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El Gran Duque de Moscovia/Acto III

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El Gran Duque de Moscovia
de Félix Lope de Vega y Carpio
Acto III

Acto III

Salen el REY DE POLONIA y el CONDE PALATINO.
REY:

  Seáis, Conde, bien venido.

CONDE PALATINO:

Vuestra Majestad, señor,
me dé sus pies; sus pies pido.

REY:

Conde, a vuestro gran valor
tenéis mi pecho ofrecido.
Una silla al Conde.

CONDE PALATINO:

  En todo
honra vuestra Majestad
su hechura.

REY:

Ese estilo y modo
dese pecho ilustre y godo
merece esta autoridad.
  Tome vuestra señoría
la silla.

(Siéntense.)
CONDE PALATINO:

¡Tantos favores...!

REY:

Esta es corta cortesía;
los méritos son mayores.

CONDE PALATINO:

Señor, la venida mía,
  después de besar los pies
de su Majestad, no es
a cosa breve y ligera.

REY:

Salíos todos afuera.
Hablar puedes.

CONDE PALATINO:

Oye, pues.
  La opinión que se tenía,
famoso rey de Polonia,
de que Demetrio vivía
pasó de Moscovia a Livonia
y de Tartaria a Rusia.
  Creció de suerte, señor,
a todos común deseo
de que fuese Emperador
el que ser sin duda creo
legítimo sucesor
  que, animado el encubierto
príncipe de la piedad,
general se ha descubierto.

REY:

¿Cómo?

CONDE PALATINO:

Vuestra Majestad
escuche.

REY:

Luego, ¿no es muerto?

CONDE PALATINO:

No, señor.

REY:

  Prosigue; acaba.

CONDE PALATINO:

Sirviendo Demetrio estaba
en mi cocina.

REY:

¿Qué? ¿Dónde?

CONDE PALATINO:

Sin duda.

REY:

¿Qué dices, Conde?

CONDE PALATINO:

Tanto temor le obligaba.

REY:

  Advierte que la opinión
del vulgo loco, atrevido,
habrá hecho esta invención.

CONDE PALATINO:

De que es Demetrio he tenido
bastante satisfación.
  Seis caballeros, crïados
con su abuelo, con secreto
a conocerle llamados,
juran que es él.

REY:

¿En efeto
vive?

CONDE PALATINO:

Y pide sus estados.
  Las señas, la majestad
del rostro, la autoridad,
aunque en un rostro vestido,
muestran bien que no es fingido;
ten por cierto que es verdad,
  que del modo que luciera
un diamante, si estuviera
en pardo plomo engastado,
aquel valor heredado
dale del vestido afuera.

REY:

  Pues, ¿no ha mudado vestido?

CONDE PALATINO:

Hasta verte no ha querido.

REY:

¿Dónde está?

CONDE PALATINO:

Quedó a la puerta.

REY:

La del alma tengo abierta
piadoso y enternecido.
¿Quiere verme roto?

CONDE PALATINO:

  Quiere,
que cuanto más te moviere
a compasión, más lo estima.

REY:

A que me vea le anima.
Pero aguarda, Conde; esper[e]
  y una ropa le traerán.

CONDE PALATINO:

No habrá remedio que quiera.

REY:

Pues dile que entre.

CONDE PALATINO:

Aquí están
él y un español. Ya espera
el rey, y licencia os dan.

(Salen DEMETRIO y RUFINO de cocineros.)
DEMETRIO:

  Aunque el hábito, señor,
sea de veros indigno,
mi antigua sangre y valor
dan atrevimiento indigno
a mi vergüenza y temor.
  Dadme, señor, esos pies,
que yo pongo en vuestras manos
mi vida.

REY:

¿Que es él?

CONDE PALATINO:

Él es.

REY:

¿Cierto?

CONDE PALATINO:

Temor de tiranos
le han puesto como le ves.

REY:

  Aunque viera a Valeriano
puesto a los pies del Persiano,
o al Turco, del mundo asombro,
dando a Taborlan el hombro;
o al grande Emilio Romano.
  Aunque viera dando enojos
a Pompeo la Fortuna
y de un egipcio despojos,
a Mario en una laguna
y a Belisario sin ojos.
  Aunque a las cerdas sutiles
del gran caballo de Aquiles
viera a Héctor arrastrado,
a Julio César pasado
de cuatro puñales viles.
  Aunque a Federico viera
cuando iba a Jerusalén
darle un río muerte fiera
o preso al inglés, por quien
vio el Jordán nuestra bandera.
  O agora viera la muerte
de mi padre, que en tan fuerte
prisión acaba un traidor
o tuviera más dolor
Demetrio que tengo en verte.
  Bien has hecho de venir
desa manera a mover
mis ojos.

DEMETRIO:

¿Qué hará el oír,
señor, si te mueve el ver?

REY:

Poco habrá que persuadir.
Siéntate.

DEMETRIO:

  El hábito impide
que me siente.

REY:

Tu valor
en las estrellas lo pide.
Siéntate enmedio.

DEMETRIO:

Señor,
de tu Majestad divide
  esta ropa, que del toro
muestra la señal.

REY:

No ignoro
que [es] tu vergüenza profunda,
pero estás como en la funda
viene de la mina el oro.
  Mas tráigante de vestir.

