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Garnache se calló, con la garganta un poco temblorosa, se quitó el kepis y murmuro: —¿Dónde estará ahora?

Balvet bajó la cabeza; José se torció los dedos por hacer algo, mientras Clara, que seguía observando en la puerta, sintió que sus ojos se enrojecían en la luz indecisa del crepúsculo. El recuerdo del drama y de los muertos estaba todavía vivo.

Y Regino añadió: El conde Juan tenía cosas buenas... era generoso, caritativo, alegre... recuerdo estas cosas aunque ya están lejos; en fin, lo repito, no tenía más que á él como amo, mientras que hoy tengo siete ú ocho, diez ó doce con las mujeres; habría que contarlos; el señor marqués Piscop de Carmesy á la cabeza... porque éste se mete en todo, hasta en los intereses de Grivoize y de Hilario... No puedo pararme un minuto en una taberna sin que uno de ellos me vea al pasar por el camino y me pregunte delante de todo el mundo si me pagan para empinar el codo... Otro día, si echo la siesta al mediodía en la espesura, el diablo me trae á Hilario, que me despierta y me ruega políticamente que haga mi servicio... A veces es Timoteo ó Antonio, que aseguran que han oído tiros por la noche. Dicen que duermo demasiado... Grivoize el pequeño no se atrevía conmigo al principio, pero poco á poco ha tomado la costumbre y dentro de seis meses será como los otros. Aquí tenéis cómo estoy, yo, Regino Garnache, descendiente de seis Garnaches, que fueron todos guardas en estos bosques desde los tiempos más antiguos hasta nuestros días de República... ¿Quiénes son más felices, los padres ó los hijos?

Regino, lleno de amargura, terminó sus quejas con esa pregunta. Balvet á quien los años habían hecho prudente, respondió con sencillez.