Página:Revista de España (Tomo VI).djvu/577

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inconvenientes someter la vida y actos de tantos hombres decorosos y de calidad, al juicio de algunos particulares que no tenian, como él, un corazón de padre, y que podian estar prevenidos ó apasionados. Agradecióle el Arzobispo tan buen consejo, tanto más cuanto que su propia conciencia no estaba tranquila por haber ido, no una vez sola, á Toledo con la resolución de hacer la visita sin haber cumplido su propósito; pidió permiso á la Reina para ir á la Diócesis, y aunque con gran sentimiento, porque en su estado enfermizo y valetudinario necesitaba de su concurso y consejos de continuo, concedióselo la magnánima Soberana, diciéndole con suma benevolencia al despedirle: Partid, Sr. Arzobispo, pues que tenéis tanta pena de estar fuera de vuestra Diócesis, que nosotros iremos bien pronto, el Rey y yo, con toda la Corte á residir en Toledo.

¡Ay! Aquella habia de ser la última entrevista entre la gran Reina y el gran Ministro. La muerte habia de arrancar bien pronto á la reconstruida y engrandecida patria aquella ilustre y magnánima Soberana, la figura más varonil y más bella de toda nuestra historia en la prolongación de los siglos.


XXVIII.

Los espíritus vulgares confunden la obstinación, las ásperas genialidades, los procedimientos bruscos y violentos con el carácter, que no es otra que la conciencia no oyendo más que el deber. Un hombre obstinado sostiene el error ó sostiene la injusticia, aun cuando uno ú otra se le demuestren con vencedora elocuencia, porque se cree humillado si obra en contrario de lo que antes pensó, cuando el hombre de verdadero carácter, es decir, el hombre de conciencia, si es capaz de ser mártir ó de cubrirse de horror por obedecer sus mandatos, no descansa hasta reparar la injusticia ó desvanecer el error de que se considera responsable. Cisneros, el mismo hombre que en Granada ni temia al rugiente motin que demandaba su cabeza, ni á la odiosidad que atraen las violencias y las persecuciones de que allí fuera autor, porque entonces creia cumplir con un deber de su conciencia, cuando fué á Toledo para conocer y juzgar los disturbios de su cabildo, no iba armado de aquella severidad que tan temible le hacia en toda España, porque