DEMETRIO:

Primero, Rey, me has de oír.

REY:

Pues comienza y di qué quieres.

DEMETRIO:

Que cuando lágrimas vieres...

REY:

Sin miedo puedes decir.

(Siéntense todos tres, DEMETRIO enmedio, y cúbrese [con] su sombrero de pícaro.)
DEMETRIO:

  Ínclito rey de Polonia,
gran Sigismundo tercero:
de Cristina y de Teodoro
soy hijo; yo soy Demetrio;
el gran duque Juan Basilio
fue, como sabes, mi abuelo.
A mi padre dieron yerbas
envidiosos caballeros:
la intención era matarle,
pero quitáronle el seso;
aunque hay muertes en la vida,
el que es loco es vivo y muerto.
Mató el Duque a Juan, su hijo,
que llamaba su heredero,
riñendo con su mujer.
¡Mira lo que pueden celos!
Murió de pena Basilio;
mi madre, con poco acuerdo,
dio a Boris, mi tío y su hermano,
por su marido el gobierno.
Lo que ha hecho ya lo sabes,
mas solo advertirte quiero,
que mi ayo, en mi lugar,
cuando matarme quisieron,
puso un hijo que tenía,
y por lugares diversos
me trujo, y guardó mi vida
en traje y nombre encubierto,
que solamente sabía
este español el secreto,
de mis trabajos testigo,
de mis desdichas consuelo.

DEMETRIO:

Murió, y quedamos los dos
sin padre, amparo y maestro;
pero, muriendo, exhortome
a que cobrase mi imperio.
Lloré su muerte, y pensando
en el fin de sus consejos,
vi que mi vida temía
el que me tuvo por muerto.
Con este miedo, señor,
tomé un hábito de lego
en un monasterio santo.
Visitó Boris su reino;
viome, hablome y diole el alma
tanto cuidado y recelo
que mandó matarme, y yo
salí por la huerta huyendo
donde otras dos veces fui
fraile en otros monasterios,
hasta que viví en un campo,
labrador de pensamientos,
donde, siguiendo al Conde,
serví en su casa algún tiempo
disfrazado en la cocina
para vivir encubierto,
donde, oyendo que Moscovia
con tanto aborrecimiento
hablaba de su tirano,
osé hablar al conde Aurelio;
él hizo las diligencias
que sobre caso tan nuevo
parecieron necesarias,
y viendo que era tan cierto,
a tu presencia me trujo,
de mis lágrimas y ruegos
movido de ver los daños
que, desterrado, padezco.

DEMETRIO:

Duélate un emperador
a quien en tantos destierros
se atrevió la hambre fïera,
no digo el calor y el yelo,
que como me des tu ayuda,
al Cielo, de quien soy, prometo
de confesar para siempre
que cuanto fuere te debo.

REY:

  Para significar como quisiera
a vuestra Majestad, príncipe ilustre,
mi sentimiento fueran necesarias
muchas razones justas, muchas lágrimas,
de que los perseguidos tienen copia,
y vienen bien cuando consuelo piden,
pero no cuando piden su remedio.
Y así, escusando de lo que él no sea
algunas circunstancias, solo digo
que, fuera de la suma del dinero
que fuere necesario para el gasto
de la casa y familla (que es tan justo
que vuestra Majestad tenga en Polonia),
le haré cincuenta mil hombres de guerra.
En estos podré hacer de los confines
cinco o seis mil cosarios, gente diestra,
que militaron con el rey Estéfano
y que tienen la guerra por ganancia.
Esto es de paso lo que ofrezco agora
a vuestra Majestad, porque quisiera
verle mudar del hábito que tiene.

DEMETRIO:

Nunca yo tuve menos confïanza
de vuestra Majestad, que guarde el Cielo
y a quien pido con lágrimas que premie
tanta merced y beneficios tales.
Digo que agora mudaré vestido.

REY:

¡Hola!

CAMARERO:

¿Señor...?

REY:

¡Vestidos al Rey, presto!
Entre su Majestad.

DEMETRIO:

De ningún modo.

REY:

¡Por vida mía!

DEMETRIO:

Estimo el juramento.

(Vase. Queden RUFINO y el CAMARERO.)
RUFINO:

  Ya parece que levanta
el Cielo aquella inocencia.

CAMARERO:

Lo que manda el Rey me espanta.

RUFINO:

Descubriose la excelencia
de un rey en miseria tanta.

CAMARERO:

  Vestidos, oí decir,
de rey. Aquí me dirán
a quién tengo de acudir,
quién es aqueste truhán
a quién manda el Rey vestir.

RUFINO:

  Majadero Camarero
ya que podemos hablar,
quién somos deciros quiero,
pues me venís a informar
vós de que sois majadero.
  Y vós, cuanto a vós, estáis
a saber vós para vós
con quien vós agora habláis,
que vós sois vós, y por Dios
que a vós mismo os agraviáis.
  Este a quien el Rey quería
vestir y hizo cortesía
es de Moscovia el gran duque,
es de Astracán archiduque
y emperador de Rusia,
  rey de Tartaria y señor
de cien provincias.

CAMARERO:

¡Ay, Cielo!
¿Es Demetrio?

