Proverbios y cantares (Campos de Castilla)
Apariencia
I Nunca perseguí la gloria ni dejar en la memoria de los hombres mi canción; yo amo los mundos sutiles, ingrávidos y gentiles como pompas de jabón. Me gusta verlos pintarse de sol y grana, volar bajo el cielo azul, temblar súbitamente y quebrarse. II ¿Para qué llamar caminos a los surcos del azar?... Todo el que camina anda, como Jesús, sobre el mar. III A quien nos justifica nuestra desconfianza llamamos enemigo, ladrón de una esperanza. jamás perdona el necio si ve la nuez vacía que dio a cascar al diente de la sabiduría. IV Nuestras horas son minutos cuando esperamos saber, y siglos cuando sabemos lo que se puede aprender. V Ni vale nada el fruto cogido sin sazón... Ni aunque te elogie un bruto ha de tener razón. VI De lo que llaman los hombres virtud, justicia y bondad, una mitad es envidia, y la otra no es caridad. VII Yo he visto garras fieras en las pulidas manos; conozco grajos mélicos y líricos marranos... El más truhán se lleva la mano al corazón, y el bruto más espeso se carga de razón. VIII En preguntar lo que sabes el tiempo no has de perder... Y a preguntas sin respuesta, ¿quién te podrá responder? IX El hombre, a quien el hambre de la rapiña acucia, de ingénita malicia y natural astucia, formó la inteligencia y acaparó la tierra. ¡Y aun la verdad proclama! ¡Supremo ardid de guerra! X La envidia de la virtud hizo a Caín criminal. ¡Gloria a Caín! Hoy el vicio es lo que se envidia más. XI La mano del piadoso nos quita siempre honor; mas nunca ofende al darnos su mano el lidiador. Virtud es fortaleza, ser bueno es ser valiente; escudo, espada y maza llevar bajo la frente; porque el valor honrado de todas armas viste: no sólo para, hiere, y más que aguarda, embiste. Que la piqueta arruine, y el látigo flagele; la fragua ablande el hierro, la lima pula y gaste, y que el buril burile, y que el cincel cincele, la espada punce y hienda y el gran martillo aplaste. XII ¡Ojos que a la luz se abrieron un día para, después, ciegos tornar a la tierra, hartos de mirar sin ver! XIII Es el mejor de los buenos quien sabe que en esta vida todo es cuestión de medida: un poco más, algo menos... XIV Virtud es la alegría que alivia el corazón más grave y desarruga el ceño de Catón. El bueno es el que guarda, cual venta del camino, para el sediento, el agua; para el borracho, el vino. XV Cantad conmigo en coro: Saber, nada sabemos, de arcano mar vinimos, a ignota mar iremos... Y entre los dos misterios está el enigma grave; tres arcas cierra una desconocida llave. La luz nada ilumina y el sabio nada enseña. ¿Qué dice la palabra? ¿Qué el agua de la peña? XVI El hombre es por natura la bestia paradójica, un animal absurdo que necesita lógica. Creó de nada un mundo y, su obra terminada, «Ya estoy en el secreto—se dijo—: todo es nada.» XVII El hombre sólo es rico en hipocresía. En sus diez mil disfraces para engañar confía; y con la doble llave que guarda su mansión para la ajena hace ganzúa de ladrón. XVIII ¡Ah, cuando yo era niño soñaba con los héroes de la Iliada! Ayax era más fuerte que Diomedes; Héctor, más fuerte que Ayax, y Aquiles, el más fuerte; porque era el más fuerte... ¡Inocencias de la infancia! ¡Ah, cuando yo era niño soñaba con los héroes de la Iliada! XIX El casca-nueces-vacías, Colón de cien vanidades, vive de supercherías que vende como verdades. XX ¡Teresa, alma de fuego; Juan de la Cruz, espíritu de llama; por aquí hay mucho frío, padres; nuestros corazoncitos de Jesús se apagan! XXI Ayer soñé que veía a Dios y que a Dios hablaba; y soñé que Dios me oía... Después soñé que soñaba. XXII Cosas de hombres y mujeres: los amoríos de ayer casi los tengo olvidados, si fueron alguna vez. XXIII No extrañéis, dulces amigos, que esté mi frente arrugada. Yo vivo en paz con los hombres y en guerra con mis entrañas. XXIV De diez cabezas, nueve embisten y una piensa. Nunca extrañéis que un bruto se descuerne luchando por la idea. XXV Las abejas, de las flores sacan miel, y melodía del amor, los ruiseñores; Dante y yo—perdón, señores— Trocamos—perdón, Lucía— el amor en Teología. XXVI Poned sobre los campos un carbonero, un sabio y un poeta. Veréis cómo el poeta admira y calla, el sabio mira y piensa... Seguramente, el carbonero busca las moras o las setas. Llevadlos al teatro y sólo el carbonero no bosteza. Quien prefiere lo vivo a lo pintado es el hombre que piensa, canta o sueña. El carbonero tiene llena de fantasías la cabeza. XXVII ¿Dónde está la utilidad de nuestras utilidades? Volvamos a la verdad: vanidad de vanidades. XXVIII Todo hombre tiene dos batallas que pelear. En sueños lucha con Dios; y despierto, con