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y cuando han acabado de crecer, engruesan, se extienden, echan ramas en el aire y raíces en el suelo...

Tienen una vida suya, llena de fuerza magnífica.

—¡Ah!

El niño reflexionaba, y Regino, simple y sin malicia, sentía un secreto orgullo. Aquel. niño, tímido y mudo con su madre, descubría con él sin miedo su alma naciente. Los dos estaban de acuerdo; Regino lo veía y sabía bien que aquel muchacho le prefería á todo el mundo.

José, sin embargo, tenía otros cariños: Sofía, que le mimaba escandalosamente, y los dos perros de la casa, que jugaban con él... Pero su padre era el primero de su corazón, porque era alto y fuerte, no tenía, ciertamente, miedo de nada... y, además, tenía un fusil. Esto era un título á su cariño... ¡Cuántas ternuras humanas no están fundadas en causas más serias!

El niño corría al lado del guarda de largas y rápidas piernas y perdía el aliento; el padre lo echó de ver de pronto y se maldijo á sí mismo.

—Soy un idiota y no pienso... Cuando vaya demasiado de prisa, tírame de la chaqueta.

Pero á José le humilló el confesar su debilidad y no respondió.

Era la hora en que se acortan las sombras. Aquel campo del corazón de la antigua Galia se exhibía opulento y hermoso hasta la insolencia. Bajo el sol poniente de aquel fin de abril, entre reflejos de oro y púrpura, la tierra, fértil y todavía desnuda, humeaba ligeramente al aproximarse la noche. Los bosques, que limitaban el horizonte en vasto anfiteatro, se llenaban de venerable misterio. Por los caminos avanzaban lentamente hacia las poblaciones próximas, pesadas carretas tiradas por grandes bueyes blancos unidos bajo