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sin respuesta. El guarda, taciturno, meditaba andando.

Ahora bien, en realidad, para demostrar la locura de las apariencias y probar una vez más que la idea es más real que el hecho, los que acababan de encontrarse y de hablar así eran padre é hijo...

Al día siguiente, Regino se fué á ver al anciano Balvet para pedirle consejo; no había dicho nada á Berta, temiendo causarle una alegría de un día precediendo á una eterna desesperación.

Contó la aventura al anciano y á José y les confió sus temores... «Jacobo parecía resuelto á morir.» Los otros le escuchaban indecisos y asombrados de que el antiguo amo se hubiese metamorfoseado hasta ese punto.

—Y bien—dijo el guarda como peroración;—¿ debo decírselo á Berta?

—No dijo Balvet.

—No dijo José.

Habían respondido á la vez y sonriendo al ver que también entonces eran de la misma opinión.

—No, mil veces no—repitió José ;—no hay más que penas que recoger por ese lado... Que deje el país para siempre ó que muera, será para nosotros el mismo dolor, puesto que no le veremos más. Pues bien: mi madre está acostumbrada hace años á esa idea y resignada á su modo. Si le vuelve á ver, si él le dice sobre todo buenas palabras como á usted, llorará de alegría; pero después, cuando suceda lo que deba suceder, llorará sangre y estoy seguro de que morirá...

Preparada como está, sufrirá menos. Dejémosla tranquila.

—Creo que José tiene razón—dijo Balvet ;—hay que cuidar á Berta y evitarle las emociones. Si realmente Jacobo debe morir, es preferible que no le haya visto,