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Carlo Lanza/El casamiento soñado

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Nota: Se respeta la ortografía original de la época
El casamiento soñado.


Los dos jóvenes se dirigiéron á casa de Maggi, donde descendió Luisa radiante de alegria.

—Es la hora de comer y llego en buen momento, ella dijo, porqué así todos estan reunidos y la cosa se hace mas fácil.

—Bueno, mi vida, convence al viejo, dijo Lanza dando á Luisa su primer beso; hasta las seis en el escritorio de Caprile; despues de esa hora, en mi casa.

—No tengas cuidado, respondió la jóven, es mi felicidad eterna lo que se juega, y yo he de saberla defender, ya verás.

La jóven penetró á casa de su tio, radiante de alegría y de belleza.

Lanza despachó la volanta y se dirigió al escritorio de Caprile, considerando aquel dia el mas feliz de su existencia.

—Si el viejo no quiere será una broma, pensaba, porqué un casamiento hecho contra su voluntad me pone en malas condiciones de relacion con el padre, miéntras que si este consiente, aquel me recibirá cariñosamente.

Es preciso á todo trance ganarse la buena voluntad del tio, y si ella no puede, lo convenceré yo, usando de todos mis recursos, pues no es posible que una empresa que he podido llevar á tan buen término, fracase por el capricho de un viejo zonzo y pillo, porqué si no quiere será porqué ha olido la cosa.

¿Qué mas quiere una mujer en las condiciones desgraciadas de Luisa, que un marido como yo, que la dignifica con el solo hecho de casarse con ella?

Si el viejo quiere realmente á su sobrina y no penetra mi verdadero objeto, que es bastante difícil de penetrar, asegurará el casamiento por temor que fracase y pensará que yo soy un pobre imbécil digno de la mayor compasion.

Y pensando que álguien pueda abrirme los ojos lo apresurará en lo posible.

Tan alegre llegó Lanza al escritorio, que sus compañeros y hasta el mismo señor Caprile lo notáron en el acto, preguntándole qué podia motivar una alegria tan inusitada.

—Esto quiere decir, exclamó Lanza cada vez mas contento que me he enamorado como un mascalzon de la italiana mas linda que haya pisado tierra argentina, y que probablemente me caso con ella.

Esta espontánea declaracion de Lanza provocó una serie de bromas graciosas y picantes.

Lanza las recibia todas con el mejor humor de este mundo y decia sonriendo:

—Ustedes embrómenme todo cuanto quieran, pero yo me caso con la mujer mas linda que haya conocido.

Y voy á armar una fiesta que el mundo se vá á caer encima.

No todo han de ser números y cartas escritas por cuenta agena; alguna vez las habia de escribir en mi propio provecho.

A las seis de la tarde Lanza se puso en camino para su casa, esperando que allí recibiria la contestacion ansiada.

De alli dependeria la regla de conducta que habia de seguir en adelante.

Serian las siete de la noche de la noche cuando Lanza recibió por medio de una sirvienta, la esperada carta.

No era de Luisa sinó del mismo Maggi, lo que venia á simplificar enormemente su situacion.

Maggi le manifestaba que Luisa le habia referido la historia de su proyectado casamiento, y que siendo esto cierto como lo creia, lo esperaba aquella noche en su casa para que hablaran mas detalladamente.

Era precisamente lo que Lanza deseaba, una conferencia con el tio, que abreviase el procedimiento.

Así aquella misma noche podria saber con certeza á que atenerse y lo que deberia de hacer.

Carlo Lanza se vistió con su ropa de gran etiqueta, estudió al espejo su mas importante apostura y se trasladó á casa de Maggi.

No llevaba en el dedo su famoso brillante que le daba un aspecto de millonario, pero en cambio lo tenia Luisa regalado por él como señal de compromiso, lo que recomendaba su gran desprendimiento.

Maggi recibió á Lanza con el mayor agasajo, pareciendo sumamente complacido de su aspecto.

Maggi se habia imaginado que el tal nóvio seria una especie de atorrante haragan que se casaba con Luisa para explotarla, así es que esta misma creencia contribuyó á hacerlo aún mas agradable.

Como era natural que hablaran de aquel asunto privadamente, Maggi llevó á Lanza á su escritorio donde se efectuó la conferencia.

Lanza, fingiendo una ingenuidad asombrosa, manifestó á Maggi sus aspiraciones amorosas.

—Tengo el firme convecimiento que Luisa me hará feliz, decia, porqué tiene grandes condiciones de corazon; me he enamorado de su simpática belleza, y deseo casarme con ella, usted nos da su permiso, como es natural, puesto que es usted quien aquí representa al padre de ella.

Por el momento yo no tengo mas que mi empleo en la respetable casa de Caprile, pero soy rico en aspiraciones, conozco bien el comercio y espero que dentro de poco he de tener una posicion mas que desahogada, pues mi familia debe remitirme fondos dentro de poco para establecerme por mi cuenta.

—No dudo lo que usted dice, respondió Maggi, pero ántes de entrar en mayores explicaciones necesito conocer un detalle. Luisa ha tenido una desgracia de juventud en Europa, que es preciso que usted conozca para evitar mas tarde recriminaciones dolorosas.

Ella dice que se la ha contado á usted francamente, pero como las mujeres nunca son francas á este respecto, yo deseo saber si es cierto que usted conoce esta falta.

—La franqueza con que me lo dijo, respondió Lanza, previniéndome un peligro, fué que me hizo comprender que aquella falta era digna de toda indulgencia, pues su relato mostraba la mayor pureza de sentimientos.

—Luisa ha tenido un hijo, insistió Maggi.

—Lo sé y esta misma insistencia de usted en hacerme notar la falta, me muestra mas los sentimientos hidalgos suyos.

Ha sido despues de conocer todo esto que decidí casarme.

—Decididamente este es un infeliz rematado, pensó Maggi que no podia imaginarse que Lanza era un especulador, al mismo tiempo que este pensaba:

—Decididamente el tio me cree un imbécil de nacimiento y así vá á ser el chasco que se vá á llevar.

—Bien, amigo mio, dijo Maggi, si esto es así, por mi parte no veo el menor inconveniente.

Solo, como es natural, desde que se trata de un paso tan decisivo para el porvenir de Luisa, usted me permitirá una cosa muy razonable.

—Está permitida, pues ya veo yo que es usted una persona séria y razonable.

—Bueno, si usted me lo permite, yo desearia tomar informes de su persona y su conducta.

Usted no puede extrañar esto, puesto que yo no lo conozco y deseo ser exacto en los informes que remita á mi hermano, para que este no pueda reprocharme el consentimiento que doy.

—Queda usted facultado para tomar todos los informes que crea necesario; es muy lógico.

—¿Y podré visitar á Luisa en su casa miéntras se fija la época del casamiento?

—Depende de los informes que yo tome, lo que haré mañana mismo, para que usted tenga desde mañana mi contestacion definitiva.

Entónces Maggi llamó á Luisa y delante de Lanza le dió cuenta exacta de todo cuanto allí se habia tratado.

—El señor me parece un cumplido caballero, me es muy simpático, ¿para qué he de decirte otra cosa? observó Maggi á Luisa, pero yo necesito exactos informes que poder trasmitir á tu padre.