RUFINO:

¿En su valor
no lo has visto?

(De rodillas.)


CAMARERO:

Sin recelo
pido perdón de mi error.
(A lo grave.)
  ¡Hola! ¿Qué digo? ¡Crïados!
Telas, brocados, bordados...
¿Quién es vuestra señoría,
porque vestirle querría?

RUFINO:

Soy quien rige sus estados.
  Marqués dicen que seré,
duque dicen, conde dicen,
si Demetrio rey se ve.

CAMARERO:

Pues bien es que se autoricen
desde la cabeza al pie.
  ¿Qué color, vueseñoría,
quiere que le den?

RUFINO:

Querría
azul, porque estoy celoso.

CAMARERO:

¿De quién?

RUFINO:

(Muy a lo grave.)
Ya estáis enfadoso.
Dejadme, por vida mía.
  Dicen que tengo de ser
galán de cierta mujer,
y de celos me prevengo,
que hasta agora no la tengo,
pero puédola tener.

CAMARERO:

¿Qué caballo?

RUFINO:

  Azul también.

CAMARERO:

¿Azul?

RUFINO:

Pues, ¿qué se os da a vós?

CAMARERO:

Los pobres, cuando se ven
ricos...

RUFINO:

Bien dice, por Dios.
Haced que a comer me den.
  El vestir mando y replico;
esto de comer suplico.

CAMARERO:

Voy.

RUFINO:

Por mí mismo he sacado
que no hay necio más cansado
que pobre que llega a rico.

(Vase. Salen OROFRISA y BORIS, trae una carta, [y] RODULFO.)
OROFRISA:

  ¿Tanto dolor os ha dado?

BORIS:

Vengo de pesar furioso.

OROFRISA:

Leédmela.

BORIS:

¡Estoy turbado!
¡De ti, infame, estoy quejoso!

RODULFO:

¿Señor...?

BORIS:

Tú me has engañado.
  ¿Es este el Demetrio muerto?

RODULFO:

Luego, ¿vive?

BORIS:

Y está cierto,
que está en Polonia.

RODULFO:

¿En Polonia?

BORIS:

Y que fue desde Livonia,
dice esta carta, encubierto.
  Y el Rey con gente le anima
y iguala a su Majestad.
Ya todo el vulgo le estima;
pues, ¿quién habrá, si es verdad,
que su violencia reprima?

RODULFO:

  Señor, tú propio has contado
que mil hombres han tomado
las personas de los muertos
y, fingiéndose encubiertos,
a mil reinos aspirado.
  Mira que aquesto es fingido.

OROFRISA:

Que lo sea o no lo sea,
estando tú prevenido,
jamás en lo que desea
se verá restituido.
  Escribe al Emperador,
al Papa, a Bohemia, Hungría...,
y pide a todos favor.

BORIS:

Al Emperador querría
hacer un embajador
  que ofrezca de parte mía
paz y amistad verdadera
y gente, como le envía
Italia, contra la fiera
guerra del turco en Hungría.
  Quiero ofrecerle un tesoro
en mis amorosas cartas
y, conforme a su decoro,
tantas cebellinas martas
que valgan un millón de oro.
  Al Papa quiero escribir
que soy príncipe clemente
y católico, y pedir
que el rey Sigismundo intente
este disinio impedir.
  No habrá príncipe de quien
Demetrio espere favor
en este intento, con quien
no trate paz por amor,
o por interés también.
  Aunque el mejor medio fuera
matarle, si yo pudiera.

OROFRISA:

Pues, ¿por qué no has de poder,
sin aguardar a temer
lo que si él vive se espera?
  ¿Para qué es la industria, el oro
el poder y el amistad?

BORIS:

Daré, Orofrisia, un tesoro
a quien le mate.

RODULFO:

Escuchad,
que yo la prenda que adoro
  quiero dejar por resguardo
de que iré a dalle la muerte.

BORIS:

¡Oh, buen Rodulfo gallardo!
¡Cómo cumples desa suerte
lo que de tu pecho aguardo!
  Mas, porque vayas mejor,
si en la libertad repara,
irás por embajador
al mismo Rey que le ampara.
Quejoso de su rigor,
  di el agravio que recibo
en que a un fingido villano
dé crédito.

RODULFO:

Yo procuro
mi partida.

BORIS:

¡Y cuán en vano
piensa que Demetrio es vivo!
Camina presto.

RODULFO:

  Yo voy
a servirte.

(Vase RODULFO.)
BORIS:

Triste estoy.
Con razón tengo cuidado.

(Sale ELIANO.)
ELIANO:

Otras nuevas han llegado.

BORIS:

El blanco del vulgo soy.

ELIANO:

  Dicen, señor, que ha salido
Demetrio ya revestido
de tres títulos y nombres
con cincuenta y dos mil hombres.

BORIS:

¡Brava desvergüenza ha sido!
  ¡Que esto el de Polonia intente!
¿Hay tal maldad?

OROFRISA:

Gran señor,
toma las armas.

BORIS:

En gente,
en oro, en fuerza, en valor
le venceré fácilmente.
  Salgan luego mis banderas,
cubran las verdes riberas
del Boris, ten ese lado,
marchen en campo formado
las bien armadas hileras.
  Cien mil hombres llevaré:
los veinte mil a caballo,
los ochenta mil a pie.

