Ir al contenido

El ciego (Chénier)

De Wikisource, la biblioteca libre.
Nota: Se respeta la ortografía original de la época

III

EL CIEGO


(CHÉNIER)


"Oye mis ruegos tú, deidad de Claros,
Apolo Smínteo, el de la alada flecha
Y arco de plata. Moriré sin duda,
Si tú no guías á este errante ciego."

Tal pronunciaba con suspiro triste,
Penetrando en la selva, errante anciano,
Y en una piedra se sentó gimiendo.
Al ladrido tenaz de los molosos,
Custodios fieles de la grey balante,
Tras él corrían con veloces pasos,
Hijos de aquella tierra, tres pastores,
El furor deteniendo de sus canes,
Por amparar del viejo la flaqueza,
Y acercándose á él, así decían:

"¿Quién es aqueste anciano, débil, ciego?
¿Será por dicha morador celeste?

Grandeza y altivez su faz anuncia;
Pende una lira informe de su cinto,
Y al resonar su canto, se estremecen
El aire, el mar, el cielo y las montañas."

Él sus pasos oyó, y atento espera,
Y tiembla al acercarse, y ambas manos
En ademán de súplica extendía.

"No temas (dicen ellos), extranjero,—
Si ya en forma terrestre, deleznable,
No eres un Numen que á la Grecia ampara;
¡Tanta grandeza en tu vejez descubres!
Si eres sólo un mortal; oh triste anciano!
No te arrojaron las marinas olas
A tierra cruda y de piedad ajena.
Nunca el destino da dicha colmada;
A ti los altos Dioses concedieron
Noble y sonora voz, pero tus ojos
Cerraron á la luz del claro día."

—"Infantil vuestra voz blanda parece:
Niños seréis, mas los discursos vuestros
Prudencia suma y madurez revelan.
Pero siempre recela el indigente
Extranjero que sirvan sus desgracias
De objeto á muchos de baldón y risa.
No compararme á los celestes Dioses

Oséis: mis canas, mi arrugada frente
Y esta perenne noche de mis ojos,
¿Son de un Numen talvez digno semblante?
¡Soy hombre entre los hombres desdichado!
Si á un pobre conocéis, errante, triste,
A ese tan sólo compararme puedo.
No porque yo intentara, enal Tamiris,
La prez del canto arrebatar á Apolo,
Ni, enal Edipo, con incesto hubiera
Y parricidio, sobre mí llamado
De las negras Euménides las iras.
En mi vejez el Hado omnipotente
Me reservaba la tiniebla oscura,
Y en destierro vagar, hambre y pobreza."

—"Tóma, y ójalá cambie tu destino,"
Ellos dijeron y sacando luégo
De una de cabra piel blanca y luciente
El manjar aquel día preparado,
En sus rodillas ponen á porfía
El blanco pan de trigo, la aceituna,
La almendra, el queso y los melosos higos.
Come también el perro, que yacía
Entre sus pies, mojado y sin aliento,
Que nadando dejó la corva nave
A pesar del remero, y en la orilla
Vino á juntarse á su infelice dueño
 

—"No siempre mi destino es inflexible;
Salud, ¡oh niños (el anciano dijo),
De Jove mensajeros! ¡Venturosos
Los padres que á estos niños engendraron!
¡Venid, y que mis manos os conozcan,
Cual si vista tuviera! ¡Oh, hijos míos,
Hermosos sois los tres, vuestros semblantes
Hermosos son, y dulces vuestras voces!
¡Qué amable es la virtud de gracia llena!
Creced cual la palmera de Latona,
Del cielo dón, del mundo maravilla,
Que contemplé, cuando mis ojos vieron,
Al aportar á la sagrada Delos,
Cerca de Apolo y de su altar de piedra.
Cual ella creceréis grandes, robustos,
Fuertes, de los mortales venerados,
Porque amparar sabéis tanta desdicha.
Apenas el mayor tendrá trece años.
¡Oh niños míos! yo era casi viejo
Antes que vuestros padres respiraran.
Siéntate junto á mí, del viejo cuida,
Tú el mayor de los tres."

—"Cantor ilustre,
¿Cómo ó de dónde vienes? que las olas
Rugen por dondequiera en nuestra orilla."
 

—"Mercaderes de Cime me guiaron;
Dejaba de la Caria las riberas,
Por ver si Grecia patria me ofrecía
Y los Dioses benignos me otorgaban
Suerte menos cruel, horas serenas:
¡Que la esperanza hasta el sepulcro vive!
Mas nada tengo; ni pagar el viaje
Pude á los nautas, y ellos me arrojaron,
Como visteis poco há, á vuestra ribera."

—"¿Y porqué no cantaste, dulce viejo?
Con tu armoniosa voz pagar podías."

