El consejo del Torrijas

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El consejo del Torrijas
de Arturo Reyes


I[editar]

-¿Qué buscará el Pijota por esta calle, que me lo vengo trompezando desde hace unos días más veces que flores da un carambuco?

Dolores sonrió de modo malicioso y repúsole a su marido, al par que colgaba del perchero la cazadora que aquél acababa de quitarse:

-¿Qué querrás tú que busque por aquí sino que le den un desengaño?

José posó sus grandes ojos con expresión interrogadora en los de su mujer, y tras breves instantes de silencio le preguntó:

-¿Es por ti, por casolidá, por quien viée por aquí ese caballero?

Se encogió desdeñosamente de hombros Dolores, y tras hacer un gracioso mohín, le repuso:

-¡Y lo que a ti te debe importar que venga u no venga por mi ese Don Quita Sentíos!

Miró José silenicioso a su mujer, y tras pasear su mirada amante y acariciadora por su semblante, donde por divino decreto parecian haberse dado cita los tonos más suaves y aterciopelados con los más frescos y purpurinos, por su pelo ebánico y rizoso, por su pecho arrogante y mórbido, por su talle elástico y cimbrador y por su redonda cadera.

-Pero ¿es por ti u no es por ti por quien viene ese Don Fantesía? -volvió a preguntarle con acento donde la inquietud empezaba a poner sus trémulas reflexiones.

Dolores se acercó al Viruta, sentose sobre sus rodillas, le ciñó el cuello con su brazo escultural, y díjole, enlazando casi con las suyas sus pestañas y rozando con los suyos fragantes los labios rojos y sensuales de su marido.

-Sí, señor, por mí, por mi presona; por mi presonita gitana es por quien viée por aquí don Periquito el Pijota.

-Pos menester es que ese gachó se entere de que no se puée pasar por esta linde sin estar a pique de dejarse el corazón en el camino -murmuró sordamente Joseíto.

-Eso es lo que tú debes jacer, chavó: ponerte de uñas por que ese Don To Panza se pasee u no se pasee por esta calle, como si en la calle, que es de toíto er mundo, pudieras tú sembrar a tu capricho lo que a ti te dé la repontentísima gana. ¿No comprendes tú que nadie puede evitar que ese caballero se pasee y mire u no mire lo que sea más de su gusto?

-Pero es que ese gachó puée premitirse alguna vez...

-Ese gachó -dijo Dolores, interrumpiendo bruscamente al Viruta -ya se guardará muy mucho de premitirse naíta; primero, porque ya tengo yo güen cuidao que no me vea ni de canto, y segundo, que si el hombre se aterminara (que no se aterminará) a decirme pío tan siquiera, ya sabría yo decirle: «Pero venga osté acá, so guasón, so mal arate, so sin rocío, ¿no comprende usté que yo no voy a dejar toíto un sol por una estrella del rabo; que tengo yo pa mi sola cuasi un San José, que es el que manda en mi voluntad y en mi corazón y en toítos mis pensamientos, que es el único hombre que cuando me mira me marnetiza, y que usté comparao con él no vale lo que vale una corcheta?»

Cuando Joseíto, media hora después, entraba en casa de su compadre el Torrijas, iba tan cejijunto y sombrío que hubo aquél de preguntarle:

-Pero oiga usté, compadre, ¿por casolidá acaba usté de trompezarse con el viático en el camino?

-Yo, no, señó. ¿Por qué me lo pregunta usté, compadre?

-Pos porque me parece que viée usté de recomendarle el alma a alguno de la familia.

-Lo que traigo yo es negra la sangre de pensar que voy a tenerle que dar un crujío que le parezca tres por lo menos a Periquito el Pijota.

Quedose mirando Curro el Torrijas a su amigo con picaresca expresión, y, tras un breve silencio, le repuso:

-Usté no le dará ningún crujío a Periquito el Pijota tan y mientras Periquito el Pijota no salga de ponerse la mano en el corazón y de dar suspiros al viento.

-Luego está usté enterao de lo que pasa y usté no me ha dicho naíta -dijo el Viruta con acento de reproche y posando una mirada agresiva en su compadre.

Éste se encogió de hombros y le contestó con acento indiferente:

-Sí, señor, yo estoy enterao de toíto, que toíto me lo ha contao a mí la comadre.