OROFRISA:

Algún infame vasallo
autor deste enredo fue.
  Pues yo tengo de ir contigo.

BORIS:

Y vuestros hijos irán,
aunque pequeños, conmigo.

OROFRISA:

Bien haces; y aprenderán
a dar a infames castigo.

BORIS:

  Haz una horca, Alïano,
mientras que voy a prender
a este fingido villano.

ELIANO:

La de Amán te pienso hacer.

BORIS:

¿Qué dices?

ELIANO:

Que aún es temprano.

BORIS:

Vamos.

ELIANO:

(Aparte.)
Todos con deseo
de ver su príncipe están.
Ya me parece que veo
triunfar del soberbio Amán
al humilde Mardoqueo.

(Vanse. Sale[n] MARGARITA y LISENA a una ventana.)
LISENA:

  Desde este balcón, señora,
verás el lucido alarde
del Príncipe.

MARGARITA:

Dios le guarde.

LISENA:

¿Eso respondes agora?

MARGARITA:

  Y le dé vitoria, amén,
pues es la causa tan justa
que favorecerle gusta
mi padre, y el Rey también.

LISENA:

  Ayer, roto, le tenías
por truhán; ¿y hoy le deseas
tanto bien?

MARGARITA:

Para que veas
sus venturas y las mías.
  Palabra me dio, desnudo,
de que seré su mujer.

LISENA:

Vestido podrá romper
la que roto darte pudo.
  Agora es gran duque y rey,
entonces era una sombra.

MARGARITA:

El alma siempre se nombra
de un valor y de una ley.
  Y pues la misma tenía,
no dudes que era verdad
la fe de la voluntad,
pues ya le he dado la mía.

(Salen capitanes y soldados, sacan una bandera con un Sol que una mano saca de unas nubes y algunas aves huyendo; sale el PALATINO y RUFINO y DEMETRIO, con bastón y gola muy galán, y el REY DE POLONIA, con capa muy galán, adornado de camafeos.)
REY:

  ¡Dios te haga venturoso!

DEMETRIO:

Mi fe en su piedad espera.

REY:

La empresa de la bandera
me da a entender.

DEMETRIO:

Rey famoso,
  deste Sol que ves aquí
mi nuevo Oriente se arguya,
porque aquella mano es tuya,
que me saca al mundo ansí.
  Los nublados son mis graves
penas y rotos vestidos.
Destos rayos esparcidos
van huyendo aquellas aves:
  búhos y mochuelos son
y otras que de noche vuelan,
que apenas el Sol recelan,
cuando huyen.

CONDE PALATINO:

La invención
  es como de ingenio tal.
La letra dice...

DEMETRIO:

En naciendo.

REY:

Todo el pensamiento entiendo
digno de un pecho real.
  Muestra que Boris, tirano,
y los que le dan favor
ha de ver del resplandor
del Sol que saca esta mano.
  De manera que, en naciendo
su luz, el vuelo les quita.
¿Quién está allí?

CONDE PALATINO:

Margarita,
mi hija.

(Hácense cumplimientos.)
DEMETRIO:

A verme partiendo.
  ¡Notable favor, señora!

MARGARITA:

Nuevo Alejandro segundo,
¿vais a conquistar el mundo?
Sol lleváis.

DEMETRIO:

Es de esa aurora.
  Y esos ojos, Margarita,
de luz divina adornados,
han subido a tantos grados
la que al Sol la suya quita
  que le han convertido en fuego,
de cuyo fuego nació
este Sol que llevo yo
con que tantas aves ciego.

MARGARITA:

  Luego, ¿podré estar segura
de la palabra?

DEMETRIO:

Y tan ciert[a],
si este Sol a verse acierta
en el centro que procura,
  que antes dejaré de ser
que dejarla de cumplir.

MARGARITA:

Si a un Rey se puede pedir,
y obliga el dar la mujer,
  no miréis para rompella
que tan roto me la distes.

DEMETRIO:

Si vestida el alma vistes,
desa salió, y vós por ella.
  Y palabras desa suerte
todas a personas tales
son espíritus vitales
que se rompen con la muerte.

RUFINO:

  El Cielo en mi bien se muda.

MARGARITA:

Vamos, Lisenia, de aquí,
que no es bien estar ansí.
Dios en tu defensa acuda.

(Vanse del balcón.)
DEMETRIO:

  Vuestra Majestad me dé
su bendición.

REY:

Con los lazos
destos amigables brazos
y testigos desta fe.
(Abrázanse.)
  Dios, Demetrio valeroso,
te restituya en tu imperio.

DEMETRIO:

No me guardo sin misterio
de un hombre tan cauteloso.
  Dios me dé vitoria dél
y tiempo de agradecerte
tanta merced.

REY:

Conde, advierte
que llevas un hijo en él,
  tuyo por obligación
y mío por voluntad.

CONDE PALATINO:

Crea vuestra Majestad
que intentos del Cielo son.

(Vanse todos al son de cajas, que del REY sale el DUQUE DE ARNIES.)
DUQUE DE ARNIES:

  En este punto ha llegado
de Boris embajador.

