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Una fundación de Mitre: la Junta de Historia y Numismática Americana

De Wikisource, la biblioteca libre.
Una fundación de Mitre: La Junta de Historia y Numismática Americana (1917)
de Antonio Dellepiane
ANTONIO DELLEPIANE
PRESIDENTE DE LA JUNTA DE HISTORIA Y NUMISMÁTICA AMERICANA


UNA FUNDACIÓN DE MITRE

LA JUNTA DE HISTORIA Y NUMISMÁTICA
AMERICANA





De la Revista de la Universidad de Buenos Aires, tomo XXXVII
página 206 y siguientes





BUENOS AIRES
Talleres Gráficos del Ministerio de Agricultura de la Nación
1917


UNA FUNDACIÓN DE MITRE

LA JUNTA DE HISTORIA Y NUMISMÁTICA AMERICANA[1]

Todo el que haya asistido a banquetes de compromiso, —y no sé cuál de nosotros pueda jactarse de haber dejado de pasar por esas horcas caudinas— ha sido testigo o víctima tal vez de un acto de refinada crueldad con que suele agravarse el suplicio de referencia. Pronunciados los discursos oficiales, y caldeado, con ellos, el ambiente espiritual de la fiesta, lánzanse los concurrentes en busca de oradores libres, destinados a glosar el tema de la reunión, encarándolo desde nuevos y a las veces risueños puntos de vista. ¡Momento terrible y peligroso para aquellos que presumen de oradores, y, o no lo son, o lo desean serlo en esa oportunidad! De pronto un bromista o mal intencionado, de los que nunca faltan en todas partes, levanta la voz para reclamar silencio, anunciando la palabra de alguno de los presentes. Y, en tanto las conversaciones cesan y los ruidos se acallan, todos los rostros se vuelven al aludido, quien, acribillado por miradas insistentes, entre simpáticas y burlonas, desearía en ese instante que el piso se hundiera bajo sus pies y desapareciera del festín por escotillón, como en las comedias de magia, obligado como se encuentra a optar entre el bochorno del silencio o el del discurso zurdamente improvisado.

Una escena parecida a la que acabo de describir me ha obligado a improvisar estas anotaciones apresuradas. Con la más amistosa intención, sin duda, pero en completa oposición a mi voluntad y mis intereses, se ha anunciado, para esta reunión, la presentación de un trabajo mío. Forzado así a elegir entre un «fin de non-recevoir», que pudiera imputarse a descortesía de mi parte o el in promptu de cualquier comunicación a la junta, me he decidido por lo segundo, fiando, más que en mis fuerzas, en la benevolencia ilimitada de esta corporación, tan indulgente y generosa, por lo mismo que culta y sapiente. Y, puesto en el caso de tratar algo de algún interés y oportunidad, háme parecido no carecer de ambas condiciones un rápido bosquejo de la historia de nuestra junta, como quiera que tiénese ya por verdad averiguada, que, trátese de los pueblos como de las instituciones, el exacto conocimiento de su pagado es condición ineludible para comprender bien y vivir con acierto el presente y para prever y preparar el porvenir.

I

La vida orgánica de la junta ha sido precedida de un largo periodo de gestación de carácter preorgánico. Como todas las instituciones llamadas a perdurar y a consolidarse la junta nació, creció y ha llegado a su grado actual de desarrollo rindiendo tributo cumplido a la ley ineluctable de los organismos: una necesidad que aparece determina el nacimiento de una función, al principio rudimentaria, y, puesta en actividad incesante, la función concluye por crearse el órgano encargado de realizarla en forma eficaz y completa. Consultemos y compulsemos debidamente las fuentes tradicionales y documentales, vale decir, el testimonio de algunos socios sobrevivientes del grupo inicial, y los libros de actas de la corporación, para formarnos idea de est vida embrionaria del primer tiempo.

