Ir al contenido

Castelvines y Monteses/Jornada 1

De Wikisource, la biblioteca libre.


Jornada I

Salen ANSELMO y ROSELO, caballeros; MARÍN, criado.

ANSELMO:

  Árdese la casa toda
de fiesta y de regocijo.

ROSELO:

¿Casa alguna hija o hijo?

ANSELMO:

O es el concierto, o la boda.

ROSELO:

  Ve por tu vida, Marín,
y entra al descuido.

MARÍN:

¡Harto bien!,
¿porque en colación me den
las exequias de mi fin
  en casa de tus enemigos,
me mandas entrar a ver?

ROSELO:

¿Pues quién te ha de conocer?

MARÍN:

Para mal, siempre hay testigos,
  son gente cruel y fiera
los del bando Castelvín.

ROSELO:

Tú, lindo gallina, en fin.

MARÍN:

Pluguiera a Dios que estuviera
  junto el bando de esa gente,
y en aquesta calle armada,
y yo con capa y espada
contra todos solamente,
  que tú vieras si de alguna
hubiera hazañas tan ciertas;
pero coger entre puertas,
eso es desgracia perruna.

ANSELMO:

  Si tienes tanto deseo
de ver aqueste festín,
donde el bando Castelvín
junto y con cuidado veo,
  ponte una máscara y entra;
pensarán que eres pariente.

ROSELO:

¿Y podré seguramente?

ANSELMO:

Podrás, si nadie te encuentra
  que quiera saber quién eres.

ROSELO:

Entremos, Anselmo, allá.

ANSELMO:

Hecha un paraíso está
de hermosísimas mujeres;
  pero el peligro es notable,
porque del bando Montés
tu padre cabeza es,
y aun no sufre que se hable
  desta gente en su presencia,
cuanto más verla en su casa,
que luego en furor se abrasa,
sin modestia y sin paciencia.
  Pues Antonio, donde agora
se celebra este festín,
es cabeza Castelvín,
que en estos bandos adora
  y aborrece vuestras vidas.

ROSELO:

Basta, que el cielo reparte
en la una y en la otra parte
dos cosas bien conocidas.
  A nuestro bando Montés
ha dado valientes hombres,
de tan excelentes nombres
como en las historias veis;
  y en el de los Castelvines,
mujeres de tal belleza,
que hurtó la naturaleza
la estampa a los serafines.
  Pienso que si se juntaran
los bandos, por casamientos
de su venganza dejaran
  tuviera la Italia envidia
de los hombres de Verona.

MARÍN:

No solo en cualquier persona
me cansa, enoja y fastidia
  ver el odio que en vosotros
es causa de tantos yerros.
Pero el ver que hasta los perros
se muerdan unos con otros,
  que es ver salir de las puertas
Monteses y Castelvines,
bravos gozques y mastines,
las bocas de furia abiertas;
  que si los dientes sutiles
espadas pudieran ser,
bastaban a enriquecer
por horas los alguaciles.
  No hay hombre que sin carlanca
traiga su alano valiente;
que parece linda muerte
sobre la piel negra o blanca;
  pues los gatos, tan airados
andan en sus bandos juntos,
que hacen campaña por puntos
las cocinas y tejados.
  Si maúllan, es por fin
de declarar su interés,
porque unos dicen Montés,
y otros dicen Castelvín.
  Hasta en los gallos se ve
de aquestos bandos la furia,
porque tienen por injuria
que alguno cantando esté.
  Y con tantos intereses,
que si un Castelvín primero
comienza en su gallinero,
responden treinta Monteses.

ROSELO:

  Tus discursos son muy propios
de tu ingenio y condición.

MARÍN:

Los tuyos pienso que son
harto más locos y impropios,
  pues en casa van a entrar,
donde están mil enemigos,
que de pasados castigos,
en ti se pueden vengar,
  que si estos discursos hago,
es por solo entretenerte.

ROSELO:

Pues yo, Marín, de otra suerte
mi condición satisfago.
  Desprecio lo que es posible,
lo difícil apetezco.
Anselmo, si algo merezco,
con tu prudencia invencible,
  pierde esta vez de su humor
y acompaña el loco mío,
porque la sangre y el brío
son temerario furor.
  Dos ropas nos vestiremos,
con dos rostros de Ferrara,
y en la parte menos clara
de la sala nos pondremos.
  Ven, que en tanta confusión
no seremos conocidos.

ANSELMO:

Los rostros y los vestidos
nuestro pasaporte son.
  Vamos, que a ti la hermosura
de las damas te ha imitado.

ROSELO:

Y la privación me ha dado
ánimo a tanta locura.

ANSELMO:

  De tu condición lo creo.

MARÍN:

Mas, ¿que vuelves con disgusto?

ROSELO:

Los peligros en el gusto
despiertan siempre el deseo.

(Éntrese y salga la música del festín, ANTONIO y TEOBALDO, viejos hermanos, las damas que puedan, JULIA, hija de ANTONIO, y OTAVIO de TEOBALDO.)

ANTONIO:

  Aquí estaremos mejor,
por el calor de allá dentro.

OTAVIO:

Yo prima, ni salgo, ni entro,
todo es un mismo calor.

JULIA:

  A falta de algún galán,
favor me queréis hacer.

OTAVIO:

Favores he menester.

