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La gitanilla (1883)

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Nota: Se respeta la ortografía original de la época

LA JITANILLA



Parece que los jitanos y jitanas solamente nacieron en el mundo para ser ladrones: nacen de padres ladrones, críanse con ladrones, estudian para ladrones, y finalmente salen con ser ladrones corrientes y molientes á todo ruedo; y la gana de hurtar y el hurtar son en ellos como accidentes inseparables que no se quitan sino con la muerte. Una pues de esta nacion, jitana vieja, que podia ser jubilada en la ciencia de Caco, crió una muchacha en nombre de nieta suya, á quien puso por nombre Preciosa, y á quien enseñó todas sus jitanerías y modos de embelecos y trazas de hurtar. Salió la tal Preciosa la mas única bailadora que se hallaba en todo el jitanismo, y la mas hermosa y discreta que pudiera hallarse, no entre los jitanos, sino entre cuantas hermosas y discretas pudiera pregonar la fama. Ni los soles, ni los aires, ni todas las inclemencias del cielo, á quien mas que otras gentes están sujetos los jitanos, pudieron deslustrar su rostro ni curtir sus manos; y lo que es mas, que la crianza tosca en que se criaba, no descubria en ella sino ser nacida de mayores prendas que de jitana, porque era en estremo cortés y bien razonada: y con todo esto era algo desenvuelta, pero no de modo que descubriese algun género de deshonestidad; ántes con ser aguda era tan honesta, que en su presencia no osaba alguna jitana vieja ni moza cantar cantares lascivos, ni decir palabras no buenas: y finalmente, la abuela conoció el tesoro que en la nieta tenia, y así determinó el águila vieja sacar á volar su aguilucho, y enseñarle á vivir por sus uñas. Salió Preciosa rica de villancicos, de coplas, seguidillas y zarabandas y de otros versos, especialmente de romances, que los cantaba con especial donaire; porque su taimada abuela echó de ver que tales juguetes y gracias en los pocos años y en la mucha hermosura de su nieta habian de ser felicísimos atractivos é incentivos para acrecentar su caudal; y ansí se los procuró y buscó por todas las vias que pudo; y no faltó poeta que se los diese; que tambien hay poetas que se acomodan con jitanos, y les venden sus obras, como los hay para ciegos, que les fingen milagros, y van á la parte de la ganancia: de todo hay en el mundo, y esto de la hambre tal vez hace arrojar los ingenios á cosas que no están en el mapa. Crióse Preciosa en diversas partes de Castilla, y á los quince años de su edad su abuela putativa la volvió á la corte y á su antiguo rancho, que es donde ordinariamente le tienen los jitanos, en los campos de Santa Bárbara, pensando en la corte vender su mercadería, donde todo se compra y todo se vende. Y la primera entrada que hizo Preciosa en Madrid, fué un dia de Santa Ana, patrona y abogada de la villa, con una danza en que iban ocho jitanas, cuatro ancianas y cuatro muchachas, y un jitano, gran bailarin, que las guiaba; y aunque todas iban limpias y bien aderezadas, el aseo de Preciosa era tal que poco a poco fué enamorando los ojos de cuantos la miraban. De entre el son del tamboril y castañetas y fuga del baile salió un rumor que encarecia la belleza y donaire de la Jitanilla, y corrian los muchachos á verla, y los hombres á mirarla; pero cuando la oyeron cantar, por ser la danza cantada, allí fué ello, allí sí que cobró aliento la fama de la Jitanilla, y de comun consentimiento de los diputados de la fiesta desde luego le señalaron el premio y joya de la mejor danza; y cuando llegaren á hacerla en la iglesia de Santa María delante de la imágen de la gloriosa Sta. Ana, despues de haber bailado todas, tomó Preciosa unas sonajas, al son de las cuales, dando en redondo largas y lijerísimas vueltas, cantó el romance siguiente.

Arbol preciosísimo,
Que tardó en dar fruto
Años que pudieron
Cubrirle de luto,
Y hacer los deseos
Del consorte puros,
Contra su esperanza
No muy bien seguros:
De cuyo tardarse
Nació aquel disgusto,
Que lanzó del templo
Al varon mas justo:
Santa tierra estéril,
Que al cabo produjo
Toda la abundancia
Que sustenta el mundo:
Casa de moneda
Do se forjó el cuño
Que dió á Dios la forma,
Que como hombre tuvo:
Madre de una hija,
En quien quiso y pudo
Mostrar Dios grandezas
Sobre humano curso:
Por vos y por ella
Sois, Ana, el refugio,
Do van por remedio
Nuestros infortunios.
En cierta manera
Teneis, no lo dudo,
Sobre el nieto imperio
Piadoso y justo.
A ser comunera
Del alcázar sumo,
Fueran mil parientes
Con vos de consuno.

¡Qué hija! qué nieto!
Y ¡qué yerno! Al punto,
A ser causa justa,
Cantárades triunfos.
Pero vos humilde
Fuisteis el estudio,
Donde vuestra Hija
Hizo humildes cursos,
Y ahora á su lado
A Dios el mas junto
Gozais del alteza
Que apénas barrunto.

El cantar de Preciosa fué para admirar á cuantos la escuchaban. Unos decian: Dios te bendiga, la muchacha. Otros: Lástima es que esta mozuela sea jitana; en verdad, en verdad que merecia ser hija de un gran señor. Otros habia mas groseros que decian: Dejen crecer á la rapaza, que ella hará de las suyas; á fe que se va añudando en ella gentil barredera para pescar corazones. Otro mas humano, mas basto y mas modorro, viéndola andar tan lijera en el baile, le dijo: A ello, hija, á ello, andad, amores, y pisad el polvito á tan menudito. Y ella respondió sin dejar el baile: Y pisarélo yo á tan menudo. Acabáronse las vísperas y la fiesta de Sta. Ana, y quedó Preciosa algo cansada, pero tan celebrada de hermosa, de aguda y de discreta y bailadora, que á corrillos se hablaba della en toda la corte. De allí á quince dias volvió á Madrid, como tenia de costumbre, con otras tres muchachas con sonajas y con un baile nuevo, todas apercebidas de romances y de cantarcillos alegres, pero todos honestos; que no consentia Preciosa que las que fuesen en su compañía cantasen cantares descompuestos, ni ella los cantó jamas, y muchos miraron en ello, y la tuvieron en mucho. Nunca se apartaba della la jitana vieja, hecha su Argos, temerosa no se la despabilasen y traspusiesen; llamábala nieta, y ella la tenia por abuela. Pusiéronse á bailar á la sombra en la calle de Toledo por complacer á los que las miraban, y de los que las venian siguiendo se hizo luego un gran corro; y en tanto que bailaban, la vieja pedia limosna á los circunstantes, y llovian en ella ochávos y cuartos como piedras á tablado; que tambien la hermosura tiene fuerza de despertar la caridad dormida. Acabado el baile, dijo Preciosa: Si me dan cuatro cuartos, les cantaré un romance yo sola, lindísimo en estremo, que trata de cuando la reina nuestra señora Doña Margarita salió á misa de parida en Valladolid, y fué á San Llorente: dígoles que es famoso, y compuesto por un poeta de los del número, como capitan del batallon. Apénas hubo dicho esto cuando casi todos los que en la rueda estaban dijeron á voces: Cántale, Preciosa, y ves aquí mis cuatro cuartos: y así granizaron sobre ella cuartos, que la vieja no se daba manos á cogerlos. Hecho pues su agosto y su vendimia, repicó Preciosa sus sonajas, y al tono correntío y loquesco cantó el siguiente romance.

Salió á misa de parida
La mayor reina de Europa,
En el valor y en el nombre
Rica y admirable joya.

Como los ojos se lleva,
Se lleva las almas todas
De cuantos miran y admiran
Su devocion y su pompa.
Y para mostrar que es parte
Del cielo en la tierra toda,
A un lado lleva el sol de Austria,
Al otro la tierna aurora.
A sus espaldas la sigue
Un lucero que á deshora
Salió la noche del dia
Que el cielo y la tierra lloran.
Y si en el cielo hay estrellas
Que lucientes carros forman,
En otros carros su cielo
Vivas estrellas adornan.
Aquí el anciano Saturno
La barba pule y remoza,
Y aunque tardo, va lijero;
Que el placer cura la gota.
El dios parlero va en lenguas
Lisonjeras y amorosas,
Y Cupido en cifras varias,
Que rubíes y perlas bordan.
Allí va el furioso Marte
En la persona curiosa
De mas de un gallardo jóven
Que de su sombra se asombra.
Junto á la casa del sol
Va Júpiter; que no hay cosa
Difícil á la privanza
Fundada en prudentes obras.
Va la luna en las mejillas
De una y otra humana diosa,
Vénus casta en la belleza
De las que este cielo forman.
Pequeñuelos Ganimédes
Cruzan, van, vuelven y tornan
Por el cinto tachonado
Desta esfera milagrosa.
Y para que todo admire
Y todo asombre, no hay cosa
Que de liberal no pase
Hasta el estremo de pródiga.
Milan con sus ricas telas
Allí va en vista curiosa,
Las Indias con sus diamantes,
Y Arabia con sus aromas.
Con los mal intencionados
Va la envidia mordedora,
Y la bondad en los pechos
De la lealtad española.
La alegría universal
Huyendo de la congoja,
Calles y plazas discurre,
Descompuesta y casi loca.
A mil mudas bendiciones
Abre el silencio la boca,
Y repiten los muchachos
Lo que los hombres entonan.
Cuál dice: — Fecunda vid,
Crece, sube, abraza y toca
El olmo felice tuyo,
Que mil siglos te haga sombra.
Para gloria de tí misma,
Para bien de España y honra,
Para arrimo de la Iglesia,
Para asombro de Mahoma. —
Otra lengua clama y dice:
— Vivas, ó blanca paloma
Que nos has dado por crias
Aguilas de dos coronas,
Para ahuyentar de los aires
Las de rapiña furiosas,
Para cubrir con sus alas
A las virtudes medrosas. —
Otra mas discreta y grave,
Mas aguda y mas curiosa
Dice, vertiendo alegría
Por los ojos y la boca:
— Esta perla que nos diste,
Nácar de Austria, única y sola,
¡Qué de máquinas que rompe!
Qué de designios que corta¡
Qué de esperanzas que infunde!
Qué de deseos malogra!
Qué de temores aumenta!
Qué de preñados aborta!
En esto se llegó al templo
Del fénix santo que en Roma
Fué abrasado, y quedó vivo
En la fama y en la gloria.
A la imágen de la vida,
A la del cielo Señora,
A la que por ser humilde,
Las estrellas pisa ahora:
A la Madre y Vírgen junto,
A la Hija y á la Esposa
De Dios, hincada de hinojos
Margarita así razona:
—Lo que me has dado te doy,
Mano siempre dadivosa;
Que á de falta el favor tuyo
Siempre la miseria sobra.
Las primicias de mis frutos
Te ofrezco, Vírgen hermosa:
Tales cuales son las mira,
Recibe, ampara y mejora.
A su padre te encomiendo;
Que humano Atlante se encorva
Al peso de tantos reinos
Y de climas tan remotas.
Sé que el corazon del Rey
En las manos de Dios mora,
Y sé que puedes con Dios
Cuánto pidieres piadosa.
Acabada esta oracion,
Otra semejante entonan
Himnos y voces que muestran
Que está en el suelo su gloria.
Acabados los oficios,
Con reales ceremonias
Volvió á su punto este cielo
Y esfera maravillosa.

Apénas acabó Preciosa su romance, cuando del ilustre auditorio y grave senado que la oia, de muchas se formó una voz sola que dijo: Torna á cantar, Preciosa, que no faltarán cuartos como tierra. Mas de doscientas personas estaban mirando el baile, y escuchando el canto de las jitanas, y en la mayor fuga dél acertó á pasar por allí uno de los tinientes de la villa, y viendo tanta gente junta, preguntó qué era: y fuéle respondido que estaban escuchando á la Jitanilla hermosa que cantaba. Llegóse el timente, que era curioso, y escuchó un rato, y por no ir contra su gravedad, no escuchó el romance hasta la fin: y habiéndole parecido por estremo bien la Jitanilla, mandó á un pajo suo dijese á la jitana vieja que al anochecer fuese á su casa con las jitanillas, que queria que las oyese Doña Clara su mujer. Hízolo así el paje, y la vieja dijo que sí iria. Acabaron el baile y el canto, y mudaron lugar; y en esto llegó un paje muy bien aderezado á Preciosa, y dándole un papel doblado, le dijo: Preciosica, canta el romance que aquí va, porque es muy bueno, y yo te daré otros de cuando en cuando, con que cobres fama de la mejor romancera del mundo. Eso aprenderé yo de muy buena gana, respondió Preciosa; y mire, señor, que no me deje de dar los romances que dice, con tal condicion que sean honestos; y si quiere que se los pague, concertémonos por docenas, y docena cantada docena pagada; porque pensar que le tengo de pagar adelantado, es pensar lo imposible. Para papel siquiera que me dé la señora Preciosica, dijo el paje, estaré contento: y mas, que el romance que no saliere bueno y honesto, no ha de entrar en cuenta. A la mia queda el escogerlos, respondió Preciosa: y con esto se fueron la calle adelante, y desde una reja llamaron unos caballeros á las jitanas. Asomó Preciosa á la reja, que era baja, y vió en una sala muy bien aderezada y muy fresca muchos caballeros que, unos paseándose, y otros jugando á diversos juegos, se entretenian. ¿Quiérenme dar barato, zeñores? dijo Preciosa, que como jitana hablaba ceceoso, y esto es artificio en ellas que no naturaleza. A la voz de Preciosa y á su rostro dejaron los que jugaban el juego, y el paseo los paseantes: y los unos y los otros acudieron á la reja por verla, que ya tenian noticia della, dijeron: Entren, entren las jitanillas, que aquí les daremos barato. Caro seria ella, respondió Preciosa, si nos pellizcasen. No, á fe de caballeros, respondió uno; bien puedes entrar, niña, segura que nadie te tocará á la vira de tu zapato; no, por el hábito que traigo en el pecho, y púsose la mano sobre uno de Calatrava. Si tú quieres entrar, Preciosa, dijo una de las tres jitanillas que iban con ella, entra enhorabuena, que yo no pienso entrar adonde hay tantos hombres. Mira, Cristina, respondió Preciosa: de lo que te has de guardar es de un hombre solo y á solas, y no de tantos juntos; porque ántes el ser muchos quita el miedo y recelo de ser ofendidas. Advierte, Cristinica, y está cierta de una cosa: que la mujer que se determina á ser honrada, entre un ejército de soldados lo puede ser. Verdad es que es bueno huir de las ocasiones; pero han de ser de las secretas y no de las públicas. Entremos, Preciosa, dijo Cristina, que tú sabes mas que un sabio. Animólas la jitana vieja, y entraron: y apénas hubo entrado Preciosa, cuando el caballero del hábito vió el papel que traia en el seno, y lle. gándose á ella, se le tomó, y dijo Preciosa: Y no me le tome, señor, que es un romance que me acaban de dar ahora, que aun no le he leido. Y ¿sabes tú leer, hija? dijo uno. Y escribir, respondió la vieja, que á mi nieta la he criado yo como si fuera hija de un letrado. Abrió el caballero el papel, y vió que venia dentro dél un escudo de oro, y dijo: En verdad, Preciosa, que trae esta carta el porte dentro: toma este escudo que en el romance viene. Basta, dijo Preciosa, que me ha tratado de pobre el poeta; pues cierto que es mas milagro darme á mí un poeta un escudo, que yo recebirle: si con esta añadidura han de venir sus romances, traslade todo el Romancero general, y enviémelos uno á uno, que yo les tentaré el pulso, y si vinieren duros, seré yo blanda en recebillos. Admirados quedaron los que oian á la jitanica, así de su discrecion como del donaire con que hablaba. Lea, señor, dijo ella, y lea alto, veremos si es tan discreto ese poeta, como es liberal. Y el caballero leyó así:

Jitanica, que de hermosa
Te pueden dar parabienes,
Por lo que de piedra tienes
Te llama el mundo Preciosa.
De esta verdad me asegura
Esto, como en tí verás;
Que no se aparta jamas
La esquivez y la hermosura.
Si como en valor subido,
Vas creciendo en arrogancia,
No le arriendo la ganancia
A la edad en que has nacido.
Que un basilisco se cria
En tí que mata mirando,
Y un imperio, que aunque blando,
Nos parezca tiranía.
Entre pobres y aduares
¿Cómo nació tal belleza?
¿O cómo crió tal pieza
El humilde Manzanares?
Por esto será famoso
A par del Tajo dorado,
Y por Preciosa preciado
Mas que el Gánges caudaloso.
Dices la buenaventura,
Y dasla mala contino;
Que no van por un camino
Tu intencion y tu hermosura.
Porque en el peligro fuerte
De mirarte ó contemplarte,
Tu intencion va á desculparte,
Y tu hermosura á dar muerte.
Dicen que son hechiceras
Todas las de tu nacion;
Pero tus hechizos son
De mas fuerzas y mas véras;
Pues por llevar los despojos
De todos cuantos te ven,
Haces, ó niña, que estén
Los hechizos en tus ojos.
En sus fuerzas te adelantas,
Pues bailando nos admiras,
Y nos matas, si nos miras,
Y nos encantas, si cantas.
De cien mil modos hechizas:
Hables, calles, cantes, mires,
O te acerques ó retires,
El fuego de amor atizas.
Sobre el mas exento pecho
Tienes mando y señorío;
De lo que es testigo el mio,
De tu imperio satisfecho.
Preciosa joya de amor,
Esto humildemente escribe
El que por tí muere vive
Pobre, aunque humilde amador,

En pobre acaba el último verso, dijo á esta sazon Preciosa, mala señal; nunca los enamorados han de decir que son pobres, porque á los principios á mi parecer la pobreza es muy enemiga del amor. ¿Quién te enseña eso, rapaza? dijo uno. ¿Quién me lo ha de enseñar? respondió Preciosa; ¿no tengo yo mi alma en mi cuerpo? no tengo ya quince años? No soy manca, ni ronca, ni estropeada del entendimiento: los ingenios de las jitanas van por otro norte que los de las demas gentes; siempre se adelantan á sus años, no hay jitano necio, ni jitana lerda; que como el sustentar su vida consiste en ser agudos, astutos y embusteros, despabilan el ingenio á cada paso, y no dejan que crie moho en ninguna manera. Ven estas muchachas mis compañeras, que están callando, y parecen bobas? pues éntrenles el dedo en la boca, y tiéntenlas las cordales, y verán lo que verán: no hay muchacha de doce que no sepa lo que de veinticinco, porque tienen por maestros y preceptores al diablo y al uso, que les enseña en una hora lo que habian de aprender en un año. Con esto que la Jitanilla decia, tenia suspensos á los oyentes, y los que jugaban le dieron barato, y aun los que no jugaban. Cogió la hucha de la vieja treinta reales, y mas rica y mas alegre que una pascua de flores, antecogió sus corderas, y fuése en casa del señor timente, quedando que otro dia volveria con su manada á dar contento á aquellos tan liberales señores.

Ya tenia aviso la señora Doña Clara, mujer del señor timente, como habian de ir á su casa las jitanillas, y estábalas esperando como agua de mayo ella y sus doncellas y dueñas, con las de otra señora vecina suya, que todas se juntaron para ver á Preciosa; y apénas hubieron entrado las jitanas, cuando entre las demas resplandeció Preciosa, como la lzu de una antorcha entre otras luces menores; y así corrieron todas á ella: unas la abrazaban, otras la miraban, estas la bendecian, aquellas la alababan. Doña Clara decia: Este sí que se puede decir cabello de oro, estos sí que son ojos de esmeraldas. La señora su vecina la desmenuzaba toda, y hacia pepitoria de todos sus miembros y coyunturas; y llegando á alabar un pequeño hoyo que Preciosa tenia en la barba, dijo: ¡Ay qué hoyo! en este hoyo han de tropezar cuantos ojos le miraren. Oyó esto un escudero de brazo de la señora Doña Clara, que allí estaba, de luenga barba y largos años, y dijo: ¿Ese llama vuesa merced hoyo, señora mia? pues yo sé poco de hoyos, ó ese no es hoyo, sino sepultura de deseos vivos: por Dios tan linda es la Jitanilla, que hecha de plata ó de alcorza no podria ser mejor. ¿Sabes decir la buenaventura, niña? De tres ó cuatro maneras, respondió Preciosa. Y ¿eso mas? dijo Doña Clara, por vida del timente mi señor, que me la has de decir, niña de oro, y niña de plata, y niña de perlas, y niña de carbunclos, y niña del cielo, que es lo mas que puedo decir. Denle, denle la palma de la mano á la niña, y con qué haga la cruz, dijo la vieja, y verán qué de cosas les dice; que sabe mas que un dotor de melecina. Echó mano á la faldriquera la señora tinienta, y halló que no tenia blanca: pidió un cuarto á sus criadas, y ninguna le tuvo, ni la señora vecina tampoco. Lo cual, visto por Preciosa, dijo: Todas las cruces en cuanto cruces son buenas; pero las de plata ó de oro son mejores, y el señalar la cruz en la palma de la mano con moneda de cobre, sepan vuesas mercedes que menoscaba la buenaventura, por lo menos la mia: y así tengo aficion á hacer la cruz primera con algun escudo de oro, ó con algun real de á ocho, ó á lo ménos de á cuatro; que soy como los sacristanes que cuando hay buena ofrenda se regocijan. Donaire tienes, niña, por tu vida, dijo la señora vecina, y volviéndose al escudero le dijo: Vos, señor Contreras, ¿tendréis á mano algun real de á cuatro? dádmele, que en viniendo el dotor mi marido os le volveré. Sí tengo, respondió Contreras, pero téngole empeñado en veinte y dos maravedís que cené anoche: dénmelos, que yo iré por él en volandas. No tenemos entre todas un cuarto, dijo Doña Clara, ¿y pedís veinte y dos maravedís? Andad, Contreras, que siempre fuisteis impertinente. Una doncella de las presentes, viendo la esterilidad de la casa, dijo á Preciosa: Niña, ¿hará algo al caso que se haga la cruz con un dedal de plata? Antes, respondió Preciosa, se hacen las cruces mejores del mundo con dedales de plata, como sean muchos. Uno tengo yo, replicó la doncella; si este basta, héle aquí, con condicion que tambien se me ha de decir á mí la buenaventura. ¡Por un dedal tantas buenasventuras! dijo la jitana vieja: nieta, acaba presto, que se hace noche. Tomó Preciosa el dedal, y la mano de la señora. tinienta, y dijo:

Hermosita, hermosita,
La de las manos de plata,
Mas te quiere tu marido
Que al rey de las Alpujarras.
Eres paloma sin hiel,
Pero á veces eres brava
Como leona de Oran,
O como tigre de Ocaña.
Pero en un tras, en un tris,
El enojo se te pasa,
Y quedas como alfeñique,
O como cordera mansa.
Riñes mucho, y comes poco;
Algo celosita andas;
Que es jugueton el timente,
Y quiere arrimar la vara.
Cuando doncella te quiso
Uno de una buena cara;
Que mal hayan los terceros
Que los gustos desbaratan.
Si á dicha tú fueras monja,
Hoy tu convento mandaras,
Porque tienes de abadesa
Mas de cuatrocientas rayas.
No te lo quiero decir,
Pero poco importa, vaya,
Enviudarás otra vez,
Y otras dos serás casada.
No llores, señora mia,
Que no siempre las jitanas
Decimos el Evangelio;
No llores, señora, acaba.

Como te mueras primero
Que el señor timente, basta
Para remediar el daño
De la viudez que amenaza.
Has de heredar y muy presto
Hacienda en mucha abundancia;
Tendrás un hijo canónigo,
La iglesia no se señala,
De Toledo no es posible.
Una hija rubia y blanca
Tendrás, que si es religiosa,
Tambien vendrá á ser prelada.
Si tu esposo no se muere
Dentro de cuatro semanas,
Verásle corregidor
De Búrgos ó Salamanca.
Un lunar tienes: ¡qué lindo,
¡Ay Jesus, qué luna clara!
¡Qué sol, que allá en los antipodas
Escuros valles aclara!
Mas de dos ciegos por verle
Dieran mas de cuatro blancas:
Agora si es la risica;
¡Ay, que bien haya esa gracia!
Guardate de las caidas,
Principalmente de espaldas;
Que suelen ser peligrosas
En las principales damas.
Cosas hay mas que decirte:
Si para el viérnes me aguardas,
Las oirás, que son de gusto,
Y algunas hay de desgracias.

Acabó su buenaventura Preciosa, y con ella encendió el deseo de todas las circunstantes en querer saber la suya, y así se lo rogaron todas; pero ella las remitió para el viernes venidero, prometiéndoles que tendrian reales de plata para hacer las cruces. En esto vino el señor timente, á quien contaron maravillas de la Jitanilla: él las hizo bailar un poco, y confirmó por verdaderas y bien dadas las alabanzas que á Preciosa habian dado: y poniendo la mano en la faldriquera, hizo señal de querer darle algo; y habiéndola espulgado y sacudido, y rascado muchas veces, al cabo sacó la mano vacía, y dijo: Por Dios que no tengo blanca, dadle vos, doña Clara, un real á Preciosica, que os le daré despues. Bueno es eso, señor, por cierto; sí, ahí está el real de manifiesto: no hemos tenido entre todas nosotras un cuarto para hacer la señal de la cruz, ¿y quiere que tengamos un real? Pues dadle alguna valoncica vuestra, ó alguna cosa, que otro dia nos volverá á ver Preciosa, y la regalaremos mejor. A lo cual dijo Doña Clara: Pues porque otra vez venga, no quiero dar nada ahora á Preciosa. Antes si no me dan nada, dijo Preciosa, nunca mas volveré acá: mas, sí, volveré á servir á tan principales señores; pero traeré tragado que no me han de dar nada, y ahorraréme la fatiga del esperarlo. Coheche vuesa merced, señor timente, coheche y tendrá dineros, y no haga usos nuevos, que morirá de hambre. Mire, señor; por ahí he oido decir (y aunque moza, entiendo que no son buenos dichos) que de los oficios se ha de sacar dineros para pagar las condiciones de las residencias, y para pretender otros cargos. Así lo dicen y lo hacen los desalmados, replicó el timente; pero el juez que da buena residencia, no tendrá que pagar condenacion alguna, y el haber usado bien su oficio, será el valedor para que le den otro. Habla vuesa merced muy á lo santo, señor timente, respondió Preciosa; ándese á eso, y cortarémosle de los harapos para reliquias. Mucho sabes, Preciosa, dijo el timente: calla, que yo daré traza que sus Majestades te vean, porque eres pieza de reyes. Querránme para truhana, respondió Preciosa, y yo no lo sabré ser, y todo irá perdido; si me quisiesen para discreta, aun llevarmeian; pero en algunos palacios mas medran los truhanes que los discretos: yo me hallo bien con ser jitana y pobre, y corra la suerte por donde el cielo quisiere. Ea, niña, dijo la jitana vieja, no hables mas, que has hablado mucho, y sabes mas de lo que yo te he enseñado; no te asotiles tanto, que te despuntarás: habla de aquello que tus años permiten, y no te metas en altanerías, que no hay ninguna que no amenace caida. El diablo tienen estas jitanas en el cuerpo, dijo á esta sazon el timente. Despidiéronse las jitanas, y al irse dijo la doncella del dedal: Preciosa, díme la buenaventura, ó vuélveme mi dedal, que no me queda con que hacer labor. Señora doncella, respondió Preciosa, haga cuenta que se la he dicho, y provéase de otro dedal, ó no haga vainillas hasta el viernes, que yo volveré, y le diré mas venturas y aventuras que las que tiene un libro de caballerías. Fuéronse, y juntáronse con las muchas labradoras que á la hora de las Avemarías suelen salir de Madrid, para volverse á sus aldeas, y entre otras vuelven muchas, con quien siempre se acompañaban las jitanas, y volvian seguras; porque la jitana vieja vivia en continuo temor no le salteasen á su Preciosa.

Sucedió pues que la mañana de un dia que volvian á Madrid á coger la garrama con las demas jitanillas, en un valle pequeño que está obra de quinientos pasos ántes que se llegue á la villa, vieron un mancebo gallardo y ricamente aderezado de camino: la espada y daga que traia eran, como decir se suele, un ascua de oro: sombrero con ríco cintillo, y con plumas de diversas colores adornado. Repararon las jitanas en viéndole, y pusiéronsele á mirar muy despacio, admiradas de que á tales horas un tan hermoso mancebo estuviese en tal lugar á pié y solo. El se llegó á ellas, y hablando con la jitana mayor, le dijo: Por vida vuestra, amiga, que me hagais placer que vos y Preciosa me oyais aquí aparte dos palabras, que serán de vuestro provecho. Como no nos desviemos mucho, ni nos tardemos mucho, sea en buen hora, respondió la vieja; llamando á Preciosa, se desviaron de las otras obra de veinte pasos, y así en pié como estaban, el mancebo los dijo: Yo vengo de manera rendido á la discrecion y belleza de Pre que despues de haberme hecho mucha fuerza para escusar llegar á este punto, al cabo he quedado mas rendido, y mas imposibilitado de escusallo. Yo, señoras mias (que siempre os he dar este nombre, si el cielo mi pretension favorece), soy caballero, como lo puede mostrar el hábito; y apartando el herreruelo, descubrió en el pecho uno de los mas calificados que hay en España: soy hijo de fulano (que por buenos respetos aquí no se declara su nombre), estoy debajo de su tutela y amparo: soy hijo único, y el que espera un razonable mayorazgo: mi padre está aquí en la corte pretendiendo un cargo, y ya está consultado, y tiene casi ciertas esperanzas de salir con él; y con ser de la calidad y nobleza que os he referido, y de la que casi se os debe ya de ir trasluciendo, con todo eso quisiera ser un gran señor para levantar á mi grandeza la humildad de Preciosa, haciéndola mi igual y mi señora: yo no la pretendo para burlalla, ni en las veras del amor que la tengo puede caber género de burla alguna: solo quiero servirla del modo que ella mas gustare: su voluntad es la mia; pero con ella es de cera mi alma, donde podrá imprimir lo que quisiere, y para conservarlo y guardarlo, no será como impreso en cera, sino como esculpido en mármoles, cuya dureza se opone á la duracion de los tiempos: si creeis esta verdad, no admitirá ningun desmayo mi esperanza; pero si no me creeis, siempre me tendrá temeroso vuestra duda: mi nombre es este, y dijoselo: el de mi padre ya os le he dicho: la casa donde vive es en tal calle, y tiene tales y tales señas: vecinos tiene de quien podréis informaros, y aun de los que no son vecinos tambien; que no es tan escura la calidad y el nombre de mi padre, y el mio, que no le sepan en los patios de Palacio, y aun en toda la corte: cien escudos traigo aquí en oro para daros en arras y señal de lo que pienso daros; porque no ha de negar la hacienda el que da el alma. En tanto que el caballero esto decia, le estaba mirando Preciosa atentamente, y sin duda que no le debieron de parecer mal ni sus razones ni su talle; y volviéndose á la vieja, le dijo: Perdóneme, abuela, de que me tome licencia para responder á este tan enamorado señor. Responde lo que quisieres, nieta, respondió la vieja, que yo sé que tienes discrecion para todo. Y Preciosa dijo: Yo, señor caballero, aunque soy jitana, pobre y humildemente nacida, tengo un cierto espiritillo fantástico acá dentro, que á grandes cosas me lleva: á mí ni me mueven promesas, ni me desmoronan dádivas, ni me inclinan sumisiones, ni me espantan finezas enamoradas: y aunque de quince años (que segun la cuenta de mi abuela para este San Miguel los haré), soy ya vieja en los pensamientos, y alcanzo mas de aquello que mi edad promete, mas por mi buen natural que por la esperiencia; pero con lo uno ó con lo otro sé que las pasiones amorosas en los recien enamorados son como ímpetus indiscretos que hacen salir á la voluntad de sus quicios, la cual atropellando inconvenientes, desatinadamente se arroja tras su deseo, y pensando dar con la gloria de sus ojos, da con el infierno de sus pesadumbres: si alcanza lo que desea, mengua el deseo con la posesion de la cosa deseada, y quizá abriéndose entonces los ojos del entendimiento, se ve ser bien que se aborrezca lo que antes se adoraba: este temor engendra en mí un recato tal, que ningunas palabras creo, y de muchas obras dudo: una sola joya tengo, que la estimo en mas que á la vida, que es la de mi entereza y virginidad, y no la tengo de vender á precio de promesas ni dádivas, porque en fin será vendida, y si puede ser comprada, será de muy poca estima: ni me la han de llevar trazas ni embelecos, ántes pienso irme con ella á la sepultura, y quizá al cielo, que ponerla en peligro que quimeras y fantasías soñadas la embistan ó manoseen: flor es la de la virginidad que á ser posible aun con la imaginacion no habia de dejar ofenderse: cortada la rosa del rosal, ¡con qué brevedad y facilidad se marchita! Este la toca, aquel la huele, el otro la deshoja, y finalmente, entre las manos rústicas se deshace: si vos, señor, por sola esta prenda venís, no la habeis de llevar sino atada con las ligaduras y lazos del matrimonio; que si la virginidad se ha de inclinar, ha de ser á este santo yugo, que entónces no seria perderla, sino emplearla en ferias que felices ganancias prometen: si quisiéredes ser mi esposo, yo lo seré vuestra; pero han de proceder muchas condiciones y averiguaciones primero: primero tengo de saber si sois el que decís: luego, hallando esta verdad, habeis de dejar la casa de vuestros padres y la habeis de trocar con nuestros ranchos, y tomando el traje de jitano, habeis de cursar dos años en nuestras escuelas, en el cual tiempo me satisfaré yo de vuestra condicion, y vos de la mia: al cabo del cual, si vos os contentades de mí, y yo de vos, me entregaré por vuestra esposa; pero hasta entónces tengo de ser vuestra hermana en el trato, y vuestra esclava en serviros: y habeis de considerar que en tiempo deste noviciado podria ser que cobrásedes la vista, que agora debeis de tener perdida, ó por lo ménos turbada, y viésedes que os convenia huir de lo que agora seguís con tanto ahinco; y cobrando la libertad perdida, con un buen arrepentimiento se perdona cualquier culpa: si con estas condiciones quereis entrar á ser soldado de nuestra milicia, en vuestra mano está, pues faltando alguna dellas, no habeis de tocar un dedo de la mia.

