarse la verdad completa en el justo medio por el método de remoción, via remotionis, por exclusión de los extremos, que con su juego y acción mutua engendran el ritmo de la vida, y así sólo so llega á una sombra de verdad, fría y nebulosa. Es preferible, creo, seguir otro método, el de afirmación alternativa de los contradictorios; es preferible hacer resaltar la fuerza de los extremos en el alma del lector para que el medio tome en ella vida, que es resultante de lucha.
Tengas, pues, paciencia cuando el ritmo de nuestras reflexiones tuerza á un lado, y espere á que en su ondulación tuerza al otro y deje se produzca así en su ánimo la resultante, si es que lo logro.
Bien comprendo que este proceso de vaivén de hipérboles arranca de defecto mío, mejor dicho, de defecto humano; pero ello da ocasión á que el lector colabore conmigo, corrigiendo con su serenidad el mal que pueda encerrar tal procedimiento rítmico de contradiciones.

I

Elévanse á diario en España amargas quejas porque la cultura extraña nos invade y arrastra ó ahoga lo castizo, y va zapando poco á poco, según dicen los quejosos, nuestra personalidad nacional. El río, jamás extinto, de la invasión europea en nuestra patria, aumenta de día en día su caudal y su curso, y al presente está de crecida, fuera de madre, con dolor de los molineros á quienes ha sobrepasado las presas y tal vez mojado la harina. Desde hace algún tiempo se ha precipitado la europeización de España; las traducciones pululan que es un gusto; se lee entre cierta gente lo extranjero más que lo nacional y los críticos de más autoridad y público nos vienen presentando literatos ó pensadores extranjeros. Algunos hay que han hecho en este sentido por la cultura nacional más que en otro cualquiera, abriéndonos el apetito de manjares de fuera, sirviéndonoslos más ó menos aderezados á la española. Y hasta Menéndez y Pelayo, « español incorregible que nunca ha acertado á pensar más que en castellano » (así lo cree por lo menos, cuando lo dice), que á los veintiún años, « sin conocer del mundo y de los hombres más que lo que dicen los libros », regocijó á los molineros y surgió á la vida literaria, defendiendo con brío en « La Ciencia Española la causa del casticismo, dedica lo mejor de su « Historia de las ideas estéticas en España », su parte más sentida, á presentarnos la cultura europea contemporánea, razonándola con una exposición aperitiva. Cada vez se cultivan más las lenguas vivas, hay muchos ya que casi piensan en ellas, y aun cuando prescindamos de los efectos que han dado ocasión á que corra por ahí y se utilice un « Diccionario de galicismos », nos hallamos á menudo con escritores que escriben francés traducido á un castellano de regular corrección gramatical.
« ¡Mi yo, que me arrancan mi yo! », gritaba Michelet, y una cosa análoga gritan los que, con el agua al cuello, se lamentan de la crecida del río. De cuando en cuando, agarrándose á una mata de la orilla, lanza algún rehacio conminaciones en esa lengua de largos y ampulosos ritmos oratorios que parece se hizo de encargo para celebrar las venerandas tradiciones de nuestros mayores, la alianza del altar y el trono y las glorias de Numancia, de las Navas, de Granada, de Lepanto, de Otumba y de Bailén.
Más bajo, mucho más bajo y no en tono oratorio, no deja de oírse á las veces el murmullo de los despreciadores sistemáticos de lo castizo y propio. No faltan entre nosotros quienes, en el seno de la confianza, revelan hiperbólicamente sus deseos manifestando un voto análogo al que dicen expresó Renán cuando iban los alemanes sobro Paris, exclamando: ¡que nos conquisten! Estaría sin duda pensando entonces el historiador del pueblo de Israel en aquella doctrina con tanto amor puesta por él de realce, en aquella doctrina de anarquismo y de sumisión de que fué profeta Jeremías en los días del rey Josías, al pedir que los israelitas se sometieran al yugo de los caldeos para que, purificados en la esclavitud y el destierro de sus disensiones y vicios internos, pudieran llegar á ser el pueblo de la justicia del Señor.
Mas no hace falta conquista, ni la conquista purifica, porque á su pesar y no por ella, se civilizan los pueblos. No hizo falta que los alemanes conquistaran á Francia; sirvió la paliza del 70 de ducha que hiciera brotar y secarse las corrupciones del segundo imperio. Para nosotros tuvo un efecto análogo la francesada. El Dos de Mayo es en todos sentidos la fecha simbólica de nuestra regeneración, y son hechos que merecen meditación detenida, hechos palpitantes de contenido, el de que Martínez Marina, el teorizante de las Cortes de Cádiz, creyera resucitar nuestra antigua teoría de las Cortes mientras insuflaba en ella los principios de la revolución francesa, proyectando en el pasado el ideal del porvenir de entonces, el que un Quintana cantara en clasicismo francés la guerra de la Independencia y á nombre de la libertad patria la libertad del 89, y otros hechos de la misma casta que estos. La invasión fué dolorosa, pero para que germinen en un suelo las simiente no basta echarlas en él, porque las más se pudren ó se las comen los gorriones; es preciso que antes la reja del arado desgarre entrañas de la tierra, y al desgarrarla suele tronchar flores silvestres que al morir regalan su fragancia. Si el arador es un Burns se enternece y dedica un tierno recuerdo poético, una lágrima cristalizada, á la pobre margarita segada por la reja, pero sigue arando, y así sus prójimos sacan de su trabajo pan para el cuerpo y reposo para el alma, mientras la margarita, podrida en el surco, sirve de abono.