JULIA:

¿Y estas damas no os lo dan?

OTAVIO:

  ¿Cómo, si no se los pido?

JULIA:

Pues pedídselos.

OTAVIO:

No quiero,
por querer donde no espero
ser para siempre admitido.

TEOBALDO:

  Tomad asientos aquí.

ANTONIO:

¿Cuáles están nuestros hijos?

TEOBALDO:

No fueran los regocijos
menos buenos para mí,
  si pudieran ser casados.

ANTONIO:

Primos son, bien pueden ser,
y bien lo pueden hacer,
hermanos tan concertados.

(Dos máscaras: CELIO y FABIO.)

CELIO:

  ¿Hay licencia de danzar?

ANTONIO:

¿Por qué no, si vós queréis?

CELIO:

Danzemos.

FABIO:

¿Qué danzaréis?

CELIO:

Con los ojos un mirar,
  una mudanza que veo,
que en el alma el son me toca;
unas quejas con la boca
y un favor con el deseo.

(Entren con máscaras ANSELMO, ROSELO y MARÍN, de mascara graciosa.)

ANSELMO:

  ¿Máscaras hay por acá?

MARÍN:

Siempre por acá es lenguaje
de danza.

ROSELO:

La voz se baje.
Pienso que danzaron ya,
  y se han salido al jardín
solo a hablar.

ROSELO:

Brava hermosura,
así Dios me dé ventura,
que sois cielo, Castelvín.
  Perdono todo el rigor
que con la leche me han dado
los padres que me han criado.

ANSELMO:

¿Quién te parece mejor?

ROSELO:

  La que habla aquel dichoso
que merecïó lugar.

ANSELMO:

Tú puedes también hablar.

ROSELO:

¡Qué rostro tan enfadoso!

ANSELMO:

  ¿La máscara te has quitado?

ROSELO:

No reparé en lo que hacía.

ANSELMO:

Póntela presto.

ROSELO:

Sería
dar a esta gente cuidado,
  que imaginas en traición.
Mejor es estarme ansí.

ANSELMO:

Ya te han visto.

ROSELO:

Necio fui.

ANSELMO:

¡Qué notable confusión!

ANTONIO:

  ¿Hay mayor atrevimiento?
¡Roselo en mi casa!

TEOBALDO:

Oíd.

ANTONIO:

¿Qué he de oír?

TEOBALDO:

Solo advertid
lo que deste mozo siento
  que es una noble llaneza,
y que con su poca edad
no siente la enemistad
que es en el naturaleza,
  y es señal que no ha tenido
odio jamás a esta casa,
pues sabiendo lo que pasa,
a donde veis, ha venido.

ANTONIO:

  ¿No puede venir armado
y intentar una traición?

TEOBALDO:

Eso es hablar con pasión,
de noble el mancebo ha entrado,
  sin reparar si era error,
estando junto un linaje.

ANTONIO:

¿Y no es de mi casa ultraje?

TEOBALDO:

Antes me parece honor.

ANTONIO:

  Yo lo juzgo de otra suerte,
y le quisiera matar.

TEOBALDO:

Pues yo no os pienso ayudar
a hacer tan cobarde muerte.
  Este, como simple azor,
se ha entrado en el palomar
a ver si puede cazar
algunas aves de amor.
  No alborotéis a Verona,
ni el bando resucitéis.

ANTONIO:

Mucha prudencia tenéis.

TEOBALDO:

La edad
Antonio me abona,
  y si tenéis hija aquí,
yo también.

ANTONIO:

Por vós le dejo.

TEOBALDO:

Lo que importa os aconsejo.

ANSELMO:

¿Qué miras?

ROSELO:

Mi muerte vi.

ANSELMO:

  No dices mal, pues mirando
con tanta contemplación,
ha dado justa ocasión
a los del contrario bando
  para que te den la muerte.

ROSELO:

Con mucho sosiego están.

ANSELMO:

Por ventura juzgarán
tu necedad de otra suerte.

ROSELO:

  Déjame, Anselmo, que vea
aquel ángel celestial,
y sucédame tan mal
como esta gente desea;
  que si es fuerza que la vida,
para llegar hasta el cielo,
se ha de perder en el suelo,
la muerte es justo que pida,
  si matan los Castelvines,
con basiliscos mirando.
¡Oh, quién fuera de su bando!

ANSELMO:

No me espanto que te inclines
  a tan debida hermosura.

ROSELO:

¿No es bella?

DOROTEA:

¡Qué hermoso talle
de mancebo!

ROSELO:

Cuando calle
mi temor, mi amor procura,
  Anselmo, hablando por mí,
dará a entender mi pasión,
que estos mis contrarios son.

ANSELMO:

Bien haces, piénsalo ansí.

JULIA:

  Si el amor se disfrazara,
para disfrazar su hecho,
pienso que deste mancebo,
el talle y rostro buscara.
  Y yo pienso que amor es,
que para quitar la paz
viene con este disfraz.

ROSELO:

¡Ay, cielos, que fui Montés!
  ¿No fuera yo Castelvín?
¿Tanto le costaba al cielo?

JULIA:

Entre las flores del suelo
de aqueste verde jardín,
  el abril debe de haber
resucitado a Narciso.

