Mirando atrás desde 2000 a 1887 Capítulo 22

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Nos habíamos citado para encontrarnos con las señoras en el pabellón de comidas para cenar, tras lo cual, teniendo algún compromiso, nos dejaron allí sentados a la mesa, discutiendo nuestro vino y cigarros con una multitud de otros asuntos.

"Doctor," dije, en el transcurso de nuestra charla, "moralmente hablando, su sistema social es tal, que sería insensato no admirarlo en comparación con cualquiera que hubiese estado anteriormente en boga en el mundo, y especialmente con el de mi desafortunadísimo siglo. Si esta noche cayese en un sueño hipnótico, tan duradero como el otro, y mientras tanto el transcurso del tiempo fuese hacia atrás en vez de hacia delante y me despertase otra vez en el siglo diecinueve, cuando dijese a mis amigos lo que había visto, todos y cada uno admitirían que el mundo de ustedes es un paraíso de orden, equidad, y felicidad. Pero mis contemporáneos eran gente muy práctica, y tras expresar su admiración por la belleza moral y el esplendor material del sistema, al poco tiempo empezarían a hacer cálculos y preguntar cómo consiguieron ustedes el dinero para hacer a todos tan felices; porque ciertamente, mantener a toda la nación en un grado de comodidad, e incluso lujo, tal como el que veo a mi alrededor, debe implicar una riqueza inmensamente mayor que la que producía la nación en mi época. O sea, mientras podría explicarles con bastante aproximación todas las demás características del sistema de ustedes, fracasaría por completo en responder a esta pregunta, y fallando ahí, me dirían, porque eran personas que calculaban minuciosamente, que había estado soñando; y ya no creerían nada más. En mi época, sé que el producto total anual de la nación, aunque pudiera haber sido dividido con absoluta igualdad, no habría llegado a más de trescientos o cuatrocientos dólares per cápita, no mucho más que lo necesario para suplir las necesidades de la vida con poco o nada de sus comodidades. ¿Cómo es que tienen ustedes muchísimo más?"

"Es una pregunta muy pertinente, Sr. West," replicó el Dr. Leete, "y no debería culpar a sus amigos, en el caso que ha supuesto, si dijesen que su relato es todo sandeces, si usted fracasase en dar una respuesta satisfactoria. Es una pregunta que no puedo responder exhaustivamente en el tiempo que dura una de nuestras charlas, y en cuanto a las estadísticas exactas que corroboran mis afirmaciones generales, le daré referencias de libros de mi biblioteca, pero sería ciertamente una lástima dejar que sus antiguas amistades le lleven a confusión, en el caso de la contingencia de la que habla, por falta de unas pocas sugerencias.

"Empecemos con un número de pequeños detalles en donde economizamos riqueza en comparación con su época. No tenemos deuda nacional, estatal, provincial, o municipal, o pagos a su cuenta. No tenemos gastos militares o navales para hombres o material, ni ejército, armada o milicia. No tenemos fisco, ni una horda de asesores de impuestos y recaudadores. En lo que respecta a nuestros jueces, policías, alguaciles, y carceleros, la fuerza que Massachussets por sí solo mantenía en pie en su época, ahora es mucho más que suficiente para toda la nación. No tenemos clase criminal haciendo presa sobre la riqueza de la sociedad, como tenían ustedes. El número de personas que la fuerza de trabajadores perdía más o menos definitivamente a causa de su discapacidad física, los cojos, enfermos y debilitados, que constituían una carga sobre los capacitados de su época, ahora que todos viven bajo condiciones de salud y comodidad, se ha reducido a proporciones apenas perceptibles, y con cada generación su eliminación es más completa.

"Otro detalle en donde ahorramos es en el desuso del dinero y las miles de ocupaciones conectadas con operaciones financieras de toda clase, por medio de las cuales un ejército de personas era antaño apartado de las ocupaciones útiles. Tenga en cuenta también que el despilfarro de los muy ricos de su época en lujo personal desmesurado ha cesado, aunque, de hecho, este detalle pudiera ser sobreestimado. Una vez más, tenga en cuenta que ahora no hay ociosos, ricos o pobres-- no hay zánganos.

