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El de Altozano

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El de Altozano
de Arturo Reyes


-Pos lo que yo te digo a ti es que el Niño del Altozano es siete veces más de ácana que Periquito el Manguela.

-Y lo que te digo yo a ti también es que vale como catorce mil millones de veces más, en tos terrenos, el Periquito el Manguela que el Niño del Altozano.

Y como al decir esto se incorporara el Petaca y cogiera con el mayor primor del mundo por una de las solapas de la chaqueta a Joseíto el Tomiza, se incorporó éste también, y adelantando el busto, exclamó con acento belicoso, mirándole con expresión de desafío:

-En cuantito me güervas tú a jurgar a la americana, es cuando te van a llevar a ti al Batatar en uno de la tertulia.

-Vamos, caballeros -dijo el señor Curro el Velones, haciendo entrar su encanecida cabeza a modo de cuña entre las de los que discutían de modo tan mesurado-, que la cosa no se lo merece, que en eso de valentía hay sus más y sus menos, y hombres conozco yo a los que se les encoge el corazón si oyen maullar a un minino, y aluego si se ven en un aprieto jarrean muchísimo, pero que muchísimo más que puée jacerlo un piquete.

-Si yo no digo lo contrario -exclamó el Tomiza, cuyo fiero mirar habíase dulcificado un tanto-; pero es que esta criatura -y al decir esto señalaba al Petaca- siempre ha de decir las cosas cogiéndole a uno arguna parte del terno, y no me he jecho yo esta chaquetita de jelga azul pa que me la jurgue naide de tan malita manera.

-Pos peor te pones tú, chavó, cuando te subes a la bolina, que le metes siempre a uno por los ojos no esa nariz, sino ese acordeón que Dios te puso en la cara.

-Vamos, caballeros -dijo el Tulipa, que presenciaba la borrascosa escena tamborileando tranquilamente con los dedos en uno de los cálices vacíos-, que no hay razón pa que a dos hombres tan de chipé como lo seis dambos se les agrie la saliva.

-Y sobre to -dijo, sentándose, el Velones cuando ya el Tulipa y el Petaca lo hubieron hecho -que platicando es como las gentes se entienden, y como la razón no es más que una...

-No, pos lo que es en este caso -dijo el tabernero, que, al barruntar la al parecer conjurada pelea, habíase acercado al grupo- no es el Petaca el que está en lo firme, que no es el más valiente el que da más puñalás, que casos hay en que no darle a un gachó un crujío es siete veces más de macho que zumbarle la pandereta.

-Diga usté que sí -exclamó el Velones con aire sentencioso-. Y la hombrá más grande que yo conozco del Niño es una de ésas que usté dice; una en que el hombre tuvo que darse la mar de contravapor pa no tener que buscarse una ruina.

-A ver, cuéntenos usté eso -dijo el señor Curro el tabernero, a la vez que se sentaba para oír más cómodamente el relato.

-¿Conoce arguno de ustedes por casolidá al Chiquito de Pujerra? -preguntó el viejo a los que le rodeaban, y al ver que todos movían negativamente la cabeza,

-Pos el Chiquito de Pujerra -continuó- es un mozo al que por verle las faiciones sa menester un cuenta hilo, y que no da, puesto al sol, más sombra que puée dar un lapicero.

-¿Y con ese tigre tuvo el enganche el Niño? -preguntó zumbonamente el Petaca al Velones.

-Pos sí, señó, que fue con ése. Ustés figúrense que el Chiquito, que entoavía no sabía lo que era pagarle una iguala al barbero, estaba el mozo que berreaba por una tal Antoñuela la Picúa, una chavalilla más espigá que un lentisco, y más torneá que una pirindola, y más rebonita que el sol, hija del cartero de Gaucín, aonde había dío por aquel entonces el del Altozano a cerrar un tratillo de una yunta que teníale encargá jacía ya la mar de tiempo Tobalico el Caracola.

-Pos, señó -continuó el señor Curro, después de detenerse un punto para paladear una copa que acababa de ofrecerle el Tulipa-, el Niño, ya arrematao el tratillo que le había llevao a Gaucín, encomenzó un día a tallarse cuatro púas en la posá del Tomillares, y lo que pasa, que se puso a medias con el Carilargo de Utrera y arremataron por montar un tenderete, y como el Niño cuando se puée ganar honradamente la vía tirándole el pego al lucero de la tarde se la gana, y como en eso de tirar el pego, dicho sea sin ánimo de agraviarle, es el mozo to un catedrático, pos es naturá, a las dos semanas de haberse establecío tenían el Carilargo y él pa mercar dos cortijos en la vega.

-Pero ¿qué tiée que ver to eso con la hombrá que usté decía? -preguntó al narrador el Zurdo, que empezaba a impacientarse.

-¡Camará, y que to pórvora que es usté! -exclamó el viejo, y tras algunos instantes de silencio, continuó:

-Pos como diba diciendo, la Antoñuela, que tenía un carácter to cascabeles, desde punto y hora en que vio por vez primera al Niño le gustó el Niño, lo cual no tiée naíta de particular, porque el Niño, dicho sea mejorando a los presentes, no tiée mal perfil ni malas jechuras, y le ha puesto Dios en el mo de mirar y en el mo de sonreír la mar, pero que la mar, de rocío, y como ya se sabe que el gachó, en habiyelando parneses, le gusta vestir más mejor que a los mismísimos serafines, pos lo que pasa, que a la tercera o cuarta vez que se lo tiró a la cara la Antoñuela, encomenzó la jembra a alegrarse de haber nacío, y encomenzó a golerle a coles el de Pujerra, y como el Niño prevelica por lo bonito y la Antoñuela era un pasmo, y además ca vez que se lo trompezaba encomenzaba la gachí a citarlo a banderillas, pus a la tercera u cuarta vez que se la trompezó de tan regüenas jechuras, pos tiró el hombre de capote y a los cinco capotazos estaba ya el bicho pidiendo misericordia. El Chiquito, al que to lo que le faltaba de yerbas y de postín le sobraba de hígado, y que además estaba por la Toñuela jaciendo más espumas que una gaseosa, pos apenitas se tragó el paquete de lo que pasaba, empezó a pisarle los pinreles al del Altozano, y el del Altozano encomenzó a darle quiebros al chotillo aquel, peleando con el cual no podía sacar honra ni provecho. Y asín diban corriendo los días, cuando una noche el Chiquito, al que por horas y a to vapor se le diba repudriendo la sangre al ver cómo la Picúa encomenzaba a dejar su querencia por la del otro, y ya cansao de nunca poer empitonar bien al del Altozano, se metió una noche en la posá del Tomillares y encomenzó a jugar, como el chaveíta lo sabía jacer, como si ca chusco de los que ponía fuese un güeso de aceituna. El Niño, que comprendió que algo que no eran parneses era lo que buscaba allí el chaval, encomenzó a tirar a la barda, pero como tenía de cara la suerte aquel día, pos a la media hora no le queaba al Chiquito por perder más que el terno que llevaba. El Chiquito, cuando hubo pirdío jasta la úrtima torda, se puso a jechá el hombre un cigarro mirando al Niño con las e Caín, y cuando ya toíto er mundo creía que diba a dirse del tenderete y ya estaba bajo el quicio e la puerta, se güerve de pronto el chaval pa el del Altozano y le dice:

-Quéese usté con Dios, so malino. Ya sabía yo antes de entrar aquí que tenía que dirme de tan malita manera, que es usté hombre capaz de darle tres y raya al que a los ricos robaba y a los probes socorría.

Naturalmente, el Niño, al oír aquello, se puso del color de la gayomba; pero sin dúa se acordó el hombre de que el de Pujerra estaba entoavía, como quien dice, tomando la denticina y de que no abultaba lo que un chamarí en el pelecho, y pensó, y pensó bien, que si se diba del seguro con aquel chaval, diba a ser mismamente como si escupiera al cielo, y encogiéndose de hombros y mirando al Chiquito como si le fuese a ofrecer una biscotela, le dice:

-Eso que acaba usté de dicir no se lo pueo yo contestar más que al que lo trajo a usté ar mundo con tan poquilla maera.

El Chiquito, que lo que menos esperaba era aquella salía, no se andó por las ramas, sino que metiendo mano a una del doce, le dice al del Altozano, encañonándolo desde la puerta del corral:

-Pos ya está usté metiendo mano, porque si no lo que es mi presona no sale de aquí esta noche sin jacerle a usté más boquetes que da fruto un almecino, y si no quiée usté pelear, yo le escupo a usté en la cara.

Y de tal modo hubo de decir esto el mozo, que comprendió el Niño que no tenía más remedio que jacer lo que el de Pujerra le dicía si no quería que le mojara los carrillos, y como esto no lo podía consentir, pos mete mano el hombre a un pistolón que más parecía un trabuco naranjero, y le dice al Chiquito, sin que se le múe tan siquiera la voz y más fresco que una horchata:

-Pos tire usté ya, y jaga usté bien la puntería, porque si me marra usté, va usté a dir, der primero que yo le tire, a visitar los Gaitanes.

-¿Y le tiró el de Pujerra? -preguntó al viejo el Bitácora.

-¿Que si le tiró? ¡Camará!, como que se resguardó tras el quicio de la puerta y encomenzó a soltar zambombazos, y gracias a un divé que en toíto lo que yo llevo ya andao no he visto yo gachó con más mala puntería.

-Entonces, ¿no le jurgó con ninguna al del Altozano?

-Un chasponacillo na más que le quemó dos pestañas.

-Y el Niño ¿qué hacía tan y mientras el otro le jarreaba?

-Pos ahí está lo que el Zurdo sus dicía antes, de que a veces sa menester tener más corazón pa no jarrear que pa jarrear. Ustés supónganse que tan y mientras el de Pujerra no jacía más que soltar berríos y más berríos y toíto er mundo estaba pegao a la paré como si fueran mismamente carcamonías, el del Altozano aguantó sin pestañear tan siquiera los seis zambombazos como si hubieran sío bizcochos y mostachones.

-Pero ¿qué jacía él tan y mientras con la pistola que en la mano tenía?

-¿Que qué jacía? Pos na, decirle al otro ca vez que el otro le marraba:

-Pos si no afinas una miajita más, te vas a quear lucío.

-Y entonces, ¿cómo fue como arremató la faena?

-Pos de un mo mu sencillo, que cuando el de Pujerra quemó el último cartucho salió de pies que volaba, y el del Altozano, que no se había movío de su lugar tan siquiera, se guardó la pistola y encomenzó a barajar de nuevo tan tranquilo, como si le acabaran de tirar en lugar de seis cañonazos otros tantos polvorones.

-¿Y eso se puée creer con los ojitos cerraos? -preguntó, mirando con incrédula expresión, el señor Curro el Tulipa.

Miró éste con grave expresión de reproche al que osaba poner en duda su relato, y

-Tan se puée creer -le repuso con acento desabrido-, que cuando se arremató la faena, estopa y pez les costó a tos los que estaban allí despegarme del tabique.

Y ante tal afirmación diose por convencido el Tulipa, el cual, según nos dicen, no ha vuelto a poner en duda el indiscutible temple de alma del Niño del Altozano.