ROSELO:

Si aqueste es el paraíso,
¿mi bando que viene a ser?
  Claro está, pues es contrario,
que es el infierno, por fuerza.
Amor, mi temor esfuerza.
Loco soy, soy temerario,
  creo que me he de atrever.

JULIA:

¡Oh, si se llegase a mí,
que de cuantas hay aquí,
más lo pienso agradecer!

DOROTEA:

  Mi hermano con Julia está,
sin duda que a mí se llega
la máscara.

ROSELO:

El amor me ciega,
y el mismo me alumbra ya.

JULIA:

  ¡Ay, mancebo, si yo fuese
tan dichosa!

DOROTEA:

¡Ay, si tomase mi lado!

JULIA:

Ay Dios, si llegase.

DOROTEA:

Ay Dios, si amor me tuviese.

(Siéntese al lado de JULIA ROSELO y ANSELMO al de DOROTEA, y diga OTAVIO.)

OTAVIO:

  Habrá parecido amor
para enseñarme a querer,
que había yo menester
tan cerca el competidor.
  Mas en vano gasta el fuego,
aunque está fresco el jardín.
Perdóneselo, que en fin
todos me dicen que es ciego.

ROSELO:

  Aunque atrevimiento ha sido,
señora, el haber tomado
el lugar de vuestro lado,
de mí tal mal merecido.
  Bien me podéis perdonar,
pues que vós tenéis la culpa,
y para vuestra disculpa
ya no me podéis culpar.
  De vuestra rara hermosura
mi atrevimiento nació.
Ella misma me llamó,
con su luz divina y pura.
  Como mariposa anduve,
alrededor de la llama,
que para morir con fama,
cobarde al principio estuve.
  Di tornos al rayo hermoso,
hasta que vine a tener
atrevimiento de ser
Faetón en morir dichoso.
  Abrásame vuestro cielo,
que más estimo a este lado
morir, señora, abrasado,
que vivir conmigo en yelo.
  Y no os parezca mi bien
atrevimiento y locura,
que si es rayo la hermosura,
su efeto es rayo también.
  Presto digo lo que os quiero,
presto me siento mortal,
no es mal sino mata el mal,
bien puedo hablar,
pues hoy muero.

JULIA:

  Tierno la máscara viene,
razones fingidas son.

OTAVIO:

No habla como es razón,
pues ya quitada la tiene.

ROSELO:

  Como máscara he tenido,
Otavio, este atrevimiento,
que solo el calor que siento
me puede hacer atrevido.
  Si os canso, levantareme.

OTAVIO:

Bien podéis, si gusto os da.

JULIA:

¿Para qué? Bien estará
junto a vós, si el calor teme,
  que de lo que a mí me heláis,
le podré helar de tal modo
que le vuelva en yelo todo.

OTAVIO:

Prima, mirad como habláis.

JULIA:

  Favorezco a un hombre estraño,
porque a vós no es menester.

OTAVIO:

Sí, mas no me habéis de hacer
por tan vuestro, tanto daño;
  que si pierdo el bien, creed
que no le quiero sin vós;
y hareme estraño, por Dios,
para que me hagáis merced.

ROSELO:

  Señora, si yo he tenido
la culpa, ireme de aquí.

JULIA:

¿Dónde?

ROSELO:

A entretenerme allí.

JULIA:

Estáis mal entretenido.

ROSELO:

  No lo puedo estar mejor;
pero si soy descortés...

JULIA:

Nunca es descortés el que es
digno de hacerle favor;
  estaos quedo, y ojalá
que este necio se enojase,
de suerte que nos dejase.
Otavio, llégate acá.

OTAVIO:

  ¿Qué me tengo de llegar,
si al otro lado te vuelves?

JULIA:

Presto a enojos te resuelves.
Mas quiero contigo hablar.

(Vuélvese a él, y da la mano al otro.)

OTAVIO:

  ¡Agora sí que me pagas!
El enojo que tenía,
te perdono.

ROSELO:

¡Oh, mano mía!

JULIA:

Quiero que te satisfagas
  de que pues mi atrevimiento
llega a no mirar mi honor,
no puedo hacerte favor
de más encarecimiento.

(Adviértase que JULIA hable con OTAVIO, pero la intención y señas sean con ROSELO, y él lo mismo, pero OTAVIO piense que es por él.)

ROSELO:

  No ha menester quien le brinde
el que a beber se resuelve.

JULIA:

El que las espaldas vuelve,
a su enemigo se rinde.

OTAVIO:

  Cuando tú me las volvías,
y a mi enemigo la cara,
no era mucho que pensara
Julia que me aborrecías.

JULIA:

  Aborrézcote de modo
que todo por ti lo dejo.

OTAVIO:

Señora, ya no me quejo.

ROSELO:

Bien por mí lo dice todo.

JULIA:

  Esto de no poder más
obliga a descortesías.

OTAVIO:

Ya entendí yo que lo hacías,
por el lugar en que estás.

JULIA:

  Bien tienes que agradecerme,
aunque te parezca poco.

OTAVIO:

Digo que me vuelvo loco.

ROSELO:

Notable favorecerme.

JULIA:

  Si aquí me dieran lugar,
tú vieras mi atrevimiento.

OTAVIO:

¡Bien haya mi pensamiento!

ROSELO:

¿Hay tal manera de hablar?

JULIA:

  Grande es la fuerza de amor.

OTAVIO:

¡Tanto bien, tras tal desprecio!