Pasmóse el mozo á las razones de Preciosa, y púsose como embelesado mirando al suelo, dando muestras que consideraba lo que de responder debia. Viendo lo cual Preciosa, tornó á decirle: No es este caso de tan poco momento, que en los que aquí nos ofrece el tiempo pueda ni deba resolverse: volvéos, señor, á la villa, y considerad despacio la que viéredes que mas os convenga, y en este mismo lugar me podeis hablar todas las fiestas que quisiéredes, al ir ó venir de Madrid. A lo cual respondió el gentil hombre: Cuando el cielo me dispuso para quererte, Preciosa mia, determiné de hacer por tí cuanto tu voluntad acertase á pedirme, aunque nunca cupo en mi pensamiento que me habias de pedir lo que me pides; pero pues es tu gusto, que el mio al tuyo se ajuste y acomode, cuéntame por jitano desde luego, y haz de mí todas las esperiencias que mas quisieres, que siempre me has de hallar el mismo que ahora te sinifico: mira cuándo quieres que mude el traje, que yo queria que fuese luego, que con ocasion de ir á Flándes engañaré á mis padres, y sacaré dineros para gastar algunos dias, y serán hasta ocho los que podré tardar en acomodar mi partida: á los que fueren conmigo, yo los sabré engañar de modo que salga con mi determinacion; lo que te pido es, si es que ya puedo tener atrevimiento de pedirte y suplicarte algo, que si no es hoy donde te puedes informar de mi calidad y de la de mis padres, que no vayas mas á Madrid, porque no querria que algunas de las demasiadas ocasiones que allí pueden ofrecerse, me salteasen la buena ventura que tanto me cuesta. Eso no, señor galan, respondió Preciosa: sepa que conmigo ha de andar siempre la libertad desenfadada, sin que la ahogue ni turbe la pesadumbre de los celos; y entienda que no la tomaré tan demasiada que no se eche de ver desde bien lejos, bue llega mi honestidad á mi desenvoltura; y en el primero cargo en que quiero enteraros, es en el de la confianza que habeis de hacer de mí: y mirad que los amantes que entran pidiendo celos, ó son simples ó confiados. Satanas tienes en tu pecho, muchacha, dijo á esta sazon la jitana vieja: mira que dices cosas, que no las dirá un colegial de Salamanca: tú sabes de amor, tú sabes de celos, tú de confianzas: ¿cómo es esto? que me tienes loca, y te estoy escuchando como á una persona espiritada, que habla latin sin saberlo. Calle, abuela, respondió Preciosa, y sepa que todas las cosas que me oye son monadas, y son de burlas para las muchas que de mas veras me quedan en el pecho. Todo cuanto Preciosa decia, y toda la discrecion que mostraba, era añadir leña al fuego que ardia en el pecho del enamorado caballero. Finalmente, quedaron en que de allí á ocho dias se verian en aquel mismo lugar, donde él vendria á dar cuenta del término en que sus negocios estaban, y ellas habrian tenido tiempo de informarse de la verdad que les habia dicho. Sacó el mozo una bolsilla de brocado, donde dijo que iban cien escudos de oro, y dióselos á la vieja; pero no queria Preciosa que los tomase en ninguna manera, á quien la jitana dijo: Calla, niña, que la mejor señal que este señor ha dado de estar rendido, es haber entregado las armas en señal de rendimiento; y el dar, en cualquiera ocasion que sea, siempre fué indicio de generoso pecho; y acuérdate de aquel refran que dice: al cielo rogando, y con el mazo dando; y mas, que no quiero yo que por mí pierdan las jitanas el nombre que por luengos siglos tienen adquirido de codiciosas y aprovechadas: ¿cien escudos quieres tú que deseche, Preciosa, que pueden andar cosidos en el alforza de una saya que no valga dos reales, y tenerlos allí como quien tiene un juro sobre las yerbas de Estremadura? Si alguno de nuestros hijos, nietos ó parientes cayere por alguna desgracia en manos de la justicia, ¿habrá favor tan bueno que llegue á la oreja del juez del escribano, como estos escudos, si llegan á sus bolsas? Tres veces por tres delitos diferentes me he visto casi puesta en el asno, para ser azotada; y de la una me libró un jarro de plata, y de la otra una sarta de perlas, y de la otra cuarenta reales de á ocho, que habia trocado por cuartos, dando veinte reales mas por el cambio: mira, niña, que andamos en oficio muy peligroso y lleno de tropiezos y de ocasiones forzosas, y no hay defensas que mas presto nos amparen y socorran, como las armas invencibles del gran Filipo: no hay pasar adelante de su plus ultra: por un doblon de dos caras se nos muestra alegre la triste del procurador y de todos los ministros de la muerte, que son arpías de nosotras las pobres jitanas, y mas precian pelarnos y desollarnos á nosotras, que á un salteador de caminos: jamas por mas rotas y desastradas que nos vean, nos tienen por pobres, que dicen que somos como los jubones de los gabachos de Belmonte, rotos y grasientos, y llenos de doblones. Por vida suya, abuela, que no diga mas, que lleva término de alegar tantas leyes en favor de quedarse con el dinero, que agote las de los emperadores: quédese con ellos, y buen provecho le hagan, y plega á Dios que los entierre en sepultura donde jamas tornen á ver la claridad del sol, ni haya necesidad que le vean: á estas nuestras compañeras será forzoso darles algo, que ha mucho que nos esperan, y ya deben estar enfadadas. Así verán ellas, replicó la vieja, moneda destas, como ven al turco agora: ese buen señor verá si le ha quedado alguna moneda de plata, cuartos, y los repartirá entre ellas, que con poco quedarán contentas. Sí traigo, dijo el galan, y sacó de la faldriquera tres reales de á ocho, que repartió entre las tres jitanillas, con que quedaron mas alegres y mas satisfechas, que suele quedar un autor de comedias cuando en competencia de otro le suelen retular por las esquinas, victor, victor. En resolucion concertaron, como se ha dicho, la venida de allí á ocho dias, y que se habia de llamar cuando fuese jitano Andres Caballero, porque tambien habia jitanos entre ellos deste apellido. No tuvo atrevimiento Andres, que así le llamarémos de aquí adelante, de abrazar á Preciosa, ántes enviándole con la vista el alma, sin ella, si así decirse puede, las dejó, y se entró en Madrid, y ellas contentísimas hicieron lo mismo. Preciosa, algo aficionada, mas con benevolencia que con amor, de la gallarda disposicion de Andres, ya deseaba informarse si era el que habia dicho: entró en Madrid, y á pocas calles andadas encontró con el paje poeta de las coplas y el escudo: y cuando él la vió, se llegó á ella diciendo: Vengas en buen hora, Preciosa; ¿leiste por ventura las coplas que te di el otro dia? á lo que Preciosa respondió: Primero que le responda palabra, me ha de decir una verdad, por vida de lo que mas quiere. Conjuro es ese, respondió el paje, que aunque el decirla me costase la vida, no la negaré en ninguna manera. Pues la verdad que quiero que me diga, dijo Preciosa, es, si por ventura es poeta. A serlo, replicó el paje, forzosamente habia de ser por ventura; pero has de saber, Preciosa, que ese nombre de poeta muy pocos le merecen, y así yo no lo soy, sino un aficionado á la poesía: y para lo que he menester, no voy á pedir ni buscar versos ajenos: los que te di son mios, y estos que te doy agora tambien, mas no por esto soy poeta, ni Dios lo quiera. ¿Tan malo es ser poeta? replicó Preciosa. No es malo, dijo el paje; pero el ser poeta á solas no lo tengo por muy bueno: hase de usar de la poesía, como de una joya preciosísima, cuyo dueño no la trae cada dia, ni la muestra á todas gentes, ni á cada paso, sino cuando convenga y sea razon que la muestre: la poesía es una bellísima doncella, casta, honesta, discreta, aguda, retirada, y que se contiene en los límites de la discrecion mas alta: es amiga de la soledad, las fuentes la entretienen, los prados la consuelan, los árboles la desenojan, las flores la alegran; y finalmente, deleita y enseña á cuantos con ella comunican. Con todo eso, respondió Preciosa, he oido decir que es pobrísima, y que tiene algo de mendiga. Antes es al reves, dijo el paje, porque no hay poeta que no sea rico, pues todos viven contentos con su estado: filosofía que alcanzan pocos. Pero ¿qué te ha movido, Preciosa, á hacer esta pregunta? Hame movido, respondió Preciosa, porque como yo tengo á todos, ó los mas poetas por pobres, causóme maravilla aquel escudo de oro, que me distes entre vuestros versos envuelto: mas agora que sé que no sois poeta, sino aficionado de la poesía, podria ser que fuésedes rico, aunque lo dudo, á causa de que por aquella parte que os toca de hacer coplas, se ha de desaguar cuanta hacienda tuviéredes; que no hay poeta, segun dicen, que sepa conservar la hacienda que tiene, ni granjear la que no tiene. Pues yo no soy desos, replicó el paje; versos hago, y no soy rico, ni pobre y sin sentirlo ni descontarlo, como hacen los jinoveses sus convites, bien puedo dar un escudo, y dos á quien yo quisiere: tomad, Preciosa perla, este segundo papel, y este escudo segundo que va en él, sin que os pongais á pensar si soy poeta, ó no: solo quiero que penseis y creais que quien os da esto, quisiera tener para daros las riquezas de Mídas: y en esto le dió un papel, y tentándole Preciosa halló que dentro venia el escudo, y dijo: Este papel ha de vivir muchos años, porque trae dos almas consigo; una la del escudo, y otra la de los versos, que siempre vienen llenos de almas y de corazones; pero sepa el señor paje que no quiero tantas almas conmigo, y si no saca la una, no haya miedo que reciba la otra: por poeta le quiero, y no por dadivoso, y desta manera tendremos amistad que dure; pues mas aina puede faltar un escudo por fuerte que sea, que la hechura de un romance. Pues así es, replicó el paje, que quieres, Preciosa, que yo sea pobre por fuerza, no deseches el alma que en ese papel te envío, y vuélveme el escudo, que como le toques con la mano, le tendré por reliquia miéntras la vida me durare. Sacó Preciosa el escudo del papel, y quedóse con el papel, y no le quiso leer en la calle. El paje se despidió y se fué contentísimo, creyendo que ya Preciosa quedaba rendida, pues con tanta afabilidad le habia hablado. Y como ella llevaba puesta la mira en buscar la casa del padre de Andres, sin querer detenerse á bailar en ninguna parte, en poco espacio se puso en la calle de estaba, que ella muy bien sabia: y habiendo andado hasta la mitad, alzó los ojos á unos balcones de hierro dorados, que le habian dado por señas, y vió en ella á un caballero de hasta edad de cincuenta años, con un hábito de cruz colorada en los pechos, de venerable gravedad y presencia; el cual apénas tambien hubo visto la Jitanilla, cuando dijo: Subid, niñas, que aquí os darán limosna. A esta voz acudieron al balcon otros tres caballeros, y entre ellos vino el enamorado Andres, que cuando vió á Preciosa perdió la color, y estuvo á punto de perder los sentidos: tanto fué el sobresalto que recibió con su vista. Subieron las jitanillas todas, sino la grande que se quedó abajo para informarse de los criados de las verdades de Andres. Al entrar las jitanillas en la sala, estaba diciendo el caballero anciano á los demas: Esta debe de ser sin duda la Jitanilla hermosa, que dicen que anda por Madrid. Ella es, replicó Andres, y sin duda es la mas hermosa criatura que se ha visto. Así lo dicen, dijo Preciosa (que lo oyó todo en entrando); pero en verdad que se deben de engañar en la mitad del justo precio: bonita, bien creo que lo soy, pero tan hermosa como dicen, ni por pienso. Por vida de D. Juanico mi hijo, dijo el anciano, que aun sois mas hermosa de lo que dicen, linda jitana. Y ¿quién es D. Juanico su hijo? preguntó Preciosa. Ese galan que está á vuestro lado, respondió el caballero. En verdad que pensé, dijo Preciosa, que juraba vuesa merced por algun niño de dos años: mirad qué D. Juanico, y qué brinco. A mi verdad que pudiera ya estar casado, y que segun tiene unas rayas en la frente, no pasarán tres años sin que lo esté, y muy á su gusto, si es que desde aquí allá no se le pierde, ó se le trueca. Basta, dijo uno de los presentes: ¿qué sabe la Jitanilla de rayas? En esto las jitanillas que iban con Preciosa, todas tres se arrimaron á un rincon de la sala, y cosiéndose las bocas unas con otras, se juntaron por no ser oidas. Dijo la Cristina: Muchachas, este es el caballero que nos dió esta mañana los tres reales de á ocho. Así es la verdad, respondieron ellas; pero no se lo mentemos, ni le digamos nada si él no nos lo mienta: ¿qué sabemos si quiere encubrirse? En tanto que esto entre las tres pasaba, respondió Preciosa á lo de las rayas: Lo que veo con los ojos, con el dedo lo adevino: yo sé del señor D. Juanico, sin rayas, que es algo enamoradizo, impetuoso y acelerado, y gran prometedor de cosas que parecen imposibles; y plegue á Dios que no sea mentirosito, que seria lo peor de todo: un viaje ha de hacer agora muy lejos de aquí, y uno piensa el bayo, y otro el que le ensilla: el hombre pone, y Dios dispone: quizá pensará que va á Oñez, y dará en Gamboa. A esto respondió D. Juan: En verdad, jitanica, que has acertado en muchas cosas de mi condicion; pero en lo de ser mentiroso vas muy fuera de la verdad, porque me precio de decirla en todo acontecimiento: en lo del viaje largo has acerado, pues sin duda siendo Dios servido, dentro de cuatro ó cinco dias me partiré á Flándes, aunque tú me amenazas que he de torcer el camino y no querria que en él me sucediese algun desman que lo estorbase. Calle, señorito, respondió Preciosa, y encomiéndese á Dios, que todo se hará bien; y sepa que yo no sé nada de lo que digo; y no es maravilla, que como hablo múcho y á bulto, acierte en alguna cosa, y yo querria acertar en persuadirte á que no te partieses, sino que sosegases el pecho, y te estuvieses con tus padres para darles buena vejez, porque no estoy bien con estas idas y venidas á Flándes, principalmente los mozos de tan tierna edad como la tuya: déjate crecer un poco para que puedas llevar los trabajos de la guerra, cuanto mas que harta guerra tienes en tu casa, hartos combates amorosos te sobresaltan el pecho: sosiega, sosiega, alborotadito, y mira lo que haces primero que te cases, y dános una limosnita por Dios, y por quien tú eres; que en verdad que creo que eres bien nacido; y si á esto se junta el ser verdadero, yo cantaré la gala al vencimiento de haber acertado en cuanto te he dicho. Otra vez te he dicho, niña, respondió el D. Juan, que habia de ser Andres Caballero, que en todo aciertas, sino en el temor que tienes, que no debo de ser muy verdadero, que en esto te engañas sin alguna duda: la palabra que yo doy en el campo, la cumpliré en la ciudad, y adonde quiera, sin serme pedida; pues no se puede preciar de caballero quien toca en el vicio de mentiroso: mi padre te dará limosna por Dios y por mí, que en verdad que esta mañana di cuanto tenia á unas damas, que á ser tan lisonjeras como hermosas, especialmente una dellas, no me arriendo la ganancia. Oyendo esto Cristina, con el recato de la otra vez, dijo á las demas jitanas: ¡Ay, niñas! que me maten si no lo dice por los tres reales de á ocho que nos dió esta mañana. No es así, respondió una de las dos, porque dijo que eran damas, y nosotras no lo somos: y siendo él tan verdadero como dice, no habia de mentir en esto. No es mentira de tanta consideracion, respondió Cristina, la que se dice sin perjuicio de nadie y en provecho y crédito del que la dice; pero con todo esto, veo no nos da nada, ni nos manda bailar. Subió en esto la jitana vieja, y dijo: Nieta, acaba, que es tarde, y hay mucho que hacer y mas que decir. Y ¿qué hay, abuela, preguntó Preciosa, hay hijo ó hija? Hijo, y muy lindo, respondió la vieja: ven, Preciosa, y oirás verdaderas maravillas. Plega á Dios que no muera de sobreparto, dijo Preciosa. Todo se mirará muy bien, replicó la vieja, cuanto mas que hasta aquí todo ha sido parto derecho, y el infante es como un oro. ¿Ha parido alguna señora? preguntó el padre de Andres Caballero: Sí, señor, respondió la jitana; pero ha sido el parto tan secreto, que le sabe sino Preciosa, y yo, y otra persona; y así no podemos decir quién es. Ni aquí queremos saber, dijo uno de los presentes; pero desdichada de aquella que en vuestras lenguas deposita su secreto y en vuestra ayuda pone su honra. No todas somos malas, respondió Preciosa: quizá hay alguna entre nosotras que se precia de secreta, y de verdadera, tanto cuanto el hombre mas estirado que hay en esta sala: y vámonos, abuela, que aquí nos tienen en poco; pues en verdad que no somos ladronas, ni rogamos á nadie. No os enojeis, Preciosa, dijo el padre, que á lo menos de vos imagino que no se puede presumir cosa mala; que vuestro buen rostro os acredita y sale por fiador de vuestras buenas obras por vida de Preciosita, que baileis un poco con vuestras compañeras, que aquí tengo un doblon de oro de á dos caras, que ninguna es como la vuestra, aunque son de dos reyes. Apénas hubo oido esto la vieja, cuando dijo: Ea, niñas, haldas en cinta, y dad contento á estos señores. Tomó las sonajas Preciosa, y dieron sus vueltas, hicieron y deshicieron todos sus lazos con tanto donaire y desenvoltura, que tras los piés se llevaban los ojos de cuantos las miraban, especialmente los de Andres, que así se iban entre los piés de Preciosa, como si allí tuvieran el centro de su gloria; pero turbósela la suerte de manera que se la volvió en infierno; y fué el caso que en la fuga del baile se le cayó á Preciosa el papel que le habia dado el paje, y apénas hubo caido cuando le alzó el que no tenia buen concepto de las jitanas, y abriéndole al punto dijo: Bueno, sonetico tenemos, cese el baile, y escúchenle, que segun el primer verso, en verdad que no es nada necio. Pesóle á Preciosa, por no saber lo que en él venia, y rogó que no le leyesen y que se le volviesen, y todo el ahinco que en esto ponia, eran espuelas que apremiaban el deseo de Andres para oirle. Finalmente, el caballero le leyó en alta voz, y era este.

