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CAPÍTULO XXVII.
El canto se acabó con un profundo suspiro, y los dos con atencion volvieron á esperar si mas se cantaba; pero viendo que la música se habia vuelto en sollozos y en lastimeros ayes, acordaron de saber quien era el triste, tan estremado en la voz como doloroso en los gemidos, y no anduvieron mucho, cuando al volver de una punta de una peña, vieron á un hombre del mismo talle y figura que Sancho Panza les habia pintado, cuando les contó el cuento de Cardenio, el cual hombre, cuando los vió, sin sobresaltarse estuvo quedo, con la cabeza inclinada sobre el pecho á guisa de hombre pensativo, sin alzar los ojos á mirarlos mas de la vez primera, cuando de improviso llegaron. El cura, que era hombre bien hablado (como el que ya tenia noticia de su desgracia, pues por las señales le habia conocido) se llegó á él, y con breves, aunque muy discretas razones, le rogó y persuadió que aquella tan miserable vida dejase, porque allí no la perdiese, que era la desdicha mayor de las desdichas. Estaba Cardenio entonces en su entero juicio, libre de aquel furioso accidente que tan á menudo le sacaba de sí mismo, y así viendo á los dos en trage tan no usado de los que por aquellas soledades andaban, no dejó de admirarse algun tanto, y mas cuando oyó que le habian hablado en su negocio como en cosa sabida: porque las razones que el cura le dijo, así lo dieron á entender, y así respondió desta manera: Bien veo yo, señores, quien quiera que seais, que el cielo que tiene cuidado de socorrer á los buenos y aun á los malos muchas veces, sin yo merecerlo me envia en estos tan remotos y apartados lugares del trato comun de las gentes algunas personas, que poniéndome delante de los ojos con vivas y varias razones, cuán sin ella ando en hacer la vida que hago, ha procurado sacarme desta á mejor parte; pero como no saben que sé yo, que en saliendo deste daño, he de caer en otro mayor, quizá me deben de tener por hombre de flacos discursos, y aun lo que peor seria, por de ningun juicio, y no seria maravilla que así fuese, porque á mí se me trasluce, que la fuerza de la imaginacion de mis desgracias es tan intensa, y puede tanto en mi perdicion, que sin que yo pueda ser parte á estorbarlo, vengo á quedar como piedra, falto de todo buen sentido y conocimiento, y vengo á caer en la cuenta desta verdad, cuando algunos me dicen y muestran señales de las cosas que he hecho en tanto que aquel terrible accidente me señorea, y no sé mas que dolerme en vano y maldecir sin provecho mi ventura, y dar por disculpa de mis locuras, el decir la causa dellas á cuantos oirla quieren, porque viendo los
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