Lo mismo los que piden que cerremos ó poco menos las fronteras y pongamos puertas al campo que los que piden más ó menos explícitamente que nos conquisten, se salen de la verdadera realidad de las cosas, de la eterna y honda realidad, arrastrados por el espíritu de anarquismo que llevamos todos en la medula del alma, que es el pecado original de la sociedad humana, pecado no borrado por el largo bautismo de sangre de tantas guerras. Piden un nuevo Napoleón, un gran anarquista, los que tiemblan de las bombas del anarquismo y mantienen la paz armada, fuente de él.
Es una idea arraigadísima y satánica, si, satánica, la de creer que la subordinación ahoga la individualidad, que hay que resistirse á aquélla ó perder ésta. Tenemos tan deformado el cerebro, que no concebimos más que ser ó amo ó esclavo, ó vencedor ó vencido, empeñándonos en creer que la emancipación de éste es la ruina de aquél. Ha llegado la ceguera al punto de que se suele llamar individualismo á un conjunto de doctrinas conducentes á la ruina de la individualidad, al manchesterismo tomado en bruto. Por fortuna, la esencia de éste cuando nació potente fué el soplo de la libertad y la desaparición de las trabas artificiales, de las cadenas tradicionales; aquel « dejad hacer y dejad pasar » que predicaron los economistas ortodoxos traerá la ley natural que ellos buscaban, la verdadera y honda ley natural social, la que ha producido la sociedad misma, su ley de vida, la ley de solidaridad y subordinación. Más que ley natural es ésta sobrenatural, porque eleva la naturaleza al ideal naturalizándola más y más. Pero así como los que hoy se creen legítimos herederos del manchesterismo porque guardan su cadáver, se alían á los herederos de los que le combatieron, y se alían á éstos para ahogar el alma de la libertad que el manchesterismo desencadenó, así conspiran á un fin los que piden muralla y los que piden conquista. Querer enquistar á la patria y que se haga una cultura lo más exclusiva posible, calafateándose y embreándose á los aires colados de fuera, parte del error de creer más perfecto al indio que en su selva caza su comida, la prepara, fabrica sus armas, construye su cabaña, que al relojero parisiense que puesto en la selva moriría acaso de hambre y de frío. Hay muchos que llaman preferir la felicidad á la civilización el buscar el sueño; hay muchos en cuyo corazón resuena grata la voz de la tentación satánica que dice: « ó todo ó nada ».
Es cierto que los que van de cara al sol están expuestos á que los ciegue éste, pero los que caminan de espaldas por no perder de vista su sombra de miedo de perderse en el camino ¡creen que la sombra guía al cuerpo! están expuestos á tropezar y caer de bruces. Después de todo, aun así caminan hacia adelante, porque el sol del porvenir les dibuja la sombra del pasado.

II

Piden algunos ciencia y arte españoles, y este es el día en que, después de oírles despacio, no sabemos bien qué es ello... ¡se llama ciencia á tantas cosas y á tantas se llama arte! Dicen los periódicos que la ciencia dice esto ó lo otro cuando habla un hombre ¡como si la ciencia fuera un espíritu santo! Y aunque nadie si se para á pensar cree en tan grosera blasfemia, las gentes no se paran de ordinario á pensar y arraigan en la impunidad los disparates. Los más atroces, aquellos de que se apartan todos si los ven desnudos, sirven de base á razonamientos de todos, dan vida á argumentos y pseudo-razones que engendran á su vez violencias y actos de salvajismo.
A todos nos enseñan lo que es la ciencia, y lo olvidamos al tiempo mismo que lo estamos aprendiendo, en un solo acto. Olvidamos que la ciencia es algo vivo, en vías de formación siempre, con su fondo formado y eterno y su proceso de cambio.
De puro sabido se olvida que la representación del mundo no es idéntica en dos hombres, porque no son idénticos ni sus ambientes ni las formas de su espíritu, hijas de un proceso de ambientes. Pero si todas las representaciones son diferentes, todas son traducciones de un solo original, todas se reducen á unidad, que si no los hombres no se entenderían, y esa unidad fundamental de las distintas representaciones humanas es lo que hace posible el lenguaje y con éste la ciencia.
Como cada hombre, cada pueblo tiene su representación propia y en la ciencia se distingue por su preferencia á tal rama ó á tal método, pero no puede en rigor decirse que haya ciencia nacional alguna. Todo lo que se repita y vuelva á repetir el trivialísimo lugar común de que la ciencia no tiene nacionalidad, todo será poco, porque siempre se lo olvidará de puro sabido y siempre se hará ciencia para cohonestar actos de salvajismo é injusticia. ¡Cuánto no ha influido la suerte de la Alsacia y la Lorena en el cultivo de la sociología en Francia y Alemania! La obra de Malthus, ¿no tuvo como razón de ser el propinar un bálsamo á la conciencia turbada de los ricos? El proceso económico ó el político explican el proceso de sus ciencias respectivas. ¡Cuán lejos estamos de la verdadera religiosidad, de la pietas que anhelaba Lucrecio, de poder contemplarlo todo con alma serena, paccata posse omnia mente tueri!
