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Égloga (Arolas)

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Égloga
de Juan Arolas

(...) Dulcísima porción del pecho mío,
Erífile divina y amorosa,
agosta el sol las flores, y aun no veo
flotar allá en la cumbre deliciosa
donde nace el sonoro y claro río
tu leve vestidura cual deseo.
¡Ay! Ninfa, según creo
te empeña en su carrera
la cierva más ligera
que habita de estos sitios la frescura,
ven aquí a disfrutar del aura pura,
que dañará tus pies tanta fatiga;
la tarde se apresura,
no tardes en venir, mi dulce amiga.

¡Cuánto te causa de placer y olvido
perseguir a los gamos inocentes
y al ciervo herir con flecha penetrante!
Apenas brilla el sol en el egido
las dulces ansias de alejarte sientes
por el espeso bosque y selva errante:
respira un sólo instante, recuerda que eres mía
y que tu compañía vida me puede dar;
tu ausencia, muerte;
pues es todo mi bien amarte y verte
viviendo en soledad libre de intriga
sin miedo de perderte,
muéstrame tu semblante, tierna amiga.

¿Te acuerdas de aquel día en que prendimos
en la red un incauto pajarillo,
y que en torno volanso sin reposo
del mirto al sauce y desde allí al tomillo
su tierna compañera luego vimos
piar con un gemido lastimoso?
¿Que al prisionero hermoso
la libertad le diste
y al paso me dijiste:
«Para los que amor une no hay tormento
más agudo que el duro apartamiento
que al corazón más tierno más castiga»?
Recuerda aquél momento,
recuerda tus palabras, bella amiga.

Busca la limpia fuente al arroyuelo
entre menudas guijas murmurando,
los arroyos al río caudaloso,
y éste al profundo mar va caminando:
si miras, Ninfa mía, al claro cielo
de la serena noche en el reposo,
verás cuán luminoso
se muestra aquel lucero
eterno compañero
de la cándida luna refulgente:
amor a unión inclina cuanto siente
desde el ave de Jove hasta la hormiga;
mi pecho no consiente
por esta ley tu ausencia, bella amiga...