-¿Y usté cree que no debo yo darle al Pijota un acosón en el sitio que más le duela?

-Hombre, eso sigún y como sea el acosón. Si es dir a buscarle la boca y jacer to lo posible por romperle el terno con que Dios lo mandó al mundo, eso me parece una faena esaboría, porque eso no se jace sino cuando las cosas mos muerden en los centros; pero como gracias a un divé mi comadre es güena catorce veces pares, y manque cierre los ojos no deja de ver, tan y mientras usté tiée los suyos de par en par... ¿Usté chanela bien lo que yo le estoy platicando?

-Pero ¿usté cree -exclamó el Viruta con acento irritado -que puée aguantarse eso de que un gachó más o menos fino de talle venga y le ponga sitio al nío aonde tiée uno su paloma?

-Yo no digo que eso se puea aguantar; lo que yo digo es que por tan poquilla cosa no se le jace a naide un boquete ni se arma un estrupicio, y si usté fuera hombre que siguiera un güen consejo, yo le prometería a usté que, sin que se enturbiara el agua, dentro de na ese gachó no se arrimaba ni amarrao a la esquina de la calle aonde usté tiée sus cubriles.

-¿Y eso cómo? -preguntole lleno de sorpresa el Viruta a su compadre, el cual, sonriendo, le dijo:

-Antes necesito yo que usté me diga si va usté a jacer u no toíto lo que yo mande.

-Sí, señor, porque como usté tiée la mar de veces más pesqui que yo, y me estima usté de chipé, usté no es capaz de aconsejarme naíta que no sea cosa de las que manda Dios y la Santa Madre Iglesia.

-Pos entonces esta noche, que corno en toas las de San Juan, habrá peleles en la calle aonde usté vive, le dice usté a la comadre que se ponga en la puerta con las vecinas, y usté en lugar de quearse en su casa se va usté a dir a pasar el rato aonde yo le diré, y tan y mientras yo me quearé cerquita de la comadre.

-¿Y pa qué voy yo a pasar la noche apartao de mi querencia?

-¿Usté va a jacer lo que yo le diga, sí u no?

El Viruta meditó durante algunos momentos, pensó en que su compadre era el amigo que más le quería y el más leal y con más entendimiento de todos, y le repuso:

-Está bien, compadre, está bien; yo jaré toíto lo que usté me diga manque sea tirarme a un pozo.


II[editar]

La calle Alta, como todas las principales del barrio, presentaba un brillante golpe de vista merced a las fogatas que en ella ardían, iluminando con sus rojizos resplandores los nutridos grupos de vecinas y vecinos que en las puertas de sus respectivas viviendas reían y charlaban, contemplando cómo, pendientes de las cuerdas tendidas de balcón a balcón, columpiábase alguna que otra pareja de peleles grotescamente ataviados, cuyo auto de fe inmediato exigían a voz en grito los rapaces, que en bandarrias corrían y saltaban, no sin riesgo, por encima de las alegres candelas.

Mozas y mozos, típicamente vestidos, recorrían la calle, mientras acá y acullá cien amarteladas parejas, caldeadas por el amor, decíanse con los ojos lo que el natural recato en ellas y la prudencia en ellos impedíanles traducir rudamente en sus apasionados decires.

Cuando Curro penetró en la calle, ya adornada con sus trapitos de cristianar y tirando de espaldas de bonita, charlaba animadamente Dolores con la casera en la puerta de su casa sin dignarse corresponder con una sola mirada a las casi dolientes del Pijota, que, situado en la acera de enfrente, oía sin enterarse lo que sus amigos le decían.

Curro, tras saludar a su comadre, sonriendo con expresión maliciosa, se dirigió al grupo desde el cual el Pijota seguía fogueando con apasionado mirar la fortaleza ambicionada, y

-Caballeros, güenas noches -dijo, y tras los apretones de mano de rúbrica, añadió con acento ponderativo-: ¡Camará!, y cómo está la calle de mujerío, chavó, y vaya si está archibonita mi comadre.

-Sí que lo está -repúsole el Tabardillo, mirando furtivamente al Pijota, que desde la llegada de Curro había disminuido un tanto el número de sus poco mortíferos y amantísimos disparos oculares.

-¿Y su compadre de usté por aónde anda esta noche?-le preguntó Antoñico el Velonero.