"Una causa muy importante de la pobreza de antaño era el inmenso despilfarro de trabajo y material que resultaba del lavado y cocinado doméstico, y la realización por separado de otras innumerables tareas a las cuales nosotros aplicamos el plan cooperativo.

"Un mayor ahorro que cualquiera de estos--sí, que todos juntos-- se efectúa mediante la organización de nuestro sistema distributivo, mediante el cual el trabajo que antaño hacían los mercaderes, comerciantes, almacenistas, con sus diversos grados de intermediarios, mayoristas, detallistas, agentes, viajantes, y comisionistas de todas clases, con un excesivo gasto de energía en innecesarios trasportes e interminables manipulaciones, ahora es llevado a cabo por una décima parte del número de manos y por ni un giro innecesario de ninguna rueda. Ya conoce algo de cómo es nuestro sistema de distribución. Nuestros estadísticos calculan que basta una octogésima parte de trabajadores para llevar a cabo todos los procesos de distribución que en la época de usted requerían una octava parte de la población, que era apartada de la fuerza implicada en labores productivas."

"Empiezo a ver," dije, "de dónde sacan su gran riqueza."

"Le ruego me perdone," replicó el Dr. Leete, "pero apenas lo ve todavía. Lo que he mencionado hasta ahora como economizado, en total, considerando el trabajo que se ahorraría directa e indirectamente mediante el ahorro de material, pudiera posiblemente ser equivalente a una vez y media la suma de la producción anual de riqueza de su época. Estos detalles, sin embargo, apenas merece la pena mencionarlos en comparación con otros prodigiosos despilfarros, ahora economizados, que resultaban inevitablemente de dejar las industrias de la nación a la empresa privada. No importa cuán grande pudiese haber sido el ahorro ideado por sus contemporáneos en el consumo de productos, y no importa cuán maravilloso fuese el progreso de la invención mecánica, nunca podrían haber salido del atolladero de la pobreza en tanto se mantuviesen en aquel sistema.

"No podría haberse ideado un modo más derrochador de utilizar la energía, y en pro de la buena reputación del intelecto humano debería ser recordado que el sistema nunca fue ideado, sino que era meramente una supervivencia de las eras primitivas cuando la falta de organización social hacía imposible cualquier tipo de cooperación."

"Admitiré de buena gana," dije, "que nuestro sistema industrial era éticamente muy malo, pero como una mera máquina de producir riqueza, aparte de aspectos morales, nos parecía admirable."

"Como he dicho," respondió el doctor, "el asunto es demasiado largo para discutirlo ahora en profundidad, pero si está realmente interesado en conocer las principales críticas que nosotros los modernos hacemos de su sistema industrial al compararlo con el nuestro, puedo mencionar brevemente alguna de ellas.

"Los despilfarros que resultaban de dejar la conducción de la industria a individuos irresponsables, completamente sin mutuo entendimiento o concierto, eran principalmente cuatro: primero, el despilfarro por emprender tareas equivocadas; segundo, el despilfarro por la competencia y la mutua hostilidad de aquellos que realizaban actividades industriales; tercero, el despilfarro por saturaciones y crisis periódicas, con las consiguientes interrupciones de la industria; cuarto, el despilfarro debido al capital y fuerza laboral ociosos, en todo momento. Cualquiera de estas cuatro fugas, aunque las otras cesasen, bastaría para marcar la diferencia entre la riqueza y la pobreza de una nación.

"Tomemos el despilfarro por emprender tareas equivocadas, para comenzar. En su época, como la producción y distribución de artículos se hacía sin concierto ni organización, no había medio de saber qué demanda había para cualquier tipo de producto, o cuál era la velocidad de suministro. Por tanto, cualquier iniciativa de capitalistas privados era siempre un dudoso experimento. El promotor, no teniendo una visión general del campo de la industria y el consumo, tal como tiene nuestro gobierno, no podía nunca estar seguro ni de lo que la gente quería, ni de qué medidas estaban siendo tomadas por otros capitalistas para dar suministro a dicha gente. En vista de esto, no nos sorprende saber que se consideraba que las oportunidades eran de varias a una en favor del fracaso de cualquier negocio dado que se emprendiera, y que para las personas que al final tenían éxito en dar en el clavo era común haber fracasado repetidamente. Si un zapatero, para cada par de zapatos que completase con éxito, echase a perder el cuero de cuatro o cinco pares, además de perder el tiempo empleado en ellos, tendría la misma probabilidad de hacerse rico como los contemporáneos de usted las tenían con su sistema de empresas privadas, y su promedio de cuatro o cinco fracasos por cada éxito.