Si hablamos de geometría alemana ó de química inglesa, decimos algo, ¡y no es poco decir algo! pero decimos más si hablarnos de filosofía germánica ó escocesa. Y decimos algo, porque la ciencia no se da nunca pura, porque la geometría y más que ella la química y muchísimo más la filosofía, llevan algo en sí de pre-científico, de sub-científico, de sobre-científico, como se quiera, de intra-científico en realidad y este algo va teñido de materia nacional. Esto en la filosofía es enorme, es el alma de esa conjunción de la ciencia con el arte, y por ello tiene tanta vida, por estar preñada de intra-filosofía. Y es que como el sonido sobre el silencio, la ciencia se asienta y vive sobre la ignorancia viva. Sobre la ignorancia viva, porque el principio de la sabiduría es saber ignorar; sobre la viva, y no sobre la muerta como quieren asentarla los que piden ciencia de proteccionismo. Y aquí tolere el lector que dejando por el pronto suspendido este oscuro cabo suelto prosiga al hilo de mis reflexiones.
La representación brota del ambiente, pero el ambiente mismo es quien le impide purificarse y elevarse. Aquí se cumple el misterio de siempre, el verdadero misterio del pecado original, la condenación de la idea al tiempo y al espacio, al cuerpo. Así vemos que el nombre, cuerpo del concepto, al que le da vida y carne, acaba por ahogarle muchas veces si no sabe redimirse. Del mismo modo la ciencia, que arrancando del conocimiento vulgar, ligado al ambiente exclusivo y nacional, empieza sirviéndose de la lengua vulgar, moriría si poco á poco no fuera redimiéndose, creando su tecnicismo según crece, haciéndose su lengua universal conforme se eleva de la concepción vulgar. A no ser por el latín, no hubiera habido filosofía escolástica en la Edad Media; al latín universal y muerto debió su cuerpo y su pecado original también.
Un conocimiento va entrando á ser científico conforme se hace más preciso y organizado, conforme va pasando de la precisión cualitativa á la cuantitativa. En un tiempo la verdadera ciencia científica era la matemática; la física ha entrado en el periodo realmente científico cuando subordinándose á la mecánica racional, se ha hecho matemática y se ha pasado de la alquimia á la química al reducir la previsión cualitativa de cambios químicos á previsión cuantitativa según peso, número y medida. Este proceso lo han descrito á las mil maravillas Whewell y Spencer. Refresque el lector sus enseñanzas, medite un rato acerca de ellas y sigamos.
A medida que la ciencia, pasando de la previsión meramente cualitativa á la cuantitava, va purificándose de la concepción vulgar, se despoja poco á poco del lenguaje vulgar, que sólo expresa cualidades, para revestirse del nacional, científico, que tiende á expresar lo cuantitativo. Los castizos nombres agua fuerte, sosa, piedra infernal, salitre, aceito de vitriolo, evocan en quien conoce esos cuerpos la imagen de un conjunto de cualidades, cuyo conocimiento es utilísimo en la vida, pero los nombres ácido nítrico, carbonato sádico, nitrato de plata, nitrato potásico, ácido sulfúrico, despiertan una idea más precisa de esos cuerpos, marcan su composición, y no ya estos nombres, las fórmulas que apenas se agarran al lenguaje vulgar por un hilillo, HNO3, NaCO3, AgNO3, KNO3, H2S0, suscitan un concepto cuantitativo de esos cuerpos. El que conoce el vinagre como C2H4O2 y el espíritu de vino como C2H5OH, sabe de estos, científicamente, más que el que sólo los conoce por el nombre vulgar y castizo. ¡Cuán preferible es la fórmula C6H4(OH)2 á este terminacho, híbrido de lengua vulgar y científica, metahidroxibencina! Ya en la distinción lingüística entre ácido sulfuroso y ácido sulfúrico iba un principio de distinción científica, pero, ¡cuanto mayor es ésta en la diferencia de fórmulas H2SO3 y H2SO4! Como el cardo corredor, asilos conceptos científicos, cuando rompen el lazo que les ataba á las raíces enterradas en el suelo en que nacieron, es cuando pueden, libres, ir á esparcir su simiente por el mundo. ¡Si todas las ciencias pudieran hacerse un álgebra universal, si pudiéramos prescindir en la economía política de esas condenadas palabras de valor, riqueza, renta, capital, etc., tan preñadas de vida, pero tan corrompidas por pecado original! Un álgebra les servirla de bautismo á la vez que extraeríamos ciencia de su fondo histórico, metafórico.
Aquí tenemos la ventaja del empleo de la lengua griega en el tecnicismo científico, que estén en griego los vocablos y que perdiendo el peso de la tradición permitan el vuelo de la idea.
¿Que esto es abogar por la fórmula y contra la idea? ¡Como si las fórmulas no tuvieran vida! ¡Como si una nube que descansa en un risco no tuviera más vida que el risco mismo! ¡Nebulosidades!... de ellas baja la lluvia fecundante, ellas llevan á que se sedimente en el valle el detritus de la roca. Cuando no se cree más que en la vida de la carne, se camina á la muerte.