REY:

¡Embajador de un traidor!

DUQUE DE ARNIES:

¿Por qué traidor le has llamado?

REY:

  Duque, vós sois de su parte.
Entre y no me repliquéis.

DUQUE DE ARNIES:

Entrar, Rodulfo, podéis.

(Sale RODULFO.)
RODULFO:

¡Guárdete Dios!

REY:

(Aparte.)
De ayudarte.

RODULFO:

  El gran Rey, ínclito señor, me envía
con justa queja de una queja injusta,
que apenas creo de la vista mía.
  Dice que tu persona heroica, agusta,
ha sido indina de dar crédito a un loco
que de engañarte con quimeras gusta.
  Sin las dificultades que no toco,
se vee que en lo que agora intenta ha dado
a un hecho grande fundamento poco.
  Este nuevo Demetrio, levantado
de la espuma vulgar del lodo infame,
¿por qué quieres que príncipe se llame
  siendo hijo de un clérigo que hoy vive,
y que esta voz y fábula derrame?
El proceso tendrás, que ya se escribe,
  de la vida de aqueste sedicioso
de quien Moscovia tanto mal recibe.
Fue estudiante primero, y religioso,
  y en desprecio del hábito, soldado;
fue encantador y astrólogo famoso;
por salteador ha sido castigado.
  ¡Qué bien vendrá la púrpura en espaldas
de un hombre infame en público afrentado!
¡Qué bien vendrán las hojas de esmeraldas
  del divino laurel entre las sienes
y el cetro a quien merece rueca y faldas!

RODULFO:

Ya el Papa deste vil noticia tiene:
  descomulgarte en cónclave se trata,
y aun el Emperador armas previene.
A la remota España se dilata
  la nueva; de tu error todos se admiran,
de tu inocencia todo el mundo trata,
a su ejemplo también otros aspiran
  y hay mil Demetrios ya; pues, ¿cómo quieres
hacer secreto lo que tantos miran?
¿Qué puede haber que de un traidor espere,
  que tiene ya la horca apercebida?
Siendo cristiano, príncipe y quien eres,
no dejes la amistad, tan bien nacida,
  de Boris, el gran duque, rico y noble,
ni desprecies que agora, Rey, te pida
que adornes en su cuerpo infame un roble
  para que sirva a los demás de ejemplo,
pues no es razón que tu valor se doble,
que ha tenido la fama heroico templo.

REY:

  Estoy desa relación,
Embajador, admirado
hasta que me han engañado.
¡Qué estraño enredo y traición!
  Mas no pasará adelante:
yo escribiré al Conde luego
que le abrase en vivo fuego.
Duque, ¿hay traición semejante?

DUQUE DE ARNIES:

  Todo el mundo, gran señor,
de tu engaño murmuraba.

REY:

Como el Conde le fïaba,
di crédito a tanto error.
  Voy a escribir que en el punto
que llegues corte su cuello.

RODULFO:

Yo iré con la carta.

REY:

En ello
me servirás.

(Vase.)
DUQUE DE ARNIES:

No pregunto,
  Rodulfo, si es o no es
este Demetrio; mas digo
que soy de Boris amigo
y que me corre interés.
  Quiere el Conde Palatino
casarle con Margarita,
que de mis brazos la quita.

RODULFO:

Tu pensamiento adivino.
  Mas no temas, que sin duda
Demetrio, fingido o cierto,
no puede escapar de muerto.

DUQUE DE ARNIES:

¿Y si el Rey de intento muda?

RODULFO:

  Ya con cien mil hombres marcha
Boris, ceñidas las sienes
de laurel, al Boristenes
sin temer su helada escarcha,
  adonde le hará pedazos
con vitorioso trofeo.

DUQUE DE ARNIES:

¡Ay, Margarita! No creo
que te han de gozar mis brazos.

(Vanse, y sale[n] el CONDE PALATINO y RUFINO y DEMETRIO, príncipe.)
CONDE PALATINO:

  Impórtanos, por ser de aqueste río,
cuidado y vigilancia, ilustre Príncipe.

DEMETRIO:

Mayor importa en tan oscuras selvas,
donde tengo noticia que, escondidos,
algunos enemigos nos esperan.
Mucha gente nos falta.

CONDE PALATINO:

Dicen muchos
que con dineros Boris los corrompe,
que es invencible el oro.

DEMETRIO:

¡Ah, Cielo santo!
Yo, pobre, sin tesoro y sin ejército,
pues que me falta gente cada día,
¿cómo podré salir con tal impresa,
y contra el más cruel y poderoso
tirano que hasta agora el mundo ha visto,
aunque entren los dionisios de Sicilia,
Bolicates en Éfeso y Busiras
en Egipto, pues todos no le igualan?

(Salen ELIANO y FINEA.)
ELIANO:

  Dando el debido respeto
que se debe a las sagradas
letras, no habrá, te prometo,
en las historias pasadas
hazaña de tanto efeto.
  Dejo a Judit y a Raquel,
pero darante el laurel
Dalida y Amalasiunta
si, con esa aguda punta,
pasas su pecho crüel.
  De su parte estaba yo,
mas Boris me prometió
darme un título, que ha sido
Finea el que me ha traído,
que razón y gusto no.