"El siguiente de los grandes despilfarros era el de la competencia. El campo de la industria era un campo de batalla tan amplio como el mundo, en el cual los trabajadores, arremetiendo unos contra otros, despilfarraban energías que, si se hubiesen gastado en esfuerzo concertado, como hoy, habrían enriquecido a todos. En cuanto a la clemencia o el cuartel en esta guerra, no había absolutamente ni atisbo de ellos. Entrar deliberadamente en un campo de negocio y destruir las empresas de los que lo habían ocupado anteriormente, para plantar la propia empresa sobre sus ruinas, era una hazaña que nunca dejaba de atraer la admiración popular. No es ningún ejercicio de la imaginación comparar esta clase de lucha con una guerra de verdad, en tanto en cuanto atañe a la agonía mental y al sufrimiento físico que concurrían en la lucha, y a la miseria que abrumaba a los derrotados y a los que dependían de ellos. Ahora no hay nada relacionado con su época que sea, a primera vista, más asombroso para un ser humano de los tiempos modernos que el hecho de que los seres humanos involucrados en la misma industria, en vez de confraternizar como camaradas y colaboradores para un fin común, se contemplasen unos a otros como rivales y enemigos a extrangular y abatir. Esto ciertamente parece una pura locura, una escena de manicomio. Pero contemplado más de cerca, se ve que no es tal cosa. Sus contemporáneos, con sus mutuos cortes de cuello, sabían muy bien lo que hacían. Los productores del siglo diecinueve no estaban, como nosotros, trabajando juntos por el mantenimiento de la comunidad, sino cada uno únicamente para su propio mantenimiento a expensas de la comunidad. Si, trabajando para este fin, incrementaban al mismo tiempo la riqueza conjunta, era meramente casual. Sencillamente resultaba así de factible y de común incrementar lo que uno acumulaba mediante prácticas dañinas para el bienestar general. Los peores enemigos de uno eran necesariamente los de su propio negocio, porque, bajo el plan que tenían ustedes de hacer del beneficio privado el motivo de la producción, lo que cada productor particular deseaba era la escasez del artículo que producía. Su interés era que no se produjese más de su producto que lo que él podía producir. Asegurar esta consumación hasta el punto que las circunstancias lo permitiesen, exterminando y desalentando a aquellos que estaban involucrados en su línea industrial, era su constante esfuerzo. Cuando había exterminado a todos los que podía, su política era aliarse con los que no había podido exterminar, y convertir su guerra mutua en una guerra contra el público en general, acaparando el mercado, como creo que solían llamarlo ustedes, y subiendo los precios al más alto nivel que la gente pudiese soportar antes de irse sin los productos. El ensueño del productor del siglo diecinueve era conseguir el absoluto control del suministro de algún producto necesario para la vida, para poder mantener al público al borde de la hambruna, y controlar siempre la carestía de los precios de lo que suministraba. Esto, Sr. West, es lo que se llamaba en el siglo diecinueve un sistema de producción. A usted le dejo el considerar si esto no parece mucho más, en alguno de sus aspectos, un sistema para evitar la producción. Alguna vez cuando tengamos tiempo libre de sobra, voy a pedirle que se siente conmigo y trate de hacerme comprender, ya que hasta ahora no he podido, aunque he estudiado mucho el asunto, cómo unos individuos tan sagaces como sus contemporáneos parecen haber sido en muchos aspectos, pudieron jamás confiar la responsabilidad del negocio de abastecer a la comunidad, a una clase cuyo interés era matarlos de hambre. Le aseguro que nuestro asombro no es que el mundo no se enriqueciese bajo tal sistema, sino que no pereciese lisa y llanamente de pobreza extrema. Este asombro se incrementa a medida que seguimos considerando alguno de los otros prodigiosos despilfarros que lo caracterizaban.