¡Qué hermoso fué aquel gigantesco esfuerzo de Hegel, el último titán, para escalar el cielo! ¡Qué hermoso fué aquel trabajo hercúleo por encerrar el mundo todo en fórmalas vivas, por escribir el álgebra del universo! ¡Qué hermoso y qué fecundo! De las ruinas de aquella torre, aspiración á la ciencia absoluta, se han sacado cimientos para la ciencia positiva y sólida; de las migajas de la mesa hegeliana viven los que más la denigran. Comprendió que el mundo de la ciencia son formas enchufadas unas en otras, formas de formas y formas de estas formas en proceso inacabable, y quiso levantarnos al cenit del cielo de nuestra razón, y desde la forma suprema hacernos descender á la realidad, que iría purificándose y abriéndose á nuestros ojos, razionalizándose. Este sueño del Quijote de la filosofía ha dado alma á muchas almas, aunque le pasó lo que al barón de Münchhausen, que quería sacarse del pozo tirándose de las orejas. Tenía que hablar una lengua, lengua nacional, y el lenguaje humano es pobre para tal empresa, que era la empresa nada menos que de hacernos dioses. Fue - dicen, algunos - la revelación del satanismo (1) y luego ha venido el convertirse Nabucodonosor, que quiso ser dios, en bestia y andar hozando el suelo para extraer raíces de que alimentarse. Esta es una atroz blasfemia en que nos detendremos más adelante.
¡Formas enchufadas unas en otras, formas de formas y formas de estas formas en proceso inacabable es el mundo de la ciencia, en que se busca lo cuantitativo de que brotan las cualidades! Pero si dentro de las formas se halla la cantidad, dentro de ésta hay una cualidad, lo intra-cuantitativo, el quid divinum. Todo tiene entrañas, todo tiene un dentro, incluso la ciencia. Las formas que vemos fuera tienen un dentro como lo tenemos nosotros y así como no sólo nos conocemos, sino que nos somos, ellas son. ¿De qué nos servirla definir el amor, si no lo sintiéramos? ¡Cómo se olvida que las cosas son, que tienen entrañas! Cuando oigo la queja de mi prójimo, que para el ojo es una forma enchufadora de otras, siento dolor en mis entrañas y á través del amor, la revelación del ser. A través del amor llegamos á las cosas con nuestro ser propio, no con la mente tan sólo, las hacemos prójimos, y de aquí brota el arte, arte que vive en todo, hasta en la ciencia, porque en el conocimiento mismo brota del ser de que es forma la mente, porque no hay luz, por fría que parezca, que no lleve chispa de calor.
Por natural instinto y por común sentido comprende todo el mundo que al decir arte castizo, arte nacional, se dice más que al decir ciencia castiza, ciencia nacional, que si cabe preguntar qué se entiende por química inglesa ó por geometría alemana, es mucho más inteligible y claro el hablar de música italiana, de pintura española, de literatura francesa. El arte parece ir más asido al ser y éste más ligado que la monte á la nacionalidad, y digo parece porque es apariencia.
El arte no puede desligarse de la lengua tanto como la ciencia ¡ojalá pudiera! Hasta la música y la pintura, que parecen ser más universales, más desligadas de todo localismo y temporalismo, lo están y no poco; su lengua no es universal, sino en cierta medida, en una medida no mayor que la de la gran literatura. El arte más algébrico, la música, es alemana ó francesa ó italiana.
En la literatura, aquí es donde la gritería es mayor, aquí es donde los proteccionistas pelean por lo castizo, aquí donde más se quiere poner vallas al campo. Dicen que nos invade la literatura francesa, que languidece y muere el teatro nacional, etc., etc. Se alzan lamentos sobre la descastación de nuestra lengua, sobre la invasión del barbarismo. Y he aquí otra palabra pecadora, corrompida. Al punto de oírla, asociamos el barbarismo al sentido corriente y vulgar de bárbaro; sin querer, inconscientemente, suponemos que hay algo de barbarie en el barbarismo, que la invasión de éstos lleva nuestra lengua á la barbarie, sin recordar - que también esto se olvida de puro sabido - que la invasión de los bárbaros fué el principio de la regeneración de la cultura europea ahogada bajo la senilidad del imperio decadente. Del mismo modo, á una invasión de atroces barbarismos debe nuestra lengua gran parte de sus progresos, v. gr., á la invasión del barbarismo krausista, que nos trajo aquel movimiento tan civilizador en España. El barbarismo será tal vez lo que preserve á nuestra lengua del salvajismo, del salvajismo á que caería en manos de los que nos quieren en la selva donde el salvaje se basta. El barbarismo produce al pronto una fiebre, como la vacuna, pero evita la viruela. Por otra parte, son barbarismos los galicismos y los germanismos actuales, y, ¿no lo eran acaso los hebraismos de Fr. Luis de León, los italianismos de Cervantes ó el sinnúmero de latinismos de nuestros clásicos? El mal no está en la invasión del barbarismo, sino en lo poco asimilativo de nuestra lengua, defecto que envanece á muchos.