Ya sabes lo minucioso que es, y no quiero que tenga el menor reproche que hacerme á este respecto.

Yo veré al señor Caprile mañana, pues es persona que me merece el mayor respeto, y mañana mismo el señor Lanza tendrá mi contestacion definitiva.

—Su tio, Luisa, tiene razon, dijo Lanza usando cierta etiqueta, porqué su responsabilidad es mucha; yo he aprobado todo cuanto me ha dicho y me he sometido al informe tan necesario para él en este caso.

Puede interrogar tambien al señor Cánepa, al señor...

—Es inútil, el informe de la casa Caprile me satisface en un todo.

Sé que él debe ser bueno, puesto que es usted empleado allí: lo tomo únicamente por un deber de conciencia.

Entretanto Luisa se queda á vivir conmigo, y usted puede visitarla aquí con entera franqueza é independencia.

Despues de conversar un momento de cosas indiferentes y haberse retirado Maggi prudentemente algunos instantes para dejarlos en libertad de decirse algo, Lanza tomó su sombrero y se retiró despues de decir:

—Yo espero entónces su respuesta mañana á la tarde, y como tengo conciencia de lo que soy, no trepido en decir á Luisa «hasta mañana» y retirarme sumamente complacido despues de haber conocido en usted una persona tan fina y razonable.

Lanza se retiró mas contento que nunca; Caprile no tenia motivo sinó para dar excelentes informes de su persona, y entónces el consentimiento de Maggi era una cosa hecha.

Fijáron la época de su casamiento tratando de ganar el mayor tiempo posible, pues una vez casado ya podria aguantar cualquier contratiempo.

El mismo, despues de los informes que mandase su hermano, se pondria en correspondencia con su suegro, y su porvenir quedaba admirablemente asegurado.

Maggi por su parte quedó gratamente impresionado del futuro marido de Luisa, no pudiendo explicarse como habia logrado Luisa atraparlo tan completamente despues de haberle narrado su vida.

Y segun lo habia calculado Lanza, Maggi pensó que á pesar de todo el talento y viveza que demostraba, aquel jóven era zonzo de remate.

Y felicitó á Luisa de corazon, por la verdadera suerte que habia alcanzado.

Lanza se dirijió á casa de su vieja modista para preparar hábilmente el terreno por aquel lado, y evitar una escena que, si nó perjudicial, podia ser mortificante para su futura.

Lanza se presentó mas amante que nunca, y despues de sus habituales cariños, dijo á la vieja:

—Mi querida, vengo á darte un disgusto aunque pasagero, y á pedirte un servicio para el caso en que me lo puedas prestar.

—Desde que el disgusto solo es pasagero, contestó la vieja, siempre podrá sobrellevarse.

En cuanto al servicio, ya sabes que no tengo mayor placer que complacerte.

—El caso es este, mi querida: mañana tengo que irme á Montevideo á establecer una sucursal de la casa, y por poco que demore, siempre he de tardar algun tiempo, por lo ménos un mes, un mes en que no podré disfrutar de tus cariñosas noches.

Yo no hubiera aceptado la propuesta, pero esto me dá cierta importancia en la casa y facilita mis negocios para el porvenir.

He pensado que un mes pasa pronto y que el sacrificio será ménos duro desde que él contribuye á asegurar mi independencia para el futuro.

La vieja se puso triste despues de escuchar la noticia, pero pronto se repuso y contestó:

—Un mes pasa pronto, Cárlos, y desde que esta corta ausencia reporta ventajas para tí, no hay mas remedio que aceptarla y conformarse; lo único que te pido es que no me olvides.

—Yo no puedo olvidarte y mis cartas te lo han de demostrar de sobra.

Has sido conmigo demasiado buena y complacente para que yo pueda olvidarte un solo dia.

—Pasemos ahora al servicio que esperas de mí.

—El servicio es este: yo llevo bastantes recursos de dinero y autorizacion para girar contra la casa aquí.

Pero tú sabes, léjos uno de sus relaciones y sus recursos, nunca está satisfecho y plenamente seguro.

Desearia llevar una reserva de quinientos patacones, y si tú puedes y quieres facilitármelos, me harias un servicio.

—Tendré en ello un verdadero placer, Cárlos querido, y si mas necesitas, dímelo con franqueza.

—No necesito mas, gracias, y esto mismo te lo pido en prevision, porqué si puedo obtenerlos de la casa no recurriré á tí.

—No, señor, yo quiero prestártelos y te garanto que si acudes á otra parte, me darás un verdadero disgusto.

Lanza no creia necesitar dinero y lo hacia solamente para estar á cubierto de cualquier gasto imprevisto á que lo obligara su casamiento.

Así es que lo aceptó, prometiendo no acudir á otra parte.

Aquella noche la pasarian de conversacion y jarana, puesto que por lo ménos durante un mes no iban á poder hacer otra cosa sinó pensar el uno en el otro.

Y Lanza con sus quinientos pesos fuertes en el bolsillo y prometiendo volver ántes de embarcarse, se despidió de su vieja modista, diciéndole:

—En mi primera carta yo te haré saber la direccion á donde debes remitir la tuyas.

De la casa de la modista y aunque era muy temprano y se hallaba tranochado, Lanza se dirigió al escritorio, porqué su licencia del dia anterior lo habia atrasado en el trabajo y era aquel dia el fijado por Maggi para ir á tomar aquel diablo de informe que habia de decidir de su porvenir.

Y para que Caprile no fuera á pensar que aquel informe pudiera referirse á algun otro empleo que pensaba tomar, en cuanto apareció en el escritorio lo impuso discretamente de lo que pasaba, avisándole que aquel mismo dia iria un señor Maggi á informarse de su conducta y modo de ser.

El no me conoce y como tiene toda la responsabilidad de la jóven, no consiente en el casamiento sinó despues de haber tomado informes á mi respecto, por lo que bien puede decirse que estoy y no estoy de novio.

Lanza tenia tal cara de alegre, de regocijo íntimo, que Caprile no pudo ménos de sonreir al ver su entusiasmo.

—Es de desear que esto se arregle de una vez, le dijo en tono de cariñosa broma, porqué su entusiasta estado de cabeza no es el mejor cuando se manejan libros de comercio.

—No tenga cuidado, señor Caprile, en cuanto me digan que sí, me quedo tan tranquilo como toda la vida.

A medio dia Maggi se presentó en el escritorio de Caprile, recibiendo una grata impresion al ver á Lanza ocupado en ese momento en hacer un pago fuerte.

Era claro que quien manejaba así el dinero, debia ser persona de entera confianza.

Su informe se reducia á una simple fórmula, pues la ocupacion de Lanza por sí sola era una recomendacion.

Introducido por el mismo Lanza á presencia de Caprile, una vez que quedó solo con él, explicó en breves y comedidas palabras el objeto de su visita.

—Por asuntos de familia, yo desearia tener algunos informes sobre el jóven Lanza, dependiente suyo.

Usted disculpe lo inusitado de la pregunta, pero siendo la mejor fuente de informes á que puedo acudir y deseando Lanza casarse con una sobrina mia, creo que usted no tendrá inconveniente en darme los informes que le pido.

Los informes que Maggi recibió no pudiéron ser mas satisfactorios.