"Aparte del despilfarro de trabajo y capital por una industria descarriada, y la constante sangría de su guerra industrial, su sistema era susceptible de periódicas convulsiones, que agobiaban por igual a los sensatos y a los insensatos, a los exitosos cortadores de cuellos y a sus víctimas. Me refiero a las crisis de negocios que ocurrían a intervalos de entre cinco y diez años, que destrozaban las industrias de la nación, abatiendo todas las empresas débiles y lisiando las más fuertes, y que eran seguidas de largos períodos, a menudo de muchos años, llamados tiempos de poca animación, durante los cuales los capitalistas reagrupaban su disipada fuerza mientras las clases trabajadoras se morían de hambre y se revolvían. Después seguía otra breve temporada de prosperidad, seguida a su vez por otra crisis y los consiguientes años de extenuación. Según se desarrollaba el comercio, haciendo a las naciones mutuamente dependientes, estas crisis llegaban a ser mundiales, mientras el pertinaz consiguiente estado de colapso se incrementaba con el área afectada por las convulsiones, y la consiguiente falta de centros de recuperación. En proporción a la multiplicación de industrias en el mundo y a medida que se hacían más complejas, y se incrementaba el volumen del capital involucrado, estos cataclismos en los negocios se hacían más frecuentes, hasta que, en la última parte del siglo diecinueve, hubo dos años de malos tiempos por cada uno de buenos, y el sistema de la industria, nunca antes tan extendido o tan imponente, parecía en peligro de colapsarse por su propio peso. Tras interminables discusiones, sus economistas parecían por aquel entonces haberse instalado en la desesperada conclusión de que no había más posibilidad de prevenir o controlar estas crisis que si hubiesen sido sequías o huracanes. Sólo quedaba resistirlas como males necesarios, y cuando hubiesen pasado, reconstruir la estructura hecha pedazos de la industria, como los habitantes de un país de terremotos continúan reconstruyendo sus ciudades en el mismo sitio.

"En cuanto a considerar que las causas del problema eran inherentes a su sistema industrial, sus contemporáneos estaban en lo cierto sin lugar a dudas. Las causas estaban en su misma base, y debían necesariamente hacerse más y más maléficas según la estructura de los negocios crecía en tamaño y complejidad. Una de estas causas era la falta de cualquier control en común de las diferentes industrias, y la consiguiente imposibilidad de su desarrollo ordenado y coordinado. De esta falta, resultaba inevitablemente el que estuviesen continuamente desacompasandose unas respecto a otras y respecto a la relación con la demanda.

"De esta última no había un criterio tal como el que nos da la distribución organizada, y la primera noticia de que se había excedido en cualquier grupo de industrias era el desplome de los precios, la bancarrota de los productores, la paralización de la producción, la reducción de los salarios, o el despido de trabajadores. Este proceso ocurría constantemente en muchas industrias, incluso en los que se llamaban buenos tiempos, pero la crisis tenía lugar únicamente cuando las industrias afectadas eran extensivas. Los mercados entonces se saturaban de artículos de los que nadie quería más que lo suficiente a cualquier precio. Los salarios y ganancias de quienes hacían la clase de artículos que saturaban el mercado se reducían o cesaban por completo, el poder de compra que ellos tenían como consumidores de otras clases de productos, de los cuales no había saturación natural, les era arrebatado, y, como consecuencia, los bienes de los que no había saturación natural saturaban artificialmente el mercado, hasta que sus precios también se venían abajo y sus fabricantes eran puestos fuera de operación y privados de ingresos. En ese momento, la crisis estaba claramente en curso, y nada podía detenerla hasta que el rescate de una nación hubiese sido despilfarrado.