Por lo que hace al nacimiento de la compañía, imposible es datarlo con exactitud rigurosa, no existiendo el acta de bautismo, que lo seria, en este caso, el de fundación. Sólo sabemos a este respecto lo que, antes de ahora, intentó precisarse sobre el particular, cuando se trató de establecer esa fecha, para imprimirla en las piezas monetarias que la junta lanzara a circulación. A propuesta de uno de los miembros fundadores, el doctor Urien, y con asentimiento de sus colegas, fijóse ese acontecimiento en el año de 1893, sin mayor especificación, como consta en el acta de la sesión efectuada el 5 de octubre de 1902 a fojas 61 de nuestro primer libro de actas. La distancia existente entre el hombre en estado de adultez y el feto aun informe, es la que media entre la junta actual y las primeras reuniones o juntas ocasionales de numismáticos e historiadores, nada numerosas por cierto, que comenzaron a realizarse, durante el año referido de 1893, en la morada hospitalaria de don Alejandro Rosa, un honorable comerciante dado a estudios históricos, noble pasión que se había infiltrado en su espíritu por donde ella suele entrar a menudo: las puertas del coleccionista y el amante de antigüedades. Había Rosa atesorado un monetario americano tan inmenso como valioso, que mostraba con orgullo y no disimulada complacencia a sus amigos y visitantes, y que, como era natural sucediera, deseó conocer concienzudamente, lo que lo puso en la necesidad de aplicarse con ardor al estudio del pasado argentino y americano, así en obras doctrinales como en fuentes documentarias no explotadas todavía. Llegó así Rosa a formarse suficiente versación en la historia nacional como para ser, si no un historiador, en la estricta acepción de la palabra, un distinguido erudito, por lo menos, hasta concluir, en los últimos años de su vida, por abandonar totalmente sus habituales ocupaciones, para entregarse por entero a más gratas y tranquilas tareas: la dirección del museo Mitre, cuyo desempeño, dados sus gustos de estudioso y su culto admirativo por el general, debió proporcionarle fruiciones inefables, al concederle el envidiable privilegio de vivir varias horas del día en el severo y sugestivo recinto de la venerable casa de la calle San Martín, en intima comunión con los libros, papeles y objetos del grande hombre, que parecen como ungidos con los efluvios de la rectitud y como saturados de la austeridad de su antiguo propietario. Por cerca de dos lustros, todavía, continuaron efectuándose, en la vivienda de Rosa, las reuniones indicadas, en forma esporádica, probablemente, y con el carácter de meras tertulias intelectuales. Concurría a ellas un reducido número de personas, amigas del dueño de casa y más o menos contagiadas de la afición numismática. Las sesiones se verificaban sin solemnidad de ninguna especie, no habiendo quedado constancia escrita de lo que en ellas se trató. Mal habría podido, por lo demás, labrarse actas de lo que no pasaba de un cambio amistoso de ideas, de una simple conversación de camaradas poseidos de una misma vocación. No es presumible, sin embargo, que, en un cenáculo donde figuraban al lado de algunos hombres modestos otros de verdadera distinción y hasta de alcurnia intelectual, la conversación no transpusiera a veces los estrechos horizontes del territorio numismático para escalar las cimas elevadas de la historia. Como quiera que sea, las cosas continuaron asi durante cerca de diez años, hasta que el verbo creador del más ilustre de los contertulios, el general Mitre, pronunció el «fiat» genesíaco, iniciándose entonces el periodo que pudiéramos llamar semiorgánico de la junta.

El 11 de agosto de 1901, según relata la primera de nuestras actas, reúnense en la morada de Rosa catorce miembros de la Junta de numismática y de historia, como entonces se denominaba la agrupación, y hallándose ausente Mitre, el dueño de casa manifiesta que el general «le había hecho presente que creia era necesario que la junta diera señales de vida, haciendo algo práctico y de utilidad y no limitarse a mandar acuñar medallas; que, de acuerdo con esa indicación, habia convocado a esa reunión a los señores de la junta, a fin de que tomaran las resoluciones que estimaran convenientes». El documento referido enumera, después, las resoluciones adoptadas en dicha asamblea, que consistieron: en encargar a los socios la redacción de sendos trabajos histórico-numismáticos, destinados a leerse en la junta y a ser después publicados bajo la responsabilidad de sus autores; en designar las primeras autoridades de la corporación, que lo fueron sólo tres: el general Mitre, como presidente, el señor Rosa, como vicepresidente, y el doctor José Marcó del Pont, como secretario; en celebrar sesión periódicamente, el primer domingo de cada mes; y en encargar al socio doctor Ernesto Quesada buscara un lema adecuado para la junta. Asi comenzó ésta su periodo de organización, en forma todavía incipiente y extranormativa, puede decirse, pues no tenia aún estatutos y siguió careciendo de ellos por algún tiempo.