—"¡Hijos! del ruiseñor los dulces sones
Nunca del buitre calmarán la rabia,
Ni los avaros, insolentes ricos,
Alma tendrán para gustar del canto.
Guiado por mi báculo, en la arena,
Del piélago al mugir, solo, en silencio,
Escuché los balidos de un rebaño
Y el resonar de la bronceada esquila.
Tomé la lira: á sus movibles cuerdas
Los dedos apliqué, ya temblorosos,
La bondad implorando de los Dioses,
Y en especial de Jove hospitalario.
Mas de pronto sonó voz formidable
Y enormes perros contra mí vinieron,
Y vosotros, con piedras y con gritos,
Calmasteis luego su iracunda rabia."
 

—"¿Será cierto talvez, ¡oh padre mío!
Que ya perverso degenera el mundo?
En otro tiempo, al escuchar la lira,
Lobos y tigres, su furor rendido,
De un cantor como tú los pies besaban."

—"¡Bárbaros, ¡ay! Sentado yo en la popa,
Cánta, gritaba aquella chusma impía:
Si ve algo más tu ingenio que tus ojos,
Destiérra nuestro enfado, vagabundo.
Yo confundirles quise con mi acento,
Mas no se abrió la boca á la respuesta;
Hice callar la lengua, y con la mano
Detuve al Dios hirviente ya en mi seno.
¡Oh Cime, pues tus hijos ofendieron
A la prole inmortal de Mnemosina,
Profundo olvido su memoria cubra
Y sepulte su nombre densa noche!"

—"Vén á nuestra ciudad, de aquí vecina,
Que á los amigos de las Musas ama:
Un asiento te espera en los festines
Con argentinos clavos tachonado.
Ricos manjares, miel y dulce vino
De los pasados males la memoria
Desterrarán, so la columna alzada
Do pende de marfil sonante lira.

Si en el camino, rápsoda ingenioso,
Con celestiales cantos nos deleitas,
Diré que Apolo, desde el alto Olimpo,
Tu són inspira y tus acordes rige."

—"Marchemos, sí; ¿mas dónde me conduces?
Hijos del triste ciego, ¿dónde estamos?"

—"En la isla de Sicos fortunada."

—"¡Sicos, salud, hospitalaria siempre!
Piso otra vez tu venturosa orilla;
Amigos, vuestros padres me conocen.
Cual vosotros crecían, cuando vine
Joven, lozano: contemplar podía
La primavera, el sol, la blanca Aurora.
Siempre el primero en la gallarda liza,
En la pírrica danza, en la carrera:
Argos y Creta, Atenas y Corinto
Yo visité; la de cien puertas Tebas,
Y del Egipto la ribera fértil.
Mas la tierra y el mar, el Tiempo, el Hado,
Mi cuerpo han oprimido de dolores:
Sólo la voz me queda, cual cigarra
Que cantando en las ramas se consuela.

—Ante todo á los Dioses invoquemos:
¡Oh soberano, omnipotente Jove,
Sol que en tu lumbre lo penetras todo,

Mar, tierra, ríos, vengadoras Furias,
Salud, ola del Olimpo habitadores!
Todo saber procede á los mortales
De vosotras, ¡oh Musas! Comencemos...."

Él prosiguió: las ramas se inclinaron
Del roble antiguo á sus cadentes sones,
Libre dejó el pastor á su ganado,
Y olvidando el camino los viajeros,
Pararon á su voz. El suspendido
Del fuerte brazo de su joven guía,
Sintióles agruparse y detenerse,
Con avidez oyendo sus cantares.

Porque cantaba en vagarosos himnos,
Cuál se juntaron en fecundo abrazo
Las primeras semillas de los seres,
Los principios de fuego, tierra y aire,
Y del seno de Jove descendida
El agua á congregarse en hondos ríos:
Las leyes, los oráculos, las artes
Y la concordia fraternal del pueblo:
El Caos, los amores inmortales,
El Rey sublime que el Olimpo y Tierra
Al mover estremece de sus ojos:
Los Dioses dividiendo fiera lucha,
Sangre celeste enrojeciendo el suelo,
Congregados los reyes, y á sus plantas

Nubes de polvo, carros voladores,
Armas brillantes de guerreros fuertes
Cual vasto incendio en escarpada cima,
Crines flotantes de ligeros potros
Que á sus jinetes á la lid arrastran.

Cantó después la paz de las ciudades,
Los oradores, las sagradas leyes,
Y de los campos la cosecha fértil.
Mas pronto coronadas las murallas
De soldados mostró: víctimas ruedan
En los sagrados atrios, y las madres
Y las esposas gimen; las doncellas
A torpe esclavitud son condenadas.

Cantó tras esto las alegres mieses,
La grey balante, el mugidor rebaño,
La rústica zampoña, las canciones
De ruidosa vendimia, los festines,
La flauta suave y la ligera danza.