En todo el tiempo que Lanza estaba allí empleado, no habia dado motivo para que se le hiciera la menor observacion.

Era un jóven exageradamente honrado, cumplidor de sus obligaciones y amante del trabajo como pocos.

No se sabia en la casa que anduviera en parrandas de mal género, ni se le conocia el menor acto reprochable, aun en su vida privada.

¿Qué mejores informes podia desear el señor Maggi?

El tio de Luisa agradeció los informes que se le daban, y se retiró completamente satisfecho.

Lanza lo acompañó cortesmente hasta la puerta del escritono y allí tuvo con él el siguiente breve diálogo:

—Si usted desea aun mas informes, puedo indicarle desde ya á...

—Es inútil, me basta con los recibidos, y estos mismos los he tomado simplemente por fórmula, por absoluta tranquilidad de conciencia.

Puede usted visitar á Luisa en mi casa cuando quiera; allí conversaremos sobre los demas detalles necesarios.

Lanza tocaba el cielo con la mano; su casamiento era una cosa hecha que nada podria desbaratarlo.

A las cuatro de la tarde y en una salida que tuvo necesidad de hacer, se fué hasta lo de la modista, para dar su último toque á su fingido viaje á Montevideo.

Queria estar absolutamente tranquilo á este respecto y para ello no necesitaba mas que ir á despedirse de la mujer.

Dió á su fisonomía toda la expresion de tristeza que le fué posible y entró hasta el taller donde ésta trabajaba.

La despedida no podia ser larga, porqué el vapor salia dentro de media hora, y aun tenia algunas otras cosas que hacer.

Mil cariños, mil recomendaciones de no olvidarse por nada de este mundo y todo quedó concluido.

—Espero que mi ausencia no durará mas de un mes, le dijo Lanza, pero en todo caso nunca será mas de mes y medio.

Lanza quedó libre de aquella hipoteca, pues en hipoteca se habia convertido ya para él su modista.

Solo le faltaba la retirada de la casa de Cánepa, que no sabia como emprender.

—¡Que diablo! pensó, nos retiraremos poco a poco y sin decir una palabra.

Cuando me haya casado veremos como se sale de esto.

Lanza no habia contraido ningun compromiso de palabra con la familia de su amigo, nada podia este reprocharle, y sin embargo y sin explicarse el por qué, Lanza temia que ellos tuvieran noticia de su casamiento.

Regresó al escritorio como siempre, y pensando en esto se demoró allí hasta su hora habitual.

Su felicidad era tanta, que no le dejaba mucho tiempo para pensar en otras cosas.

Solo deseaba que llegara cierta hora de la noche para irse á lo de Maggi á hacer su visita.

Ya Lanza se veia convertido en un banquero mas fuerte que el mismo señor Caprile y dueño de una fortuna de un millon de patacones.

Nunca comió con mas apetito como en aquella noche.

Se bebió tranquilamente una botella del mejor vino que encontró en el hotel.

¡Quién le hubiera predicho aquel estupendo casamiento poco tiempo ántes, cuando era un miserable mozo de casino ó el pobre y esclavo cochero de la familia de Lima!

Lanza se estremeció poderosamente al recordar esa época dolorosa de su vida, y apartó rápidamente este recuerdo de su pensamiento como se aparta un testigo peligroso que puede ser un obstáculo insuperable á la felicidad que se persigue.

Si Maggi llegaba á conocer esa época de su vida, si la misma Luisa llegaba á penetrar sus intenciones, era seguramente un hombre perdido; su negocio se le haria humo entre las manos.

Era preciso apresurar rápidamente su casamiento para impedir todo descalabro, y esto era lo primero que Lanza debia tratar á toda costa.

No le faltarian medios de seducir á Maggi en caso que este quisiera esperar el consentimiento del padre de Luisa.

Lanza se empaquetó como la noche anterior y se fué de visita á casa de Maggi.

Luisa le esperaba radiante de belleza; se habia vestido con toda la coquetería de una mujer que quiere agradar, y dejaba asomar á sus bellos ojos, en poderosos relámpagos, toda la felicidad de que estaba impregnado su espíritu.

Maggi le habia trasmitido los excelentes informes que recibiera aquel dia y no solo habia consentido en su enlace, sinó que la habia felicitado por él, aconsejándole hiciera todo lo posible para compensar con creces todo el cariño de aquel jóven.

Así, cuando ménos lo esperaba, Lanza iba á encontrar un protector en el tio de su Luisa que, por su parte, y temiendo que pudiera echarse atras, habia de apresurar el matrimonio.

Lanza iba de sorpresa en sorpresa, parecia que un buen espíritu lo habia tomado bajo su proteccion.

Luisa le contó como su tio habia vuelto contentísimo de los informes recibidos, diciéndole que su futuro era digno de toda consideracion y que él consentia gustoso en aquel casamiento que era su felicidad.

—Ya lo he autorizado para que venga á visitarte aquí, le habia dicho, de modo que son ustedes los que han de fijar el dia del casamiento.

Lanza escuchaba lleno de alegría lo que le contaba Luisa, prodigándole sus mas expresivos cariños, de modo que cuando Maggi entró á la salita, Lanza lo abrazó cariñosamente diciéndole:

—Con nada podré pagarle, amigo mio, todo lo que le debo.

Crea que la felicidad de mi Luisa será el único anhelo de mi vida y que no olvidaré nunca que á usted debo gran parte de mi felicidad.

—Usted no me debe nada, amigo mio, absolutamente nada, pues es natural que yo haga todo lo posible por la felicidad de Luisa, que es cosa mia y por cuya suerte temia siempre.

Yo mañana mismo voy á escribir á mi hermano, dándole las razones que he tenido para consentir en el casamiento, así que si usted quiere fijar la época, la carta irá completa.

Lanza quedó sorprendido ante estas últimas palabras; cuando preparaba su mas famoso discurso para convencer á Maggi que debia consentir en el enlace á nombre del padre de Luisa, para ganar tiempo, se encontraba con que era el mismo Maggi quien le proponia hacerlo, indicándole desde ya que la fecha del enlace podria fijarla para cuando quisiese.

El asunto no podia estar en mejores términos.

Luisa lo miraba pendiente de su palabra y Maggi sonreia ante su perplejidad natural.

—Yo no sé si el tiempo que yo fijara sería el conveniente para ustedes; me gustaria mas que ustedes lo fijaran, porqué no quisiera parecer demasiado apresurado, ni quisiera retardarme mucho inútilmente.

—Por mi parte, dijo Maggi, todas las fechas me son lo mismo, es usted quien debe fijarla, calculando todo lo que tiene que hacer.

—Por mi parte, dijo Luisa poniéndose colorada, nada tengo que decir, lo que él disponga será lo mejor.

—Yo desearia que fuera ahora mismo, dijo Lanza, pero no quisiera hacerlo ántes de tener todo arreglado.

Mis cosas me animo á terminarlas en un par de dias, pero no sé cuantos dias necesitará la Cúria para los trámites naturales de estas funciones.

Yo mañana iniciaré allí mis diligencias, viendo el tiempo que se pueda ganar y así á la noche cuando vuelva, ya que usted me permite visitar á Luisa aquí, podré decir con exactitud cual es el dia en que pueda realizarse nuestro matrimonio.

