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Biografía de Cayetano José Rodríguez

De Wikisource, la biblioteca libre.
Nota: Se respeta la ortografía original de la época

F.r Gayetano José Rodriguez.


Jamás la patria podrá olvidar su memoria
pues es la de un hijo en quien se reunían
los mejores talentos á una vida
llena de probidad.
(Argos del sábado 23 de Enero 1823.)


Hombre de cualidades muy amables, y
particularmente recomendable por su
erudición y genio.
(MORENO, vida y memorias.)


Fr. Cayetano José Rodriguez, relijioso franciscano, lector jubilado, Ex-Provincial, Examinador Sinodal de los obispados de Buenos Aires, Córdoba, Paraguay y Concepción de Penco, nació en el Rincón de San Pedro, y tomó el hábito en el convento de la orden en esta Capital, el día 12 de Enero de 1777, pocos meses después de haber cumplido diez y seis años de edad.— En aquella época el jóven Rodríguez, poseía, según su panegirista, una alma buena, un corazon del cielo, y un ardiente amor á las letras. Por estas calidades se hizo acreedor á acercarse al altar antes de tiempo, recibiendo á la edad de 22 años las órdenes de sacerdote de manos del Señor San Alberto, obispo de Córdoba.

El Padre Rodríguez, ante todo, fué un sacerdote de la creencia y de la doctrina católica. Orar, asistir al confesonario, endulzar con las esperanzas de mejor vida los últimos instantes de los enfermos, fueron sus principales ocupaciones. Fué director, durante veinte años, de la conciencia de las monjas de Santa Catalina y Santa Clara, y por cinco de aquellos años, "cargó sobre sus hombros todo el peso de la Santa Casa de Ejercicios," que supone la tarea de pláticas espirituales diarias, la asidua contracción al confesonario, y la atención molesta á las consultas personales sobre intereses de la conciencia ó del mundo. Para el desempeño de estas dos ocupaciones tenia que caminar diariamente la larga distancia que media entre el monasterio de Santa Catalina y la Casa de Ejercicios, puntos distantes entre si mas de media legua.

El descanso del P. Rodríguez era el estudio de la ciencia y de las bellas letras. — Tanto en el convento grande de Buenos Aires como en la Universidad de Córdoba, dictó filosofía, teología y escritura, introduciendo en esta enseñanza métodos más adelantados y principios más exactos que aquellos en que se habían educado. "Es verdad, dice el elocuente orador de sus honras fúnebres, que tuvo la desgracia de que le formase las entrañas un maestro que juraba en Aristóteles. ¿Pero no es su mayor gloria haber debido á su genio distinguir la moneda falsa de la verdadera?" Según este mismo contemporáneo, detestó el P. Rodríguez el ergotismo, la teología sistemática y las cuestiones inútiles.

En la enseñanza de la física hizo por primera vez comprender á sus discípulos, que era esta una ciencia de hechos y de mera esperimentación..

El P. Rodríguez se declaró decididamente en favor de la emancipación. El movimiento de 1810 era una realización de antiguos deseos suyos, aunque no fuese mas que considerado como el precursor de mejores destinos para los despejados talentos de los hijos de América. Sus discípulos, en la secreta fidelidad del claustro, le oyeron lamentarse más de una vez del apocamiento á que tenía reducido el pensamiento patrio la política colonial. Preparado muy de antemano para las nuevas luchas, pudo escribir desde los primeros días de Mayo un manifiesto sobre las vejaciones que había recibido la América de sus dominadores, y alentar el fuego de la libertad en cauciones y poesías patrióticas, algunas de las cuales se entonaban al rededor del monumento levantado á la memoria de la rejeneración. Su patriotismo fué de exelente ley. Preparar á los compatriotas para los nuevos destinos á que les llamaba la revolución, fué uno de sus primeros objetos. Esos destinos los previó con la sagacidad de su jenio, desde un tiempo en que debía ser una insensatez si nó un delito el imajinarlos. Cuantas veces no esclamaba bajo las bóvedas de sus aulas : "qué haya uno nacido en un suelo en que el jenio oprimido pierde su vigor!... Los americanos son culpables; nos agoviamos bajo el yugo cuando el tiempo há se nos viene á las manos el sacudirlo. Pero es necesario trabajar, ilustrarnos: no se qué " presajios advierto de libertad y es necesario formar hombres".