El viento desató que el mar agita
Y al nauta envuelve en las hinchadas olas;
Mas súbito á las hijas de Nereo
Salir ordena de azulada gruta,
Y pronto levantáronse á sus gritos
Naves sin cuento que la mar cortaban
Con rumbo cierto á la troyana orilla.

Mostró después de Stigia las prisiones
Y la ribera criminal, los campos
De asfódelo, de vagan macilentas
Sombras, de luz y de vivir privadas,
Tristes ancianos por la edad vencidos,
Jóvenes arrancados de sus padres,
Niños cuyo sepulcro fué la cuna,
Y doncellas que en flor arrebatadas
Tálamo hallaron en la tumba fría.

¡Bosques, arroyos, montes y peñascos!
Cómo debisteis palpitar de gozo,
Cuando el vate mostraba al divo Hifesto
Forjando en Lemnos, en el sacro yunque,
Aquella red irresistible y fina,
Como de Aracue las sutiles hebras,
Y entre sus hilos enredando á Venus;
O cuando en piedra transformaba á Niobe,
Madre tebana, de altivez en pago;
O cuando con acento lastimero
De la triste Aedón repitió el lloro,
Que de un hijo madrastra involuntaria
Huyó, cual ruiseñor, á la espesura
Del bosque solitario. Con el vino
Vertió después el nefendés potente,
Que olvido inspira de los males todos,
De los guerreros en las copas: luégo

Cogió la flor del moli, que á los hombres
Hace prudentes, sabios y felices,
Y del calmante lotos la bebida,
Con cuyo filtro olvidan los mortales
Los caros padres y la dulce tierra.

Vieron, por fin, el Osa y el Peneo
Y la espesura umbrosa del Olimpo,
Las mesas de Himeneo ensangrentadas
Cuando el monstruoso pueblo de la noche
De Pirito el festín solemnizaba;
Y Teseo arrancó medio desnuda
La esposa de su amigo, del robusto
Brazo del ebrio, del salvaje Eurito,
Mientras, acero en mano, el desposado,
Espéra, le gritó, traidor, espéra:
Fuerza es que hoy vengue el insolente ultraje.
Mas, antes que él, sobre el Centauro fiero,
Hizo Drías caer ardiente pino,
Con el hierro sus ramas erizadas.
El cuadrúpedo atroz en vano clama
Y el suelo hiere, donde al fin sucumbe.
Y al esfuerzo de Neso armipotente
Ruedan Cimele, Périfas, Evagro;
Mata Pirito á Antímaco y Petreo,
Y al de nevados pies, leve Cilaro,
Y al negro Macareo, que con pieles

De tres leones por su mano heridos
Armaba sus ijares y su seno.
Encorvado, una roca levantando,
Imprudente Bianor, es sorprendido
Por Hércules divino, que sepulta
En un vaso de bronce antiguo, inmenso,
Herida con la clava, su cabeza;
Y ceden al furor del bravo Alcides
Licotas, Clamis, Demoleón, Rifeo,
Que ostentaba en sus crines orgulloso
El heredado brillo de las nubes.
De doble lid Eurínomo sediento,
Mueve sus pies en raudo torbellino,
De Néstor sacudiendo la arımadura
Con repetidos golpes: huye el duro
Yélope, y con el brazo levantado
Espera el ágil Crántor la embestida;
Mas súbito Eurinomo se interpone
Y va á hender con el leño su cabeza:
Viólo el hijo de Egeo ensangrentado,
Y del ara arrancó una ardiente encina;
Lanzó grito terrible; de su espalda
Nunca domada, las flotantes crines
Asió veloz, y sepultó en su boca,
Abierta con esfuerzo poderoso,
La llama juntamente con la vida;

Despójase el altar de sus antorchas,
Y armas para el combate les ministra;
Suena en el bosque femenil gemido;
Los ungulados pies baten la tierra,
Y mézclase al tumulto del combate
Ruido de vasos con estruendo rotos,
Injurias, gritos, moribundos ayes.—

Así el viejo de imágenes osadas,
Desarrolló el tejido portentoso,
En tanto que los niños asombrados
Contemplaban salir de aquella boca
Raudo torrente de inmortal palabra,
Como en invierno la copiosa nieve
Cae en la cima del erguido monte.
A su encuentro, con ramas en las manos,
Salen de la ciudad los moradores,
Hombres, mujeres, jóvenes, ancianos,
Flor y ornamento de la isleña Sicos.
"Vén, elocuente vate, repetían;
Vén, armonioso ciego, á nuestros muros:
Alumno de las Musas, convidado
Al nectáreo banquete de los Dioses;
Nuestra isla habitarás, y quinquenales
Juegos celebraránse el fausto día
En que holló nuestra playa el grande Homero."
 

M. Menéndez Pelayo.