ROSELO:

Habla conmigo, y el necio
piensa que le da favor.

JULIA:

  En mi vida, Otavio, vi
cosa que más agradase.

OTAVIO:

Mil veces amor me abrase.

ROSELO:

Todo lo dice por mí.

JULIA:

  No te parezca que ha sido
libertad este favor.

OTAVIO:

No hay liviandad en amor.

ROSELO:

No soy yo tan atrevido;
  que de la suerte que yo
te quise cuando te vi,
pudo sucederte así.

JULIA:

Mucho el verte me agradó.
  Eres gallardo y galán.

OTAVIO:

Seré un ángel si me quieres.

ROSELO:

Espejo a lo menos eres,
adonde sus rayos dan,
  que aunque dan agora en ti
porque del sol estoy lejos,
salen de ti los reflejos
y queda la luz en mí.
  Presumes que el sol me asombra
porque le tienes enfrente,
pero como es transparente,
ni tiene espaldas, ni sombra.

JULIA:

  ¿Quién me quiere bien?

OTAVIO:

Yo.

ROSELO:

Yo.

JULIA:

¿De quién soy?

OTAVIO:

De mí.

ROSELO:

De mí.

JULIA:

¿Serás tú mío?

OTAVIO:

Sí.

ROSELO:

Sí.

JULIA:

¿Y negaraslo?

OTAVIO:

No.

ROSELO:

No.

JULIA:

  ¿Verasme?

OTAVIO:

Veré.

ROSELO:

Veré.

JULIA:

¿Tarde es bien?

OTAVIO:

Mejor.

ROSELO:

Mejor.

JULIA:

¿Quién te guía?

OTAVIO:

Amor.

ROSELO:

Amor.

JULIA:

Ven solo.

OTAVIO:

Sí haré.

ROSELO:

Sí haré.

JULIA:

  ¿Esperaré?

OTAVIO:

Espera.

ROSELO:

Espera.

JULIA:

¿Será cierto?

OTAVIO:

Cierto.

ROSELO:

Cierto.

JULIA:

¿A qué parte?

OTAVIO:

Al güerto.

ROSELO:

Al güerto.

JULIA:

Calla.

OTAVIO:

Aunque muera.

ROSELO:

Aunque muera.

OTAVIO:

  Paréceme que he sentido
el eco de mis razones.

JULIA:

Serán imaginaciones.

ROSELO:

Todo lo tengo entendido.

JULIA:

 No me espantan tus recelos,
ni me agravia tu temor,
que de las voces de amor
siempre son ecos los celos
  Y aunque la voz se reparte,
por haber más gente aquí,
como sale y topa en ti,
resurte el eco a otra parte.

OTAVIO:

  En fin, Julia, que los celos
son ecos de amor.

ANTONIO:

Ya es tarde.

(Pone JULIA a ROSELO un anillo en la mano que le tiene.)

JULIA:

Guarde aqueste.

ROSELO:

¿Que este guarde?

OTAVIO:

¿Qué me das?

ROSELO:

¿Qué os debo, cielos?

JULIA:

  Luego no me has entendido.

OTAVIO:

No, Julia.

JULIA:

Puse la mano
en el corazón, que es llano,
que te le ha dado y rendido,
  y por eso te decía:
«guarda aqueste.»

OTAVIO:

Y dices bien,
porque tus manos le den
y le guarde el alma mía.

ROSELO:

  Qué divina discreción,
de oírla me maravillo.
Dice que guarde el anillo,
y él piensa que el corazón
  matome el entendimiento,
si me rindió la hermosura.

ANTONIO:

Por ti he tenido cordura.

TEOBALDO:

Lo que te aconsejo siento.
  Cese la fiesta, que es tarde.

ANTONIO:

¡Hachas! ¡Hola!

TEOBALDO:

Guárdeos Dios.

ANTONIO:

Mañana hablemos los dos.

DOROTEA:

Prima, adiós.

JULIA:

El cielo os guarde.

(Todos se vayan y quédense allí JULIA y CELIA, criada; y adviértase que al salir ROSELO, se vayan él y JULIA mirando.)

JULIA:

  Espérate Celia aquí,
que tengo un poco que hablarte.

CELIA:

Bien tengo yo que contarte,
y más si te importa a ti.

JULIA:

  ¿Has visto más gallardía
que la de aquel gentilhombre
que me habló?

CELIA:

¿Sabes su nombre?

JULIA:

No, mas saberle querría,
  porque en la vista primera
hizo tal efeto en mí,
que pienso que el galán fui,
de atrevida y lisonjera.
  Mas el oído que se ponen
hechizos muchos mancebos,
con que a pensamientos nuevos
las más altivas disponen,
  y este sin duda traya
algo destos, porque ya
sin su vista no podrá
sosegar el alma mía.

CELIA:

  Buen lance habemos echado,
pero no juzgues a hechizo
lo que este mancebo hizo,
siendo en Verona estimado,
  por su talle y discreción,
de las más hermosas damas,
pero haz cuenta si le amas,
que es tu misma perdición,
  porque este mozo es Roselo,
hijo de Arnaldo, cabeza
de aquel bando.

JULIA:

¡Qué tristeza!
No me digas más, ¡ay, cielo!

CELIA:

  Pues bien, ¿de qué es el pesar?
¿No fuera mejor avisarte
para que puedas guardarte,
cuando te puedes guardar?

