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El cardenal Cisneros/XLVIII

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Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original. Publicado en la Revista de España.


XLVIII.

Esta irradiación de cultura, esta levadura literaria, venía á todo el país de Salamanca, no sin justicia considerada como la Aténas de España, durante siglos. Cisneros la dió bien pronto una feliz rival en la célebre Universidad de Alcalá, que en poco tiempo, como Minerva de la cabeza de Júpiter, nació perfecta y acabada de su cerebro, por lo cual había no pocos que la llamaban la octava maravilla del mundo. Dejamos dicho la época en que Cisneros puso la primera piedra de aquel edificio al terminar el siglo XV, y no hubo momento de ocio que le dejaran sus graves ocupaciones religiosas ó de Estado que no lo consagrara á aquel santuario de la ciencia, á adelantarlo, á embellecerlo, á concluirlo. Veíase á Cisneros frecuentemente en Alcalá con el cordel y la escuadra en la mano, tirando lineas, visitando las construcciones, dirigiendo la obra, animando á los trabajadores con su presencia y con sus favores. De dia en dia se veía crecer y prosperar este edificio, y hacia fines de 1503 ó principios de 1504, vino de Roma la autorización para establecer la nueva Universidad. Los Papas Alejandro VI y Julio II le otorgaron grandes privilegios, y no menos León X, que vino en seguida, protector tan decidido de las artes y de las letras. Los Reyes de España hicieron otro tanto que los Papas, y Alcalá obtuvo de la Corona singulares gracias y exenciones que hicieron de esta población la residencia más barata de los Reinos.

Principio y fundamento de toda la Universidad fué el Colegio de San Ildefonso. Debía de tener treinta y tres colegiales en memoria de la edad de Cristo, y doce sacerdotes, como recuerdo del número de los Apóstoles. Ocupábanse los primeros del estudio de la teología y de la administración del establecimiento, al paso que los últimos no debían tomar parte en la enseñanza, sino consagrarse exclusivamente al culto divino y al ejercicio de la caridad. A más de esto se constituyeron dos casas de pensión, la de San Eugenio y la de San Isidoro, en donde se costeaba la educación de cuarenta y dos discípulos necesitados. Aun se constituyeron dos nuevos colegios, el de Santa Balbina y el de Santa Catalina, aquel en donde se estudiaban dos años de dialéctica, y éste, en donde se aprendían, durante el mismo tiempo, la física y la metafísica. Cuarenta y ocho eran los estudiantes que cada uno de estos colegios podian tener, y asistían todos á las lecciones de filosofía de la Universidad, tomando parte cada catorce dias en conferencias públicas, que eran una verdadera gimnasia del entendimiento. Todavía hubo más establecimientos de enseñanza, pues en honor de los Santos Apóstoles San Pedro y San Pablo, fundó un instituto que se llamó el Pequeño Colegio, en donde trece franciscanos se dedicaban al estudio, establecimiento que produjo en el porvenir frailes muy distinguidos de esta orden [1]. Fáltanos consignar el colegio de San Jerónimo, en donde aprendían tres idiomas hasta treinta discípulos, diez el latin, diez el hebreo y otros diez el griego, y añadir que el Hospital de la Madre de Dios, cuando se construyó otro de más vastas proporciones, fué también consagrado á la enseñanza gratuita de veinte y cuatro pobres, diez y ocho que sé dedicaban á la teología y seis á la medicina.

Así, pues, Alcalá vino á ser como un santuario de la ciencia. Nueve colegios habia agregados al de San Ildefonso, con su hospital, sus bibliotecas, sus capillas, sus refectorios, y todo construido con desahogo, con gran solidez, hasta con magnificencia. Los viejos edificios vinieron abajo, las calles se empedraron, se hicieron corrientes las aguas estancadas, y en pocos años vino á ser grande, rica é ilustre una población antes inculta y abandonada. Por esto no extrañamos que los contemporáneos de nuestro Cardenal digeran de él con equívoco feliz, atendiendo á su noble afán de edificar tantas fábricas: la Iglesia de Toledo no ha tenido en tiempo alguno Obispo más edificante en todos conceptos.

Por lo demás, y ya que la ocasión es oportuna, reconozcamos que es más noble y fecundo el afán de edificar que el de destruir. En aquel siglo de atraso, Cisneros regeneraba á Alcalá y la convertia en tabernáculo de la ciencia. La piqueta revolucionaria del siglo XIX ha barrido aquel santuario, y en su lugar tal vez existen hoy cuadras para nuestros corceles de guerra, sin que el espíritu liberal, al cual, por otra parte, tanto debe la pátria, haya creado nada para compensar á las clases pobres y desvalidas de la pérdida que han sufrido, pues ya no encuentran en otras universidades aquella protección y aquella ayuda que les servia para ascender en nivel social por medio de su constancia y aplicación.


  1. Conozco un libro impreso en Madrid el siglo pasado, de Fray Aniceto Alcolea, que contiene una corta biografía de Cisneros y una larga lista de los padres franciscanos que se educaron en el Pequeño Colegio y más se distinguieron en el mundo, llegando á Generales de la Orden, á Provinciales y aun á Obispos.