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dó en el umbral con las manos caídas; se aburría en aquella sombra y el éter le aturdía.

Las primeras palabras fueron lo que debían ser y la acogida lo que era de esperar. Cuando Juan se inclinaba hacia la eterna enferma para depositar en su frente lívida el beso convencional que ella deseaba tan poco, la Condesa le rechazó brusca y violentamente, gritando con voz furiosa:

—¡Qué horror! ¿De dónde sale usted? Apesta usted á almizcle...

II

Una vez, por poco se hace traición Berta. El país estaba diezmado por una epidemia de fiebre tifoidea y en todas las aldeas fueron atacados los niños. Hubo numerosas muertes y reinaba la consternación en las cabañas como en los castillos.

Uno de los primeros atacados fué José Garnache y el mal se declaró en seguida con gran violencia. El niño estuvo en peligro y el pabellón del guarda de caza se envolvió en un silencio de terror. Regino no se movió más del lecho del enfermo, así como Sofía, y los dos, reteniendo el aliento, espiaban su delirio y no apartaban la vista de él un momento.

La madre, mientras tanto, corría por los campos. Para ella la epidemia, al atacar á José, no había producido más que un resultado: hacerle temer que el otro, en el castillo, fuese atacado á su vez.

Este miedo no la dejaba vivir. Todas las mañanas, después de haber echado una mirada distraída al en-