Maggi encontró aquello muy puesto en razon y Luisa dijo que estaba conforme.

En seguida la conversacion se hizo general, rodando sobre cosas indiferentes y conversando Lanza con aquella familia como si fuera un viejo amigo de la casa; parecia que se hubieran conocido toda la vida.

Era natural que dos novios tuvieran algo reservado que decirse, y Maggi procediendo discretamente se retiró con la familia, dejándolos en entera libertad por mas de media hora.

Lanza aprovechando aquel tiempo que comprendió se le dejaba libre intencionalmente, se sentó al lado de Luisa y empezó á conversarle cariñosamente sobre el risueño porvenir que les esperaba.

—Ya debemos considerarnos como marido y mujer, le dijo, y es necesario que desaparezcan ciertas etiquetas para ser reemplazadas por la confianza mas absoluta.

Una mujer que se casa necesita comprar mil pequeñeces que un hombre no puede calcular porqué no está en ellas.

Todo lo que yo tengo, Luisa mia, es tuyo, absolutamente tuyo; entónces no debes ni extrañar ni tomar á mal que desde ya empiece á considerarte como mi mujer.

Como yo no calculaba que todo quedaria arreglado esta misma noche, no he venido preparado á ello.

Y voy á apurar las diligencias lo mas que pueda, y es preciso que tú, desde mañana mismo, te vayas preparando tambien.

Así, mi querida, como no tienes de donde sacarlo, yo te pido como primera demostracion de tu cariño, aceptes ese poco de dinero que traigo sobre mí felizmente, para que con él puedas ir comprando lo que te haga falta.

Y sacando del bolsillo cinco mil pesos, los pasó á su futura.

Luisa lo miró á través de sus lágrimas, se puso colorada y vaciló.

—Te lo pido como una prueba de cariño, replicó Carlo, es preciso que me vayas ya mirando como á tu marido; ¿quién mas que yo puede darte dinero?

La jóven lo miró entónces con la expresion de un cariño infinito y venciendo sus escrúpulos con un esfuerzo visible, tomó de manos de Lanza el dinero que este le ofrecia.

Como si no hubieran esperado mas que aquello, se presentáron en la salita Maggi y la familia, volviendo la conversacion a hacerse general y animada.

A las once de la noche Lanza se puso de pié y se preparó á irse.

—Yo me quedaria toda la noche, les dijo, no solo por estar al lado de Luisa, sinó por lo agradablemente que se está entre ustedes.

Pero yo comprendo que una casa de familia no puede interrumpir sus hábitos ni salir de su modo de ser, porqué á un señor se le antoje estar de novio.

No quiero, por otra parte, hacerme pesado y fastidioso para ustedes, quiero al contrario, que cuando venga me reciban con natural agrado.

Así me retiro á horas convenientes, pidiéndoles de paso perdon por las molestias que puedo haberles causado.

Esta despedida vino á concluir de acentuar la simpatía que Carlo Lanza habia sabido inspirar desde un principio.

—Decididamente ese muchacho me gusta de alma, díjo Maggi; me gusta enormemente y no me cansaré de felicitar á Luisa.

Esta se sentia feliz como nunca pensó serlo, pues Lanza halagaba de todos modos su amor propio de mujer, y dándose vuelta á su tio le decia:

—Esto es para que usted vea que si yo era un poco callejera, no era porqué fuese una perdida, sinó porqué me gusta la vida independiente.

Si yo hubiera sido una perdida, ese hombre no hubiera tenido necesidad de casarse conmigo.

—Yo nunca dije que fueras una perdida, lo que yo decia era que la vida de absoluta independencia que querías llevar, no convenia á una familia donde hay niñas, porqué la gente es muy mal pensada.

Lanza dejó así una impresion gratísima en casa de Maggi, que aquella misma noche escribió á su hermano una larga y detallada carta.

Despues de hacer en ella toda clase de elogios de Lanza, particular y comercialmente, pasaba a fundar los motivos que habia tenido para consentir en el casamiento y precipitarlo.

Luisa necesitaba un marido á toda costa, le decia, no solo por su pasado, sinó por su porvenir mismo.

Sin marido, Luisa se iba á perder completamente, no solo por su modo de ser, sinó por la independencia de hombre que queria dar á su vida.

Solo un perdido, atraido por el olor del dinero, se hubiera casado con ella.

Este jóven se ha enamorado de la belleza de Luisa y en su rara inocencia; en lo primero que ha pensado ha sido en casarse con ella, á pesar de su pecado, que la misma Luisa le contó

Es una persona digna y honrada, que trabaja en una de las casas de mas crédito aquí, y que establece actualmente una casa suya.

Como persona no se puede pedir nada mejor.

Es tan ventajoso para Luisa este casamiento, que yo tengo miedo que el jóven vaya á arrepentirse, que álguien vaya á aconsejarle mal y desista de su casamiento.

Y es por esto que he dado la licencia en tu nombre y soy el mas empeñado en que se casen pronto, así es que cuando recibas esta, probablemente ya estarán casados.

Con una carta semejante de su hermano, en quien tenia plena confianza, es indudable que el padre de Luisa quedaria plenamente conforme.

Lanza por su parte se habia retirado completamente feliz aquella noche, pues habia obtenido mucho mas de lo que él queria, y sin esfuerzo ninguno, puesto que todo aquello habia sido espontáneo en Maggi.

Y aquella misma noche escribió para su suegro una carta llena de embrollas y mentiras, tratando de engañarlo respecto á su posicion y mandándole tomar informes de aquellas casas con quienes él estaba en correspondencia.

Cuando su suegro le contestara, ya pensaba él tener casa abierta y entrar con él en negocios de banquero á banquero.

Desde el dia siguiente empezó á hacer sus preparativos y averiguaciones necesarias.

Las diligencias de la Cúria solamente, sobre identificacion de su persona, amonestaciones, etc., necesitaban mas de un mes.

Pero un cura amigo que veremos figurar mas adelante, se encargó de tramitarlas en quince dias, pues las amonestaciones y demas ceremonias engorrosas, se arreglarian por medio de dispensas, un poco caras tal vez, pero que impedian se perdiera un tiempo precioso.

Y era ganar tiempo lo que anhelaba Lanza.

Aquel casamiento era para él una felicidad tan grande, una suerte tan inesperada, que temia verla desvanecerse entre sus manos de un momento á otro.

Hubiera dado sin el menor inconveniente todo el dinero que poseia para poderse casar inmediatamente.

Pero no hubo mas remedio que conformarse con aquellos fatales quince días de espera.

Era lo mas que tendria que perder, y que, por otra parte, le hacian falta para el arreglo de todas sus cosas.

De la casa de Caprile no podia faltar tan solo un dia, porqué se exponia á ser descubierto por cualquier casualidad, en sus provechosas tramoyas.

Y una sola que se descubriera sería lo bastante para dar en tierra con todos sus proyectos.

Como primer diligencia, al dia siguiente tomó en la calle Tacuarí 81, donde vivia, otras dos piezas al lado de la suya, que era cuanto por el momento necesitaba.

Así tendria un escritorio, un cuarto de trabajo para su mujer y un aposento para ambos, que empaquetaria lo mas que pudiera.