Cuando Preciosa el panderete toca,
Y hiere el dulce son los aires vanos,
Perlas son que derrama con las manos,
Flores son que despide de la boca:
Suspensa el alma, y la cordura loca
Queda á los dulces actos sobrehumanos,
Que de limpios, de honestos y de sanos
Su fama al cielo levantado toca.
Colgadas del menor de sus cabellos
Mil almas lleva, y á sus plantas tiene
Amor rendidas una y otra flecha:
Ciega, y alumbra con sus soles bellos,
Su imperio amor por ellos le mantiene,
Y aun mas grandezas de su ser sospecha.

Por Dios, dijo el que leyó el soneto, que tiene donaire el poeta que le escribió. No es poeta, señor, sino un paje muy galan y muy hombre de bien, dijo Preciosa. Mirad lo que habeis dicho, Preciosa, y lo que vais á decir, que esas no son alabanzas del paje, sino lanzas que traspasan el corazon de Andres que las escucha: ¿quereislo ver, niña? pues volved los ojos y veréisle desmayado encima de la silla con un trasudor de muerte; no penseis, doncella, que os ama tan de burlas Andres, que no le hiera y sobresalte el menor de vuestros descuidos: llegáos á él enhorabuena, y decilde algunas palabras al oido que vayan derechas al corazon, y le vuelvan de su desmayo: no, sino andáos á traer sonetos cada dia en vuestra alabanza, y veréis cuál os le ponen. Todo esto pasó así como se ha dicho, que Andres en oyendo el soneto, mil celosas imaginaciones le sobresaltaron; no se desmayó, pero perdió la color de manera que viéndole su padre, le dijo: ¿Qué tienes, D. Juan, que parece que te vas á desmayar, segun se te ha mudado el color? Espérense, dijo á esta sazon Preciosa, déjenmele decir unas ciertas palabras al oido, y verán cómo no se desmaya: y llegándose á él le dijo casi sin mover los labios: ¡Gentil ánimo para jitano! ¿cómo podréis, Andres, sufrir el tormento de toca, pues no podeis llevar el de un papel? y haciéndole media docena de cruces sobre el corazon, se apartó dél; y entónces Andres respiró un poco, y dió á entender que las palabras de Preciosa le habian aprovechado. Finalmente, el doblon de dos caras se le dieron á Preciosa; y ella dijo á sus compañeras que le trocaria y repartiria con ellas hidalgamente. El padre de Andres le dijo que le dejase por escrito las palabras que habia dicho á D. Juan, que las queria saber en todo caso. Ella dijo que las diria de muy buena gana, y que entendiesen que aunque parecian cosa de burla, tenian gracia especial para preservar del mal el corazon y los vaguidos de cabeza, y que las palabras eran:

Cabecita, cabecita,
Tente en tí, no te resbales,
Y apareja dos puntales
De la paciencia bendita.
Solicita
La bonita
Confiancita,

No te inclines
A pensamientos ruïnes,
Verás cosas
Que toquen en milagrosas,
Dios delante
Y San Cristóbal gigante.

Con la mitad destas palabras que le digan, y con seis cruces que le hagan sobre el corazon á la persona que tuviere vaguidos de cabeza, dijo Preciosa, quedará como una manzana. Cuando la jitana vieja oyó el ensalmo y el embuste, quedó pasmada, y mas lo quedó Andres que vió que todo era invencion de su agudo ingenio. Quedáronse con el soneto, porque no quiso pedirle Preciosa, por no dar otro tártago á Andres que ya sabia ella sin ser enseñada lo que era dar sustos, martelos y sobresaltos celosos á los rendidos amantes. Despidiéronse las jitanas, y al irse dijo Preciosa á D. Juan: Mire, señor, cualquiera dia de esta semana es próspero para partidas, y ninguno es aciago; apresure el irse lo mas presto que pudiere, que le aguarda una vida ancha, libre y muy gustosa, si quiere acomodarse á ella. No es tan libre la del soldado, á mi parecer, respondió D. Juan, que no tenga mas de sujecion que de libertad; pero con todo esto haré como viere. Mas veréis de lo que pensais, respondió Preciosa, y Dios os lleve y traiga con bien como vuestra buena presencia merece. Con estas últimas palabras quedó contento Andres, y las jitanas se fueron contentísimas: trocaron el doblon, repartiéronle entre todas igualmente, aunque la vieja guardiana llevaba siempre parte y media de lo que se juntaba, así por la mayoridad, como por ser ella aguja por quien se guiaban en el maremagno de sus bailes, donaires, y aun de sus embustes.

Llegóse en fin el dia que Andres Caballero se apareció una mañana en el primer lugar de su aparecimiento sobre una mula de alquiler, sin criado alguno; halló en él á Preciosa y á su abuela, de las cuales conocido, le recibieron con mucho gusto. El les dijo que le guiasen al rancho ántes que entrase el dia, y con él se descubriesen las señas que llevaba, si acaso le buscasen: ellas, que como advertidas vinieron solas, dieron la vuelta, y de allí á poco rato llegaron á sus barracas: entró Andrés en una, que era la mayor del rancho, y luego acudieron á verle diez ó doce jitanos, todos mozos y todos gallardos y bien hechos, á quien ya la vieja habia dado cuenta del nuevo compañero que les habia de venir, sin tener necesidad de encomendarles el secreto, que como ya se ha dicho, ellos le guardan con sagacidad y puntualidad nunca vista: echaron luego ojo á la muía, y dijo uno dellos: Esta se podrá vender el jueves en Toledo. Eso no, dijo Andrés, porque no hay muía de alquiler que no sea conocida de todos los mozos de muías que trajinan por España. Par Dios, señor Andrés, dijo uno de los jitanos, que aunque la muía tuviera mas señales que las que han de preceder al dia tremendo, aquí la transformaremos de manera que no la conociera la madre que la parió, ni el dueño que la ha criado. Con todo eso, respondió Andrés, por esta vez se ha de seguir y tomar el parecer mió: á esta muía se le ha de dar muerte, y ha de ser enterrada donde aun los huesos no parezcan. Pecado grande, dijo otro jitano: ¿á una inocente se ha de quitar la vida? no diga tal el buen Andrés, sino haga una cosa: mírela bien agora, de manera que se le queden estampadas todas sus señales en la memoria, y déjenmela llevar á mí, y si de aquí á dos horas la conociera, que me lardeen como á negro fugitivo. En ninguna manera consentiré, dijo Andrés, que la muía no muera, aunque mas me aseguren su transformación; yo temo ser descubierto, si á ella no la cubre la tierra: y si se hace por el provecho que de venderla puede seguirse, no vengo tan desnudo á esta cofradía que no pueda pagar de entrada mas de lo que valen cuatro muías. Pues así lo quiere el señor Andrés Caballero, dijo otro jitano, muera la sin culpa, y Dios sabe si me pesa así por su mocedad, pues aun no ha cerrado, cosa no usada entre muías de alquiler, como porque debe ser andariega, pues no tiene costras en las ijadas, ni llagas de la espuela Dilatóse su muerte hasta la noche, y en lo que quedaba de aquel dia se hicieron las ceremonias de la entrada de Andrés á ser jitano, que fueron: desembarazaron luego un rancho de los mejores del aduar, y adornáronle de ramos y juncia, y sentándose Andrés sobre un medio alcornoque, pusiéronle en las manos un martillo y unas tenazas, y al son de dos guitarras que dos jitanos tañían, le hicieron dar dos cabriolas: luego le desnudaron un brazo, y con una cinta de seda nueva y un garrote le dieron dos vueltas blandamente. A todo se halló presente Preciosa y otras muchas jitanas viejas y mozas que las unas con maravilla, otras con amor le miraban: tal era la gallarda disposición de Andrés que hasta los jitanos le quedaron aficionadísimos. Hechas pues las referidas ceremonias, un jitano viejo tomó por la mano á Preciosa, y puesto delante de Andres, dijo: Esta muchacha, que es la flor, y la nata de toda la hermosura de las jitanas que sabemos que viven en España, te la entregamos, ya por esposa, ó ya por amiga, que en esto puedes hacer lo que fuere mas de tu gusto, porque la libre y ancha vida nuestra no está sujeta á melindres ni á muchas ceremonias: mírala bien, y mira si te agrada, ó si ves en ella alguna cosa que te descontente, y si la ves, escoge entre las doncellas que aquí están la que mas te contentare, que la que escogieres te daremos; pero has de saber que una vez escogida, no la has de dejar por otra, ni te has de empachar ni entremeter ni con las casadas, ni con las doncellas: nosotros guardamos inviolablemente la ley de la amistad: ninguno solicita la prenda del otro; libres y ecsentos vivimos de la amarga pestilencia de los celos: entre nosotros, aunque hay muchos incestos, no hay ningun adulterio; y cuando le hay en la mujer propia, ó alguna bellaquería en la amiga, no vamos á la justicia á pedir castigo; nosotros somos los jueces y los verdugos de nuestras esposas ó amigas con la misma facilidad las matamos y las enterramos por las montañas y desiertos, como si fueran animales nocivos: no hay pariente que las vengue, ni padres que nos pidan su muerte: con este temor y miedo ellas procuran ser castas, y nosotros, como ya he dicho, vivimos seguros: pocas cosas tenemos que no sean comunes á todos, excepto la mujer ó la amiga, que queremos que cada una sea del que le cupo en suerte: entre nosotros así hace divorcio la vejez como la muerte: el que quisiere puede dejar la mujer vieja como él sea mozo, y escoger otra que corresponda al gusto de sus años: con estas y con otras leyes y estatutos nos conservamos y vivimos alegres: somos señores de los campos, de los sembrados, de las selvas, de los montes, de las fuentes y de los rios: los montes nos ofrecen leña de balde, los árboles frutas, las viñas uvas, las huertas hortaliza, las fuentes agua, los rios peces, y los vedados caza, sombras las peñas, aire fresco las quiebras, y casas las cuevas: para nosotros las inclemencias del cielo son oreos, refrigerio las nieves, baños la lluvia, músicas los truenos y hachas los relámpagos: para nosotros son los duros terrenos colchones de blandas plumas: el cuero curtido de nuestros cuerpos nos sirve de arnes impenetrable que nos defiende: á nuestra lijereza no la impiden grillos, ni la detienen barrancos, ni la contrastan paredes: á nuestro ánimo no le tuercen cordeles, ni le menoscaban garruchas, ni le ahogan tocas, ni le doman potros: del sí al no, no hacemos diferencia cuando nos conviene; siempre nos preciamos mas de mártires que de confesores: para nosotros se crian las bestias de carga en los campos, y se cortan las faldriqueras en las ciudades: no hay águila, ni ninguna otra ave de rapiña que mas presto se abalance á la presa que se le ofrece, que nosotros nos abalanzamos á las ocasiones que algún interés nos señalen: y finalmente, tenemos muchas habilidades que felice fin nos prometen; porque en la cárcel cantamos, en el potro callamos, de dia trabajamos, y de noche hurtamos, y por mejor decir avisamos que nadie viva descuidado de mirar donde pone su hacienda: no nos fatiga el temor de perder la honra, ni nos desvela la ambición del acrecentarla: ni sustentamos bandos, ni madrugamos á dar memoriales, ni á acompañar maguates, ni á solicitar favores: por dorados techos y suntuosos palacios estimamos estas barracas y movibles ranchos: por cuadros y países de Flándes los que nos da la naturaleza en esos levantados riscos y nevadas peñas, tendidos prados y espesos bosques que á cada paso á los ojos se nos muestran: somos astrólogos rústicos, porque como casi siempre dormimos al cielo descubierto, á todas horas sabemos las que son del dia y las que son de la noche: vemos cómo arrincona y barre la aurora las estrellas del cielo, y cómo ella sale con su compañera el alba, alegrando el aire, enfriando el agua y humedeciendo la tierra, y luego tras ella el sol, dorando cumbres (como dijo el otro poeta) y rizando montes: ni tememos quedar helados por su ausencia cuando nos hiere á soslayo con sus rayos, ni quedar abrasados cuando con ellos perpendicularmente nos toca: un mismo rostro hacemos al sol que al hielo, á la esterilidad que á la abundancia: en conclusión, somos gente que vivimos por nuestra industria y pico, y sin entremeternos con el antiguo refrán: iglesia, ó mar, ó casa real, tenemos lo que queremos, pues nos contentamos con lo que tenemos: todo esto os he dicho, generoso mancebo,, porque no ignoréis la vida á que habéis venido, y el trato que habéis de profesar, el cual os he pintado aquí en borrón; que otras muchas é infinitas cosas iréis descubriendo en él con el tiempo, no menos dignas de consideración, que la que habéis oido. Calló en diciendo esto el elocuente viejo jitano, y el novicio dijo, que se holgaba mucho de haber sabido tan loables estatutos, y que él pensaba hacer profesión en aquella orden tan puesta en razón y en políticos fundamentos, y que solo le pesaba no haber venido mas presto en conocimiento de tan alegre vida, y que desde aquel punto renunciaba la profesión de caballero y la vanagloria de su ilustre linaje, y lo ponia todo debajo del yugo, ó por mejor decir, debajo de las leyes con que ellos vivían, pues con tan alta recompensa le satisfacían el deseo de servirlos, entregándole á la divina Preciosa, por quien él dejaría coronas é imperios, y solo los desearía para servirla. A lo cual respondió Preciosa: Puesto que estos señores legisladores han hallado por sus leyes que soy tuya, y que por tuya te me han entregado, yo he hallado por la ley de mi voluntad, que es la mas fuerte de todas, que no quiero serlo sino es con las condiciones que antes que aquí vinieses entre los dos concertamos: dos años has de vivir en nuestra compañía primero que de la mia goces, porque tú no te arrepientas por lijero, ni yo quede engañada por presurosa: condiciones rompen leyes; las que te he puesto sabes, si las quisieres guardar, podrá ser que sea tuya y tú seas mio; y donde no, aun no es muerta la mula, tus vestidos están enteros, y de tu dinero no te falta un ardite: la ausencia que has hecho no ha sido aun de un dia, que de lo que dél falta te puedes servir y dar lugar que consideres lo que mas te conviene: estos señores bien pueden entregarte mi cuerpo, pero no mi alma, que es libre, y nació libre, y ha de ser libre en tanto que yo quisiere: si te quedas, te estimaré en mucho; si te vuelves, no te tendré en ménos, porque á mi parecer los ímpetus amorosos corren á rienda suelta hasta que encuentran con la razon ó con el desengaño: y no querria yo que fueses tú para conmigo como es el cazador, que en alcanzando la liebre que sigue, la coge, y la deja por correr tras otra que le huye: ojos hay engañados que á la primera vista tan bien les parece el oropel como el oro, pero á poco rato bien conocen la diferencia que hay de lo fino á lo falso: esta mi hermosura, que tú dices que tengo, que la estimas sobre el sol y la encareces sobre el oro, ¿qué sé yo si de cerca te parecerá sombra, y tocada caerás en que es de alquimia? Dos años te doy de tiempo para que tantees y ponderes lo que será bien que escojas, ó qué será justo que deseches: que la prenda que una vez comprada, nadie se puede deshacer de ella sino con la muerte, bien es que haya tiempo y mucho para miralla, y miralla, y ver en ella las faltas ó las virtudes que tiene; que yo no me rijo por la bárbara é insolente licencia que estos mis parientes se han tomado de dejar las mujeres, ó castigarlas cuando se les antoja: y como yo no pienso hacer cosa que llame al castigo, no quiero tomar compañía que por su gusto me deseche. Tienes razon, ó Preciosa, dijo á este punto Andres; y así si quieres que asegure tus temo. res, y menoscabe tus sospechas jurándote que no saldré un punto de las órdenes que me pusieres, mira qué juramento quieres que haga, ó qué otra seguridad puedo darte; que á todo me hallarás dispuesto. Los juramentos y promesas que hace el cautivo porque le den libertad, pocas veces se cumplen con ella, dijo Preciosa; y así son segun pienso los del amante, que por conseguir su deseo prometerá las alas de Mercurio, y los rayos de Júpiter, como me prometió á mí un cierto poeta, y juraba por la laguna Estigia: no quiero juramentos, señor Andres, ni quiero promesas; solo quiero remitirlo todo á la esperiencia deste noviciado, y á mí se me quedará el cargo de guardarme, cuando vos le tuviéredes de ofenderme. Sea así, respondió Andres: sola una cosa pido á estos señores y compañeros mios, y es que no me fuercen á que hurte ninguna cosa por tiempo de un mes siquiera, porque me parece que no he de acertar á ser ladron, si ántes no preceden muchas liciones. Calla, hijo, dijo el jitano viejo, que aquí te industriaremos de manera que salgas un águila en el oficio, y cuando le sepas has de gustar dél, de modo que te comas las manos tras él: ¿ya es cosa de burla salir de vacío por la mañana, y volver cargado á la noche al rancho? De azotes he visto yo volver algunos desos vacíos, dijo Andres. No se toman truchas, etc., replicó el viejo: todas las cosas desta vida están sujetas á diversos peligros; y las acciones del ladron al de las galeras, azotes y horca; pero no porque corra un navío tormenta ó se anegue, han de dejar los otros de navegar: bueno seria que porque la guerra come los hombres y los caballos, dejase de haber soldados: cuanto mas, que el ser azotado por justicia, entre nosotros es tener un hábito en las espaldas, que le parece mejor que si le trujese en los pechos, y de los buenos: el toque está no acabar acoceando el aire en la flor de nuestra juventud, y á los primeros delitos; que el mosqueo de las espaldas, ni el apalear el agua en las galeras, no lo estimamos en un cacao. Hijo Andres, reposad ahora en el nido debajo de nuestras alas, que á su tiempo os sacaremos á volar, y en parte donde no volvais sin presa: y lo dicho dicho, que os habeis de lamer los dedos tras cada hurto. Pues para recompensar, dijo Andres, lo que yo podia hurtar en este tiempo que se me da de vénia, quiero repartir docientos escudos de oro entre todos los del rancho. Apénas hubo dicho esto, cuando arremetieron á él muchos jitanos, y levantándole en los brazos y sobre los hombros, le cantaban el victor, victor, el grande Andres, añadiendo: Y viva, viva Preciosa, amada prenda suya. Las jitanas hicieron lo mismo con Preciosa, no sin envidia de Cristina y de otras jitanillas que se hallaron presentes; que la envidia tanbien se aloja en los aduares de los bárbaros y en las chozas de los pastores, como en palacios de príncipes; y esto de ver medrar al vecino, que me parece que no tiene mas merecimiento que yo, fatiga. Hecho esto, comieron lautamente, repartióse el dinero prometido con equidad y justicia, renováronse las alabanzas de Andres, y subieron al cielo la hermosura de Preciosa. Llegó la noche, acocotaron la mula, y enterráronla de modo que quedó seguro Andres de ser por ella descubierto: tambien enterraron con ella sus alhajas, como fueron silla, freno y cinchas, á uso de los indios que sepultan con ellos sus mas ricas preseas. De todo lo que habia visto y oido, y de los ingenios de los jitanos quedó admirado Andres, y con propósito de seguir y conseguir su empresa, sin entremeterse nada en sus costumbres, ó á lo ménos escusarlo por todas las vias que pudiese, pensando exentarse de la jurisdiccion de obedecerlos en las cosas injustas que le mandasen, á costa de su dinero. Otro dia les rogó Andres que mudasen de sitio, y se alejasen de Madrid, porque temia ser conocido si allí estaba: ellos dijeron que ya tenian determinado irse á los montes de Toledo, y desde allí correr y garramar toda la tierra circunvecina. Levantaron pues el rancho, y diéronle á Andres una pollina en que fuese; pero él no la quiso, sino irse á pié, sirviendo de lacayo á Preciosa que sobre otra iba: ella contentísima de ver cómo triunfaba de su gallardo escudero, y él ni mas ni ménos de ver junto á sí á la que habia hecho señora de su albedrío. ¡Oh poderosa fuerza deste que llaman dulce dios de la amargura (título que le ha dado la ociosidad y el descuido nuestro), y con qué veras nos avasalla! ¡y cuán sin respeto nos tratas! Caballero es Andres, y mozo, y de muy buen entendimiento, criado casi toda su vida en la corte, y con el regalo de sus ricos padres: y desde ayer acá ha hecho tal mudanza, que engañó á sus criados y sus amigos, defraudó las esperanzas que sus padres en él tenian, dejó el camino de Flandes donde habia de ejercitar el valor de su persona y acrecentar la honra de su linaje, y se vino á postrar á los piés de una muchacha y á ser su lacayo, que puesto que hermosísima, en fin era jitana: privilegio de la hermosura, que trae al redopelo y por la melena á sus piés à la voluntad mas exenta.