FINEA:

  A mí me trujo el quererte
y el decir que has de casarte
conmigo si le doy muerte.

ELIANO:

Si él apetece el gozarte,
en que es muy seguro advierte.
  Será secreto lugar;
y que le podrás matar
en su deleite ocupado
es sin duda.

RUFINO:

Aquí ha llegado
gente que te quiere hablar.

DEMETRIO:

¿Qué quieren?

FINEA:

  Yo te buscaba.

DEMETRIO:

Pues, ¿quién eres?

FINEA:

¿No lo ves?
Cuando tu ejército entraba
por el bosque del Simbés,
con ese soldado estaba.
  Vite, Demetrio, y nací
con flaqueza de mujer,
que vive ansí.

DEMETRIO:

Pues de mí,
¿qué es lo que puedes querer?

(Hablan DEMETRIO y FINEA aparte en secreto.)
FINEA:

Oye con secreto.

DEMETRIO:

Di.

ELIANO:

  ¿Así se conciertan? ¡Cielos!
Y llego a tan gran lugar
que antes tenía recelos
del Sol y ya vengo a dar
por un título mis celos;
  demás que tengo creído
que se antecipe su muerte
al intento prometido.

DEMETRIO:

No digas más.

FINEA:

Oye, advierte...

DEMETRIO:

Todo lo tengo entendido.
¡Soldado!

ELIANO:

¿Señor...?

DEMETRIO:

  ¿Quién es
esta mujer?

ELIANO:

¿No lo ves?

DEMETRIO:

Si fueras hombre discreto,
¿no fïaras tú secreto
de mujer?

ELIANO:

Pues...

DEMETRIO:

Ya es después.
¡Conde...!

CONDE PALATINO:

¿Señor...?

DEMETRIO:

  El soldado
es un traidor que ha envïado
Boris a darme la muerte.

CONDE PALATINO:

¿Qué dices?

DEMETRIO:

La industria advierte
que la mujer me ha contado:
  para que me enamorase
la trujo, y que me matase
cuando en secreto estuviese.

CONDE PALATINO:

¿Que tal maldad presumiese?

RUFINO:

Deja que el pecho le pase.

DEMETRIO:

  Tente, Rufino, eso no,
porque ha de haber diferencia
del traïdor que le envió,
porque diga esta clemencia
el mundo, que yo soy yo.
  Vete, villano Elïano.

ELIANO:

Señor...

DEMETRIO:

Huye.

RUFINO:

¿Que esto quieres?

CONDE PALATINO:

A no lo tener por llano,
supiera agora quién eres
viendo tu piadosa mano.
  A la mujer premio debes.

DEMETRIO:

Esta cadena y anillo,
puesto que son premios leves.

FINEA:

No quiero yo recebillo,
aunque a darme el mundo pruebes.
  Guarda el oro, que, si es justo,
me honrarás cuando rey fueres,
que la moneda del gusto
también corren las mujeres
queriendo a veces lo justo.

DEMETRIO:

  Guárdame aquesta mujer,
Rufino.

RUFINO:

De buena gana
mi camarada has de ser

CONDE PALATINO:

Ya la gente el paso allana.

DEMETRIO:

Pues Dios me ha de socorrer.

(Sale RODULFO.)
RODULFO:

¿Quién es el Conde aquí?

CONDE PALATINO:

  ¿Quién lo pregunta?

RODULFO:

Un crïado del Rey con esta carta.

CONDE PALATINO:

Yo os apuesto, Demetrio, que os avisa.
Muestra: leerela.

RODULFO:

Toma. ¡Cielo santo,
que este es Demetrio, a quien le di la muerte!
No puede ser. ¿Yo no apreté su cuello,
pequeño niño, y le dejé en la cama
sin aliento vital y, después desto,
no puse fuego al fuerte?

CONDE PALATINO:

¡Estraño caso!

DEMETRIO:

¿Qué escribe, Conde, el Rey?

CONDE PALATINO:

Oye.

DEMETRIO:

Prosigue.

RODULFO:

[Lee alto.]
«El que esta lleva vino, Conde, a verme. Contome mil enredos y mentiras llamando encantador al inocente Demetrio, y hombre castigado en público. Mas, como a mí de la verdad me consta, quise enviarosle allá disimulando, porque la ley de embajador le valga conmigo, y con Demetrio no, pues viene a procurar su muerte, pues me pide sea de roble o haya, que hay bien altos. Dalde el castigo que merece, en tanto que se le da al traidor mayor del mundo».

DEMETRIO:

¿Firma?

CONDE PALATINO:

  El rey de Polonia, Segismundo.

DEMETRIO:

  ¿Faltan más persecuciones?

CONDE PALATINO:

¿Quedan ya más asechanzas?

RODULFO:

¿Del Rey son esas razones?
Burló el Rey mis esperanzas.

CONDE PALATINO:

En contingencia me pones
  de ser tu verdugo fiero
mientras a Boris espero.

RUFINO:

Pues, ¿no estoy yo aquí?

CONDE PALATINO:

Rufino,
al capitán Albaíno
entrega este caballero.
  Haz que con su cuerpo infame
afrente el tronco de un roble.

RUFINO:

No es menester que le llame.