De allí no podia mudarse, pues era la direccion que habia mandado en muchísimas cartas de aquellos clientes que iba formando para él y á muchas casas banqueras con las que necesitaba y queria estar en correspondencia.

Su cambio de domicilio era cosa que importaba para él unos tres meses de preparacion por lo ménos, para que ello no le trajera ningun perjuicio sério.

No pudiendo faltar al escritorio un dia entero, porqué no le convenia, tendria que hacer sus diligencias á ratos perdidos ó de noche, y entónces aquellos quince dias serian lo que ménos necesitaba para el arreglo de sus piezas y demas detalles de aquel apurado casamiento.

A la noche, cuando volvió á lo de Maggi, despues de dar cuenta de todo el cúmulo de formalidades y dispensas que necesitaba la Cúria, fijó su casamiento para de allí quince dias, noticia que fué recibida por Luisa con verdadero alborozo, pues si Lanza estaba apurado en casarse, ella tambien lo estaba, aunque por diversos motivos.

Luisa se habia enamorado realmente de aquel hombre, y su casamiento con él le parecia un sueño que no habia de realizarse, sin embargo de estar convencida de la fé con que este procedia, y hasta por el dinero que le habia dado para comprar lo que pudiera necesitar.

Casándose tan pronto como lo habian proyectado, era natural que Lanza gozara de cierta libertad, y así Maggi habia autorizado á Luisa para recibirlo solo, pues algo de íntimo habian de necesitar decirse.

Lanza aprovechaba aquel tiempo en hacer mil caricias á su futura consorte y revelarle mil planes de felicidad que tenia para el futuro.

—Dentro de quince dias estaremos establecidos en nuestra casita y no tendremos que esperar nada de nadie, bastándonos nosotros solos á todas nuestras necesidades.

Allí viviremos de nuestro trabajo sin que nadie nos moleste, hasta que haya establecido mi casa como yo quiero.

Y hacian sus proyectos hasta el de ir á dar una vuelta por Europa, visitar la familia y arreglar de paso sus corresponsales y sus negocios.

—Si tu padre quiere, decia Lanza, él será nuestro banquero en Génova y podria ganar buenas sumas, porqué yo giro mucho dinero.

Luisa se habia habituado tanto á oirlo hablar de bancos, de giros y de grandes negocios, que creía firmemente que Carlo era un banquero al que solo le faltaba abrir la casa.

A las once, á mas tardar, él se retiraba de su visita; para no ser molesto y no fastidiar á la familia de Maggi, que con tanta benevolencia lo recibia y lo obsequiaba.

—Es una broma, decia á Luisa, pero es preciso hacer este sacrificio en obsequio de esta gente que nos trata tan bien: yo me quedaria toda la noche, pero entónces nos echarian cada sacramento como para hacernos reventar.

Paciencia, Luisa, que pocos dias nos faltan ya, dentro de poco no nos separaremos ni un minuto.

En los primeros ocho dias, Lanza arregló perfectamente sus tres piecitas de la calle Tacuarí, sin riqueza, pero con mucho gusto.

Podia haberlas puesto mucho mejor, pero entónces se hacia sospechoso, que era precisamente lo que queria evitar.

Aun necesitaba permanecer en el escritorio de Caprile algun tiempo mas, para redondear su mejor clientela y enviar bastantes direcciones de su nueva casa bajo el sobre de los clientes nuevos á quienes cobraba un cinco por ciento, no solo para agarrar ese dinero, como para hacerles mas sensible la diferencia del precio que él les cobraba en la nueva casa.

Aquellos infelices que solo se entendian con Lanza y que á Caprile no lo conocian ni de vista, lo creian jefe de la casa, y muchas veces rehusaban entenderse con otro dependiente porqué aquel los entendia bien y sabia hacerles el gusto en los menores detalles.

Su amigo el cura habia llevado adelante las diligencias del casamiento, consiguiendo todo por medio de dispensas, para ganar tiempo y para no prestarse á ciertas zonceras.

Lanza no era religioso, era un liberalazo de tomo y lomo, pero para pescar ciertos negocios famosos de la Cúria y de los conventos, se fingia un católico con mas tragaderas que un cretino.

Asistia á misa á San Francisco, cuyos frailes tenian negocios de giros con Europa, y se colocaba siempre en sitios donde lo vieran los superiores del convento.

Cuando se hacia alguna fiesta religiosa, era él quien dejaba la limosna mas famosa, valiéndose de un espediente que en el porvenir debia darle famosos resultados.

El tenia depositados en el Banco de la Provincia unos doce mil pesos en cuenta corriente, con el único fin de hacer limosnas á las iglesias.

Así, en vez de dejar un billete de banco, dejaba un cheque contra el de la Provincia, logrando dos objetos:

Primero pasar por un hombre sumamente rico, y segundo mostrar á los frailes que era él el de la limosna.

Esto le costaba caro, porqué lo obligaba á hacer limosnas de quinientos pesos arriba, pero con ellos él se proponia sacar en lo futuro utilidades pasmosas.

Ya veremos mas adelante los resultados de esta famosa especulacion.

En la mayor parte de los templos se conocia así á Lanza no solamente como un filántropo desprendido, sinó como un hombre sumamente rico.

Al principio, como no tenia mucho dinero que malgastar, habia limitado sus limosnas á la Catedral, para hacerse conocer del Arzobispo y de la gente copetuda.

Fué despues que dispuso de mas dinero, cuando empezó, como se verá, á hacerlas extensivas hasta los curatos de campaña, donde mas provecho habia de sacar.

La única cosa que lo molestaba en el asunto de su casamiento, era el negocio de la confesion, que no habia medio de evitar.

Para casarse era indispensable el boleto de confesion, y para obtenerlo no habia mas remedio que confesarse.

El doble aliciente del precio del boleto y la diversion que una confesion representa para los curas, hacen muy difícil obtener el boleto sin pasar por el acto.

A Lanza le hubiera sido muy fácil obtenerlo, pero como él queria pasar por un santulon en toda regla, no le convenia mostrar que queria sacar el bulto á la confesion, pues esto habria dado lugar á malas sospechas.

Solo una travesura podia salvarlo de estas dificultades y á ella apeló Carlo Lanza.

Entre la infinidad de italianos con quienes tenia trato diario en el escritorio, los habia de todo pelaje y de toda creencia.

Sabido es que entre los italianos y en materia de religion, no hay término medio posible.

O son católicos creyentes hasta comerse los santos ó son ateos al extremo de insultar á los santos, y al mismo Dios, por un hábito de lenguaje.

Entre estos últimos buscó Lanza el hombre que necesitaba, y lo abordó francamente, refiriéndole el caso con toda franqueza.

—Me voy á casar, amigo mio, le dijo, y necesito de usted un servicio de la mayor importancia.

Para que á uno lo casen, no hay mas remedio que presentar un boleto de confesion, y para obtener este boleto no hay mas remedio que confesarse.

Francamente yo detesto estas farsas de la religion al extremo de preferir romper con mi casamiento ántes que ir á arrodillarme á los piés de uno de esos roñosos y contarle lo que he hecho ó lo que no he hecho en el mundo.

Para salvar esta dificultad, es decir, para que yo me pueda casar sin confesarme, no hay mas que un remedio, y este es precisamente el servicio que yo necesito de usted.