JULIA:

  ¿Cómo puedo?, que le di
livianamente la mano.
Pero, ¿cómo ese villano
osó, Celia, entrar aquí?

CELIA:

  A fe que vi yo tratar
a los viejos de matalle,
y quiera Dios que a la calle,
o le salgan a matar.

JULIA:

  Escucha... ¡Válgame Dios,
asómate! Mas no es nada,
toda estoy alborotada...
Y va solo.

CELIA:

Y otros dos.
  Pero Teobaldo, tu tío,
sé yo que le reportaba.

JULIA:

¿Para qué este mozo entraba
en casa? ¿Hay tal desvarío,
  hay tal locura? Y si entró,
con máscara se estuviera;
ni mi padre se ofendiera,
ni me enamorara yo.

CELIA:

  Calla, que es mayor locura
decir que le quieres.

JULIA:

Quiero
mi honor, ¡ay tirano fiero,
visto por mi desventura!

CELIA:

  Pues tú, ¿qué honor has perdido,
si aun la espalda le volvías
en el estrado, y tenías
a Otavio favorecido?

JULIA:

  Con Otavio hablaba. ¡Ay, cielo!

CELIA:

¿Pues de qué triste te pones?

JULIA:

De que todas las razones
las dije siempre a Roselo,
  de suerte que hablaba a Otavio
y Roselo me entendía.

CELIA:

Todo el sarao lo sufría.
No hay en el honor agravio.

JULIA:

  Dile un anillo.

CELIA:

Es favor
de fiestas.

JULIA:

Hice concierto
que me viese en este güerto.

CELIA:

No verle.

JULIA:

Téngole amor.

CELIA:

  Olvidalle, porque es hombre,
que antes te darán a un moro
tus padres.

JULIA:

¡Con qué decoro
le hablara, a saber su nombre!
  ¡Ha, qué mal que me atreví!
No dudes, hechizos tiene,
si él a verme otra vez viene,
no sé que ha de ser de mí.
  Mañana, Celia, mañana
le busca, y di que he sabido
quién es, y di que le pido
ya que he sido tan liviana,
  que no atraviese esta calle.

CELIA:

Yo lo haré, y cree que a mí
me pesó cuando te vi,
con tanto despejo hablalle.

JULIA:

  ¡Ojalá me lo dijeras!

CELIA:

Cayome, señora, al lado
su criado.

JULIA:

¿Su criado?

CELIA:

Sí, por tu vida.

JULIA:

¿De veras?

CELIA:

  Y te juro que si tiene
talle y discreción el dueño,
que el del mozo no es pequeño.

JULIA:

Mucho saber me conviene
  del mozo, si quiere bien
Roselo en alguna parte.
Procura, Celia, informarte,
que me va el honor también.

CELIA:

  ¿Para qué, si has de olvidalle?

JULIA:

¡Ah, sí!, ya no me acordaba,
dile que inocente estaba,
y que no pase esta calle.
  ¿Pero qué puede dañar
que sepas si quiere bien?

CELIA:

Eso es locura también.
Déjale, señora, amar
  a donde le diere gusto,
pues para ti no ha de ser.

JULIA:

¡Oh, qué enfadosa mujer!,
siempre me ha de dar disgusto.
  ¿Qué se te da que yo quiera,
que no quiera a nadie?

CELIA:

Es cosa
justa.

JULIA:

¿Otra vez, enfadosa?

CELIA:

Ven, que la cama te espera.

JULIA:

  Ya no me quiero acostar.

CELIA:

Iré a llamar a Roselo,
que te lo ruegue.

JULIA:

Consuelo
me da el oírte nombrar.
  Ponte mañana el vestido
con que ayer vi a Dorotea.

CELIA:

Plega a los cielos que sea
Roselo.

JULIA:

¿Qué?

CELIA:

Tu marido.

JULIA:

  ¿No ves que no puede ser?

CELIA:

Como eso puede el amor.

JULIA:

Agora hablaste mejor,
¡oh, qué discreta mujer!
  Y aprende deste disgusto,
que no hay remedio importante
para templar un amante
como hablar bien de su gusto.

(Éntrense, y salga de camino FABRICIO, viejo padre de ROSELO, con un criado.)

FABRICIO:

  Quítame, Lidio, estas espuelas.

LIDIO:

¿Vienes
cansado de la villa?

FABRICIO:

No me cansa
la soledad del campo, que a Verona
el cuidado me trae de mi casa,
que a no ser por la hacienda y la familia,
mejor estoy cazando en el aldea.
Toma aqueste arcabuz.

LIDIO:

Mucho me pesa
que vayas solo y vengas.

FABRICIO:

Mira Lidio
donde le pones.

LIDIO:

Bien, bien cargado.

FABRICIO:

Si lo que trae en el cañón, tuviera
Antonio Castelvín dentro del pecho,
gozara agora más descansado el mío.
¿Qué hay de mi hijo?

LIDIO:

Bueno está, a Dios gracias.

FABRICIO:

¿Estudia?

LIDIO:

Poco, pero no le faltan
liciones virtüosas.

FABRICIO:

¿Qué?

LIDIO:

La esgrima,
el caballo, y un poco de pelota.

FABRICIO:

¿Virtud llamas al juego?

