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usar los títulos y las armas de aquella familia á punto de extinguirse.

Era, al fin, Piscop de Carmesy... A la muerte del Marqués él también lo sería. Y una de las formas de su agradecimiento fué desear la muerte de su suegro.

Pero pronto olvidó esta satisfacción, y, con una obstinación de bruto, se sumió más y más en los odiosos celos de aquella mujer, á la que no amaba, á propósito del pobre vizconde Jacobo, desaparecido del país para siempre, según se creía.

Para siempre, pues era evidente que Reteuil se vendería también. Los Grivoize esperaban con la mano en los cordones de su bolsa para ser á su vez castellanos.

Sin embargo, habían pasado años sin que por aquel lado ocurriese nada nuevo.

Ahora bien, aquella tarde, Gervasio y Arabela, marido y mujer sin hijos, están solos como de ordinario en aquel inmenso comedor, cuyas dimensiones disminuyen aún la importancia de los dos silenciosos personajes.

Han comido tarde, pues Gervasio ha vuelto retrasado. No tienen horas; cuando él está allí, se come; cuando no está, se espera.

Poco importa que Arabela tenga apetito; no es más que la segunda en la casa.

Gervasio ha vuelto sin decir una palabra de excusa ni de explicación. Ha devorado tres platos según su costumbre, se ha bebido dos botellas, ha encendido su pipa y se está sirviendo una copa de aguardiente. Físicamente, está satisfechísimo.

Arabela le contempla fijamente con sus ojos verdes en los que se leen pensamientos de asesinato. Aque-