La ventana

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​La ventana​ de José Asunción Silva


Oh temps évanouis! O splendeur éclipsées,
Oh soleils descendus derrière l'horizon!

VICTOR HUGO


Al frente de un balcón, blanco y dorado, 
obra de nuestro siglo diez y nueve 
hay en la estrecha calle una muy vieja 
ventana colonial. Bendita rama 
adorna la gran reja, 
de barrotes de hierro colosales, 
que tiene en lo más alto un monograma 
hecho de incomprensibles iniciales. 

A la lumbre postrera 
del sol en occidente, ¿quién no espera, 
mirar allí, sombría, 
medio perdida en la rizada gola, 
la cabeza severa 
de algún oidor, o los oscuros ojos 
de una dama española 
de nacarada tez y labios rojos, 
que al venir de la hermosa Andalucía 
a la colonia nueva 
el germen de letal melancolía 
por el recuerdo de la patria lleva? 
¡Pero no, ni las sombras le han quedado 
de los que vio perderse en el pasado; 
loca turba infantil la invade ahora, 
uno ríe, otro llora; 
a la palma bendita 
la niña arranca retejida rama, 
y mientras uno al compañero llama 
con incansable afán el otro grita. 
No guarda su memoria 
de la ventana la vetusta historia 
y sólo en ella fija 
la atención el poeta, 
para quien tienen una voz secreta 
los líquenes grisosos 
que al nacer en la estatua alabastrina, 
del beso de los siglos son señales, 
y a quien narran poemas misteriosos 
las sombras de las viejas catedrales! 

Hoy hace más de un siglo, ha muchos años, 
ella escuchó la cántiga española 
que tristes desengaños, 
o desventuras amorosas narra 
de la alta noche en la quietud serena, 
acompañada en la gentil guitarra, 
por noble caballero 
a quien tornara con la estrofa grata 
el recuerdo de alegre serenata 
dada en la aristocrática Sevilla, 
cabe el Guadalquivir, do en claras noches 
la calada Giralda se retrata 
y la luz de la luna limpia brilla. 

La brisa, dulce y leve, 
como las vagas formas del deseo, 
llevó al pasar por los barrotes duros, 
aroma de azahares y de lirios, 
en las risueñas fiestas de himeneo, 
juramentos de amor, santos y puros, 
de mortuorios cirios 
el triste olor, las plácidas historias, 
conque la noble abuela 
al rubio nieto adormeció en la cuna 
y la oración que hacia los cielos vuela 
suave como los rayos de la luna. 

Inútil, allí, a solas, 
ella miró pasar generaciones, 
como pasan, con raudo movimiento, 
sobre la playa las marinas olas 
en la sombra los coros de visiones 
y las aristas leves en el viento; 
y ora mira la turba de los niños 
de risueñas mejillas sonrosadas, 
que al asomar tras de la fuerte reja 
sonriente semeja 
un ramo de camelias encarnadas! 

¡Ay! todo pasará, -niñez risueña, 
juventud sonriente, 
edad viril que en el futuro sueña, 
vejez llena de afán... 
... Tal vez mañana, 
cuando de aquellos niños queden sólo 
las ignotas y viejas sepulturas 
aún tenga el mismo sitio la ventana. 



Agosto 1º de 1883.