De allí á cuatro dias llegaron á una aldea dos leguas de Toledo, donde asentaron su aduar, dando primero algunas prendas de plata al alcalde del pueblo en fianzas de que en él ni en todo su término no hurtarian ninguna cosa. Hecho esto, todas las jitanas viejas, algunas mozas, y los jitanos se esparcieron por todos los lugares, ó á lo ménos apartados por cuatro ó cinco leguas de aquel donde habian asentado su real. Fué con ellos Andres á tomar la primera licion de ladron; pero aunque le dieron muchas en aquella salida, ninguna se le asentó, ántes correspondiendo á su buena sangre, con cada hurto que sus maestros hacian se le arrancaba el alma, y tal vez hubo que pagó de su dinero los hurtos que sus compañeros habian lecho, conmovido de las lágrimas de sus dueños: de lo cual los jitanos se desesperaban, diciendo que era contravenir á sus estatutos y ordenanzas, que prohibian la entrada á la caridad en sus pechos, la cual en teniéndola, habian de dejar de ser ladrones, cosa que no les estaba bien en ninguna manera. Viendo pues esto Andres, dijo que él queria hurtar por sí solo, sin ir en compañía de nadie; porque para huir del peligro tenia lijereza, y para acometelle no le faltaba el ánimo: así que el premio, ó el castigo de lo que hurtase, queria que fuese solo suyo. Procuraron los jitanos disuadirle deste propósito, diciéndole que le podrian suceder ocasiones, donde fuese necesaria la compañía, así para acometer como para defenderse; y que una persona sola no podia hacer grandes presas. Pero por mas que dijeron, Andres quiso ser ladron solo y señero, con intencion de apartarse de la cuadrilla y comprar por su dinero alguna cosa que pudiese decir que la habia hurtado, y deste modo cargar lo menos que pudiese sobre su conciencia. Usando pues de esta industria, en ménos de un mes trujo mas provecho á la compañía que trujeron cuatro de los mas estirados ladrones della, de que no poco se holgaba Preciosa viendo á su tierno amante tan lindo y tan despejado ladron; pero con todo eso estaba temerosa de alguna desgracia, que no quisiera ella verle en afrenta por todo el tesoro de Venecia, obligada á tenerle aquella buena voluntad por los muchos servicios y regalos que su Andres le hacia. Poco mas de un mes se estuvieron en los términos de Toledo, donde hicieron su agosto, aunque era por el mes de setiembre, y desde allí se entraron en Estremadura por ser tierra rica y caliente. Pasaba Andres con Preciosa honestos, discretos y enamorados coloquios, y ella poco á pcco se iba enamorando de la discrecion y buen trato de su amante, y él del mismo modo; si pudiera crecer su amor, fuera creciendo: tal era la honestidad, discrecion y belleza de su Preciosa. A de quiera que llegaban, él se llevaba el precio y las apuestas de corredor, y de saltar mas que ninguno: jugaba á los bolos y á la pelota estremadamente, tiraba la barra con mucha fuerza y singular destreza: finalmente, en poco tiempo voló su fama por toda Estremadura, y no habia lugar donde no se hablase de la gallarda disposicion del jitano Andres Caballero, y de sus gracias y habilidades, y al par desta fama corria la de la hermosura de la Jitanilla, y no habia villa, lugar ni aldea donde no los llamasen para regocijar las fiestas votivas suyas, ó para otros particulares regocijos: desta manera iba el aduar rico, próspero y contento, y los amantes gozosos con solo mirarse.

Sucedió pues que teniendo el aduar entre unas encinas algo apartado del camino real, oyeron una noche casi á la mitad della ladrar sus perros con mucho ahinco y mas de lo que acostumbraban: salieron algunos jitanos, y con ellos Andres á ver á quién ladraban, y vieron que se defendia dellos un hombre vestido de blanco, á quien tenian dos perros asido de una pierna: llegaron, y quitáronle, y uno de los jitanos le dijo: ¿Quién diablos os trujo por aquí, hombre, tales horas y tan fuera de camino? ¿venís á hurtar por ventura? porque en verdad que habeis llegado á buen puerto. No vengo á hurtar, respondió el mordido, ni sé si vengo ó no fuera de camino, aunque bien veo que vengo descaminado: pero decidme, señores, ¿está por aquí alguna venta ó lugar donde pueda recogerme esta noche, y curarme de las heridas que vuestros perros me han hecho? No hay lugar ni venta donde podamos encaminaros, respondió Andres; mas para curar vuestras heridas y alojaros esta noche no os faltará comodidad en nuestros ranchos; veníos con nosotros, que aunque somos jitanos, no lo parecemos en la caridad. Dios la use con vosotros, respondió el hombre, y llevadme donde quisiéredes, que el dolor desta pierna me fatiga mucho. Llegóse á él Andres y otro jitano caritativo (que aun entre los demonios hay unos peores que otros, y entre muchos malos hombres suele haber alguno bueno), y entre los dos le llevaron. Hacia la noche clara con luna, de manera que pudieron ver que el hombre era mozo, de gentil rostro y talle: venia vestido todo de lienzo blanco, y atravesada por las espaldas y ceñida á los pechos una como camisa ó talega de lienzo. Llegaron á la barraca ó toldo de Andres, y con presteza encendieron lumbre y luz, y acudió luego la abuela de Preciosa á curar el herido, de quien ya le habian dado cuenta; tomó algunos pelos de los perros, friólos en aceite y lavando primero con vino dos mordeduras que tenia en la pierna izquierda, le puso los pelos con el aceite en ellas, y encima un poco de romero verde mascado: lióselo muy bien con paños limpios, y santiguóle las heridas, y díjole: Dormid, amigo, que con el ayuda de Dios no será nada. En tanto que curaban al herido, estaba Preciosa delante, y estúvole mirando ahincadamente, y lo mismo hacia él á ella, de modo que Andres echó de ver en la atencion con que el mozo la miraba; pero echólo á que la mucha hermosura de Preciosa se llevaba tras sí los ojos. En resolucion, despues de curado el mozo, le dejaron solo sobre un lecho hecho de heno seco, y por entónces no quisieron preguntarle nada de su camino ni de otra cosa.

Apénas se apartaron dél cuando Preciosa llamó á Andres aparte, y le dijo: ¿Acuérdaste, Andres, de un papel que se me cayó en tu casa cuando bailaba con mis compañeras, que segun creo te dió un mal rato? Si acuerdo, respondió Andres, y era un soneto en tu alabanza, y no malo. Pues has de saber, Andres, replicó Preciosa, que el que hizo aquel soneto es ese mozo mordido que dejamos en la choza, y en ninguna manera me engaño, porque me habló en Madrid dos ó tres veces, y aun me dió un romance muy bueno: allí andaba á mi parecer como paje, mas no de los ordinarios, sino de los favorecidos de algun príncipe: y en verdad te digo, Andres, que el mozo es discreto y bien razonado, y sobremanera honesto, y no sé qué pueda imaginar desta su venida y en tal traje. ¿Qué puedes imaginar, Preciosa? respondió Andres; ninguna otra cosa, sino que la misma fuerza que á mí me ha hecho jitano, le ha hecho á él parecer molinero, y venir á buscarte. ¡Ah, Preciosa, Preciosa, y cómo se va descubriendo que te quieres preciar de tener mas de un rendido! y si esto es así, acábame á mí primero, y luego matarás á ese otro, y no quieras sacrificarnos juntos en las aras de tu engaño, por no decir de tu belleza. ¡Válame Dios! respondió Preciosa, Andres, y ¡cuán delicado andas, y cuán de un sotil cabello tienes colgadas tus esperanzas y mi crédito, pues con tanta facilidad te ha penetrado el alma la dura espada de los celos. ¡Díme, Andres, si en esto hubiera artificio ó engaño alguno, ¿no supiera yo callar y encubrir quién era este mozo? ¿Soy tan necia por ventura que te habia de dar ocasion de poner en duda mi bondad y buen término? Calla, Andres, por tu vida, y mañana procura sacar del pecho deste tu asombro, adónde va, ó á lo que viene; podria ser que estuviese engañada tu sospecha, como yo no lo estoy de que sea el que he dicho: y para mas satisfaccion tuya, pues ya he llegado á términos de satisfacerte, de cualquiera manera y con cualquiera intencion que ese mozo venga, despídele luego, y haz que se vaya, pues todos los de nuestra parcialidad te obedecen, y no habrá ninguno que contra tu voluntad le quiera dar acogida en su rancho; y cuando esto así no suceda, yo te doy mi palabra de no salir del mio, ni dejarme ver de sus ojos, ni de todos aquellos que tú quisieres que no me vean; y prosiguiendo adelante dijo: Mira, Andres, no me pesa á mi de verte celoso, pero pesarme ha mucho si te veo indiscreto. Como no me veas loco, Preciosa, respondió Andres, cualquiera otra demostracion será poca ó ninguna para dar á entender adónde llega y cuánto fatiga la amarga y dura presuncion de los celos; pero con todo eso, yo haré lo que me mandas, y sabré, si es que es posible, qué es lo que este señor paje poeta quiere, dónde va, ó qué es lo que busca; que podria ser que por algun hilo que sin cuidado muestre, sacase yo todo el ovillo con que temo viene á enredarme. Nunca los celos, á lo que imagino, dijo Preciosa, dejan el entendimiento libre para que pueda juzgar las cosas como ellas son: siempre miran los celosos con antojos de allende, que hacen las cosas pequeñas grandes, los enanos gigantes, y las sospechas verdades: por vida tuya y por la mia, Andres, que procedas en esto y en todo lo que tocare á nuestros conciertos cuerda y discretamente; que si así lo hicieres, sé que me has de conceder la palma de honesta y recatada, y de verdadera en todo estremo. Con esto se despidió de Andres, y él se quedó esperando el dia para tomar la confesion al herido, llena de turbacion el alma y de mil contrarias imaginaciones: no podia creer sino que aquel paje habia venido allí atraido de la hermosura de Preciosa; porque piensa el ladron que todos son de su condicion: por otra parte la satisfaccion que Preciosa le habia dado, le parecia ser de tanta fuerza, que le obligaba á vivir seguro y á dejar en las manos de su bondad toda su ventura.