El arte por fuerza ha de ser más castizo que la ciencia, pero hay un arte eterno y universal, un arte clásico, un arte sobrio en color local y temporal, un arte que sobrevivirá al olvido de los costumbristas todos. Es un arte que toma el ahora y el aquí como puntos de apoyo, cual Anteo la tierra para recobrar á su contacto fuerzas; es un arte que intensifica lo general con la sobriedad y vida de lo individual, que hace que el verbo se haga carne y habite entre nosotros. Cuando haga polvo el museo de retratos que acumulan nuestros fotógrafos, retratos que sólo los parientes interesan, que en cuanto muere el padre arranca de la pared el hijo el del abuelo para echarlo al Rastro, cuando se hagan polvo, vivirán los tipos eternos. A ese arte eterno pertenece nuestro Cervantes, que en el sublime final de su Don Quijote señala á nuestra España, á la de hoy, el camino de su regeneración en Alonso Quijano el Bueno; á ese pertenece porque de puro español llegó á una como renuncia de su españolismo, llegó al espíritu universal, al hombre que duerme dentro de todos nosotros. Y es que el hondo fruto de toda sumersión hecha con pureza de espíritu en la tradición, de todo examen de conciencia, es, cuando la gracia humana nos toca, arrancarnos á nosotros mismos, despojarnos de la carne individuante, lanzarnos de la patria chica á la humanidad.
Dejemos esto, que á ello volveremos más despacio. Volveremos á mirar el costumbrismo, el localismo y temporalismo, la invasión de las minucias fotográficas y nuestra salvación en el arte eterno. Reproduciré y comentaré aquel divino último capitulo de Don Quijote, que debe ser nuestro evangelio de regeneración nacional. No le retenga al lector de seguirme la aparente incoherencia que aquí reina, espero que al fin de la jornada vea claro el hilo, y además ¡es tan difícil y tan muerto alinear en fila lógica lo que se mueve en círculo!

III

Si no tuviera significación viva lo de ciencia y arte españoles, no calentarían esas ideas á ningún espíritu, no hubieran muerto hombres, hombres vivos, peleando por lo castizo.
Pero mientras no nos formemos un concepto vivo, fecundo, de la tradición, será de desviación todo paso que demos hacia adelante del casticismo.
Tradición, de tradere, equivale á « entrega », es lo que pasa de uno á otro, trans, un concepto hermano de los do trasmisión, traslado, traspaso. Pero lo que pasa queda, porque hay algo que sirve de sustento al perpetuo flujo de las cosas. Un momento es el producto de una serie, serie que lleva en sí, pero no es el mundo un caleidoscopio. Para los que sienten la agitación, nada es nuevo bajo el sol, y éste es estúpido en la monotonía de los días; para los que viven en la quietud, cada nueva mañana trate una frescura nueva.
Es fácil que el lector tenga olvidado de puro sabido que mientras pasan sistemas, escuelas y teorías va formándose el sedimento de las verdades eternas de la eterna ciencia; que los ríos que van á perderse en el mar arrastran detritus de las montañas y forman con él terrenos de aluvión; que á las veces una crecida barre la capa externa y la corriente se enturbia, pero que, sedimentado el limo, se enriquece el campo. Sobre el suelo compacto y firme de la ciencia y el arte eternos corre el río del progreso que le fecunda y acrecienta.
Hay una tradición eterna, legado de los siglos, la de la ciencia y el arte universales y eternos; he aquí una verdad que hemos dejado morir en nosotros repitiéndola como el Padre nuestro.
Hay una tradición eterna, como hay una tradición del pasado y una tradición del presente. Y aquí nos sale al paso otra frase de lugar común, que siendo viva se repite también como cosa muerta, y es la frase de « el presente momento histórico ». ¿Ha pensado en ello el lector? Porque al hablar de un momento presente histórico se dice que hay otro que no lo es, y así es en verdad. Pero si hay un presente histórico, es por haber una tradición del presente, porque la tradición es la sustancia de la historia. Esta es la manera de concebirla en vivo, como la sustancia, de la historia, corno su sedimento como la revelación de lo intra-histórico, de lo inconsciente en la historia. Merece esto que nos detengamos en ello.
Las olas de la historia, con su rumor y su espuma que reverbera al sol, ruedan sobre un mar continuo, hondo, inmensamente más hondo que la capa que ondula, sobre un mar silencioso y á cuyo último fondo nunca llega el sol. Todo lo que cuentan á diario los periódicos, la historia toda del « presente momento histórico », no es sino la superficie del mar, una superficie que se hiela y cristaliza en los libros y registros, y una vez cristalizada así, una capa dura, no mayor con respecto á la vida intra-histórica que esta pobre corteza en que vivimos con relación al inmenso foco ardiente que lleva dentro. Los periódicos nada dicen de la vida silenciosa de los millones de hombres sin historia que á todas horas del día y en todos los países del globo se levantan á una orden del sol y van á sus campos á proseguir la oscura y silenciosa labor cotidiana y eterna, esa labor que como la de las madréporas suboceánicas, echa las bases sobre que se alzan los islotes de la historia. Sobre el silencio augusto, decía, se apoya y vive el sonido; sobre la inmensa humanidad silenciosa se levantan los que meten bulla en la historia. Esa vida intra-histórica, silenciosa y continua como el fondo vivo del mar, es la sustancia del progreso, la verdadera tradición, la tradición eterna, no la tradición mentira que se suele ir á buscar al pasado enterrado en libros y papeles y monumentos y piedras.
