Página:El ingenioso hidalgo Don Quijote del Mancha.djvu/339

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página ha sido validada
219
CAPÍTULO XXIX.

CAPÍTULO XXIX.


Que trata del gracioso artificio y órden que se tuvo en sacar á nuestro enamorado caballero de la asperísima penitencia en que se habia puesto.


E

STA es, señores, la verdadera historia de mi tragredia: mirad y juzgad ahora si los suspiros que escuchastes, las palabras que oistes, y las lágrimas que de mis ojos salian, tenian ocasion bastante para mostrarse en mayor abundancia: y considerada la calidad de mi desgracia, veréis que será en vano el consuelo, pues es imposible el remedio della. Solo os ruego (lo que con facilidad podréis y debeis hacer) que me aconsejeis donde podré pasar la vida, sin que me acabe el temor y sobresalto que tengo, de ser hallada de los que me buscan, que aunque sé que el mucho amor que mis padres me tienen, me asegura que seré dellos bien recebida, es tanta la vergüenza que me ocupa solo el pensar que, no como ellos pensaban, tengo de parecer á su presencia, que tengo por mejor desterrarme para siempre de ser vista, que no verles el rostro con pensamiento que ellos miran el mio ageno de la honestidad que de mí se debian de tener prometida. Calló en diciendo esto, y el rostro se le cubrió de un color que mostró bien claro el sentimiento y vergüenza del alma. En las suyas sintieron los que escuchado la habian tanta lástima como admiracion de su desgracia, y aunque luego quisiera el cura consolarla y aconsejarla, tomó primero la mano Cardenio, diciendo: En fin, señora, ¿qué tú eres la hermosa Dorotea, la hija única del rico Clenardo? Admirada quedó Dorotea cuando oyó el nombre de su padre, y de ver cuán de poco era el que le nombraba, porque ya se ha dicho de la mala manera que Cardenio estaba vestido, y así le dijo: ¿Y quién sois vos, hermano, que así sabeis el nombre de mi padre? porque yo hasta ahora, si mal no me acuerdo, en todo el discurso del cuento de mi desdicha no le he nombrado.—Soy, respondió Cardenio, aquel sin ventura, que segun vos, señora, habeis dicho,
TOMO I.
30