Paulatinamente, a pasos contados, fue dándose la junta normas de vida y creando, con ellas, su propio derecho. En la sesión del 1.° de septiembre de 1901 resuelve cambiar de nombre, marcando, con ello, una nueva orientación a su finalidad y alzando muy en alto su punto de mira. Primitivamente, habíase titulado Junta de numismática; apodose después, Junta de numismática y de historia, como ya hemos visto; en la citada reunión resolvió invertir estos términos, pasando la historia al primer puesto. Lo secundario cedía su puesto a lo principal, según es ley natural del universo, y la numismática, disciplina ancilar, es decir, sierva, como se ha llamado también a las técnicas auxiliares de la historia, ocupaba el lugar de acólito en el nombre de la corporación, la que manifestaba, con ello, nuevas y más elevadas aspiraciones, pues no siempre es exacto decir que el nombre no hace a la cosa. En la misma sesión de convino en que, sin perjuicio de los estudios encomendados a sus miembros, la compañía procediera a reimprimir libros raros referentes a América, iniciándose así las publicaciones de la junta, que comenzaron con la reimpresión de la primera edición tudesca de la obra de Ulderico Schmiedel, en correcta versión castellana.

En la sesión del 6 de noviembre hizo el doctor Mantilla sancionar un precepto importante: que, en lo sucesivo, las reuniones de la junta no se limitaran, como hasta entonces, a conversaciones sobre asuntos generales no determinados con antelación, sino que se realizaran al principal objeto de escuchar la lectura de trabajos presentados por los socios y al de discutir algún tema indicado de antemano en la orden del día. Se estableció, además, varios requisitos para la admisión de nuevos miembros, a los que se imponía el deber de presentar algún trabajo en el acto de su incorporación. Y, en la sesión de clausura del año, realizada el 1.º de diciembre, el acta respectiva consigna una escueta, pero interesante mención: «Con ocasión de ser la primera vez que preside la junta después de su organización, el señor general Mitre pronunció unas sentidas y elocuentes palabras alusivas al acto». Escuchó después la asamblea la lectura del primer trabajo escrito presentado en su seno: «Hachas de piedra en la Pampa Central», por el doctor Juan B. Ambrosetti. Las conclusiones de este fueron objetadas por el señor Outes y defendidas por el autor y el señor Pelleschi, iniciándose, con ese debate, nuestras cultísimas, amenas y saludables justas académicas. Cerró la discusión el general Mitre, quien, como lo expresa el acta, «felicitó al conferenciante en nombre de la junta, diciendo que no se podía hacer hablar con mis elocuencia a las piedras prehistóricas, no obstante que, por su parte, disentia de sus conclusiones, por las consideraciones que manifestó; pero que, de todos modos, su trabajo era un precioso contingente ofrecido al estudio de la arqueologia americana, que el señor Ambrosetti había ilustrado con sus investigaciones».

