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tencia. El antiguo amo ha vuelto. Los Grivoize dejan ver malas sonrisas un poco inquietas; los campesinos neutros mueven la cabeza con tristes previsiones; en el Vivero, Balvet, que es sordo, pregunta qué es lo que pasa. José lo explica por él y por Clara, que es simple.

Es Jacobo... Parece que está de vuelta en el país... Vamos allá; la madre se va á volver enteramente loca...

Pero Berta, á la primera nota de la trompa, se ha levantado de un salto de la cama en que la tenía postrada el cansancio; se ha presentado desgreñada, espantosa, radiante, y ha gritado á Sofía y á Regino: — Escuchad!... Bien os lo decía...

Pero es en Valroy, sin duda, por efecto de la sorpresa, donde el efecto producido es más violento. Gervasio Piscop, en su inútil furor, se deshace en injurias que no alcanzan á nadie, amenaza al vacío y se bate con las sombras.

En el primer piso, Arabela, encerrada en su cuarto, un poco retirada de la ventana para no ser vista por su feroz esposo, que le tiraría piedras, escucha la canción con los ojos cerrados.

Aquella tocata evoca en su mente enferma una visión de caza vertiginosa que pasa ante sus ojos; una brillante tropa de jinetes con casacas rojas y de señoras con tricornio y faldas de amazona; otros van en coche, y todos tienen caras conocidas. Allí el conde Juan, allí Jacobo; más allá su padre, el Marqués, y ella misma, Arabela, cabalgando al lado de su madre, también á caballo. En una elegante carretela ve á la condesa Antonieta al lado de la señora de Reteuil.

Cosa rara; los picadores y los ojeadores tienen las cabezas de Piscop y de Grivoize, y la librea les sienta