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A Julio Hernández

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Tradiciones peruanas - Novena serie
A Julio Hernández

de Ricardo Palma

Aunque no está el alcocer para zamponas ni la madena para hacer cucharas, pues todas las potencias de mi alma se hallan absor.idas por la descifración y comentario de rancio manuscrito, de carácter histórico y literario, no debo, á fuer de cortés, dejar sin respuesta, siquiera sea ella rapidísima, la fina esquela que usted me dirige en El País del sábado úl- timo.

Empezaré por el principio, y el principio es dejar establecida la significación y origen de la palabra levantisco.

De saber nuevas non vos enredes, que hacerse han viejas y las sabredes.

Entiendo que en las guerras sustentadas por Carlos I de España, fueron enrolados, así en los tercios militares como en la flota, muchos naturales de Levante, ó sea de los pueblos que caen á la parte oriental del Mediterráneo. Eran esos hom- bres refractarios á la rigidez de la disciplina en (¡uarteles y naos, y, por ende, promovían no pocas turbulencias, haciéndose merecedores de rigurosos castigos. Vino de aquí el bautizar á los levantinos con el mote de levantiscos^ y i>or generalización se llamó y^ llama levantisco al sujeto de ánimo alborotador, quisquilloso y tumultuario.

Levantinos venidos á América, en el primer siglo del descu- brimiento y conquista, apenas si los hubo; pero lo que es levan- tiscos, amotinadores de buena y legítima cepa española, vaya si abundaron. Que los descendientes de ellos, en América, seamos también por excelencia levantiscos, cualidades (y no del caso de- cir si buena ó mala) que traemos en la masa de la sangre. Si bien se hace la cuenta, los peruanos por ejemplo, resultaríamos á motín por barba. Siempre estamos listos para el barullo. Des-


prevenidos nos cogerá un terremoto; pero un bochinche... ¡cuán- do! Siempre nos encuentra apercibidos.

Y basta. No diga usted que busco pan de trastrigo.

Para hacer pendant con él relato que usted reproduce del levantisco de Belmonte Bermúdez, vea lo que de otros dos le- vantiscos refiere un historiador:— «Cuéntase del segundo virrey del Perú, don Antonio de Mendoza, marqués de Mondéjar, que í gobernó desde Septiembre de 1551 hasta Julio de 1552 en que > falleció, que habiendo un capitán acusado á dos españoles ^de levantiscos^ por vivir entre indios, alimentándose de la caza y elaborando pólvora, dijo el virrey:— Esos delitos merecen más í bien gratificación que castigo ; porque vivir dos españoles entre 'indios y hacer i>ólvora para comer de lo que con sus arcabuces matan, no sé qué delito sea, sino mucha virtud y ejemplo dig- no de imitarse. Id con Dios, y que nadie me venga otro día con semejantes chismes, que no gusto de oirlos.»

Ya ve usted, mi don Julio, que si en 1605 un levantisco pagó con la pelleja el pecado de elaborar pólvora, viviendo entre indios, ese mismo i>ecado, medio siglo antes, había merecido loa de un virrey, y hasta absolución plenaria.

Y no va más adelante todo lo que sobre levantiscos de antaño he alcanzado á saber; que, en cuanto á los de hogaño, tela, y no escasa, tendría en que ocupar las tijeras. Pero yo, de mío soy ya pacífico, tengo la pólvora mojada y no quiero camorra ni con mi vecino el campanero de San Pedro, que bastante me mortifica en ocasiones.

Perdone usted la cortedad, y créame su atento servidor que le besa la mano.