—Yo detesto cordialmente á los frailes, respondió el jóven, y por jugarles una farsa soy capaz de pagar, no digo servir á un amigo como usted.

¿Quiere que me vista de cura y los case? pues no tiene mas que hablar.

—Eso tiene su peligro, respondió Lanza, y yo por nada de este mundo comprometeria á un amigo.

El servicio que yo necesito es mas sencillo y no compromete en manera alguna al que lo presta.

—Pues diga usted en qué consiste, amigo mio, y délo por hecho.

—El asunto es este: se trata de que usted se meta en la iglesia que mas rábia le dé y se confiese allí de lo que mas le dé la gana, con tal que no importe un delito.

Una vez confesado dice que se llama Carlo Lanza, y saca su boleto.

Con un boleto que acredite que Carlo Lanza se ha confesado, yo no necesito mas para casarme y así lo habré logrado sin hacerle el gusto á esos farsantes.

—Pero este no es un servicio que yo hago á usted, exclamó el italiano soltando una gran carcajada, sinó un enorme placer que me proporciono! cuente usted con la mas completa y santa boleta que pueda conseguirse!

Me confesaré de tal manera, que el cura quedará asombrado de mi santidad; nunca habrá escuchado una confesion mas pura y santa.

Seré Carlo Lanza para este agradable acto de mi vida, y si alguna vez tropieza con algun amigo que quisiera hacer lo mismo, no piense en otro que en mi.

¡Jugar una pasada á los frailes! sería capaz de cualquier sacrificio por hacerlo!

Lanza estaba en el colmo de la alegría, pues acababa de vencer la última dificultad que se le ofrecia.

Aquella misma tarde, el italiano amigo, bajo el nombre de Carlo Lanza, se confesó en la iglesia del Socorro.

Nunca se habia escuchado una confesion mas santa! aquel hombre no tenia de que acusarse, pues su vida habia sido dedicada á hacer bien á los demas, y si en aquellos momentos se encontraba pobre, era porqué su fortuna la habia empleado en socorrer á la iglesia y á los menesterosos.

El cura, maravillado ante esta confesion, lo exhortó á seguir en aquella santa vida que le haria conquistar el cielo, y lo citó para el dia siguiente para darle la comunion y el boleto correspondiente.

—Es el boleto que he dado con mas gusto, dijo, porqué él vá á ser causa de que se forme una familia santa y educada en la caridad y el temor de Dios.

El confesado salió de allí mas contento que quien se ha sacado una loteria grande, despues de haber besado apasionadamente el hábito del sacerdote, que le dijo al salir:

—Ya sabes, hijo mio, que para comulgar es preciso venir en ayunas, así es que debes venir temprano.

Aquella misma tarde el amigo refirió á Lanza lo que le habia pasado, quedando en almorzar juntos al dia siguiente para entregarle el boleto de confesion.

Y al dia siguiante, despues de haberse engullido una enorme taza de chocolate con tostadas, el falso Lanza se presentó en el Socorro á misa de nueve, y dándose formidables golpes de pecho, se tragó la divina hostia con una verdadera devocion de santo.

De allí pasó á la oficina del cura, donde le extendió éste su boleta de confesion, mediante cien pesos que Lanza encargó le diera y que entregó con la peor gana de este mundo, murmurando:

—En la primera confesion séria que haga, me confesaré de estos cien pesos que pago, aunque, bien visto, es un delito que cometo por cuenta agena.

Dos horas despues almorzaba plácidamente con Lanza, y le entregaba el boleto narrándole entre alegres carcajadas la cara de asombro que ponia el cura, cuando él le contaba que si alguna fortuna habia tenido, habia sido para emplearla y repartirla entre la iglesia y los necesitados.

Y cuando llegaba al fin de su relacion, exclamaba:

—¡Con cuánta gana me hubiera reido de aquel imbécil, despues de recibir el boleto!

Solo el temor de perjudicarle ha podido contenerme.

No importa, ahora que he hecho este descubrimiento, todos los meses necesito confesarme con el nombre de diferentes amigos, pero para tener el placer infinito de echar al diablo al cura una vez que me dé el boleto.

Así no solo lograré una diversion estimable sinó que podré negociar boletas de confesion.

¡Oh! yo le aseguro que si no hubiera sido por temor de perjudicarle, hubiera hecho á ese mulato gordo una broma de lo mas gracioso que pueda imaginarse.

Lanza agradeció al amigo las diligencias, y mas todavía, el que las hubiera hecho con la compostura debida.

Y por si acaso éste se habia desmandado en algo, prometió arreglarlo todo por medio de un cheque que lo dejara en un buen punto de vista.

Tomó su boleto de confesion y lo entregó á su amigo el cura que se habia encargado de todo lo referente al matrimonio.

No podia quejarse, desde que habia emprendido aquel asunto todo le salia á medida de su deseo.

Las piezas las habia arreglado de una manera calculada, siendo la peor de todas la destinada á su escritorio, no por miseria sinó por cálculo, pues á sus marchantes no habia de parecerles bien el lujo.

En la pieza destinada á cuarto de trabajo de Luisa, no habia tampoco gran aparato; unos mueblecitos, cualquiera no mas, como para llenar la fórmula.

Donde habia gastado Lanza era en el aposento.

Allí no entraria sinó gente de confianza y no tenia por qué hacer aparato.

Para padrino de su casamiento habia pensado en Cánepa, pero despues habia tenido miedo de decirle la menor palabra.

Cánepa sabia que Lanza andaba en noviascos, que se casaba tal vez; pero no sabia con quien ni cuando.

Lanza temia que éste le desbaratara todo su plan, por lo que resolvió no decirle nada hasta despues de casarse.

Así es que cuando Cánepa trataba de explorarlo con alguna broma, él se mantenia en absoluta reserva sin dejarle traslucir nada.

Era el único hombre á quien Lanza temia, porqué sospechaba que conociera algo de su pasado.

Concluido todo lo de la Cúria, fuéron á tomar los dichos á Luisa y á hacerle firmar el contrato.

Todo quedó consentido y arreglado, fijándose ese sábado para que tuviera lugar el casamiento.

Este debia tener lugar en casa del tio de Luisa, porqué el mismo don Estéban lo habia pedido así.

Hombre rico y desprendido, habia querido hacer el último gasto que habia de causarle su sobrina, con cierto rumbo que llamara la atencion de sus paisanos.

Desde que el muchacho era tan rumboso, justo era tambien que él lo fuera por una sola vez.

Tanto Lanza como su sobrina habian elegido padrino á don Estéban y madrina á su consorte.

Padrinos por partida doble, no tenia don Estéban mas remedio que hacerse ver y aflojar la mano.

De todos modos era bastante rico para que la ausencia de diez ó quince mil pesos pudiera hacer mella en sus bolsillos.

—El sábado se casan en casa, habia dicho don Estéban á Lanza desde que se fijó el dia del casamiento; puede usted invitar á los amigos que guste sin cumplimiento de ningun género, puesto que usted pertenece ya á la familia.

Yo tambien invitaré á algunos amigos de confianza, y despues del casamiento haremos un poco de música en familia no mas, para festejarlo alegremente.

Aquellas demostraciones de cariño por parte de don Estéban habian seducido á Lanza inspirándole un verdadero cariño por el tio de su mujer.