Los que viven en el mundo, en la historia, atados al « presente momento histórico », peloteados por las olas en la superficie del mar donde se agitan naufragio, éstos no creen que en las tempestades y los cataclismos seguidos de calmas, éstos creen que puede interrumpirse y reanudarse la vida. Se ha hablado mucho de una reanudación de la historia de España, y lo que la reanudó en parte fué que la historia brota de la no historia, que las olas son olas del mar quieto y eterno. No fué la restauración de 1875 lo que reanudó la historia de España, fueron los millones de hombres que siguieron haciendo lo mismo que antes, aquellos millones para los cuales fué el mismo el sol después que antes del 29 de Setiembre de 1868, las mismas sus labores, los mismos los cantares con que siguieron el surco de la arada. Y no reanudaron en realidad nada, porque nada se había roto. Una ola no es otra agua que otra, es la misma ondulación que corre por el mismo mar. ¡Grande enseñanza la del 68! Los que viven en la historia se hacen sordos al silencio. Vamos á ver, ¿cuántos gritaron en 68? ¿A cuántos les renovó la vida aquel « destruir en medio del estruendo lo existente », como decía Prim? Lo repitió más de una vez: « ¡Destruir en medio del estruendo los obstáculos! » Aquel bullanguero llevaba en el alma el amor al ruido de la historia; pero si se oyó el ruido es porque callaba la inmensa mayoría de los españoles, se oyó el estruendo de aquella tempestad de verano sobre el silencio augusto del mar eterno.
En este mundo de los silenciosos, en este fondo del mar, debajo de la historia, es donde vive la verdadera tradición, la eterna, en el presento, río en el pasado muerto para siempre y enterrado en cosas muertas. En el fondo del presente hay que buscar la tradición eterna, en las entrañas del mar, no en los témpanos del pasado, que al querer darles vida se derriten, revertiendo sus agitas al mar. Así como la tradición es la sustancia de la historia, la eternidad lo es del tiempo, la historia es la forma de la tradición como el tiempo la de la eternidad. Y buscar la tradición en el pasado muerto es buscar la eternidad en el pasado, en la muerte, buscar la eternidad de la muerte.
La tradición vive en el fondo del presente, es su sustancia, la tradición hace posible la ciencia, mejor dicho, la ciencia misma es tradición. Esas últimas leyes á que la ciencia llega, la de la persistencia de la fuerza, la de la uniformidad de la naturaleza, no son más que fórmulas de la eternidad viva, que no está fuera del tiempo, sino dentro de él. Spinoza, penetrado hasta el tuétano de su alma de lo eterno, expresó de una manera eterna la esencia del ser, que os la persistencia en el ser mismo. Después lo han repetido de mil maneras: « persistencia de la fuerza », « voluntad de vivir », etc.
La tradición eterna es lo que deben buscar los videntes de todo pueblo, para elevarse á la luz, haciendo conciente en ellos lo que en el pueblo es inconciente, para guiarle así mejor. La tradición eterna española, que al ser eterna es más bien humana que española, es la que hemos de buscar los españoles en el presente vivo y no en el pasado muerto. Hay que buscar lo eterno en el aluvión de lo insignificante, de lo inorgánico, de lo que gira en torno de lo eterno como cometa errático, sin entrar en ordenada constelación con él, y hay que penetrarse de que el limo del río turbio del presente se sedimentará sobre el suelo eterno y permanente. La tradición eterna es el fondo del ser del hombre mismo. El hombre, esto es, lo que hemos de buscar en nuestra alma. Y hay, sin embargo, un verdadero furor por buscar en sí lo menos humano; llega la ceguera á tal punto, que llamamos original á lo menos original. Porque lo original no es la mueca, ni el gesto, ni la distinción, ni lo original; lo verdaderamente original, es lo originario, la humanidad en nosotros. ¡Gran locura la de querer despojarnos del fondo común á todos, de la masa idéntica sobre que se moldean las formas diferenciales, de lo que nos asemeja y une, de lo que hace que seamos prójimos, de la madre del amor, de la humanidad en fin, del hombre, del verdadero hombre, del legado de la especie! ¡Qué empeño por entronizar lo pseudo-original, lo distintivo, la mueca, la caricatura, lo que nos viene de fuera! Damos más valor á la acuñación que al oro, y, ¡es claro!, menudea el falso. Preferimos el arte á la vida; cuando la vida más oscura y humilde vale infinitamente más que la más grande obra de arte.
Este mismo furor que, por buscar lo diferencial y distintivo, domina á los individuos, domina también á las clases históricas de los pueblos. Y así como es la vanidad individual tan estúpida que, con tal de originalizarse y distinguirse por algo, cifran muchos su orgullo en ser más brutos que los demás, del mismo modo hay pueblos que se vanaglorian de sus defectos. Los caracteres nacionales de que se envanece cada nación europea, son muy de ordinario sus defectos. Los españoles caemos también en este pecado.