Magnificas palabras conservadas por un testigo; tanto más notables, cuanto que resonaban en las paredes de un convento de franciscanos!

Lleno de esta idea de preparar hombres para la libertad, abrió las puertas de la biblioteca de San Francisco á cuantos talentos jóvenes aparecían con algún lucimiento. El Dr. D. Mariano Moreno fué uno de estos, y la protección del ilustre fraile le siguió hasta Chuquisaca á donde fué á completar la educación que bajo tan buenos auspicios había comenzado en Buenos Aires.

El P. Rodríguez fué un apasionado activo de la libertad de su patria y daba por infecundos y malgastados los años transcurridos bajo el réjimen colonial. Steriles transmissimus annos fueron las palabras sentidas que él adoptó como epígrafe de alguna de sus producciones para representar aquella idea.

El Congreso de Tucumán instalado el 24 de Marzo de 1816, le contó entre sus miembros y fué redactor de las actas de sus sesiones. Representante allí de la Provincia de su nacimiento, tuvo la gloria de firmar el acta famosa de nuestra independencia, cuya fecha inolvidable es de 9 de Julio de aquel mismo año.

Hasta aquí las tareas del P. Rodríguez no habían debido inquietarle ni acibararle el espíritu. No había hasta entonces descendido á la lucha de la prensa periódica. La revolución había marchado con su espíritu hasta entonces en cuanto á los principios fundamentales de ella y á su propósito final. Pero en el año 1822 se presentó una novedad que le obligó á tomar la pluma del periodista. La reforma eclesiástica suscitó dos campos en la opinión pública y uno y otro tuvieron sus sostenedores y paladines. El Ambigú, el Espíritu, el Centinela, sobre todos, eran periódicos consagrados á sostener las medidas gubernativas. Y como el terreno era resbaladizo, se fueron mas allá de lo que habría sido conveniente en un pueblo católico. La obra del hombre, en cuanto había abastardeado la influencia religiosa y sus formas, necesitaba pasar por el crisol en que se habían depurado la forma y los medios del sistema político anterior á 1810. Esto es evidente: una revolución no se completa, si en su marcha no pasa abatiendo las cabezas de las amapolas cargadas de opio nocivo arraigadas en el campo de las ideas. Pero ¿era político para llegar á este fin, maltratar con la irrisión y las púas de acero del lenguaje volteriano, á antiguas comunidades, á las cuales pertenecían hombres del mérito y de la constancia de alma del P. Rodríguez?

Jamás los frailes, la lejitimidad de sus propiedades, los derechos de la iglesia, fueron mejor defendidos que en las columnas del Oficial de día. Allí derramó Fr. Cayetano, todo su saber, la amenidad de su estilo, y la elevación de su alma, resistiendo con una moderación ejemplar á caer en los exesos á que casi le forzaban sus adversarios.

En esta amarga tarea falleció en Buenos Aires á la edad de 62 años cumplidos, el día 21 de Enero de 1823.

El claustro americano, ha producido como el español sus Leones y Gonzalez. Méjico se gloria de su Navarrete; Lima de su Delso; Buenos Aires de su Rodríguez, que merece un lugar distinguido entre sus mejores poetas.

Su exesiva modestia hizo que no diera versos á la imprenta con su nombre. Son muchos los que escribió, devotos, patrióticos, y también inspirados por los intereses del mundo que hasta en el claustro entran á asirse de los corazones sensibles. Hemos tenido en nuestro poder una colección de sonetos de puño y letra del P. Rodríguez, y nada seria mas fácil á una persona empeñosa que el reunir todas las composiciones que de pública voz y fama pertenecen á este escritor y deben hallarse en poder de los amigos de las musas argentinas.

"Aquí está sepultado el que con sus virtudes patrias cuidó de su nación y alcanzo gloria dando á su pueblo lecciones de un buen ciudadano."

Este es el epitafio que le destinaba otro fraile compatriota, no menos notable por su talento y carácter, el P. Fr. Pantaleon Garcia.