LIDIO:

Entre los nobles,
se tiene por virtud este ejercicio,
como dados y naipes por mal vicio.

FABRICIO:

¿Sale de noche?

LIDIO:

Yo me acuesto luego.
Su privanza es Marín; ellos se entienden.

FABRICIO:

Gran persona Marín. Yo te aseguro
que no le lleve a que sermones oiga.
¡Oh, qué de mujercillas que en mi ausencia
habrán entrado en esta galería!

LIDIO:

Hasta que esté Marín en las galeras,
la galería pasará trabajo.

FABRICIO:

En faltando a una fuerte barbacana,
entra quien quïera en ella fácilmente.
Mi hijo es mozo, y temo que estos bandos,
que saben que los ojos con que veo
me los eclipsen dándole muerte,
efeto fácil de la escura noche,
que cubre las traicïones fácilmente,
y se deleita en agradar la envidia.

LIDIO:

Quitalle este Marín, que es el cabestro
con que le lleva manso donde quiera.

FABRICIO:

¿Y faltarale otro Marín tan malo?
En los crïados dice una experiencia
toda mi vida.

LIDIO:

¿Y es?

FABRICIO:

Si no me engaño,
aquel es el peor que entonces sirve,
y más si ha mucho tiempo que está en casa,
que entonces el señor es su crïado,
y más si acaso sabe algún secreto,
por no haber sido su señor discreto.

LIDIO:

Si el crïado lo es, y bien nacido,
mientras más sirve, más leal parece.

FABRICIO:

Lidio, yo quiero cautivar mi hijo;
con esto pienso que estaré seguro,
que no hay pasión para los tiernos años
de más fuerza que un noble casamiento.
Una de sus virtudes, que son muchas,
es dar seso a los mozos.

LIDIO:

Mientras tenga
al lado un socarrón como Marín,
no haya miedo que baste el casamiento.
Antes será peor.

FABRICIO:

¿De qué manera?

LIDIO:

Porque cualquiera libertad que haga
siendo mancebo, esa disculpa tiene;
pero si este Marín, que le conduce
a casa de mujeres sospechosas,
casado, le cautiva con alguna,
¿cuál andará su honor y el de su casa?
Luego tendrás pendencia con sus suegros,
luego andarás pagando mil deudillas,
para que no se sepan sus flaquezas.
Luego hallarás a su mujer llorando
de celos de la libre mujercilla.
Quitarale las joyas y vestidos;
no comerá en su casa muchas veces,
y cuando coma, será mal y tarde.
Vendrá acostarse al alba, y la familia
estará desvelada y afligida.
Todo será pendencias y deshonras,
y más si pone alguna vez las manos
en su mujer celosa, que es muy cierto,
pues tenlo tú que es un infierno en vida,
galera donde vive el alma asida.

FABRICIO:

¿Tanto podrá Marín?

LIDIO:

¡Y cómo tanto!

FABRICIO:

Algo te ha hecho a ti.

LIDIO:

Ya me espantaba
que no juzgases mal de mis consejos.

FABRICIO:

Malicias nunca faltan a los viejos.
Yo, siempre que un criado se apasiona,
en decir mal de otro pienso, y creo
o que le quiere mal, o que le envidia.

LIDIO:

Eso será en las casas de los príncipes.

FABRICIO:

Donde quiera la envidia se entremete.

LIDIO:

¡Que tenga esta ventura un alcabuete...!
Pero pienso que a mí me ha sucedido,
diciéndote que sabe deste trato,
lo que al juez que el alcabuete azota:
que desde que le azota, le da fama.
Tú, como todavía te enamoras,
habrate parecido buen crïado
Marín para tus gustos.

FABRICIO:

No respondo,
porque cansado estoy de ti, y del campo.

(Váyase.)

LIDIO:

Las verdades carecen de respuesta.
Confieso mi pasión; mas todavía
me obliga la lealtad que te debía.

(MARÍN entre.)

MARÍN:

Famoso Lidio, ¿qué hay desque ha venido
el gruñidor de casa?

LIDIO:

Y está en ella.

MARÍN:

¿Qué dice de su hijo?, ¿no pregunta,
como suele, prolijas sutilezas?

LIDIO:

Pocas son, a sus voces, mil cabezas.
Aquí me estuvo agora examinando.

MARÍN:

¿Preguntote de mí? Mas, ¿quién lo duda?

LIDIO:

Hartas cosas me dijo, mas yo a todas
le respondí que no tuviese pena,
que mientras te tuviese por maestro,
y trajese por ayo, bien podía
dormir a sueño suelto, y confiado
en tu virtud y buen entendimiento.
Díjele los consejos que le dabas
y cuántas ocasiones le quitabas.

MARÍN:

¡Bien haya el día que te di la mano
de amigo, el vino que bebimos juntos,
y las muchachas cuya limpia casa
fue de aquella merienda campo ilustre!,
pues yo te juro, Lidio, que no pierdas
en las fianzas nada.

LIDIO:

A mí me basta
cumplir con lo que debo a bien nacido.

MARÍN:

Hoy, por esta merced, quiero llevarte
en casa de dos bellas forasteras,
donde veras, con una guitarrilla,
todo el donaire que despierta el gusto.

LIDIO:

Yo voy a ver agora si reposa
nuestro cansado viejo, tu entre tanto
prevén la casa.

