Página:Revista de España (Tomo VI).djvu/579

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página ha sido corregida

entraban en ellos novicias de familias nobles, pero sin fortuna, que profesaban obligadas por sus familias, y que salian para el mundo otras con verdadera vocación de religiosas, pero tan pobres que no tenian con qué pagar el dote escaso que se las exigia. De modo que quedaban las que debian salir y salian las que debian quedar, lo cual influia no poco en la relajación de aquellas santas casas, pues las forzadas continencias, no sólo dejan de ser virtud, sino que con frecuencia son, y en aquellos tiempos lo eran de hecho, sobre vicio latente, escándalo de la naturaleza y origen de monstruosidades á que el pudor no ha puesto nombre, pero que á veces castigan los Códigos. Quiso remediar este doble mal Cisneros, y lo consiguió fundando dos magníficos monasterios, á los cuales favoreció liberalmente con grandes bienes para dotar, lo mismo á las doncellas nobles que no gustaban del convento y preferían el siglo, que á las pobres que tenian vocación religiosa y consagraban su virginidad al Señor, establecimientos que se han conservado durante siglos, á los cuales favorecieron los Soberanos que vinieron después. El consagrado á las hijas de familias nobles sirvió de modelo, según dice Marsolier, á Madama Maintenon para fundar con igual objeto la célebre Abadía de Saint-Cyr bajo la protección de Luis XIV.

Consagrado á estas tareas se hallaba Cisneros cuando recibió la noticia de la muerte de la Reina Isabel, ocurrida en Medina del Campo, el 26 de Noviembre de 1504, muerte siempre temida, pero que nunca creyó el Arzobispo tan Inmediata que no le permitiera cumplir como Confesor en el lecho de agonía sus últimos deberes, consuelo amargo y dulcísimo á un mismo tiempo, que las almas bien nacidas quieren á la vez prestar y recibir en tan supremos instante de las personas amadas ó de sus grandes bienhechores.


XXIX.

Lloró Cisneros la muerte de la ilustre Reina, como la lloró el Gran Capitán, como la lloró Colon, como la lloraron todos los buenos españoles. Aquella gran Reina, la más grande que ha conocido España y que todavía espera su parecido en la sucesión de los tiempos, reunía en si, como genio extraordinario, las virtudes del uno y del otro sexo, ninguna de sus debilidades. Su valor,