IV

Hay un ejército que desdeña la tradición eterna, que descansa en el presente de la humanidad, y se va en busca de lo castizo é histórico de la tradición al pasado de nuestra casta, mejor dicho, de la casta que nos precedió en este suelo. Los más de los que se llaman á si mismos tradicionalistas, ó sin llamarse así se creen tales, no ven la tradición eterna, sino su sombra vana en el pasado. Son gentes que por huir del ruido presente que les aturde, incapaces de sumergirse en el silencio de que es ese ruido, se recrean en ecos y retintines de sonidos muertos. Desprecian las constituciones forjadas más ó menos filosóficamente á la moderna francesa, y se agarran á las forjadas históricamente á la antigua española; se burlan de los que quieren hacer cuerpos vivos de las nubes, y quieren hacerlos de osamentas; execrando del jacobinismo, son jacobinos. Entre ellos, más que en otra parte, se hallan los dedicados á ciertos estudios llamados históricos, de erudición y compulsa, de donde sacan legitimismos y derechos históricos y esfuerzos por escapar á la ley viva de la prescripción y del hecho consumado y sueños de restauraciones.
¡Lástima de ejército! En él hay quienes buscan y compulsan datos en archivos, recolectando papeles, resucitando cosas muertas en buena hora, haciendo bibliografías y catálogos, y hasta catálogos de catálogos, y describiendo la cubierta y los tipos de un libro, desenterrando incunables y perdiendo un tiempo inmenso con pérdida irreparable. Su labor es útil, pero no para ellos ni por ellos, sino á su pesar; su labor es útil para los que la aprovechan con otro espíritu.
Tenía honda razón al decir el Sr. Azcárate que nuestra cultura del siglo XVI debió de interrumpirse cuando la hemos olvidado; tenía razón contra todos los desenterradores de osamentas. En lo que la hemos olvidado se interrumpió como historia, que es como quieren resucitarla los desenterradores, pero lo olvidado no muere, sino que baja al mar silencioso del alma, á lo eterno de ésta.
Cuando nos invade una ciencia más ó menos moderna, sea la filología, por ejemplo, al ver citar á alemanes, franceses, ingleses ó italianos, alza la voz un desenterrador y pronuncia el nombre de Hervás y Panduro, que aun así sigue olvidado, porque lo que en él había de eterno se nos viene con la ciencia, y lo demás no vale el tiempo que se pierde en leerlo. El que perdí leyéndolo no lo recobraré en mi vida.
Toda esa falange que se dedica á la labor útilísima de recoger y encasillar insectos muertos, clavándoles un alfiler por el coselete para ordenarlos en una caja de entomología, con su rotulito encima, y darnos luego eso por lo que no es, toda esa falange salta de gozo cuando se les figura que un hombre de genio, que sabe sacar á las osamentas la vida que tienen, ahoga bajo esa balumba de dermatoesqueletos rellenos de paja algo de la tradición eterna. ¡Con qué gozo infantil han recibido la obra de Taine, que creen en su ceguera ha de contribuir á abogar el ideal de la Revolución francesa! No ven que si esa obra ha hallado eco vivo es por ser una revelación de la tradición eterna purificada, no ven que de ella sale más radiante el 93. ¿Hay cosa más pobre que andar buscando con chinesco espíritu senil las causas históricas del protestantismo un enjambre de pequeñeces muertas, mientras vive el protestantismo purificado, mientras su obra persiste? ¡Buscar los orígenes históricos de lo que tiene raíces intra-históricas con la necia idea de ahogar la vida! ¡Gran ceguera no penetrarse de que la causa es la sustancia del efecto, que mientras éste vive es porque vive aquélla!
Mil veces he pensado en aquel juicio de Schopenhauer sobre la escasa utilidad de la historia y en los que lo hacen bueno, á la vez que en lo regenerador de las aguas del río del Olvido. Lo cierto es que los mejores libros de historia son aquellos en que vive lo presente, y, si bien nos fijamos, hemos de ver que cuando se dice de un historiador que resucita siglos muertos, es porque les pone su alma, les anima con un soplo de la intra-historia eterna que recibe del presente. « Se oye el trotar de los caballos de los francos en los relatos merovingios de Agustín Thierry », me dijeron, y, al leerlos, lo que oí fué un eco del alma eterna de la humanidad, eco que salía de las entrañas del presente.
Pensando en el parcial juicio de Schopenhauer, he pensado en la mayor enseñanza que se saca de los libros de viajes que de los de historia, de la transformación de esta rama del conocimiento en sentido de vida y alma, de cuánto más hondos son los historiadores artistas ó filósofos que los pragmáticos, de cuánto mejor nos revelan un siglo sus obras de ficción que sus historias, de la vanidad de los papiros y ladrillos. La historia presente es la viva y la desdeñada por los desenterradores tradicionalistas, desdeñada hasta tal punto de ceguera que hay hombre de estado que se quema las cejas en averiguar lo que hicieron y dijeron en tiempos pasados los que vivían en el ruido, y pone cuantos medios se le alcanzan para que no llegue la historia viva del presente el rumor de los silenciosos que viven debajo de ella, la voz de hombres de carne y hueso, de hombres vivos.