"Una causa, también inherente a su sistema, que a menudo producía crisis, y siempre terriblemente agravadas, era la maquinaria del dinero y el crédito. El dinero era esencial cuando la producción estaba en manos privadas, y comprar y vender era necesario para asegurarse lo que uno quería. Estaba, sin embargo, abierto a obvias objeciones por sustituir la comida, el vestido, y otras cosas por un mero representante convencional de ellas. La confusión mental que esto favorecía, entre los artículos y su representante, allanó el camino al sistema de crédito y sus prodigiosas ilusiones. Una vez acostumbrados a aceptar dinero en vez de artículos, a continuación la gente aceptó promesas en vez de dinero, y dejó totalmente de mirar la cosa representada que había tras el representante. El dinero era un símbolo de los auténticos artículos, pero el crédito era tan solo el símbolo de un símbolo. Había un límite natural para el oro y la plata, ese límite era el dinero propiamente dicho, pero no había ningún límite para el crédito, y el resultado era que el volumen de crédito, esto es, las promesas de dinero, dejaban de ser soporte de cualquier cantidad comprobable de dinero, menos aún de artículos, que existieran realmente. Bajo tal sistema, las crisis frecuentes y periódicas ocurrían necesariamente por una ley tan absoluta como la que tira por tierra una estructura que se sale de su centro de gravedad. Una de las ficciones de su época era que sólo el gobierno y los bancos autorizados por él emitían dinero; pero todo el que diese un dólar de crédito emitía dinero en esa extensión, dinero que era tan bueno como cualquier otro para aumentar la circulación hasta la siguiente crisis. La gran extensión del sistema de crédito era una característica de la última parte del siglo diecinueve, y explica ampliamente las casi incesantes crisis que marcaron ese período. Tan peligroso como era el crédito, no podía acabarse con su uso, porque, a falta de cualquier organización, nacional o de otro tipo, del capital del país, era el único medio que tenían para concentrarlo y dirigirlo sobre las empresas industriales. Era de este modo un potentísimo medio de agigantar el principal peligro del sistema de la empresa privada industrial, haciendo capaces a ciertas industrias de absorber desproporcionadas cuantías del capital disponible del país, y de este modo preparar el desastre. Las empresas de negocios estaban siempre inmensamente en deuda por los adelantos de crédito, tanto entre ellas como con los bancos y capitalistas, y la pronta retirada de este crédito a la primera señal de una crisis era generalmente la causa que la precipitaba.

"El infortunio de sus contemporáneos era que tenían que cimentar la estructura de sus negocios con un material que un accidente podría en cualquier momento convertir en un explosivo. Se veían en el mismo aprieto que un hombre que construyese una casa usando dinamita como argamasa, porque el crédito no puede compararse con nada más.

"Si usted quisiese ver cuán innecesarias eran estas convulsiones de los negocios de las cuales le he estado hablando, y cuán íntegramente resultaban de dejar la industria a la gestión privada y desorganizada, tan sólo considere el funcionamiento de nuestro sistema. La sobreproducción en líneas especiales, que era el duende maligno de su época, es imposible ahora, porque debido a la conexión que hay entre distribución y producción, el suministro es engranado a la demanda como un motor al controlador que regula su velocidad. Incluso suponga que por un error de estimación haya una excesiva producción de algún artículo. La consecuente reducción o cesación de la producción en tal línea no arroja a nadie a quedarse sin empleo. A los trabajadores suspendidos se les encuentra ocupación de inmediato en algún otro departamento de los inmensos talleres y solamente pierden el tiempo empleado en el cambio, mientras, en cuanto al exceso, el negocio de la nación es suficientemente amplio como para cargar cualquier cuantía de producto manufacturado en exceso sobre la demanda hasta que esta última la alcanza. En un caso tal de sobreproducción, como el que he supuesto, no tenemos, como ustedes, ninguna maquinaria compleja que pueda averiarse y magnificar mil veces el error original. Desde luego, no teniendo dinero, menos tenemos crédito. Todas las estimaciones tratan directamente con las cosas reales, harina, hierro, madera, lana, y trabajo, de las cuales el dinero y el crédito eran para ustedes los auténticos desorientadores representantes. En nuestro cálculo del coste no puede haber errores. Del producto anual se toma lo necesario para el sustento de la gente, y se determina el trabajo requerido para producir el consumo del año siguiente. El resto del material y trabajo representa lo que puede gastarse con seguridad en mejoras. Si las cosechas son malas, el excedente para ese año es menor que lo habitual, eso es todo. Excepto por leves efectos ocasionales de causas naturales, no hay fluctuaciones de negocio; la prosperidad material de la nación fluye ininterrumpidamente de generación en generación, como un río que siempre se hace más ancho y más profundo.