Siempre en forma extrarreglamentaria, más propiamente que antirreglamentaria, continuó celebrando sesión la junta durante todo el año siguiente de 1902. Ello no obstó, sin embargo, ni a la fecundidad ni a la eficacia de su labor, que no me incumbe reseñar detalladamente, pues la historia no es la recordación de todos los hechos e individuos del pasado, sino sólo la de aquellos que lo jalonean, en cuanto han culminado sobre los demás, como influyentes o como decisivos en la evolución social. Entre estos hechos de trascendencia para el desenvolvimiento de la junta, deben puntualizarse dos, ocurrido el primero a fines del año que me ocupa, acaecido el segundo en el de 1904. En la sesión del 7 de diciembre de 1902 se da la junta sus estatutos, siguiendo en esto también una indicación que sobre el particular le había sugerido el general Mitre, según consta en el acta de la sesión del 5 de octubre del mismo año. El reglamento entonces sancionado, que rige aún con ligeras adiciones, se limitó, casi, a codificar las disposiciones sueltas que poco a poco habíase ido dando la junta, y consta tan solo de diez artículos en los cuales se establecen los principios básicos relacionados con los fines y la estructura orgánica de la institución. Espejo fiel de la modestia y de la seriedad que ha demostrado siempre la junta en todos sus actos y manifestaciones —como si, a modo de un sello indeleble, hubiérale impreso esas caracteristicas, que le eran personales, su muy ilustre fundador— en lo que atañe a cargos directivos, verbigracia, redújose el reglamento a agregar, a los tres existentes, sólo uno nuevo: el de prosecretario-tesorero; puesto para el cual fué designado acto continuo nuestro estimable compañero el doctor Jorge A. Echayde, quien lo ocupa todavía, quince años después de nombrado por primera vez, con el aplauso, la confianza y la gratitud de todos sus colegas. La sesión celebrada el de septiembre de 1904 y a la que concurrieron 25 miembros de número de la junta, entre otros el general Mitre, Vicente G. Quesada, Ameghino, José Marcó del Pont, Rosa, Gabriel Carrasco, Ambrosetti, José Antonio Pillado, para no citar sino algunos de los ya desaparecidos, revistió singular importancia. Tenia ella por principal objeto tomar posesión del local que, merced a la intervención del socio don José Juan Biedma y a la aquiescencia del ministro de instrucción pública, doctor Joaquin V. González, habla cedido el general Roca, presidente de la república, para que la junta celebrara sus sesiones y guardara su archivo, biblioteca y monetario. Presidiendo el acto, el general Mitre pronunció un discurso, en el cual hizo notar que la deferencia usada por el gobierno nacional para con la junta acordaba a ésta «el carácter de institución pública», según su propio decir, agregando que creia conveniente se consignaran en el acta de esa asamblea algunas de sus palabras «como muestra de gratitud al gobierno y de feliz augurio de la prosperidad en el futuro de la junta, que iba a continuar sus trabajos en el local que cobijó e Mariano Moreno, numen de la Revolución de Mayo». El edificio a que aludia el general Mitre en su alocución, era, en efecto, el antiguo de temporalidades, situado en la calle de Perú entre Alsina y Moreno, ocupado antaño por la imprenta de la Gaceta de Buenos Aires» y en esa oportunidad por el archivo general de la nación, repartición pública bajo cuyo techo protector se ha slojado desde entonces la junta, siguiendo después a su gentilisimo casero en la mudanza de domicilio por él efectuada, que lo ha traido al sitio donde nos hallamos.

II

No se engañaba nuestro fundador en su vaticinio. Organizada la junta institucionalmente, provista de un local propio por los altos poderes de la nación, entregada de lleno a la labor cientifica, el prestigio de la corporación fue aumentando, y, a la par, creciendo la consideración que las autoridades públicas y la sociedad en general ibanle dispensando. Espontáneamente, naturalmente, sin que nadie lo buscara ni pidiera, la junta llegó pronto a convertirse en una institución semioficial, a tomar la investidura de institución pública que el general Mitre le había pronosticado. Un pequeño subsidio que le acordó el presupuesto nacional permitióle ampliar su esfera de acción y editar obras por cuenta propia. Pero, en lo que los altos poderes del estado revelaron más grande estima y mayor confianza hacia nuestra junta, fué, sin duda, al confiarle la ejecución de trabajos de importancia como la reimpresión de la «Gaceta de Buenos Aires» y de las actas secretas del congreso de Tucumán, para lo cual le acordaron, con toda munificencia, los fondos necesarios y las facultades extraordinarias del editor. La junta ha procurado siempre, justo es decirlo, corresponder al crédito que se le concedía y hacer honor a su nombre, desempeñando su cometido en forma satisfacto, ria, para el mandante, el mandatario, la industria impresora del país y para este mismo.