Llegóse el dia (que á él le pareció haberse tardado mas que otras veces), visitó al mordido, preguntóle cómo se llamaba, y adónde iba, y cómo caminaba tan tarde y tan fuera de camino; aunque primero le preguntó cómo estaba, y si se sentia sin dolor de las mordeduras. A lo cual respondió el mozo, que se hallaba mejor y sin dolor alguno, y de manera que podria ponerse en camino: á lo de decir su nombre, y adónde iba, no dijo otra cosa sino que se llamaba Alonso Hurtado, y que iba á Nuestra Señora de la Peña de Francia á un cierto negocio, y que por llegar con brevedad caminaba de noche, y que la pasada habia perdido el camino, y acaso habia dado con aquel aduar, donde los perros que le guardaban le habian puesto del modo que habia visto. No le pareció á Andres legítima esta declaracion, sino muy bastarda, y de nuevo volvieron á hacerle cosquillas en el alma sus sospechas, y así le dijo: Hermano, si yo fuera juez, y vos hubiérades caido debajo de mi jurisdicion por algun delito, el cual pidiera que se os hicieran las preguntas que yo os he hecho, la respuesta que me habeis dado obligara á que os apretara los cordeles: yo no quiero saber quién sois, cómo os llamais, ó adónde vais; pero adviértoos que si os conviene mentir en este vuestro viaje, mintais con mas apariencia de verdad: decís que vais á la Peña de Francia, y dejaisla á la mano derecha, mas atras deste lugar donde estamos bien treinta leguas: caminais de noche por llegar presto, y vais fuera de camino por entre bosques y encinares que no tienen sendas apénas, cuanto mas caminos: amigo, levantáos y aprended á mentir, y andad enhorabuena; pero por este buen aviso que os doy, no me diréis una verdad? que sí diréis pues tan mal sabeis mentir: decidme, ¿sois por ventura uno que yo he visto muchas veces en la corte entre paje y caballero, que tenia fama de ser gran poeta, uno que hizo un romance y un soneto á una Jitanilla que los dias pasados andaba por Madrid, que era tenida por singular en la belleza? decídmelo, que yo os prometo por la fe de caballero jitano de guardaros todo el secreto que vos viéredes que os conviene: mirad que el negarme la verdad de que no sois el que yo digo, no llevaria camino, porque este rostro que yo veo aquí es el propio que vide en Madrid: sin duda alguna, que la gran fama de vuestro entendimiento me hizo muchas veces que os mirase como á hombre raro é insigne: y así se me quedó tan estampada en la memoria vuestra figura, que os he venido á conocer por ella, aun puesto en el diferente traje en que estáis agora del en que yo os vi entónces: no os turbeis, animáos, y no penseis que habeis llegado á un pueblo de ladrones, sino á un asilo que os sabrá guardar y defender de todo el mundo: mirad, yo imagino una cosa, y si es así como lo imagino, vos habeis topado con vuestra buena suerte en haber encontrado conmigo: lo que imagino es que enamorado de Preciosa (aquella hermosa jitanica á quien hicisteis los versos) habeis venido á buscarla, por lo que yo no os tendré en ménos, sino en mucho mas; que aunque jitano, la esperiencia me ha mostrado adónde se estiende la poderosa fuerza de amor y las transformaciones que hace hacer á los que coge debajo de su jurisdicion y mando: si esto es así, como creo que sin duda lo es, aquí está la jitanica. Sí, aquí está, que yo la vi anoche, dijo el mordido: razon con que Andres quedó como difunto, pareciéndole que habia salido al cabo con la confirmacion de sus sospechas: Anoche la vi, tornó á referir el mozo; pero no me atrevia á decirle quién era, porque no me convenia. Desta manera, dijo Andres, ¿vos sois el poeta que yo he dicho? Sí soy, replicó el mancebo, que no lo puedo ni lo quiero negar: quizá podria ser que donde he pensado perderme, hubiese venido á ganarme, si es que hay fidelidad en las selvas y buen acogimiento en los montes. Hayle sin duda, respondió Andres, y entre nosotros los jitanos el mayor secreto del mundo: con esta confianza podeis, señor, descubrirme vuestro pecho, porque hallaréis en el mio lo que veréis sin doblez alguna: la Jitanilla es parienta mia y está sujeta á lo que yo quisiere hacer della: si la quisiéredes por esposa, yo y todos sus parientes gustaremos dello, y lo tendremos por bien: y si por amiga, no usarémos de ningun melindre con tal que tengais dineros, porque la codicia por jamas sale de nuestros ranchos. Dineros traigo, respondió el mozo; en estas mangas de camisa, que traigo ceñida por el cuerpo, vienen cuatrocientos escudos de oro. Este fue otro susto mortal que recibió Andres, viendo que el traer tanto dinero no era sino para conquistar ó comprar su prenda; y con lengua ya turbada dijo: Buena cantidad es esa, no hay sino descubriros, y manos á la labor, que la muchacha que no es nada boba, verá cuán bien le está ser vuestra. ¡Ay, amigo! dijo á esta sazon el mozo: quiero que sepais que la fuerza que me ha hecho mudar de traje no es la de amor que vos decís, ni de desear á Preciosa; que hermosas tiene Madrid que pueden y saben robar los corazones y rendir las almas tan bien y mejor que las mas hermosas jitanas; puesto que confieso que la hermosura de vuestra parienta á todas las que yo he visto se aventaja: quien me tiene en este traje, á pié y mordido de perros, no es amor, sino desgracia mia. Con estas razones que el mozo iba diciendo, iba Andres cobrando los espíritus perdidos, pareciéndole que se encaminaban á otro paradero del que se imaginaba, y deseoso de salir de aquella confusion, volvió á reforzarle la seguridad con que podia descubrirse, y así él prosiguió diciendo: Yo estaba en Madrid en casa de un título á quien servia, no como á señor, sino como pariente; este tenia un hijo único heredero suyo, el cual así por el parentesco, como por ser ambos de una edad y de una condicion misma, me trataba con familiaridad y amistad grande: sucedió que este caballero se enamoró de una doncella principal, á quien él escogiera de bonísima gana para su esposa, si no tuviera la voluntad sujeta como buen hijo á la de sus padres, que aspiraban á casarle mas altamente; pero con todo eso la servia á hurto de todos los ojos que pudieran con las lenguas sacar á la plaza sus deseos; solos los mios eran testigos de sus intentos: y una noche que debia de haber escogido la desgracia para el caso que ahora os diré, pasando los dos por la puerta y calle desta señora, vimos arrimados á ella dos hombres al parecer de buen talle: quiso reconocerlos mi pariente, y apénas se encaminó hácia ellos, cuando echaron con mucha lijereza mano á las espadas y á dos broqueles, y se vinieron á nosotros, que hicimos lo mismo, y con iguales armas nos acometimos: duró poco la pendencia, porque no duró mucho la vida de los dos contrarios, que de dos estocadas que guiaron los celos de mi pariente y la defensa que yo le hacia, las perdieron (caso estraño, y pocas veces visto): triunfando pues de lo que aquí no quisiéramos, volvimos á casa, y secretamente tomando todos los dineros que podimos, nos fuimos á San Jerónimo, esperando el dia que descubriese lo sucedido y las presunciones que se tenian de los matadores: supimos que de nosotros no habia indicio alguno, y aconsejáronnos los prudentes religiosos que nos volviésemos á casa, y que no diésemos ni despertásemos con nuestra ausencia alguna sospecha contra nosotros: y ya que estábamos determinados de seguir su parecer, nos avisaron que los señores alcaldes de corte habian preso en su casa á los padres de la doncella y á la misma doncella, y que entre otros criados á quien tomaron la confesion, una criada de la señora dijo como mi pariente paseaba á su señora de noche y de dia, y que con este indicio habian acudido á buscarnos, y no hallándonos, sino muchas señales de nuestra fuga, se confirmó en toda la corte ser nosotros los matadores de aquellos dos caballeros (que lo eran, y muy principales). Finalmente, con parecer del conde mi pariente, y del de los religiosos, despues de quince dias que estuvimos escondidos en el monesterio, mi camarada en hábito de fraile con otro fraile se fué la vuelta de Aragon, con intencion de pasarse á Italia, y desde allí á Flándes, hasta ver en qué paraba el caso: yo quise dividir y apartar nuestra fortuna, y que no corriese nuestra suerte por una misma derrota: seguí otro camino diferente del suyo, y en hábito de mozo de fraile, á pié salí con un religioso que me dejó en Talavera; desde allí á aquí he venido solo y fuera de camino, hasta que anoche llegué á este encinar, donde me ha sucedido lo que habeis visto: y si pregunté por el camino de la Peña de Francia, fué por responder algo á lo que se me preguntaba, que en verdad que no sé dónde cae la Peña de Francia, puesto que sé que está mas arriba de Salamanca. Así es verdad, respondió Andres, y ya la dejais á mano derecha casi veinte leguas de aquí, porque veais cuán derecho camino llevábades, si allá fuérades. El que yo pensaba llevar, replicó el mozo, no es sino á Sevilla, que allí tengo un caballero jinoves, grande amigo del conde mi pariente, que suele enviar á Jénova gran cantidad de plata, y llevo designio que me acomode con los que la suelen llevar como uno dellos, y con esta estratagema seguramente podré pasar hasta Cartagena, y de allí á Italia, porque han de venir dos galeras muy presto á embarcar esta plata. Esta es, buen amigo, mi historia: mirad si puedo decir que nace mas de desgracia pura, que de amores aguados; pero si estos señores jitanos quisiesen llevarme en su compañía hasta Sevilla, si es que van allá, yo se lo pagaria muy bien, que me doy á entender que en su compañía iria mas seguro, y no con el temor que llevo. Sí llevarán, respondió Andres; y si no fuéredes en nuestro aduar, porque hasta ahora no sé si va al Andalucía, iréis en otro que creo que habemos de topar dentro de dos ó tres dias, y con darles algo de lo que llevais, facilitaréis con ellos otros imposibles mayores. Dejóle Andres, y vino á dar cuenta á los demas jitanos de lo que el mozo le habia contado y de lo que pretendia, con el ofrecimiento que hacia de la buena paga y recompensa. Todos fueron de parecer que se quedase en el aduar; solo Preciosa tuvo el contrario: y la abuela dijo que ella no podia ir á Sevilla ni á sus contornos, á causa que los años pasados habia hecho una burla en Sevilla á un gorrero llamado Triguillos, muy conocido en ella, al cual le habia hecho meter en una tinaja de agua hasta el cuello, desnudo en carnes, y en la cabeza puesta una corona de cipres esperando el filo de la media noche, para salir de la tinaja á cavar y sacar un gran tesoro que ella le habia hecho creer que estaba en cierta parte de su casa: dijo que como oyó el buen gorrero tocar á maitines, por no perder la coyuntura se dió tanta priesa á salir de la tinaja, que dió con ella y con él en el suelo, y con el golpe y con los cascos se magulló las carnes, derramándose el agua, y él quedó nadando en ella y dando voces, que se anegaba: acudieron al momento su mujer y sus vecinos con luces, y halláronle haciendo efectos de nadador, soplando y arrastrando la barriga por el suelo, y meneando los brazos y las piernas con mucha priesa, y diciendo á grandes voces: Socorro, señores, que me ahogo; tal le tenia el miedo, que verdaderamente pensó que se ahogaba: abrazáronse con él, sacáronle de aquel peligro, volvió en sí, contó la burla de la jitana, y con todo eso cavó en la parte señalada mas de un estado en hondo, á pesar de todos cuantos le decian que era embuste mio; y si no se lo estorbara un vecino suyo, que tocaba ya en los cimientos de su casa, él diera con entrambas en el suelo, si le dejaran cavar todo cuanto él quisiera: súpose este cuento por toda la ciudad, y hasta los muchachos le señalaban con el dedo, y contaban su credulidad y mi embuste: esto contó la jitana vieja, y esto dió por escusa para no ir á Sevilla. Los jitanos, que ya sabian de Andres Caballero que el mozo traia dineros en cantidad, con facilidad le acogieron en su compañía y se ofrecieron de guardarle y encubrirle todo el tiempo que él quisiese, y determinaron de torcer el camino á mano izquier da, y entrarse en la Mancha, y en el reino de Murcia: llamaron al mozo y diéronle cuenta de lo que pensaban hacer por él; él se lo agradeció, y dió cien escudos de oro para que los repartiesen entre todos. Con esta dádiva quedaron mas blandos que unas martas: solo á Preciosa no contentó mucho la quedada de D. Sancho (que así dijo el mozo que se llamaba), pero los jitanos se lo mudaron en el de Clemente, y así le llamaron desde allí adelante: tambien quedó un poco torcido Andres, y no bien satisfecho de haberse quedado Clemente, por parecerle que con poco fundamento habia dejado sus primeros designios; mas Clemente como si le leyera la intencion, entre otras cosas le dijo se holgaba de ir al reino de Murcia por estar cerca de Cartagena, adonde si viniesen galeras, como él pensaba que habian de venir, pudiese con facilidad pasar á Italia. Finalmente, por traerle mas ante los ojos, y mirar sus acciones, y escudriñar sus pensamientos, quiso Andres que fuese Clemente su camarada, y Clemente tuvo esta amistad por gran favor que se le hacia: andaban siempre juntos, gastaban largo, llovian escudos, corrian, saltaban, bailaban y tiraban la barra mejor que ninguno de los jitanos, y eran de las jitanas mas que medianamente queridos, y de los jitanos en todo estremo respetados.

Dejaron pues á Estremadura, y entráronse en la Mancha, y poco a poco fueron caminando al reino de Murcia: en todas las aldeas y lugares que pasaban habia desafíos de pelota, de esgrima, de correr, de saltar, de tirar la barra, y de otros ejercicios de fuerza, maña y lijereza, y de todos salian vencedores Andres y Clemente, como de solo Andres queda dicho; y en todo este tiempo, que fué mas de mes y medio, nunca tuvo Clemente ocasion, ni él la procuró, de hablar á Preciosa, hasta que un dia estando juntos Andres y ella, llegó él á la conversacion porque le llamaron, y Preciosa le dijo: Desde la vez primera que llegaste á nuestro aduar te conocí, Clemente, y se me vinieron á la memeria los versos que en Madrid me diste; pero no quise decir nada por no saber con qué intencion venias á nuestras estancias, y cuando supe tu desgracia me pesó en el alma, y se aseguró mi pecho que estaba sobresaltado, pensando que como habia D. Juanes en el mundo que se mudaban en Andreses, así podia haber D. Sanchos que se mudasen en otros nombres: háblote desta manera, porque Andres me ha dicho que te ha dado cuenta de quién es, y de la intencion con que se ha vuelto jitano (y así era la verdad, que Andres le habia hecho sabidor de toda su historia por poder comunicar con él sus pensamientos): y no pienses que te fué de poco provecho el conocerte, pues por mi respeto y por lo que yo de tí dije, se facilitó el acogerte y admitirte en nuestra compañía, donde plega á Dios te suceda todo el bien que acertares á desearte: este buen deseo quiero que me pagues en que no afees á Andres la bajeza de su intento, ni le pintes cuán mal le está perseverar en este estado: que puesto que yo imagino que debajo de los candados de mi voluntad está la suya, todavía me pesaria de verle dar muestras, por mínimas que fuesen, de algun arrepentimiento. A esto respondió Clemente: No pienses, Preciosa única, que D. Juan con lijereza de ánimo me descubrió quién era: primero le conocí yo, y primero me descubrieron sus ojos sus intentos: primero le dije yo quién era, y primero le adiviné la prision de su voluntad que tú señalas, él dándome el crédito que era razon que me diese, fió de mi secreto el suyo, y él es buen testigo si alabé su determinacion y escogido empleo; que no soy, ó Preciosa, de tan corto ingenio que no alcance hasta dónde se estienden las fuerzas de la hermosura; y la tuya, por pasar de los límites de los mayores estremos de belleza, es disculpa bastante de mayores yerros, si es que deben llamarse yerros los que se hacen con tan forzosas causas: agradézcote, señora, lo que en mi crédito dijiste, y yo pienso pagártelo en desear que estos enredos amorosos salgan á fines felices, y que tú goces de tu Andres, y Andres de su Preciosa en conformidad y gusto de sus padres, porque de tan hermosa junta veamos en el mundo los mas bellos renuevos que pueda formar la bien intencionada naturaleza: esto desearé yo, Preciosa, y esto le diré siempre á tu Andres, y no cosa alguna que le divierta de sus bien colocados pensamientos. Con tales afectos dijo las razones pasadas Clemente, que estuvo en duda Andres si las habia dicho como enamorado ó como comedido; que la infernal enfermedad celosa es tan delicada y de tal manera, que en los átomos del sol se pega, y de los que tocan á la cosa amada se fatiga el amante se desespera; pero con todo esto no tuvo celos confirmados, mas fiado de la bondad de Preciosa, que de la ventura suya; que siempre los enamorados se tienen por infelices en tanto que no alcanzan lo que desean. En fin, Andres y Clemente eran camaradas y grandes amigos, asegurándolo todo la buena intencion de Clemente, y el recato y prudencia de Preciosa, que jamas dió ocasion á que Andres tuviese della celos.