DEMETRIO:

Tente, que no es bien que un hombre
con la crueldad se disfame.
¿Quién eres?

RODULFO:

  Rudulfo soy;
con la mujer de tu tío
estoy casado.

DEMETRIO:

Y yo estoy
tan justo con el ser mío
que vida y perdón te doy.
  Parte a Boris, y dirás
que lo mismo hiciera dél.
Y no es piedad, por ser más,
como ha sido tan crüel,
no parecerle jamás.
  Él quiere ser mi homicida;
yo no le quiero ofender.
Quiero que perdón me pida,
que no le he de parecer
mientras Dios me diere vida.
  En diferentes estados
hoy somos tan diferentes,
de todo el mundo notados,
que no perdona inocentes
y yo perdono culpados.
  Él dice que he sido yo
castigado por justicia,
aunque en esto se engañó,
porque lo fui de malicia,
pero de justicia no.
  Encantador me ha llamado,
pero, si mira mejor
los trabajos que he pasado,
él es el encantador
y yo he sido el encantado.

DEMETRIO:

  ¿Qué formas no ha habido en mí?
Fraile fui para rogar
a Dios volviese por mí;
segador, para enseñar
la hoz que ya corta aquí.
  Espigas hay que derrame
al suelo en tanto que llame
mi piedad la maldad suya.
Pero dejando la tuya,
porque ha sido intento infame,
  no fue el estar sin provecho
en la cocina. Sospecho
que allí me enseñé a guisar
el veneno que he de dar
a la traición de su pecho.
  Agora ya soy soldado,
porque Dios me da favor
para que cobre mi estado.

RODULFO:

Quien tiene tal defensor,
no puede ser derribado.
  Déjame besar el suelo
de esos pies.

DEMETRIO:

Ten, que recelo
que, pues los pies solicitas,
si tu veneno vomitas,
dar con mi vida en el suelo.
  La cabeza fue la pieza
que buscaba tu interés
en aquella fortaleza,
y agora intentas los pies,
como escapé la cabeza.
  Vete, Rodulfo, que es cierto
que, si de César la historia
(por ser hijo de Lamberto)
me atormenta la memoria,
no escaparás de ser muerto.

RODULFO:

  Voyme, pero a voces quiero
decir que Demetrio vive.

(Vase, y sale el CAPITÁN ALBAÍNO.)
RUFINO:

¡Que así se vaya este fiero!

ALBAÍNO:

¡Oh, gran Demetrio! Apercib[e]
contra el tirano tu acero,
  que desa parte del río
ya con su campo te aguarda
y provoca a desafío.

DEMETRIO:

¡Cielos, el castigo tarda!
¡Ea, Conde, señor mío!
  ¡Ea, ilustres caballeros
de Polonia!

CONDE PALATINO:

Los primeros
habemos de acometer.

DEMETRIO:

Señor, ¿quién puede vencer
sin vós contrarios tan fieros?
  ¡Virgen santa, mi abogada!
Aquí os traigo retratada,
y en el corazón mejor.
Diez templos en vuestro honor
prometo. ¡Ayudad mi espada!

(Toquen dentro guerra, guerra. Salen el REY y MARGARITA.)
MARGARITA:

  ¿En ese trance se ha visto?
Su vida me da cuidado.

REY:

Piérdele de eso.

MARGARITA:

Su estado
con mis lágrimas conquisto
  como con las armas él.

REY:

Si esta vitoria gana,
todo lo demás allana.

MARGARITA:

Este tirano cruel
  es señor muy poderoso;
cien mil hombres ha juntado,
y un ejército pagado
es por estremo animoso.

REY:

  Juzgaste como mujer.
Los que sirven por amor
tienen doblado valor
para morir o vencer.
  El soldado que es amigo,
si al capitán pobre siente,
pelea como valiente
por cobrar del enemigo.

MARGARITA:

  Oigo decir que se va
toda su gente al tirano;
con el dinero en la mano
a todos llamando está.
  Los cosacos, gente diestra,
le han dejado, y le importara,
pues que tu favor le ampara
y ya es honra tuya y nuestra,
  señor, que te hallaras donde
que se reportara hicieras,
que se va por las riberas
y por las selvas se absconde,
  que iré también contigo
y otra Tomiris seré.

REY:

Pues su amparo comencé
y soy su deudo y amigo,
  vamos, que yo no me canso
de dar a Boris enojos.

MARGARITA:

¡Ay, Demetrio de mis ojos!
¿Cuándo te veré en descanso?

(Vanse; tocan dentro y salen algunos buyendo, y DEMETRIO detrás con rodela y espada.)
DEMETRIO:

  ¿Adónde, soldados, vais,
vuelta la espalda al traidor,
que él la volverá mejor
como el rostro le volváis?
  Demetrio soy, caballero[s];
que no soy encantador,
aunque a mi voz y a mi honor
parecéis áspides fieros.
  ¡Triste de mí! No aprovecha.

(Sale RUFINO, desnuda la espada.)
RUFINO:

¡Ah, Príncipe desdichado!

DEMETRIO:

¿Qué hay, Rufino?

RUFINO:

Que ha parado
tu rueda de viento hecha.

DEMETRIO:

  ¿Esto da esta gente vil?