Algunos de los trabajos que acaban de mencionarse son ya posteriores a la muerte del insigne patricio, acaecida, como se sabe, a comienzos del año 1906. Antes de entrar en la inmortalidad de la historia, pudo tener, sin embargo, el que puede considerarse padre de nuestra junta, la inmensa satisfacción de ver su obra consolidada. El modesto germen, constituido por la pequeña tertulia de amigos que se reunía en casa de uno de ellos para examinar monedas o documentos y conversar sobre asuntos históricos, había crecido, desarrolladose y llegado a convertirse en un árbol gallardo y corpulento productor de frutos sazonados, vale decir, en una corporación prestigiosa, incorporada a la vida intelectual del pais. Lograda la institución, la desaparición de su creador, por sensible que fuera, no representó asi para ella un pérdida de tal naturaleza que pudiera comprometer su vitalidad. Por ley natural de las cosas fué acrecentándose durante las presidencias sucesivas de don Enrique Peña y del doctor José Marcó del Pont, hasta transformarse en lo que hoy es y representa en nuestro país: una verdadera academia de la historia, cuya consagración oficial, en tal carácter, sólo espera el instante propicio de la necesaria conjunción entre un estado algo menos premioso que el actual del erario público y un pensamiento de estadista en las esferas gubernativas. No parecerá, pues, inoportuno hacer ahora un breve examen de conciencia que nos permita comprender mejor nuestra misión social y el programa que debe orientar nuestra actividad en lo futuro.

Se ha visto ya la solicitud y el cariño que el general Mitre dispensó a la junta desde los primeros tiempos en que ésta surgió a la vida. Fué él quien la llamó a la existencia, él quien la puso en funciones, el quien indicó la oportunidad de organizarla, él quien protegió sus pasos iniciales, cubriéndola con la autoridad y el lustre de su nombre, él quien marcó el rumbo a sus afanes y tareas. Un padre, por una hija predilecta, o un horticultor, por una planta de subido mérito, no habrían hecho más que lo que hizo por la junta su preclaro fundador. ¿Capricho, debilidades de erudito, cegado por el culto idolátrico a la ciencia o arte que se cultiva? Opinar de esta suerte, importaria, a mi juicio, incurrir en un error lamentable. Yo creo ver en ese amor del general Mitre por la junta y en esa constante preocupación suya por el engrandecimiento de la misma, un elocuente indicio de la importancia y utilidad de la institución, nítidamente columbradas por quien, merced a su doble condición de hombre de letras y de gobernante, de filósofo de la historia y de estadista, dábase cabal cuenta de la necesidad en que se halla una democracia en formación, como la nuestra, una nacionalidad incipiente, de crearse órganos de nacionalismo, que, como la escuela, el colegio y la universidad, se apliquen sin descanso a elaborar y difundir conciencia argentina.

Incalculable es ya la obra de sano nacionalismo realizada por la junta en formas diversas, sea investigando y discutiendo problemas o figuras importantes de la historia patria, sea reimprimiendo y propagando rarezas bibliográficas que constituyen preciosas fuentes documentales, sea oponiéndose al vandalismo destructor de sitios y monumentos, sea celebrando efemérides y personajes gloriosos, sea emitiendo opinión competente y fundada acerca de puntos de interés controvertidos, como el relativo a la cuna natal de San Martín, esclarecido por nuestro ilustrado colega el doctor Leguizamón. Ocúrreseme, con todo, —y aprovecho esta oportunidad para sugerir la idea a la atención de mis distinguidos colegas— que esta acción benéfica de la junta, constituida en depositario fiel y en guardián celoso de la tradición nacional, es aun susceptible de intensificarse, mediante el expurgo y depuración de los textos escolares de historia, y la fundación de juntes filiales, que podrían establecerse en cada capital de provincia, con el carácter de correspondientes de la nuestra y sobre la base de los miembros de esta clase, ya existentes en la actualidad, aumentados con otros elegidos por la corporación madre o cuya designación se dejaría librada a los núcleos provinciales que a tal objeto se instituiria, Apunto estas ideas, entregándolas al juicio certero y a la alta discreción de los ilustrados miembros de la junta.

