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buen arreglo. La buena señora sabía perfectamente que la separación de los dos esposos no tendría nada de desgarradora. Esperaba, por el contrario, que con la ausencia llegarían el uno y el otro á recobrar su afección. Antonieta se hizo de rogar mucho tiempo, pero, por fin, se marchó con su madre.

Como estaba convenido, Berta fué todos los días á vigilar á Jacobo, que en aquel tiempo la prefería aún á todo el mundo y chillaba cuando se iba.

Durante los largos días de invierno, fueron frecuentes las conferencias entre el amo y aquella singular criada. Después, una mañana, se le ocurrió á Jacobo toser y tener fiebre, y Berta, extremadamente alarmada, declaró que no se separaría de él ni de día ni de noche. Dejó su casa, su hijo y su marido al cuidado de Sofía, á quien acababa de recoger, y se instaló en el castillo.

El niño se curó en pocas horas, pero Berta se quedó...

Hubo, es cierto, algunas murmuraciones de criados, pero nadie pudo afirmar nada positivo.

A los quince días, Berta se fué de nuevo al pabellón del guarda.

Cuando volvió Antonieta, con la salud milagrosamente mejorada, supo por bocas indiferentes la larga estancia de su antigua criada en el castillo, y le puso mala cara en su primera visita y todavía peor en la segunda.

Berta no volvió en unos días, pero pronto se tranquilizó, y, con su natural audacia, interrogó á su ama diciéndole que parecía que olvidaba su infancia, que en otro tiempo era buena con ella y que no creía haber hecho nada para desmerecer á sus ojos. ¿Por qué ese cambio de cara y de actitud?

La respuesta de Antonieta fué tan seca, que Berta

En la paz.—3