MARÍN:

Haré cuanto me mandes.

LIDIO:

De hoy más hemos de ser amigos grandes.

(Váyase LIDIO.)

MARÍN:

  Este es el mayor bellaco,
envidioso y socarrón,
que ha disfrazado traición,
con el rosario y el saco.
  Pero quien quiere vivir
en paz en ajena casa,
ha de sufrir lo que pasa,
y ver, y callar, y oír.
  Siempre ha de ser lisonjero,
y hasta el mal agradecer,
y para causar placer,
hablador y chocarrero.
  Poco obrar, y gran parola
para no caer en mengua,
y cuando alargue la lengua,
ha de picar con la cola.
  Esto del servir entiendo,
y que es, en fuerza o voluntad,
el que tratare verdad
medrará poco sirviendo.

(Sale ROSELO, y ANSELMO.)

ROSELO:

  Nunca mayor desventura
ha sucedido por hombre.

ANSELMO:

Este es su linaje y nombre.

ROSELO:

Mal empleada hermosura.
  ¿Que de Antonio Castelvín
este serafín nació?
Engañome, pues me dio
veneno en un serafín.

ANSELMO:

  ¿Para qué fuiste a su casa?

ROSELO:

Marín...

MARÍN:

En la tuya está
tu padre.
Presto sabrá
este furor que me abrasa.

MARÍN:

  Lindo desatino.

ROSELO:

Estoy
que pierdo el seso, Marín.

MARÍN:

¿Sabes ya que es Castelvín
tu dama?

ROSELO:

Y que muerto soy.

MARÍN:

  En los principios no hay mal
que el remedio dificulte.

ANSELMO:

Harto temo que resulte
algún desatino igual;
  y si toma mi consejo,
ha de hacer cuenta que entró,
y que una pintura vio,
y que se vio en un espejo,
  que en quitándose de allí,
no se ve más la figura.

ROSELO:

No importa si su hermosura
truje retratada en mí,
  que fue Julia espejo digo.
Mas si la figura fui
que en sus bellos ojos vi,
esa me traigo conmigo.

ANSELMO:

  Pues Roselo, no hay que hablar
de querer esta mujer,
que es echaros a perder
y revolver el lugar.
  Advierte que si algún día
pasases una vez sola
por su calle, una pistola
Castelvín te tiraría,
  que las piedras y la casa
se moverán y caerán
sobre ti.

ROSELO:

No harán.

ANSELMO:

Sí harán.

ROSELO:

Qué mal sabes lo que pasa.

ANSELMO:

  ¿Yo qué tengo que saber,
más de que eres su enemigo?

ROSELO:

¿De lo que pasa conmigo
aquella hermosa mujer?

ANSELMO:

  ¿Qué te pudo a ti decir
la que en su vida te vio?

ROSELO:

¡Ay!, que la mano me dio.

ANSELMO:

Como eso pudo fingir
  para que te den la muerte.

ROSELO:

Diome este anillo también.

ANSELMO:

Los ojos más ciegos ven
que te engañó desta suerte.

ROSELO:

  Quiere que por el jardín
la vea.

ANSELMO:

Bien digo yo,
que para el jardín trajo
sobre Roselo tu fin.

ROSELO:

  Eres un necio, pues ella
no sabe con quien habló,
solo el amor la obligó,
como a mí el verla tan bella;
  y porque no me canséis,
sabed que me voy a armar,
que esta noche la he de hablar,
aunque más me lo estorbéis
  Anselmo, si eres mi amigo,
Marín, si eres mi criado,
en esta locura he dado,
y esto he resuelto conmigo,
  el que me quisiere bien.

ANSELMO:

Seguirete, aunque me pese,
y aunque mil muertes me den.
  Pues que soy temerario,
a tu lado moriré.
Quien con tanto amor se ve,
no tiene mayor contrario.
  Poco hiciera yo en quererte,
Julia, a ser amiga mía.
Ojalá llegase el día
que te obligase mi muerte.

(Váyanse, y entren OTAVIO, JULIA y CELIA.)

OTAVIO:

  No te entiendo.

JULIA:

Ni yo a ti.

OTAVIO:

Mira prima, que he venido
a lo que me has advertido.

JULIA:

¿Yo a ti?

OTAVIO:

Si, Julia, tú a mí.
  Y si es que no me aguardabas,
¿qué hacías en el jardín?

JULIA:

Pienso que solo a este fin
de enojarme, si llegabas.

OTAVIO:

  En el festín me dijiste:
«Ven aquesta noche a verme».

JULIA:

Primo, mi padre no duerme.
Yo lo dije, y bien hiciste;
  sube a entretenerle un rato,
haz que se acueste, y después
verás, Otavio, si es
contigo mi amor ingrato.

OTAVIO:

  ¿Cumpliraslo?

JULIA:

No hayas pena
que niegue lo que prometo.

OTAVIO:

Voy a entretenerle a efeto
de que después de la cena
  no recoja, como suele,
la familia.

JULIA:

Aquí te espero.

OTAVIO:

Haz sueño, que el más ligero
ministro, a esta casa vuelve,
  y la cubra de tu olvido.

JULIA:

¿Celia?

CELIA:

¿Señora?

JULIA:

¿Qué haré?

CELIA:

Que mientras tu padre esté
con Otavio entretenido,
  desengañes a Roselo,
si acaso viniere aquí.