No menos provechosa que la patriótica, ha sido la obra cultural y social de nuestra junta. «Reunir a los hombres, casi es reconciliarlos, y, en todo caso, es prestar el más señalado de los servicios al espíritu humano, dado que la obra pacífica de la civilización es resultado de contradictorios elementos, puestos frente a frente, obligados a tolerarse, impulsados a comprenderse, casi a amarse», ha dicho un eminente pensador. Sólo al congregar, en amable reunión, a un grupo de hombres tan diferentes y a veces divergentes entre sí, en su manera de pensar y de ver las cosas en política, en religión, en arte, en ciencia, como los que forman esta junta, se ha conseguido ya aclimatar en nuestro suelo una planta rara que sólo se da y florece en sociedades de refinada cultura. La descortesía, la incivilidad, la infatuación, la soberbia, son hurañas y solitarias. La vida académica, que es por excelencia actividad critica, contralor de opiniones, argumentación, refutación y controversia, todo, dentro de los términos del más grande respeto por el pensar ajeno, de la más exquisita urbanidad y de la forma pulcra y elegante del decir, acusa, cuando aparece en una agrupación humana, un paso decisivo en su progreso intelectual y moral. Congratulémonos, pues, de haber inaugurado en nuestro país, donde la crítica ha sido casi siempre, o incienso que marea, o ácido corrosivo que muerde y desorganiza, los hábitos y modales académicos, y sigamos ofreciendo con nuestras disertaciones, —si acogidas siempre con aplauso, nunca aceptadas sin observaciones y reservas, no, por corteses, menos demoledoras en ocasiones— un ejemplo vivo de lo que deben ser los disentimientos de opinión y las rectificaciones científicas entre personas educadas.

Sin haber escrutado las fisonomías de los que me escuchan, como lo aconsejaba días pasados un colega, para no exponerse a fatigar al auditorio, comprendo que debo ya dar fin a este bosquejo historiográfico y prospectivo, que espero se me perdone en gracia a mi buena intención y a la circunstancia de haber perpetrado el hecho «violentado por fuerza irresistible», causa eximente de pena dentro de los términos del código de los delitos. Unos breves conceptos, tan sólo, a modo de sintéticas conclusiones. El conocimiento de la historia responde a necesidades profundas y permanentes de la vida humana, y reviste, para los pueblos, un interés supremo. Ideológicamente, una patria no es, en último análisis, sino un sistema coherente de afirmaciones y negaciones, pues, si se quiere poseer individualidad propia, y llegar a ser alguien en el concierto internacional, vuélvese indispensable distinguirse de los otros, lo que entraña, por fuerza, oponerse y contradecir. Ahora bien, para hacerlo con eficacia, para adoptar posturas definidas y seguir derroteros seguros, impónese retomar el hilo de la tradición, revivir el pasado, repensar el pensamiento de los antecesores, cultivar la historia nacional, en una palabra. De ahí, la trascendencia política de esta disciplina y la importancia de instituciones como la junta de historia y numismática americana, cuyo alto prestigio social, anhelado, presentido y Auspiciado por su eminente fundador, el general Mitre, es ya por fortuna una realidad innegable e irá sin duda acreciéndose, día por día, merced al esfuerzo empeñoso, la noble emulación y el espíritu de amplia tolerancia y cordial compañerismo que ha reinado siempre entre todos sus miembros.

Antonio Dellepiane.


  1. Comunicación leida por su autor en la sesión verificada por la junta el 19 de agosto de 1917 y publicada por resolución de este cuerpo.