el mar. XXIX Caminante, son tus huellas el camino, y nada más; caminante, no hay camino: se hace camino al andar. Al andar se hace camino, y al volver la vista atrás se ve la senda que nunca se ha de volver a pisar. Caminante, no hay camino, sino estelas en la mar. XXX «El que espera desespera», dice la voz popular. ¡Qué verdad tan verdadera! La verdad es lo que es, y sigue siendo verdad aunque se piense al revés. XXXI Corazón, ayer sonoro, ¿ya no suena tu monedilla de oro? Tu alcancía, antes que el tiempo la rompa, ¿se irá quedando vacía? Confiemos en que no será verdad nada de lo que sabemos. XXXII ¡Oh fe del meditabundo! ¡Oh fe después del pensar! Sólo si viene un corazón al mundo rebosa el vaso humano y se hincha el mar. XXXIII Soñé a Dios como una fragua de fuego que ablanda el hierro, como un forjador de espadas, como un bruñidor de aceros que iba firmando en las hojas de luz: Libertad.—Imperio. XXXIV Yo amo a Jesús que nos dijo: Cielo y Tierra pasarán. Cuando Cielo y Tierra pasen, mi palabra quedará. ¿Cuál fue, Jesús, tu palabra? ¿Amor? ¿Perdón? ¿Caridad? Todas tus palabras fueron una palabra: Velad. Como no sabéis la hora en que os han de despertar, os despertarán dormidos si no veláis; despertad. XXXV Hay dos modos de conciencia: una es luz, y otra paciencia. Una estriba en alumbrar un poquito el hondo mar; otra, en hacer penitencia con caña o red, y esperar el pez, como pescador. Dime tú: ¿Cuál es mejor? ¿Conciencia de visionario que mira en el hondo acuario peces vivos, fugitivos, que no se pueden pescar, o esta maldita faena de ir arrojando a la arena, muertos, los peces del mar? XXXVI Fe empirista. Ni somos ni seremos. Todo nuestro vivir es emprestado. Nada trajimos; nada llevaremos. XXXVII ¿Dices que nada se crea? No te importe; con el barro de la tierra, haz una copa para que beba tu hermano. XXXVIII ¿Dices que nada se crea? Alfarero, a tus cacharros. Haz tu copa, y no te importe si no puedes hacer barro. XXXIX Dicen que el ave divina, trocada en pobre gallina por obra de las tijeras de aquel sabio profesor —fue Kant un esquilador de las aves altaneras; toda su filosofía, un sport de cetrería—, dicen que quiere saltar las tapias del corralón y volar otra vez, hacia Platón. ¡Hurra! ¡Sea! ¡Feliz será quien lo vea! XL Sí, cada uno y todos sobre la tierra iguales: el ómnibus que arrastran dos pencos matalones, por el camino, a tumbos, hacia las estaciones; el ómnibus completo de viajeros banales, y en medio un hombre mudo, hipocondríaco, austero, a quien se cuentan cosas y a quien se ofrece vino... Y allá, cuando se llegue, ¿descenderá un viajero no más? ¿O habránse todos quedado en el camino? XLI Bueno es saber que los vasos nos sirven para beber; lo malo es que no sabemos para qué sirve la sed. XLII ¿Dices que nada se pierde? Si esta copa de cristal se me rompe, nunca en ella beberé, nunca jamás. XLIII Dices que nada se pierde, y acaso dices verdad; pero todo lo perdemos, y todo nos perderá. XLIV Todo pasa y todo queda; pero lo nuestro es pasar, pasar haciendo caminos, caminos sobre la mar. XLV Morir... ¿Caer como gota de mar en el mar inmenso? ¿O ser lo que nunca he sido: uno, sin sombra y sin sueño, un solitario que avanza sin camino y sin espejo? XLVI Anoche soñé que oía a Dios gritándome: ¡Alerta! Luego era Dios quien dormía, y yo gritaba: ¡Despierta! XLVII Cuatro cosas tiene el hombre que no sirven en la mar: ancla, gobernalle y remos, y miedo de naufragar. XLVIII Mirando mi calavera un nuevo Hamlet dirá: He aquí un lindo fósil de una careta de carnaval. XLIX Ya noto, al paso que me torno viejo, que en el inmenso espejo donde orgulloso me miraba un día, era el azogue lo que yo ponía. Al espejo del fondo de mi casa una mano fatal va rayando el azogue, y todo pasa por él como la luz por el cristal. L —Nuestro español bosteza. ¿Es hambre? ¿Sueño? ¿Hastío? Doctor, ¿tendrá el estómago vacío? —El vacío es más bien en la cabeza. LI Luz del alma, luz divina, faro, antorcha, estrella, sol... Un hombre a tientas camina; lleva a la espalda un farol. LII Discutiendo están dos mozos si a la fiesta del lugar irán por la carretera o a campo traviesa irán. Discutiendo y disputando empiezan a pelear. Ya con las trancas de pino furiosos golpes se dan; ya se tiran de las barbas, que se las quieren pelar. Ha pasado un carretero, que va cantando un cantar: «Romero, para ir a Roma, lo que importa es caminar; a Roma por todas partes, por todas partes se va.» LIII Ya hay un español que quiere vivir y a vivir empieza, entre una España que muere y otra España que bosteza. Españolito que vienes al mundo, te guarde Dios. Una de las dos Españas ha de helarte el corazón.