El único rencor que podia haber abrigado por él era el de haber abandonado á Luisa, pero esto mismo contribuia á su cariño por don Estéban, pues si este no hubiera abandonado á su sobrina, él no la habria conocido en su desamparo y no habria podido realizar aquel gran negocio.

Luisa parecia mas hermosa que nunca.

La felicidad la habia rejuvenecido, y vestida con sumo gusto y elegancia habia tomado un aspecto verdaderamente espléndido.

El mismo amor intenso que sentia por Lanza contribuia á embellecerla y á aumentar la simpatía de su expresion juvenil y feliz.

Lanza la miraba extasiado; él mismo habia concluido por enamorarse locamente de la hermosura de Luisa que llenaba por completo su vanidad al mismo tiempo que todas sus aspiraciones.

El, que por pescar el dinero no habia vacilado en proponer casamiento á su vieja modista; él, que se hubiera casado con una escoba, siempre que esta escoba fuera rica, ¿cómo no habia de envanecerse con aquella mujer rica, jóven y poderosamente bella?

Tan soberbio consideraba el negocio, que deseaba llegara cuanto ántes aquel sábado, porqué temía que un acontecimiento imprevisto viniera á echarlo todo á perder y deshacer su enlace.

No se creia del todo seguro hasta que el casamiento no se hubiera efectuado.

Una vez casado, ya se sentia con fuerza suficiente para sobrellevar y vencer cualquier contratiempo.

Por fin amaneció el ansiado sábado.

Lanza se levantó muy temprano y se fué al escritorio, pues queria asistir á las operaciones de la mañana que eran las que le interesaban, porqué en ellas tenia sus enjuagues.

Estando en el escritorio por la mañana, ya sin temor de ningun género podia faltar el resto del dia.

La gente con quien él andaba en enredos era gente de trabajo que venia solo por la mañana temprano.

Los clientes que venian en el resto del dia eran clientes con los que él poco que hacer tenia, viejos clientes de la casa que en nada podia explotar, porqué conocian todas sus costumbres y llevaban sus operaciones perfectamente arregladas de antemano.

Con ellos no habia mas que llenar la letras y hacérselas firmar á Caprile para remitirlas á su destino.

Los clientes del picholeo á quienes explotaba fácilmente y sonsacaba para su nueva casa, esos iban desde temprano hasta las diez ó las once.

Lanza, una vez concluido su trabajo de por la mañana, fué á ver á Caprile y le pidió licencia para faltar por el resto del dia.

—Me caso esta noche, le dijo, y aun me quedan algunas pequeñeces que arreglar.

No me atrevo á invitarlo al casamiento, pero si quiere ir á tomar una copa de vino, nos hará un honor.

Los otros dos dependientes principales de la casa fuéron invitados á comer con él los tallarines de boda, recomendándoles Lanza que si veian á Cánepa no le fueran á decir nada, porqué él tenia sus razones especiales para no decirle nada de su casamiento hasta despues que se hubiera celebrado.

—Hoy no invito mas que á ustedes, que son mis compañeros de trabajo, agregó, porqué en casa de la familia de mi mujer siempre habrá que estar con etiquetas.

Pero mañana ya es distinto, yo invito á comer en mi casa con toda la confianza y con toda franqueza posible que es natural tengan conmigo mis amigos.

Como me caso en casa de ella, no hay mas remedio por hoy, mañana ya será otra cosa.

Los dos dependientes sus compañeros y el cura que habia corrido con todas las diligencias del casamiento y que lo habia de bendecir, eran los únicos invitados de Lanza.

Don Estéban, que queria hacer una fiesta agradable y animada, habia invitado algunas familias amigas suyas á comer, las de mayor intimidad, y á tomar una taza de té á aquellas de menor confianza.

Si á todos los hubiera invitado á comer no habrian cabido en la mesa.

A las cuatro de la tarde ya la casa de don Estéban tenia todo el aspecto de la fiesta que en ella debia celebrarse.

Los amigos invitados habian empezado á caer y ya la mesa estaba adornada con pavos, ramilletes y todo cuanto don Estéban habia encargado á la confitería.

Luisa se habia hecho un traje bellísimo de colores frescos y vivos que decian divinamente con el sonrosado espléndido de su semblante juvenil y alegre.

Se veia que aquella jóven, que andaba de un lado á otro arreglándolo todo, era completamente feliz.

Lanza, arrobado en la contemplacion de su futura, andaba aturdido sin darse cuenta de lo que pasaba y recibiendo con expresion idiota las felicitaciones y bromas que le dirigian sus amigos.

Ya no temia que ningun contratiempo viniera á turbar la paz de su espíritu.

Cambiaba de cuando en cuando apasionadas miradas con su amada, obsequiándola de todos modos.

Por fin llegó la hora de comer y todos rodeáron aquella mesa que parecia ser opípara, y cuya cabecera ocupó naturalmente el cura que los habia de casar.

Seguian á la izquierda los tios de Luisa, á la derecha esta y despues los invitados que apénas cabian en la mesa.

La comida no podia ser mas cordial y alegre.

Los cuerpos y las almas, las bocas y los corazones, todo lo dirijo yo hoy, decia el curita, mas alegre que gato chico ante la opípara mesa.

Durante los primeros platos solo fué mantenida por él la conversacion.

Los invitados miraban complacidos la belleza de Luisa y Lanza les decia alegremente:

—Caballeros, no me miren tanto á mí mujer que me van á hacer poner celoso ántes de tiempo.

Luisa se ponia colorada como una granada y sonreia á Lanza con un cariño infinito.

A medida que fuéron pasando los platos y el calor del vino empezó á derretir el hielo de los etiqueteros, las bromas fuéron cruzando de un lado á otro, hasta que la mesa tomó el verdadero aspecto de alegría que debia tener una mesa presidida por un cura con motivo de un casamiento.

Lanza estaba contento como puede figurarse, ante situacion semejante.

Todos querian brindar con él, pero él bebia con cierta cautela como si temiera hacer algun descalabro.

Don Estéban estaba contento y satisfecho.

Una sobrina se casaba en su casa y se casaba bien, con un muchacho de mérito segun le hacia decir el Burdeos, y su satisfaccion tenia que ser profunda.

—Lo único que siento, decia Lanza, es que mis buenos viejos no estén aquí á mi lado, para hacerlos partícupes de mi felicidad.

Esta es tanta, que me hace echarlos de ménos, puesto que solo con ellos podré compartirla.

—Nunca la felicidad es mas de la que puede contenerse, decia el curita empinando sendos y morrudos vasos de sangre de Cristo, y la felicidad que reporta el matrimonio, no debe compartirse con nadie.

Estos gracejos eran estruendosamente festejados por los invitados, que veian en aquel curita un hombre liberal y franco.

La comida fué así sumamente alegre, pues se habia establecido entre todos la mayor confianza, confianza que el curita sabia mantener con sus bromas perfectamente correctas y aceptables.

Terminada la comida, y miéntras los hombres echaban un cigarro y las mujeres pasaban á la sala, Luisa, acompañada de su tia, se fué á poner el traje que debia servirle para el casamiento.

La tia era la encargada de arreglarla, porqué se habia suscitado un cambio de ideas á propósito de las flores que debia llevar.