Tenia Clemente sus puntas de poeta, como lo mostró en los versos que dió á Preciosa, y Andres se picaba un poco, y entrambos eran aficionados á la música. Sucedió pues que estando el aduar alojado en un valle cuatro leguas de Murcia, una noche por entretenerse, sentados los dos, Andres al pié de un alcornoque, Clemente al de una encina, cada uno con una guitarra, convidados del silencio de la noche comenzando Andres y respondiendo Clemente, cantaron estos versos.

A. Mira, Clemente, el estrellado velo
Con que esta noche fria
Compite con el dia,
De luces bellas adornado el cielo:
Y en esta semejanza,
Si tanto tu divino ingenio alcanza,
Aquel rostro figura!
Donde asiste el estremo de hermosura.
C. Donde asiste el extremo de hermosura,
Y adonde la preciosa
Honestidad hermosa
Con todo estremo de bondad se apura:
En un sujeto cabe,
Que no hay humano ingenio que le alabe,
Si no toca en divino,
En alto, en raro, en grave y peregrino.
A. En alto, en raro, en grave y peregrino
Estilo nunca usado,
Al cielo levantado,
Por dulce al mundo y sin igual camino.

Tu nombre, ¡oh Jitanilla!
Causando asombro, espanto y maravilla,
La fama yo quisiera
Que le llevara hasta la octava esfera.
C. Que le llevara hasta la octava esfera
Fuera decente y justo,
Dando á los cielos gusto
Cuando el son de su nombre allá se oyera;
Y en la tierra causara
Por donde el dulce nombre resonara
Música en los oidos,
Paz en las almas, gloria en los sentidos.
A. Paz en las almas, gloria en los sentidos
Se siente cuando canta
La sirena que encanta,
Y adormece á los mas apercebidos:
Y tal es mi Preciosa,
Que es lo ménos que tiene ser hermosa:
Dulce regalo mio,
Corona del donaire, honor del brio.
C. Corona del donaire, honor del brio
Eres, bella Jitana,
Frescor de la mañana,
Céfiro blando en el ardiente estío:
Rayo con que amor ciego
Convierte el pecho mas de nieve en fuego:
Fuerza que ansí la hace
Que blandamente mata y satisface.

Señales iban dando de no acabar tan presto el libre y el cautivo, si no sonara á sus espaldas la voz de Preciosa que las suyas habia escuchado: suspendiólos el oirla, y sin moverse, prestándola maravillosa atencion, la escucharan: ella (no sé si de improviso, ó si en algun tiempo los versos que cantaba le compusieron) con estremada gracia, como si para responderles fueran hechos, cantó los siguientes.

En esta empresa amorosa
Donde el amor entretengo,
Por mayor ventura tengo
Ser honesta que hermosa.
La que es mas humilde planta,
Si la subida endereza
Por gracia ó naturaleza,
A los cielos se levanta.
En este mi bajo cobre
Siendo honestidad su esmalte,
No hay buen deseo que falte,
Ni riqueza que no sobre.
No me causa alguna pena
No quererme ó no estimarme;
Que yo pienso fabricarme
Mi suerte y ventura buena.

Haga yo lo que en mí es
Que á ser buena me encamine,
Y haga el cielo y determine
Lo que quisiere despues.
Quiero ver si la belleza
Tiene tal prerogativa,
Que me encumbre tan arriba
Que aspire á mayor alteza.
Si las almas son iguales,
Podrá la de un labrador
Igualarse por valor
Con las que son imperiales.
De la mia lo que siento
Me sube al grado mayor,
Porque majestad y amor
No tienen un mismo asiento.

Aquí dió fin Preciosa á su canto, y Andres y Clemente se levantaron á recebilla: pasaron entre los tres discretas razones, y Preciosa descubrió en las suyas su discrecion, su honestidad y su agudeza, de tal manera que en Clemente halló disculpa la intencion de Andres, que aun hasta entonces no la habia hallado, juzgando mas á mocedad que á cordura su arrojada determinacion.

Aquella mañana se levantó el aduar, y se fueron á alojar en un lugar de la jurisdicion de Murcia, tres leguas de la ciudad, donde le sucedió á Andres una desgracia que le puso en punto de perder la vida; y fué que despues de haber dado en aquel lugar algunos vasos y prendas de plata en fianzas como tenian de costumbre, Preciosa y su abuela, y Cristina con otras dos jitanillas, y los dos, Clemente y Andres, se alojaron en un meson de una viuda rica, la cual tenia una hija de edad de diez y siete ó diez y ocho años, algo mas desenvuelta que hermosa, y por mas señas se llamaba Juana Carducha: esta habiendo visto bailar á las jitanas y jitanos, la tomó el diablo, y se enamoró de Andres tan fuertemente que propuso de decírselo y tomarle por marido, si él quisiese, aunque á todos sus parientes les pesase; y así buscó coyuntura para decírselo, y hallóla en un corral donde Andres habia entrado á requerir dos pollinos: llegóse á él, y con priesa por no ser vista le dijo: Andres (que ya sabia su nombre), yo soy doncella y rica, que mi madre no tiene otro hijo sino á mí, y este meson es suyo, y amen desto tiene muchos majuelos, y otros dos pares de casas; hasme parecido bien; si me quieres por esposa, á tí te está bien, respóndeme presto, y si eres discreto quédate, y verás qué vida nos damos. Admirado quedó Andres de la resolucion de la Carducha, y con la presteza que ella pedia, le respondió: Señora doncella, yo estoy apalabrado para casarme, y los jitanos no nos casamos sino con jitanas: guárdela Dios por la merced que me queria hacer, de que yo no soy digno. No estuvo en dos dedos de caerse muerta la Carducha con la aceda respuesta de Andres, quien replicara, si no viera que entraban en el corral otras jitanas: salióse corrida y asendereada, y de buena gana se vengara si pudiera. Andres como discreto determinó de poner tierra en medio, y desviarse de aquella ocasion que el diablo le ofrecia; que bien leyó en los ojos de la Carducha que sin los lazos matrimoniales se le entregara á toda su voluntad, y no quiso verse pié á pié y solo en aquella estacada; y así pidió á todos los jitanos que aquella noche se partiesen de aquel lugar. Ellos, que siempre le obedecian, lo pusieron luego por obra, y cobrando sus fianzas aquella tarde, se fueron. La Carducha, que vió que en irse Andres se le iba la mitad de su alma, y que no le quedaba tiempo para solicitar el cumplimiento de sus deseos, ordenó de hacer quedar á Andres por fuerza, ya que de grado no podia: y así con la industria, sagacidad y secreto que su mal intento le enseñó, puso entre las alhajas de Andres, que ella conoció por suyas, unos ricos corales, y dos patenas de plata con otros brincos suyos; y apénas habian salido del meson, cuando dió voces diciendo que aquellos jitanos le llevaban robadas sus joyas, cuyas voces acudió la justicia y toda la gente del pueblo. Los jitanos hicieron alto, y todos juraban que ninguna cosa llevaban hurtada, y que ellos harian patentes todos las sacos y repuestos de su aduar: desto se congojó mucho la jitana vieja, temiendo en aquel escrutinio no se manifestas en los dijes de la Preciosa y los vestidos de Andres, que ella con gran cuidado y recato guardaba; pero la buena de la Carducha lo remedió con mucha brevedad todo, porque al segundo envoltorio que miraron, dijo que pregnatasen cuál era el de aquel jitano gran bailador que ella habia visto entrar en su aposento dos veces, y que podria ser que aquel las llevase. Entendió Andres que por él lo decia, y riéndose, dijo: Señora doncella, esta es mi recámara, y este es mi pollino; si vos halláredes en ella ni en él lo que os falta, yo os lo pagaré con las setenas, fuera de sujetarme al castigo que la ley da á los ladrones. Acudieron luego los ministros de justicia á desbalijar el pollino, y á pocas vueltas dieron con el hurto, de que quedó tan espantado Andres y tan absorto, que no pareció sino estatua sin voz, de piedra dura. ¿No sospeché yo bien? dijo á esta sazon la Carducha: mirad con qué buena cara se encubre un ladron tan grande. El alcalde, que estaba presente, comenzó á decir mil injurias Andres y á todos los jitanos, llamándolos de públicos ladrones y salteadores de caminos. A todo callaba Andres, suspenso é imaginativo, y no acababa de caer en la traicion de la Carducha. En esto se llegó á él un soldado bizarro, sobrino del alcalde, diciendo: ¿No veis cuál se ha quedado el jitanico podrido de hurtar? apostaré yo que hace melindres, y que niega el hurto con habérsele cogido en las manos: que bien haya quien no os echa en galeras á todos; mirad si estuviera mejor este bellaco en ellas, sirviendo á su Majestad, que no andarse bailando de lugar en lugar, y hurtando de venta en monte: á fe de soldado, que estoy por darle una bofetada que le derribe á mis piés; y diciendo esto, sin mas ni mas alzó la mano, y le dió un bofeton tal que le hizo volver de su embelesamiento, y le hizo acordar que no era Andres Caballero, sino D. Juan y caballero; y arremetiendo al soldado con mucha presteza y mas cólera le arrancó su misma espada de la vaina, y se la envainó en el cuerpo, dando con él muerto en tierra. Aquí fué el gritar del pueblo: aquí el amohinarse el tio alcalde: aquí el desmayarse Preciosa, y el turbarse Andres de verla desmayada: aquí el acudir todos á las armas, y dar tras el homicida; creció la confusion, creció la grita, y por acudir Andres al desmayo de Preciosa, dejó de acudir á su defensa; y quiso la suerte que Clemente no se hallase al desastrado suceso, que con los bagajes habia ya salido del pueblo: finalmente, tantos cargaron sobre Andres, que le prendieron y le aherrojaron con dos muy gruesas cadenas: bien quisiera el alcalde ahorcarle luego, si estuviera en su mano; pero hubo de remitirle á Murcia, por ser de su jurisdicion: no le llevaron hasta otro dia, y en el que allí estuvo pasó Andres muchos martirios y vituperios, que el indignado alcalde y sus ministros, y todos los del lugar le hicieron. Prendió el alcalde todos los mas jitanos y jitanas que pudo, porque los mas huyeron, y entre ellos Clemente, que temió ser cogido y descubierto. Finalmente, con la sumaria del caso, y con una gran cáfila de jitanos entraron el alcalde y sus ministros, con otra mucha gente armada, en Murcia, entre los cuales iba Preciosa, y el pobre Andres ceñido de cadenas sobre un macho y con esposas y piédeamigo. Salió toda Murcia á ver los presos, que ya se tenia noticia de la muerte del soldado. Pero la hermosura de Preciosa aquel dia fué tanta, que ninguno la miraba que no la bendecia, y llegó la nueva de su belleza á los oidos de la señora corregidora, que por curiosidad de verla hizo que el corregidor su marido mandase que aquella jitanica no entrase en la cárcel, y todos los demas sí, y á Andres le pusieron en un estrecho calabozo, cuya escuridad y la falta de la luz de Preciosa le trataron de manera, que bien pensó no salir de allí sino para la sepultura. Llevaron á Preciosa con su abuela á que la corregidora la viese, y así como la vió, dijo: Con razon la alaban de hermosa; y llegándola á sí la abrazó tiernamente, y no se hartaba de mirarla; y preguntó á su abuela que qué edad tendria aquella niña. Quince años, respondió la jitana, dos meses mas ó ménos. Esos tuviera agora la desdichada de mi Costanza: ¡ay, amigas! que esta niña me ha renovado mi desventura, dijo la corregidora. Tomó en esto Preciosa las manos de la corregidora, y besándoselas muchas veces se las bañaba con lágrimas, y le decia: Señora mia, el jitano que está preso no tiene culpa, porque fué provocado: llamáronle ladron, y no lo es: diéronle un bofeton en su rostro, que es tal que en él se descubre la bondad de su ánimo: por Dios y por quien vos sois, señora, que le hagais guardar su justicia, y que el señor corregidor no se dé priesa á ejecutar en él el castigo con que las leyes le amenazan: y si algun agrado los ha dado mi hermosura, entretenelda con entretener el preso, porque en el fin de su vida está el de la mia: él ha de ser mi esposo, y justos y honestos impedimentos han estorbado que aun hasta ahora no nos habemos dado las manos: si dineros fueren menester para alcanzar perdon de la parte, todo nuestro aduar se venderá en pública almoneda, y se dará aun mas de lo que pidieren: señora mia, si sabeis qué es amor, y algun tiempo le tuvisteis, y ahora le teneis á vuestro esposo, doléos de mí, que amo tierna y honestamente al mio. En todo el tiempo que esto decia, nunca la dejó las manos ni apartó los ojos de mirarla atentísimamente, derramando amargas y piadosas lágrimas en mucha abundancia: asimismo la corregidora la tenia á ella asida de las suyas, mirándola ni mas ni ménos con no menor ahinco, y con no mas pocas lágrimas. Estando en esto entró el corregidor, y hallando á su mujer y á Preciosa tan llorosas y tan encadenadas, quedó suspenso así de su llanto como de su hermosura: preguntó la causa de aquel sentimiento, y la respuesta que dió Preciosa fué soltar las manos de la corregidora, y asirse de los piés del corregidor, diciéndole: Señor, misericordia: si mi esposo muere, yo soy muerta: él no tiene culpa, pero si la tiene, déseme á mí la pena: y si esto no puede ser, á lo ménos entreténgase el pleito en tanto que se procuran y buscan los medios posibles para su libertad; que podrá ser que al que no pecó de malicia le enviase el cielo la salud de gracia. Con nueva suspension quedó el corregidor de oir las discretas razones de la jitanilla, y que ya, si no fuera por no dar indicios de flaqueza, le acompañara en sus lágrimas. En tanto que esto pasaba, estaba la jitana vieja considerando grandes, muchas y diversas cosas, y al cabo de toda esta suspension é imaginacion, dijo: Espérenme vuesas mercedes, señores mios, un poco, que yo haré que estos llantos se conviertan en risa, aunque á mí cueste la vida; y así con lijero paso se salió de donde estaba, dejando á los presentes confusos con lo que dicho habia. En tanto pues que ella volvia, nunca dejó Preciosa las lágrimas ni los ruegos de que se entretuviese la causa de su esposo, con intencion de avisar á su padre que viniese á entender en ella. Volvió la jitana con un pequeño cofre debajo del brazo, y dijo al corregidor que con su mujer y ella se entrasen en un aposento, que tenia grandes cosas que decirles en secreto. El corregidor, creyendo que algunos hurtos de los jitanos queria descubrirle por tenerle propicio en el pleito del preso, al momento se retiró con ella y con su mujer en su recámara, adonde la jitana, hincándose de rodillas ante los dos, les dijo: Si las buenas nuevas que os quiero dar, señores, no merecieren alcanzar en albricias el perdon de un gran pecado mio, aquí estoy para recebir el castigo que quisiéredes darme; pero antes que lo confiese, quiero que me digais, señores, primero, si conoceis estas joyas; y descubriendo un cofrecito donde venian las de Preciosa, se le puso en las manos al corregidor, y en abriéndole vió aquellos dijes pueriles; pero no cayó en lo que podian significar: mirólos tambien la corregidora, pero tampoco dió en la cuenta; solo dijo: Estos son adornos de alguna pequeña criatura. Así es la verdad, dijo la jitana, y de qué criatura sean lo dice ese escrito que está en ese papel doblado. Abrióle con priesa el corregidor, y leyó que decia: Llamábase la niña Doña Costanza de Acevedo y de Meneses, su madre Doña Guiomar de Meneses, y su padre D. Fernando de Acevedo, caballero del hábito de Calatrava: desparecíla dia de la Ascension del Señor, á las ocho de la mañana, del año de mil y quinientos y noventa y cinco: traia la niña puestos estos brincos que en este cofre están guardados.