RUFINO:

No lo digas, que el exceso
os puso en tan mal suceso.

DEMETRIO:

¿Cómo?

RUFINO:

Porque son cien mil,
  y acá veinte mil no son.

DEMETRIO:

Pues hoy cesan mis trabajos.
¡No más en hábitos bajos,
que es de infame corazón!
  ¡Virgen, ayudad mi espada!

RUFINO:

¿Adónde vas?

DEMETRIO:

A morir.

RUFINO:

Pues yo te voy a seguir.

DEMETRIO:

Hoy seré César o nada.

(Vanse, y tocan las cajas, y salen algunas, y sale el CONDE tras ellos.)
CONDE PALATINO:

  ¡Oh, gallardo! ¡Oh, famoso caballero!
Con tal valor ha vuelto a la batalla
que la gente que ya vencida huía
le van siguiendo y a su ejemplo hacen
hazañas inauditas.

(Salen BORIS y DEMETRIO tras él.)
DEMETRIO:

Oye, espera.

BORIS:

¿Qué me quieres?

DEMETRIO:

Que me escuches.
Yo soy Demetrio.

BORIS:

Si pues quiere el Cielo
mostrar milagros en defensa tuya,
vesme aquí de rodillas a tus plantas.
Por secretos del Cielo y por castigo,
yo [te] rendiré el alma envuelta en sangre.

(Vase BORIS, y dase de puñaladas.)
DEMETRIO:

¡Espera!

CONDE PALATINO:

Murió vertiendo sangre por la boca.

DEMETRIO:

¡Ah, bárbaro, que, en fin, lo fuiste tanto
que quisiste morir con esta furia
por quitarme la gloria que tuviera
de perdonarte, pues perdón te diera!

(Sale un SOLDADO.)
SOLDADO:

  Advierte, heroico señor,
para fin de tu vitoria,
el más estraño suceso
que has oído en tantas cosas
como en años diez y seis
pasaron por tu memoria.
Luego que entendió Orofrisia
[que] Boris perdió la gloria
desta batalla y que en sangre
echó el alma por la boca,
hizo a su gente y privados
una plática amorosa
pidiendo que a Juan, su hijo,
diesen su real corona.
Mas viendo que a voces dicen
¡viva Demetrio!, furiosa
descurrió toda la tienda
y halla un vaso de ponzoña.
En un estrado se sienta
y a sus dos hijas exhorta:
Juana estaba de una parte;
de la otra, Isabel la hermosa.
Dioles a beber primero
y luego, temblando toda,
cuando los niños espiran,
el vaso en la mano toma,
pero diose tanta priesa
y murió tan por la posta,
que alcanzó las almas dellas:
la esperaron en las bocas.
Allí cayó, y a este punto
Segismundo de Polonia
con Margarita llegó,
que dicen que es ya tu esposa.
La gente de Boris junta
la llama reina y señora
y, con laureles y palmas,
gran Duque y señor te nombran.

(Sale[n] el REY DE POLONIA y MARGARITA, RUFINO y toda la gente, y RODULFO y LISENA.)
UNO:

¡Viva el príncipe Demetrio!

TODOS:

¡Viva el duque de Moscovia!

UNO:

¡Muera Boris, el tirano!
¡Muera el tirano sin honra!

REY:

Dame, Demetrio, esos brazos.

DEMETRIO:

Después de Dios esta gloria
se os debe, señor, a vós.

MARGARITA:

Demetrio...

DEMETRIO:

¿Duquesa hermosa...?

MARGARITA:

Cumplido habéis la palabra.

DEMETRIO:

Mi mano os prende.

MARGARITA:

Esta sola
estimo más que el Imperio,
porque siendo vuestra, sobra.

CONDE PALATINO:

Hijo, de mi mano quiero
ceñir destas verdes hojas
tu cabeza.

DEMETRIO:

Sois mi padre.

(Pónele una guirnalda de laurel.)
RUFINO:

¿Podré hablar contigo agora?

DEMETRIO:

Rufino, español amigo,
hermano, a tu arbitrio toma
deste Imperio cuanto quieras.

RUFINO:

Solo a Rudolfo perdona,
porque él, gran señor, ha sido
quien tus grandezas pregona,
quien dijo que eras Demetrio,
quien con voces animosas
hizo volver a tu gente.

DEMETRIO:

Agravio ha sido que pongas
mi piedad en contingencia,
pero su culpa te abona.
Lo que una vez perdoné,
perdono mil veces.

RODULFO:

Cobras
un nuevo vasallo en mí.

DEMETRIO:

Premiar quiero tu persona,
pues tú no quieres, Rufino.

RUFINO: :

Señor, el verte me sobra
donde mi amor deseaba.

DEMETRIO:

Serás duque de Cracovia
y marqués de Cacuriso,
pero que le des me importa
la mano a Lisena.

RUFINO:

Digo
que ya es Lisena mi esposa.

LISENA:

¿Qué mejor bien pudo darme
que aquesta mano española
esa generosa mano?

DEMETRIO:

A vós, gran rey de Polonia,
mi vida, mi Imperio ofrezco,
y por mi persona propia
iré luego contra Carlos.

REY:

Tu esposa y tu Imperio goza
dando fin a los sucesos
del Gran Duque de Moscovia.