"Sus crisis de negocios, Sr. West," continuó el doctor, "como cualquiera de los despilfarros que he mencionado antes, bastaban por sí solas para que nadie hubiese levantado nunca la vista de su trabajo; pero tengo que hablar todavía de otra gran causa de su pobreza, y dicha causa era la ociosidad de una gran parte de su capital y trabajo. En nuestra época, la administración se ocupa de mantener en constante empleo cada gramo de capital y trabajo disponible en el país. En su época no había control general ni de capital ni de trabajo, y una gran parte de ambos no conseguía encontrar empleo. 'El capital', solían ustedes decir, 'es tímido por naturaleza', y hubiera sido ciertamente imprudente si no hubiese sido tímido en una época donde había una amplia preponderancia de posibilidades de que cualquier riesgo empresarial particular terminase en fracaso. No había ocasión en la cual, si la seguridad pudiese haberlo garantizado, la cuantía de capital dedicado a industria productiva no pudiese haber sido incrementada en gran medida. La proporción de él así empleado sufría constantes y extraordinarias fluctuaciones, conforme al mayor o menor sentimiento de incertidumbre en cuanto a la estabilidad de la situación industrial, así que la producción de las industrias nacionales variaba en gran medida en años diferentes. Pero por la misma razón que la cuantía de capital empleado en momentos de especial inseguridad era mucho menos que en momentos de alguna mayor seguridad, nunca se empleaba en absoluto una proporción muy grande de dinero, porque el peligro de los negocios era siempre muy grande en el mejor de los momentos.

"También debería señalarse que la magnífica cuantía de capital que siempre estaba buscando emplearse allí donde una tolerable seguridad pudiese estar garantizada, amargaba terriblemente la competencia entre capitalistas cuando una vacante prometedora se les presentaba. La ociosidad del capital, resultante de su timidez, desde luego significaba la ociosidad del trabajo en correspondiente grado. Además, cada cambio en los ajustes del negocio, cada mínima alteración de las condiciones del comercio o las fábricas, por no hablar de los innumerables fracasos de negocios que tenían lugar anualmente, incluso en el mejor de los momentos, estaban constantemente lanzando a una multitud de personas fuera de su empleo por períodos de semanas o meses, o incluso años. Un gran número de estos buscadores de empleo estaba continuamente cruzando el país, convirtiéndose con el tiempo en vagabundos profesionales, y luego en criminales. '¡Dadnos trabajo!' era el grito de un ejército de desempleados en casi todas las temporadas, y en temporadas de poca animación en los negocios, este ejército crecía hasta hacerse una multitud tan grande como para amenazar la estabilidad del gobierno. ¿Podría concebirse que hubiera una demostración más concluyente de la imbecilidad del sistema de empresa privada como método para enriquecer a una nación que el hecho de que, en una época de semejante pobreza general y necesidad de todo, los capitalistas tenían que estrangularse unos a otros para encontrar una oportunidad segura para invertir su capital y los trabajadores se revolvían y se consumían porque no podían encontrar trabajo?

"Ahora bien, Sr. West," continuó el Dr. Leete, "quiero que recuerde que estos puntos de los que le he estado hablando indican sólo en sentido negativo las ventajas de la organización nacional de la industria, al mostrar ciertos defectos fatales y prodigiosas imbecilidades de los sistemas de empresa privada, que no se encuentran en dicha organización nacional. Estos puntos por sí solos, debe admitir, explicarían bastante bien por qué la nación es muchísimo más rica que en su época. Pero de la parte mayor de nuestra ventaja sobre ustedes, de la parte positiva, apenas le he hablado. Suponga que el sistema de la empresa privada en la industria estuviese libre de las grandes fugas que he mencionado; que no hubiese despilfarro a cuenta de esfuerzos mal encaminados surgiendo de errores en cuanto a la demanda, e incapacidad para tener una visión general del campo industrial. Suponga, también, que no hubiese despilfarro por pánico y crisis en los negocios a través de bancarrotas y prolongadas interrupciones de la industria, y tampoco ningún despilfarro proveniente de la ociosidad del capital y el trabajo. Suponiendo que estos males, que son esenciales a la conducta industrial cuando el capital está en manos privadas, pudiesen todos evitarse milagrosamente, y aun así se mantuviese el sistema, incluso entonces la superioridad de los resultados alcanzados por el moderno sistema industrial de control nacional seguiría siendo apabullante.

