Página:Revista de España (Tomo VI).djvu/580

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acreditado en tantas ocasiones, singularmente en el motín de Segovia, en la guerra de Granada, en las invasiones de la peste, en que lejos de huir á sitios seguros y retirados del peligro, parecía como que lo desafiaba, podia ser envidiado hasta de los hombres, y por eso fueron héroes todos sus cortesanos, que aparecen en otros reinados cual hembras pusilánimes y nerviosas. Su ilustración era superior á su siglo, sabia el latin, conocía la historia y, sin querer, avergonzaba con sus luces á su propio marido. En cambio, como dice el sabio Clemencin, si tomó del otro sexo la fortaleza, retuvo del suyo la modestia y el pudor. Respiraba la atmósfera impura de su licencioso hermano, y la conducta de Isabel era una perpetua, silenciosa, involuntaria acusación de la de Enrique. Era todo recato, decoro y virtud al lado de la Infanta, y al lado de los Reyes todo corrupción, vicio y liviandad. No era ciertamente cálculo de la ambición aquella severisima conducta, que no dio lugar á la más leve murmuración en una Corte tan libre de lengua como estragada en costumbres, pues después que llegó á Reina, hasta el momento de su muerte, siempre fué su persona vaso de pudor y espejo de virtud. Era tan buena hija que cuidaba con sus propias manos á su madre en los achaques de una enfermedad triste y prolongada; tan amante esposa que nunca consintió —¡santa puerilidad del cariño!— que el Rey llevara camisa por otras manos hecha; tan cariñosa madre, que acaso aceleró el fin de sus dias aquella honda tristeza que no le abandonaba desde la muerte de la Reina de Portugal y de su nieto el Infante D. Miguel, viniendo á coincidir casi con los primeros anuncios de la locura de Doña Juana; amiga tan firme como lo pregonan Mendoza, Cárdenas, Talavera, Cisneros, Gonzalo de Córdoba, Colon, los Marqueses de Moya y tantos otros, de los cuales, los que se le adelantaron en la muerte, recibieron en la agonía sus consuelos, y los que la sobrevivieron hallaron injustos desvíos ó ingratas persecuciones en el Rey D. Fernando; tan apasionada por las libertades patrias, que, próxima á dejar este valle de lágrimas, decía en su testamento á los Príncipes herederos que «no fagan fuera de los dichos mis Reinos é Señoríos Leyes é Premáticas que en Cortes se deben hacer, según las Leyes dellos»; tan escrupulosamente legal, que en momento tan solemne mandaba hacer una revisión de las alcabalas que habían servido para aumentar el Real Tesoro. Grande en el concebir, animosa en el emprender, constante en el ejecutar,