Luisa no queria ponerse azahares, puesto que ella era una viuda, decia.

Pero la tia le observaba que el ponerse otra clase de flores seria hacer un mal papel ante los demas que no estaban en autos.

—Prefiero hacer un mal papel ante los demas, de quienes nada me importa, habia dicho Luisa, que hacerlo ante mi marido que está al corriente de todo.

La situacion se salvó arreglando entre ambas que Luisa no llevaria flores de ninguna clase, ni mas alhaja que el brillante de compromiso que le regaló su novio.

Su vestido era un espléndido vestido color violeta claro con adornos blancos, que realzaba su hermosura de una manera poderosa.

Luisa en aquel traje era una mujer poderosamente espléndida.

No podia estar mas sencilla ni mas elegantemente vestida.

Los invitados al casamiento habian ido llegando y la casa llenándose poco á poco de amigos de ambos sexos que no querian faltar á la ceremonia.

Como el cura estaba allí y allí estaban novios y padrinos, solo se esperó que Luisa estuviera pronta para dar principio á la ceremonia.

Don Estéban fué adentro á anunciar que era preciso apurarse, y Luisa se presentó por fin en la sala, acompañada de su tia y madrina.

Fué el curita el primero que vino á recibirla, lleno de cortesias y cumplimientos.

—Pues, caro Lanza, le dijo, se lanza usted en la vida del matrimonio, de una manera capaz de dar envidia al mas indiferente.

Es la moza la mujer mas hermosa que he conocido y casado.

Es que Luisa estaba verdaderamente bella.

—Bueno, amigo mio, dijo Lanza con aire zumbon, cásenos de una vez que es lo que nos hace falta por ahora; para los elogios hay tiempo.

Luisa estaba positivamente avergonzada de tanto elogio y tanta mirada, pues en aquel momento era el blanco de todos los ojos.

El curita, que estaba algo gineteado por la sangre de Cristo que habia inoculado á la suya, se puso los avíos de casar, es decir, el corbaton, su libraco y un cinturon, sin cuyos requisitos no hay casamiento posible.

Todos se pusiéron de pié y el cura empezó á rezar unas oraciones que nadie entendió y cuya virtud está en esto precisamente, pues si álguien las entendiera, perderian su eficacia.

La ceremonia fué corta, todo lo corta que se pudo, pues así lo habia recomendado Lanza á su amigo, quedando así constituido aquel nuevo matrimonio, cuna de un sin fin de graciosas aventuras que mas adelante verán nuestros lectores.

Con la última cruz en el aire hecha por el amigo cura, resonó el piano en un alegre wals.

No faltó quien viniera á invitar á la graciosa desposada, pero Lanza reclamó para sí ese honor.

—Me corresponde de derecho esta primer pieza, dijo Carlo, es demasiado bella mi mujer para que yo pierda un momento de estar con ella.

Y se lanzáron al torbellino del wals, que Carlo bailaba de una manera maravillosa.

Concluido aquel wals, los recien casados pasáron al comedor como á tomar una copa de vino, llamando allí Lanza á don Estéban que miraba encantado la pareja, recordando la noche de sus propias bodas.

—La reunion, amigo mio, está muy bella, muy entretenida, y me quedaria aquí toda la noche entera bailando y entretenido, pero ahora me confieso un poco egoista.

Prefiero retirarme con mi mujer á mi casa, porqué la noche está muy húmeda y mas tarde puede hacerle mal á Luisa.

Si usted me lo permite, yo me voy á retirar sin despedirme de ninguno, pues si me despido de uno tendré que despedirme de todos y van á empezar á embromarme porqué me quede.

—Puedes irte no mas, por mi parte, respondió don Estéban sonriendo picarescamente; puedes irte no mas, que es muy natural tu deseo.

—Bueno, tio, discúlpeme, dijo Luisa, con los que pregunten por mí, y hasta luego.

—Anda no mas, buena pieza, anda no mas, que quedas disculpada sin necesidad que yo te disculpe.

Y se puso á reir como si le hubieran hecho cosquillas.

Es que la alegria por un lado, y por otro las bromas de los amigos Chianti y Barbera lo habian puesto fuera de juicio.

Luisa se fué á las habitaciones de su tia, donde se tapó y tomó ropa con que levantarse al siguiente dia, encargando á esta le remitiera temprano el resto de la ropa para poder salir á la calle, pues consigo no llevaba sinó ropa de casa.

Cuando Luisa y Lanza saliéron sin que nadie los notara, la fiesta quedaba en su mayor apogeo.

Se seguia bailando alegremente sin que ninguno notara la ausencia de los recien casados, pues creian que anduvieran en el interior de la casa atendiendo las necesidades de la reunion, segun decia don Estéban.

Una vez metido este en jarana de baile, etc., queria llevar la diversion hasta el fin.

Así es que al té y café se habia seguido el chocolate y al chocolate una cena familiar entre sus amigos mas íntimos y que no habian comido con él

Era la primera y tal vez la última fiesta que don Estéban daba en su vida, y deseaba sacarle el jugo aprovechándola por completo.

El gasto estaba hecho y la concurrencia presente, pues no habia mas que divertirse miéntras lo permitiera la noche.

Cuando se notó la ausencia de los novios era ya tardísimo de la noche y no se pensaba sinó en rodear de nuevo la mesa del comedor para restaurar las fuerzas perdidas en el baile y la chacota.

Toda tentativa de cumplimiento ó etiqueta habia desaparecido con el ejemplo de aquel travieso curita, incansable en la chacota y la broma.

A cada momento exhortaba á su fieles para seguir el ejemplo de Lanza, recomendándose siempre él como candidato para verificar la union.

Y esto daba lugar á un sinnúmero de bromas chistosísimas y epigramáticas.

La reunion, reducida ya á las amistades de mayor confianza de la casa, era compuesta de paisanos de don Estéban, gente inocente, sin malicia de ninguna especie y que se encontraba allí tan bien, que la cena se prolongó hasta la madrugada.

El último en despedirse fué el curita, que hasta entónces no habia cesado de reir y de embromar un solo momento.

Don Estéban, temiendo que «el fresco» de la madrugada se le pudiera ir á la cabeza, le propuso que se quedara allí á dormir, que él le prepararia cama en el vacante aposento de Luisa.

Pero el curita habia tenido una cabeza maravillosa.

No solo se manifestó perfectamente sereno á pesar de todo lo que habia bebido, sinó que todavía podia beber á la salud de todos los matrimonios que se habian proyectado.

Y cuando don Estéban manifestaba alguna admiracion, le decia:

—Si yo en ayunas me alcanzo á decir unas veinte misas sin perder los estribos, calculen lo que seré capaz de beber teniendo buen lastre en el estómago!

Esta declaracion del curita habia dejado maravillado poderosamente á don Estéban quien, á pesar de la fortaleza de su cabeza, sentia que las piernas le flaqueaban.

¡Y eso, que habia bebido mucho ménos que el curita!

Este, para corroborar todo lo que habia dicho, se retiró á pié, rechazando el carruage que se habia hecho quedar expresamente para coducirlo hasta su casa.

La despedida del curita puso así fin á aquella buena y familiar fiesta, que tan agradable recuerdo dejó en todos los que á ella habian asistido.