Todo cuanto se repita que hay que buscar la tradición eterna en el presente, que es intra-histórica más bien que histórica, que la historia del pasado sólo sirve en cuanto nos lleva á la revelación del presente, todo será poco. Se manifiestan esos tradicionalistas de acuerdo con estas verdades, pero en su corazón las rechazan. Lo que les pasa es que el presente les aturde, les confunde y marea, porque no está muerto, ni en letras de molde, ni se deja agarrar como una osamenta, ni huele á polvo, ni lleva en la espalda certificados. Viven en el presente como somnámbulos, desconociéndolo é ignorándolo, calumnindolo y denigrándolo sin conocerlo, incapaces de descifrarlo con alma serena. Aturdidos por el torbellino de lo inorgánico, de lo que se revuelve sin órbita, no ven la armonía siempre in fieri de lo eterno, porque el presente no se somete al tablero de ajedrez de su cabeza. Le creen un caos; es que los árboles les impiden ver el bosque. Es en el fondo la más triste ceguera del alma, es una hiperestesia enfermiza que les priva de ver el hecho, un solo hecho, pero un hecho vivo, carne palpitante de la naturaleza. Abominan del presente con el espíritu senil de todos los laudatoris temponis acti; sólo sienten lo que les hiere, y como los viejos, culpan al mundo de sus achaques. Es que la dócil sombra del pasado la adaptan su mente, siendo incapaces de adaptar ésta al presente vivo; he aquí todo, hacerse medida de las cosas. Y así llegan, ciegos del presente, á desconocer el pasado en que hozan y se revuelven.
Se les conoce en que hablan con desdén del éxito, del divino éxito, único que á la larga tiene razón aquí donde creemos tenerla todos; del éxito que siendo más fuerte que la voluntad se le rinde cuando es ésta constante, cuando es la voluntad eterna, madre de la fe y de la esperanza, de la fe viva que no consiste en creer lo que no vimos, sino en crear lo que no vemos; maldicen al éxito, que para la siega de las ideas espera á su sazón, tan sordo á las invocaciones del impaciente como las execraciones del despechado. Se les conoce en que creen que al presente reina y gobierna la fuerza oprimiendo al derecho; se les conoce en su pesimismo.
Hay que ir la tradición eterna, madre del ideal, que no es otra cosa que ella misma reflejada en el futuro. Y la tradición eterna es tradición universal, cosmopolita. Es combatir contra ella, es querer destruir la humanidad en nosotros, es ir á la muerte, empollarnos en distinguimos de los demás, en evitar ó retardar nuestra absorción en el espíritu general europeo moderno. Es menester que pueda decirse que « verdaderamente se muere y verdaderamente está cuerdo Alonso Quijano el Bueno »; que esos « cuentos » viejos que desentierran de nuestro pasado de aventuras y que « han sido verdaderos en nuestro daño, los vuelva nuestra muerte con ayuda del cielo en provecho nuestro. »
Para hallar la humanidad en nosotros y llegar al pueblo nuevo conviene, sí, nos estudiemos, porque lo accidental, lo pasajero, lo temporal, lo castizo, de puro sublimarse y ese purifica destruyéndose. De puro español, y por su hermosa muerte sobre todo, pertenece Don Quijote al mundo. No hagamos nuestro héroe á un original á quien no le sirva ante la conciencia eterna de la humanidad toda la labor que en torno á su sombra hagan los entomólogos de la historia, ni la que hagan los que ponen sobre nuestras cualidades nuestros defectos, toda esa falange que cree de mal gusto, de ignorancia y mandado recoger el decir la verdad sobre esa sombra y de muy buen tono burlarse del himno de Riego.
Volviendo el alma con pureza á sí, llega á matar la ilusión, madre del pecado, á destruir el yo egoísta, á purificarse de sí misma, de su pasado, á anegarse en Dios. Esta doctrina mística tan llena de verdad viva en su simbolismo es aplicable á los pueblos como á los individuos. Volviendo á sí, haciendo examen de conciencia, estudiándose y buscando en su historia la raíz de los males que sufren, se purifican de si mismos, se anegan en la humanidad eterna. Por el examen de su conciencia histórica penetran en su intra-historia y se hallan de veras. Pero ¡ay de aquel que al hacer examen de conciencia se complace en sus pecados pasados y ve su originalidad en las pasiones que le han perdido, pone el pundonor mundano sobre todo!
El estudio de la propia historia que debía ser un implacable examen de conciencia, se toma por desgracia como fuente de apologías y apologías de vergüenzas, y de excusas, y de disculpaciones y componendas con la conciencia, como medio de defensa contra la penitencia regeneradora. Apena leer trabajos de historia en que se llama glorias á nuestras mayores vergüenzas, á las glorias de que purgamos; en que se hace jactancia de nuestros pecados pasados; en que se trata de disculpar nuestras atrocidades innegables con las de otros. Mientras no sea la historia una confesión de un examen de conciencia no servirá para despojarnos del pueblo viejo, y no habrá salvación para nosotros.
La humanidad es la casta eterna, sustancia de las castas históricas que se hacen y deshacen como las olas del mar; sólo lo humano es eternamente castizo. Mas para hallar lo humano eterno hay que romper lo castizo temporal y ver cómo se hacen y deshacen las castas, cómo se ha hecho la nuestra, y qué indicios nos da de su porvenir su presente. Entremos ahora en indicaciones que guien al lector en esta tarea, en sugestiones que le sirvan para ese efecto.




(1) Por serio, admiran á Hegel los que adoran Satanás al revés, los que en realidad creen en una especie de divinidad de que son dos formas Dios y el Demonio, los absolutistas que creen lo más lógico dentro del liberalismo, el anarquismo.