JULIA:

¿Que le desengañe?

CELIA:

Sí.

JULIA:

Cruel sentencia; a amor apelo.

CELIA:

  Cuánto sabe una mujer:
del mismo competidor
se vale para el favor
que, a quien ama, quiere hacer.
  A tu primo haces estar
con tu padre entretenido.

JULIA:

Y entretengo a quien pretendo
aborrecer y engañar.
  Si Otavio hablar me quitaba
mi Roselo, estese allá.

CELIA:

Ruido he sentido.

JULIA:

Y ya
el corazón me avisaba.

CELIA:

  Con escala habrá subido.

JULIA:

¿Pues dónde la pudo asir?
¡Oh!, plegue a Dios que al subir
no caiga.

CELIA:

Si no ha caído.

JULIA:

  Si escala la tapia iguala,
alta ha sido.

(Entre ROSELO, muy galán.)

ROSELO:

Aquí esperad.

JULIA:

Si fuera mi voluntad,
no era menester escala.

ROSELO:

  ¿Podré, querida señora,
llegar a verte?

JULIA:

Bien puedes
con la modestia, que es justo,
más que a quien soy, a quien eres;
y antes, Roselo, que digas
palabras tiernas, que suelen
engañar nuestros oídos
lisonjera y fácilmente
(que las mujeres, en fin,
aunque discretas y fuertes,
son mujeres, y si escuchan,
responden como mujeres),
quiero que sepas que sé
quien eres, y que me duele
tanto que quien eres seas,
o que yo lo que soy fuese,
que estoy perdiendo el jüicio
y maldiciendo mi suerte,
pues soy de los Castelvines,
como tú de los Monteses.
Cuando en ti los ojos puse,
siguiose amarte de verte,
porque dicen en Verona
las damas que lo mereces.
Entonces te di licencia
para hablarme y para verme,
en fe de hacerte mi dueño,
si igual a mis prendas fueses.
Pero en sabiendo tu nombre,
atrás el amor se vuelve,
con el temor, que es razón
de mi daño y de tu muerte.
Hazme un favor, como noble:
No que el anillo que tienes
me vuelvas, no quiero digas
que me arrojaba a quererte,
sino solo que no hables,
y por las mismas paredes
te bajes, que estoy temblando,
y pues no pierdes, me dejes.

ROSELO:

Sabe el cielo que lo hiciera
si pudiera obedecerte,
querida enemiga mía,
luz del alma que aborreces.
Mas, ¿cómo sera posible?,
pues será fácil volverte
el anillo y las palabras,
y el saltar estas paredes,
pero no dejaré de hablarte
y decirte que no pienses
que hay volver, si no hay peligro,
ni amor, que sin él se esfuerce.
Advierte pues, Julia mía,
que también de oírte y verte
te amé sin saber quién eras,
tú sabes si lo mereces;
y que cuando supe el nombre,
y vi el peligro presente,
amenazando mi cuello
si este mi amor se supiese,
procuré dejar de amarte,
mas amor, que siempre ofrece
industrias en imposibles,
y no hay mal que no remedie,
me dijo que no dejase,
Julia mía, de quererte,
pues de secreto, los dos,
si el amor nos favorece,
bien podremos, Julia mía,
bien, Julia mía.

JULIA:

Detente,
detente pues; y no digas,
Julia mía, tantas veces,
que temo que harás en mí
los efetos que quisieres.
Que el nombre, en ajena boca,
alegra, enternece y mueve.
Mas di, ya que hablaste, cómo
podrás hablarme y quererme.
¿Qué intento llevas?, ¿qué fin?,
¿qué procuras?, ¿qué pretendes?

ROSELO:

Que nos casemos los dos,
luz mía, secretamente,
en vuestra parroquia un día;
que con quien hacer lo puede,
yo tengo estrecha amistad;
y si el peligro le ofende,
bien podemos engañarle.

JULIA:

Tiemblo de oírte.

ROSELO:

¿Qué temes?

JULIA:

Mil desdichas.

ROSELO:

¡Ay, señora!,
¿qué desdicha te detiene,
si puede ser que estos bandos
con tu casamiento cesen?
Mira que por dicha el cielo
nos provoca ocultamente
a este amor honesto y santo,
con que todos en paz quede.

JULIA:

¡Ay, sirena!, bien decía
que no hablases. Pero vete,
no venga acaso mi primo,
que a tu enemigo entretiene.
No sé cómo me engendró
para amarte.

ROSELO:

¿Qué resuelves?

JULIA:

Que iré a la iglesia que dices,
si a quien nos case previenes,
que yo quise escucharte
y no fui discreta sierpe.
En taparme los oídos,
bien es que los ojos cierre.
Vete, pues que siento pasos.

ROSELO:

Voyme, pero no te quedes,
porque a tu primo no hables.

JULIA:

Mira que de mí te acuerdes.

ROSELO:

Eso dices, plega a Dios
que nunca mis cosas lleve.

JULIA:

No jures, que los que juran
mucho del crédito pierden.

ROSELO:

¿Qué diré?

JULIA:

Que me deseas.

CELIA:

Señora mía, que vienen.

JULIA:

¿Quieres el pie?

ROSELO:

Y aun la mano.

JULIA:

Los brazos también.

MARÍN:

Vete.