-Ahora mismito lo acabo de dejar camino de calle Huerto de Monjas, que yo no sé lo que a mi compadre se le habrá perdío en esa calle, que desde jace dos días no jace más que rondarla más que un sereno su distrito.

-Será algún chapú que le habrá caío que jacer al mozo por aquellos andurriales.

-¡Toma, como si lo viera! Por más que en esta ocasión el hombre no se me ha franqueao der to, y cuando le pregunté esta tarde que a qué diba tanto por allí a ciertas horas, en lugar de contestarme me contó el hombre un cuento, con lo cual me dejó más a oscuras que un sótano en una mina.

-Pero ¿qué cuento fue ése tan difícil de entender? -le preguntó el Tabardillo.

-Pos yo se lo contaré a ustedes, a ver si ustedes chanelan una miajita más que chanela mi presona.

-Pos encomience usté, porque yo en eso soy un catedrático; no le diré a usté más sino que no hay acertijo que a mangue se le resista -exclamó Antoñico el Velonero.

-Pos bien: lo contaré. Ustedes supónganse que me dijo mi compadre: «Míe usté, compadre, una vez había en Gaucín dos contrabandistas, y ca uno de los dos contrabandistas tenía una potranca, y las dos potrancas eran dos prendas de órdago, finas y reondas de culata, con los pechos como cántaros y con la cabeza como dos puños de los de plata meneses. Pos bien (siguió diciéndome mi compadre): uno de los dos contrabandistas, que era la mar de agonioso, no jacía más que pensar en que sería mejor pa él tener las dos potrancas en lugar de tener una sola, pero como el gachó se sabía a clavito pasao que el otro antes daría un ala del corazón que dar la que pa él era su tesoro, encomenzó a pillarle las güertas al otro gachó por si podía cogerle en un descuido la potranca de su gusto. Pos bien (siguió mi compadre diciendo): el otro contrabandista, que no tenía na de torpe, se comió la partía, y en un principio tuvo tentaciones de darle un tres con tres al compañero, pero uno de sus amigos, enterao de la cosa, le dijo: «Ven acá tú, guasón, y no seas tú lila nunca y haz lo que yo te digo. Tu potranquilla está educá por ti como si la hubieran educao los mismísimos serafines, y no es capaz de premitir que le jurgue ni a la crin otro jinete ni manque sea el Apóstol, asín es que tú la puées dejar sola sin temor ninguno, y pa castigar a ese mal gachó, tan y mientras él anda acechándote tu potranquilla de oro, tú lo que debes jacer es dirte por sus cubriles, porque sería la mar de regracioso que la tuya, al arrimarse él, le pusiera los cascos en el perfil, y que tú, tan y mientras, recogieras la suya y te la llevaras detrás de ti como si fuese un mansísimo, un cordero.»

-Pos que me maten si yo pesquibo naíta de ese romance -dijo el Tabardillo, mirando a hurtadillas al Pijota, que oyendo a Curro habíase puesto intensamente pálido y con la frente fruncida.

-Pero ¿cómo remató José el cuento?

-Pos lo remató diciéndome: «Yo soy el contrabandista de la potranquilla bien enseñá, y tan y mientras quiée cogérmela mi compañero, voy a ver si le cojo yo la suya, que es tamién una potranca de las que quitan los agrios.»

-Pos no entiendo yo esas cositas -dijo zumbonamente el de los Velones.

-Ni yo.

-Ni yo.

-Ni yo tampoco -repitió Curro, sonriendo cándidamente.

Un silencio extremo imperó breves instantes en la reunión, silencio que fue interrumpido por el Pijota, que exclamó, incorporándose y procurando poner una sonrisa en sus labios contraídos:

-Güeno, pos izo el ancla, caballeros, que entoavia tengo que dir al Morlaco, aonde tengo una cita con Joseíto, el Barrena.

Y tras saludar a los allí congregados, se alejó rápidamente, mientras murmuraba el Torrijas con mal disimulada ironía:

-Me parece a mí que aonde este gachó va a dirse ahora mismito va a ser a calle Güerto de Monjas.

-Vaya -le repuso Antoñico el Velonero-, como que me parece a mí que le ha mordío en el corazón ese cuento que mos ha contao tú de los dos contrabandistas.