Apénas hubo oido la corregidora las razones del papel, cuando reconoció los brincos, se los puso á la boca, y dándoles infinitos besos, se cayó desmayada; acudió el corregidor á ella ántes que á preguntar á la jitana por su hija, y habiendo vuelto en sí, dijo: Mujer buena, ántes ángel que jitana, ¿adónde está el dueño, digo, la criatura cuyos eran estos dijes? ¿Adónde, señora? respondió la jitana: en vuestra casa la teneis, aquella jitanica que os sacó las lágrimas de los ojos es su dueño, y es sin duda alguna vuestra hija, que yo la hurté en Madrid de vuestra casa el dia y hora que ese papel dice. Oyendo esto la turbada señora, soltó los chapines, y desalada y corriendo salió á la sala, adonde habia dejado á Preciosa, y hallóla rodeada de sus doncellas y criadas, todavía llorando; arremetió á ella, y sin decirle nada, con gran priesa le desabrochó el pecho, y miró si tenia debajo de la teta izquierda una señal pequeña á modo de lunar blanco con que habia nacido, y hallóle ya grande, que con el tiempo se habia dilatado: luego con la misma celeridad la descalzó, y descubrió un pié de nieve y de marfil hecho á torno, y vió en él lo que buscaba, que era que los dos dedos últimos del pié derecho se trababan el uno con el otro por medio con un poquito de carne, la cual cuando niña nunca se la habian querido cortar por no darle pesadumbre. El pecho, los dedos, los brincos, el dia señalado del hurto, la confesion de la jitana, y el sobresalto y alegría que habian recebido sus padres cuando la vieron, con toda la verdad confirmaron en el alma de la corregidora ser Preciosa su hija; y así cogiéndola en sus brazos se volvió con ella adonde el corregidor y la jitana estaban. Iba Preciosa confusa, que no sabia á qué efecto se habian hecho con ella aquellas diligencias, y mas viéndose llevar en brazos de la corregidora, y que le daba de un beso hasta ciento. Llegó en fin con la preciosa carga Doña Guiomar la presencia de su marido, y trasladándola de sus brazos á los del corregidor, le dijo: Recebid, señor, á vuestra hija Costanza, que esta es sin duda; no lo dudeis, señor, en ningun modo, que la señal de los dedos juntos y la del pecho he visto; y mas que á mí me lo está diciendo el alma desde el instante que mis ojos la vieron. No lo dudo, respondió el corregidor teniendo en sus brazos á Preciosa, que los mismos efectos han pasado por la mia que por la vuestra; y mas que tantas particularidades juntas ¿cómo podian suceder si no fuera por milagro? Toda la gente de casa andaba absorta, preguntando unos á otros qué seria aquello, y todos daban bien léjos del blanco; que ¿quién habia de imaginar que la Jitanilla era hija de sus señores? El corregidor dijo á su mujer, y á su hija, y á la jitana vieja, que aquel caso estuviese secreto hasta que él le descubriese: y asimismo dijo á la vieja que él perdonaba el agravio que le habia hecho en hurtarle la mitad de su alma, pues la recompensa de habérsela vuelto mayores albricias merecia; y que solo le pesaba que sabiendo ella la calidad de Preciosa, la hubiese desposado con un jitano, y mas con un ladron y homicida. ¡Ay! dijo á esto Preciosa, señor mio, que ni es jitano ni ladron, puesto que es matador; pero fué del que le quitó la honra, y no pudo hacer ménos de mostrar quién era, y matarle. ¿Cómo? ¿qué, no es jitano, hija mia? dijo Doña Guiomar. Entonces la jitana vieja contó brevemente la historia de Andres Caballero, y que era hijo de D. Francisco de Cárcamo, caballero del hábito de Santiago, y que se llamaba D. Juan de Cárcamo, asimismo del mismo hábito, cuyos vestidos ella tenia cuando los mudó en los de jitano. Contó tambien el concierto que entre Preciosa y D. Juan estaba hecho de guardar dos años de aprobacion para desposarse ó no: puso en su punto la honestidad de entrambos, y la agradable condicion de D. Juan. Tanto se admiraron desto como del hallazgo de su hija, y mandó el corregidor á la jitana que fuese por los vestidos de D. Juan: ella lo hizo ansí, y volvió con otro jitano que los trujo. En tanto que ella iba y volvia, hicieron sus padres á Preciosa cien mil preguntas, á que respondió con tanta discrecion y gracia, que aunque no la hubieran reconocido por hija, los enamorara: preguntáronla si tenia alguna aficion á D. Juan: respondió que no mas de aquella que le obligaba á ser agradecida á quien se habia querido humillar á ser jitano por ella; pero que ya no se estenderia á mas el agradecimiento de aquello que sus señores padres quisiesen. Calla, hija Preciosa, dijo su padre, que este nombre de Preciosa quiero que se te quede en memoria de tu pérdida y de tu hallazgo, que yo como tu padre tomo á cargo el ponerte en estado que no desdiga de quien eres. Suspiró oyendo esto Preciosa, y su madre como discreta entendió que suspiraba de enamorada de D. Juan, y dijo á su marido: Señor, siendo tan principal D. Juan de Cárcamo como lo es, y queriendo tanto á nuestra hija, no nos estaria mal dársela por esposa; y él respondió: Aun apénas hoy la habemos hallado, ¿y ya quereis que la perdamos? Gocémosla algun tiempo, que en casándola no será nuestra, sino de su marido. Razon teneis, señor, respondió ella; pero dad órden de sacar á D. Juan, que debe de estar en algun calabozo metido, pasando las penalidades que se pueden considerar de sus prisiones, las humedades y sabandijas inmundas, que inquietan á los pobres pacientes, que están esperando salga el dia para gozarle, y verse libres de tanta opresion y mala vecindad como padecen. Sí, estará, dijo Preciosa, que á un ladron matador, y sobre todo jitano, no le habrán dado mejor estancia. Yo quiero ir á verle, como que le voy á tomar la confesion, respondió el corregidor, y de nuevo os encargo, señora, que nadie sepa esta historia hasta que yo lo quiera: y abrazando á Preciosa, fué luego á la cárcel y entró en el calabozo donde D. Juan estaba, y no quiso que nadie entrase con él: hallóle con entrambos piés en un cepo, y con las esposas á las manos, y que aun no le habian quitado el piedeamigo: era la estancia escura, pero hizo que por arriba abriesen una lumbrera, por donde entraba luz, aunque muy escasa; y así como le vió, le dijo: ¿Cómo está la buena pieza? que así tuviera yo atraillados cuantos jitanos hay en España para acabar con ellos en un dia, como Neron quisiera en otro con Roma, sin dar mas de un golpe: sabed, ladron puntoso, que yo soy el corregidor desta ciudad, y vengo á saber de mí á vos, si es verdad que es vuestra esposa una Jitanilla que viene con vosotros. Oyendo esto Andres imaginó que el corregidor se debia haber enamorado de Preciosa; que los celos son de cuerpos sutiles y se entran por otros cuerpos sin romperlos, apartarlos ni dividirlos; pero con todo esto respondió: Si ella ha dicho que yo soy su esposo, es mucha verdad: y si ha dicho que no lo soy, tambien ha dicho verdad, porque no es posible que Preciosa diga mentira. ¿Tan verdadera es? respondió el corregidor; no es poco serlo para ser jitana: ahora bien, mancebo, ella ha dicho que es vuestra esposa, pero que nunca os ha dado la mano; ha sabido que segun es vuestra culpa habeis de morir por ella, y hame pedido que antes de vuestra muerte la despose con vos, porque se quiere honrar con quedar viuda de un tan gran ladrón como vos. Pues hágalo vuesa merced, señor corregidor, como ella lo suplica, que como yo me despose con ella, iré contento á la otra vida como parta desta con nombre de ser suyo. Mucho la debéis de querer, dijo el corregidor. Tanto, respondió el preso, que á poderlo decir no fuera nada: en efecto, señor corregidor, mi causa se concluya: yo maté al que me quiso quitar la honra: yo adjro á esa jitana, moriré contento si muero en su gracia, y sé que no nos ha de faltar la de Dios, pues entrambos habemos guardado honestamente y con puntualidad lo que nos prometimos. Pues esta noche enviaré por vos, dijo el corregidor, y en mi casa os desposaréis con Preciosica, y mañana á mediodía estaréis en la horca, con lo que yo habré cumplido con lo que pide la justicia y con el deseo de entrambos. Agradecióselo Andrés; y el corregidor volvió á su casa y dio cuenta á su mujer de lo que con D. Juan habia pasado, y de otras cosas que pensaba hacer. En el tiempo que él faltó de su casa, dio cuenta Preciosa á su madre de todo el discurso de su vida, y de cómo siempre habia creido ser jitana y ser nieta de aquella vieja; pero que siempre se habia estimado en mucho mas de lo que de ser jitana se esperaba. Preguntóle su madre que le dijese la verdad, si queria bien á D. Juan de Cárcamo. Ella con vergüenza y con los ojos en el suelo le dijo que por haberse considerado jitana, y que mejoraba su suerte con casarse con un caballero de hábito y tan principal como D. Juan de Cárcamo, y por haber visto por esperiencia su buena condición y honesto trato, alguna vez le habia mirado con ojos aficionados; pero que en resolución ya habia dicho que no tenia otra voluntad de aquella que ellos quisiesen.

Llegóse la noche, y siendo casi las diez sacaron á Andrés de la cárcel sin las esposas y el piedeamigo, pero no sin una gran cadena que desde los pies todo el cuerpo le cenia. Llegó deste modo sin ser visto de nadie sino de los que le traian en casa del corregidor, y con silencio y recato le entraron en un aposento donde le dejaron solo: de allí á un rato entró un clérigo, y le dijo que se confesase, porque habia de morir otro dia. A lo cual respondió Andrés: De muy buena gana me confesaré; pero ¿cómo no me desposan primero? Y si me han de desposar, por cierto que es muy malo el tálamo que me espera. Doña Guiomar, que todo esto sabia, dijo á su marido que eran demasiados los sustos que á D. Juan daba, que los moderase, porque podria ser per, diese la vida con ellos. Parecióle buen consejo al corregidory así entró á llamar al que le confesaba, y díjole que primero habían de desposar al jitano con Preciosa la jitana, y que despues se confesaria, y que se encomendase á Dios de todo corazon, que muchas veces suele llover sus misericordias en el tiempo que están mas secas las esperanzas. En efecto, Andres salió á una sala donde estaban solamente Doña Guiomar, el corregidor, Preciosa y otros dos criados de casa. Pero cuando Preciosa vió á D. Juan ceñido y aherrojado con tan gran cadena, descolorido el rostro y los ojos con muestra de haber llorado, se le cubrió el corazon, y se arrimó al brazo de su madre que junto á ella estaba, la cual abrazándola consigo, le dijo: Vuelve en tí, niña, que todo lo que ves ha de redundar en tu gusto y provecho. Ella, que estaba ignorante de aquello, no sabia cómo consolarse, y la jitana vieja estaba turbada, y los circunstantes colgados del fin de aquel caso. El corregidor dijo: Señor tiniente-cura, este jitano y esta jitana son los que vuesa merced ha de desposar. Eso no podré yo hacer, si no preceden primero las circunstancias que para tal caso se requieren: ¿dónde se han hecho las amonestaciones? ¿adónde está la licencia de mi superior para que con ellas se haga el desposorio? Inadvertencia ha sido mia, respondió el corregidor; pero yo haré que el vicario la dé. Pues hasta que la vea, respondió el tiriente-cura, estos señores perdonen; y sin replicar mas palabra, porque no sucediese algun escándalo, se salió de casa, y los dejó á todos confusos. El padre ha hecho muy bien, dijo á esta sazon el corregidor, y podria ser fuese providencia del cielo esta para que el suplicio de Andres se dilate, porque en efecto él se ha de desposar con Preciosa, y han de preceder primero las amonestaciones, donde se dará tiempo al tiempo, que suele dar dulce salida á muchas amargas dificultades y con todo esto querria saber de Andres, si la suerte encaminase sus sucesos de manera que sin estos sustos y sobresaltos se hallase esposo de Preciosa, ¿si se tendria por dichoso ya siendo Andres Caballero, ó ya D. Juan de Cárcamo? Así como oyó Andres nombrarse por su nombre, dijo: Pues Preciosa no ha querido contenerse en los límites del silencio, y ha descubierto quién soy, aunque esa buena dicha me hallara hecho monarca del mundo, la tuviera en tanto que pusiera término á mis deseos, sin osar desear otro bien sino el del cielo. Pues por ese buen ánimo que habeis mostrado, señor D. Juan de Cárcamo, á su tiempo haré que Preciosa sea vuestra legítima consorte, y agora 08 la doy y entrego en esperanza por la mas rica joya de mi casa, y de mi vida, y de mi alma, y estimadla en lo que decís, porque en ella os doy á Doña Costanza de Acevedo y Meneses, mi única hija, la cual si os iguala en el amor, no os desdice nada en el linaje. Atónito quedó Andres viendo el amor que le mostraban, y en breves razones Doña Guiomar contó la pérdida de su hija y su hallazgo con las certísimas señas que la jitana vieja habia dado de su hurto, con que acabó D. Juan de quedar atónito y suspenso, pero alegre sobre todo encarecimiento abrazó á sus suegros, llamólos padres y señores suyos, besó las manos á Preciosa, que con lágrimas le pedia las suyas.

Rompióse el secreto, salió la nueva del caso con la salida de los criados que habian estado presentes: el cual sabido por el alcalde, tio del muerto, vió tomados los caminos de su venganza, pues no habia de tener lugar el rigor de la justicia para ejecutarla en el yerno del corregidor. Vistióse D. Juan los vestidos de camino que allí habia traido la jitana; volviéronse las prisiones y cadenas de hierro en libertad y cadenas de oro: la tristeza de los jitanos presos en alegría, pues otro dia los dieron en fiado: recibió el tio del muerto la promesa de dos mil ducados que le hicieron porque bajase de la querella y perdonase á D. Juan, el cual no olvidándose de su camarada Clemente, le hizo buscar; pero no le hallaron ni supieron dél hasta que desde allí á cuatro dias tuvo nuevas ciertas que se habia embarcado en una de dos galeras de Génova que estaban en el puerto de Cartagena y ya se habian partido. Dijo el corregidor á D. Juan quo tenia por nueva cierta que su padre D. Francisco de Cárcamo estaba proveido por corregidor de aquella ciudad, y que seria bien esperalle para que con su beneplácito y consentimiento se hiciesen las bodas. D. Juan dijo que no saldria de lo que él ordenase; pero que ante todas cosas se habia de desposar con Preciosa. Concedió licencia el arzobispo para que con sola una amonestacion se hiciese. Hizo fiestas la ciudad, por ser muy bienquisto el corregidor, con luminarias, toros y cañas el dia del desposorio: quedóse la jitana vieja en casa, que no se quiso apartar de su nieta Preciosa: llegaron las nuevas á la corte del caso y casamiento de la Jitanilla: supo D. Francisco de Cárcamo ser su hijo el jitano, y ser la Preciosa la Jitanilla que él habia visto, cuya hermosura disculpó con él la liviandad de su hijo, que ya le tenia por perdido, por saber que no habia ido á Flándes; y mas porque vió cuán bien le estaba el casarse con hija de tan gran caballero y tan rico como era D. Fernando de Acevedo: dió priesa á su partida por llegar presto á ver á sus hijos, y dentro de veinte dias ya estaba en Murcia, con cuya llegada se renovaron los gustos, se hicieron las bodas, se contaron las vidas, y los poetas de la ciudad, que hay algunos y muy buenos, tomaron á cargo celebrar el extraño caso, juntamente con la sin igual belleza de la Jitanilla; y de tal manera escribió el famoso licenciado Pozo, que en sus versos durará la fama de la Preciosa miéntras los siglos duraren. Olvidábaseme de decir cómo la enamorada mesonera descubrió á la justicia no ser verdad lo del hurto de Andres el jitano, y confesó su amor y su culpa, á quien no respondió pena alguna, porque en la alegría del hallazgo de los desposados se enterró la venganza y resucitó la clemencia.