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A los peruanos (1 Althaus)

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A los peruanos
de Clemente Althaus


Mirad, peruanos, vuestra hermosa tierra
que, bajo un cielo, plácido y ajeno
de procelosos vientos a la guerra,
ostenta leda el venturoso seno
que los deleites de la vida encierra
de todos bienes y abundancia lleno;
y al cielo bendecid que por morada
os dio la tierra por el Sol amada.
¿Qué suelo el Sol contempla más fecundo
y más rico en sus frutos y diverso?
Es compendio magnífico del mundo,
hermosa abreviación del universo;
es cielo terrenal, Edén segundo,
que del primero que Luzbel perverso
hizo perder al hombre seducido
fue en cambio por el cielo concedido.
¿A qué mies para ella el sol no dora,
y no peina la brisa lisonjera
las ondas de la rubia, soñadora,
ardiente, dilatada cabellera?
¿Qué flor no hinche de aromas y colora
para ella la eterna Primavera
que, aquí de Otoño inseparable amiga,
flores y frutos a la vez prodiga?
Con cuánto exceso es en metales rica
que más anhela la codicia ardiente,
la fama pregonera lo publica
en vulgar frase, donde quier frecuente;
sin cesar su riqueza magnifica
proverbio universal a toda gente,
y el nombre sólo del Perú opulento
ofrece montes de oro al pensamiento.
Ella fue aquel espléndido Eldorado,
segundo Ofir, de la Codicia sueño,
por peligroso mar, nunca surcado,
de ella pedido con audaz empeño;
los rubios partos de su seno hinchado
hartaron casi a su avariento dueño,
y en ella pudo realizarse sólo
la pródiga ficción de Marco Polo.
Todo la prodigó Naturaleza,
y se ven los tres Reinos a porfía
demostrarle en sus dones su largueza
con mano no agotada todavía:
no hay variedad alguna de riqueza
que su opulenta vanidad no engría,
y bien ninguno la orgullosa extraña
en su costa, en su sierra, en su montaña.
Mirad los Andes cuya cima pura,
ceñida en torno de perpetuo hielo,
perderse es vista en la celeste altura;
cual indicando el misterioso anhelo
con que juntarse con amor procura
la humilde tierra al orgulloso cielo,
que, descendiendo cuando el monte sube,
su sien abraza con amante nube.
Tanta mole el altísimo Arquitecto
al cielo levantó, para que encumbre
su vuelo el alma a tan sublime aspecto
y a hollar aspire la celeste cumbre;
para que santo religioso afecto
llegue a ser del espíritu costumbre,
y sea aquí Naturaleza templo,
donde aún nos dé lo inanimado ejemplo.
Mirad el cielo puro que hace alarde
de la radiante luz que al suelo envía
donde sin velos importunos arde
el sol, como planeta de alegría;
do es nueva aurora la brillante tarde
y es la noche serena nuevo día,
y es un segundo sol la blanca luna,
ni el brillo falta de lumbrera alguna.
Daros quiso el Señor patria tan bella,
de bienes y tesoros tan henchida
y estampada do quiera de su huella,
por que os fuera más dulce y más querida;
y combatiendo con valor por ella,
dierais alegres la preciosa vida
antes, peruanos, que dejar que ultrajen
ésta del cielo terrenal imagen.


(1864)


Esta poesía forma parte del libro Obras poéticas (1872)