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CAPÍTULO XXXVIII.

na, y él estarse quedo, temiendo y esperando, cuándo improvisamente ha de subir á las nubes sin alas y bajar al profundo sin su voluntad. Y si este parece pequeño peligro, veamos si se le iguala, ó hace ventaja el de embestirse dos galeras por las proas en mitad del mar espacioso, las cuales enclavijadas y trabadas, no le queda al soldado mas espacio del que conceden dos piés de tabla del espolon, y con todo esto, viendo que tiene delante de sí tantos ministros de la muerte que le amenazan, cuantos cañones de artillería se asestan de la parte contraria, que no distan de su cuerpo una lanza, y viendo que al primer descuido de los piés, iria á visitar los profundos senos de Neptuno, y con todo esto, con intrépido corazon, llevado de la honra que le incita, se pone á ser blanco de tanta arcabucería, y procura pasar por tan estrecho paso al bajel contrario: y lo que mas es de admirar, que apenas uno ha caido donde no se podrá levantar hasta al fin del mundo, cuando otro ocupa su mesmo lugar, y si este tambien cae en el mar, que como á enemigo le aguarda, otro y otro le sucede sin dar tiempo al tiempo de sus muertes: valentia y atrevimiento el mayor que se puede hallar en todos los trances de la guerra. Bien hayan aquellos benditos siglos, que carecieron de la espantable furia de aquestos endemoniados instrumentos de la artillería, á cuyo inventor tengo para mí que en el infierno se le está dando el premio de su diabólica invencion, con la cual dió causa que un infame y cobarde brazo quite la vida á un valeroso caballero, y que sin saber como, ó por donde, en la mitad del corage y brio que enciende y anima á los valientes pechos, llega una desmandada bala, disparada de quien quizá huyó, y se espantó del resplandor que hizo el fuego al disparar de la maldita máquina, y corta y acaba en un instante los pensamientos y vida de quien la merecia gozar luengos siglos. Y así, considerando esto, estoy por decir, que en el alma me pesa de haber tomado este ejercicio de caballero andante en edad tan detestable, como es esta, en que ahora vivimos, porque aunque á mi ningun peligro me pone miedo, todavía me pone recelo, pensar, si la pólvora y el estaño me han de quitar la ocasion de hacerme famoso y conocido por el valor de mi brazo y filos de mi espada, por todo lo descubierto de la tierra. Pero haga el cielo lo que fuere servido, que tanto seré mas estimado, si salgo con lo que pretendo, cuanto á mayores peligros me he puesto, que se pusieron los caballeros andantes de los pasados siglos. Todo este largo preámbulo, dijo Don Quijote, en tanto que los demas cenaban, olvidándose de llevar bo-