"Tenían ustedes algunos establecimientos de manufacturas textiles bastante grandes, incluso en su época, aunque no eran comparables con los nuestros. Sin duda habrá visitado en su época estas grandes fábricas, que cubrían hectáreas de terreno, empleando a miles de trabajadores, y combinando bajo un mismo techo, bajo un mismo control, los cientos de procesos diferentes entre, digamos, la bala de algodón y la bala de relucientes percales. Habrá admirado usted el enorme ahorro de trabajo y de fuerza mecánica resultante del perfecto trabajo en común con el resto de engranajes y trabajadores. Sin duda habrá reflexionado sobre cuánto menos lograría la misma fuerza de trabajadores empleados en esa fábrica si estuviesen desperdigados, cada uno trabajando independientemente. ¿Creería usted que es exagerado decir que el producto superior de esos trabajadores, trabajando separados de este modo, no importa cuán amigables pudiesen ser sus relaciones, se incrementó no meramente en un porcentaje, sino muchas veces, cuando sus esfuerzos fueron organizados bajo un mismo control? Bueno, entonces, Sr. West, la organización de la industria de la nación bajo un control único, para que todos sus procesos se entrelacen, ha multiplicado el producto total por encima de lo máximo que se podía hacer bajo el antiguo sistema, incluso sin contar los cuatro grandes despilfarros mencionados, en la misma proporción que el producto de aquellos trabajadores de las fábricas se incrementó mediante la cooperación. La efectividad de la fuerza de trabajo de una nación, bajo el liderazgo del capital privado con varios miles de cabezas, incluso si los líderes no fuesen mutuamente enemigos, en comparación con lo que se alcanza bajo una única cabeza, puede asemejarse a la eficiencia militar de una muchedumbre, o una horda de bárbaros con mil jefes mezquinos, comparada con la de un ejército disciplinado bajo un único general--tal máquina de luchar, por ejemplo, como el ejército alemán en tiempos de Von Moltke."

"Después de lo que me ha dicho," dije, "no me asombro tanto de que la nación sea más rica ahora que entonces, sino de que no son todos ustedes unos Cresos."

"Bueno," replicó el Dr. Leete, "estamos bastante acomodados. El régimen al cual vivimos es tan lujoso como podríamos desear. La rivalidad de ostentación, que en su día condujo a una extravagancia de ningún modo conducente a la comodidad, no encuentra lugar, desde luego, en una sociedad de gente absolutamente igual en recursos, y nuestra ambición se detiene en los aledaños que satisfacen el disfrute de la vida. Podríamos, de hecho, tener mucho mayores ingresos, individualmente, si optásemos por usar el excedente de nuestro producto, pero preferimos gastarlo en trabajos públicos y placeres que todos compartimos, en pabellones y edificios, galerías de arte, puentes, estatuas, medios de transporte, y las conveniencias para nuestras ciudades, grandes exhibiciones musicales y teatrales, y en proveer recreación para la gente a una vasta escala. Todavía no ha comenzado a ver cómo vivimos, Sr. West. En casa tenemos comodidad, pero el esplendor de nuestra vida es, en su lado social, lo que compartimos con nuestros semejantes. Cuando usted conozca más de ello verá adónde va a parar el dinero, como solían ustedes decir, y creo que estará de acuerdo conmigo en que hacemos bien en gastarlo así."

"Supongo," observó el Dr. Leete, mientras paseábamos de regreso a casa desde el pabellón de comidas, "que ninguna reflexión habría sido tan agudamente incisiva para las personas de su siglo adorador de la riqueza, que la sugerencia de que no sabían como ganar dinero. Sin embargo ese es precisamente el veredicto que la historia ha emitido sobre ellos. Su sistema de industrias desorganizadas y antagonistas era tan absurdo economicamente como moralmente abominable. El egoísmo era su única ciencia, y en producción industrial el egoísmo es un suicidio. La competencia, que es el instinto del egoísmo, es otra palabra para la disipación de energía, mientras que la combinación es el secreto de la producción eficiente; y hasta que la idea de incrementar el acervo individual no cede su lugar a la idea de incrementar las existencias comunes, no puede realizarse la combinación industrial, y comenzar realmente la adquisición de riqueza. Incluso si el principio de compartir y compartir por igual entre toda la humanidad no fuese la única base racional y humanitaria para una sociedad, deberíamos todavía forzarla como económicamente conveniente, viendo que hasta que no se suprima la influencia desintegradora del egoísmo, no es posible un auténtico concierto en la industria."