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El marido más firme/Acto III

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El marido más firme
de Félix Lope de Vega y Carpio
Acto III

Acto III

Salen FABIO, CELIO, TIRSI y DANTEA.
CELIO:

  Huye, Fabio, por aquí.

FABIO:

Será terrible rigor;
que en huir de mi señor
me mandas huir de mí.

TIRSI:

  Mientras parece locura,
puedes temer un agravio.

DANTEA:

Siente justamente Fabio
tan notable desventura.

FABIO:

  La tragedia lastimosa
de la muerte de Eurídice,
pide amor que se eternice
por obligación forzosa:
  en Orfeo, de perder
el seso; en mí, de sentir.

DANTEA:

¡Que en fin viniese a morir!

CELIO:

Decreto debió de ser
  de los dioses y los hados,
porque Alcino la aplicó
hierbas con que imaginó
dar vida a jaspes helados.
  Su castidad, agradable
al cielo, mostró piadoso
con un lirio blanco, hermoso,
de forma tan admirable,
  que las hojas argentadas
en las de esmeralda abrió,
y con líneas dividió
de oro luciente esmaltadas.

DANTEA:

  Pues ¿de dónde le salía?

CELIO:

Del pecho, a quien los pastores
cubrieron de cuantas flores
la primavera tenía.

FÍLIDA:

  ¿Si es éste Orfeo?

DANTEA:

No aguardo
su locura y sentimiento:
huye, Tirsi.

TIRSI:

Soy el viento.

FABIO:

Aguardo, porque fe guardo.

(Todos huyen; FABIO quede, y sale ORFEO.)
ORFEO:

  Selvas, que a los acentos de mi canto
con ecos siempre alegres respondistes
cuando me fue piadoso el cielo santo,
  agora, si la causa conocistes
de mi dolor preciso y lastimoso,
llorosas repetid mis voces tristes:
  yo soy aquel amante, aquel dichoso
que mereció llamarse de Eurídice,
para tan breve tiempo, dulce esposo.
  ¡No sé quién sigue a amor; no sé quién dice
que es éste el mayor bien de los mortales,
por más que sus venturas solemnice:
  ¡Ay, nunca yo para desdichas tales
gozara venturoso tantos bienes
si habían de parar en tantos males!

FABIO:

  Quiero llegar, señor.

ORFEO:

¡Ay, Dios!

FABIO:

¿Qué tienes?

ORFEO:

¿De dónde vienes, Fabio? ¿Qué preguntas,
tan bárbaro, mi mal? ¿De dónde vienes?
  Tengo en el alma cuantas penas juntas
en el mundo inventaron los tiranos,
las esperanzas de mi bien difuntas,
  y tengo tantos males inhumanos,
que pienso que de mí, como veneno,
huye la muerte de poner las manos.
  Mas dime, Fabio, aqueste prado ameno,
¿no te acuerdas que estaba en aquel monte,
y aquel undoso mar de flotas lleno?
  ¿No te acuerdas que todo el horizonte
cubrían puras fuentes cristalinas?
Advierte, antes que Febo se transmonte,
  como cubierta de esmeraldas finas
Eurídice, que es ya cándida aurora,
corre a sus rayos de oro las cortinas.
  ¿No la ves? ¿No la ves? Dile: Señora,
¿por qué dejas tu esposo de esa suerte?

FABIO:

No replicarle es más cordura agora:
  señora, ¿por qué dejas a la muerte
a tu querido esposo? ¿Cuál agravio
pudo jamás quien te adoraba, hacerte?

ORFEO:

  Bien dices, Fabio. ¡Oh, mi querido Fabio,
cómo muestras en esto ser amigo!
Nunca en su ofensa se movió mi labio:
  ¿Por qué me das, mis ojos, tal castigo?
Eurídice se fue, ya me ha dejado:
llorad, montes, llorad, llorad conmigo.

FABIO:

  Señor, si está por dicha en aquel prado,
vamos allá.

ORFEO:

No hará, que de las flores
tendrá temor.

FABIO:

¿Por qué?

ORFEO:

Muerte le han dado.
  Claveles que envidiaron sus colores,
su blancura jazmines y mosquetas,
que celos quieren mal, si bien amores,
  ¿criaron en las hojas más secretas
aquel áspid cruel, si no le mueve
la fuerza superior de los planetas,
  que a su divino pie mordió la nieve?
¿Qué bañó de coral cinco azucenas,
a quien apenas el amor se atreve?
  ¿Que en el rubí de sus preciosas venas
hizo su diente bárbara sangría,
temblando Amor, que le miraba apenas?
  ¡Que no puse por venda el alma mía!
¡Oh, cómo justamente me castigo
de aquella ingratitud y tiranía!
  Llorad montes, llorad, llorad conmigo.

FABIO:

Señor, descansa un rato.

ORFEO:

¿Qué es descanso?
¿Tú, Fabio, contra mí? ¿Tú mi enemigo?
  ¿Yo vivo, muerta Eurídice? ¿Yo canso
el cielo con suspiros cuando hay muerte?
¿Por qué me das aliento, viento manso?
Árboles, ¿qué miráis de aquesta suerte?
¡Viven los cielos, que me sois traidores!
¡Oh, sauce vil, pedazos quiero hacerte!
  No, no es posible, ver entre las flores,
desde el balcón de vuestras verdes ramas,
el áspid que dio muerte a mis amores:
  y tú, casto laurel, que el nombre infamas,
¿por qué no le avisaste a mi Eurídice?

FABIO:

¡Pastores, ah, pastores!

ORFEO:

¿A quién llamas?

FABIO:

  A quien tu triste llanto solemnice.

ORFEO:

¡Perro, ya te conozco: morir tienes!

FABIO:

Deja el cuello, señor; yo, ¿qué te hice?

ORFEO:

  Yo sé que eres el áspid, y que vienes
a matarme también; toma la planta.

FABIO:

¡Ay, que me ha muerto!

ORFEO:

Dame aquí mis bienes,
  dame de mi Eurídice el alma santa,
ues le mordiste el pie.

FABIO:

¿Yo la he mordido?
Tú engaño testimonios me levanta.

ORFEO:

  Yo no te vi; que estabas escondido
debajo de una higuera.

FABIO:

Si yo fuera,
dejara el pie más limpio y más pulido,
  y los higos más sucios me comiera:
mira que no soy yo, suéltame un poco.

ORFEO:

Por morder aquel pie, ¡quién áspid fuera!
  ¡Yo quiero ser el áspid!

FABIO:

¿Estás loco?

ORFEO:

Mordámonos los dos.

FABIO:

¿Somos poetas?

ORFEO:

¡Musas, pues yo lo soy, aquí os invoco!

FABIO:

  Aun eso está en razón; busca perfetas
figuras de decir con lengua clara,
pues tus mismos conceptos interpretas.

ORFEO:

  Las musas se me huyeron.

FABIO:

¡Quién pensara
que se fueran de un triste! Son mujeres
gente que sólo en interés repara.
  Llámalas con dinero si las quieres;
enséñales la bolsa.

ORFEO:

Faltó el arte.

FABIO:

Pues sin arte, señor, no perseveres,
  que de los versos es la mayor parte,
si bien el natural entró primero.

ORFEO:

Eurídice, ¿qué haré para cobrarte?

FABIO:

  Señor, ya es sin remedio tu mal fiero.

ORFEO:

Fabio, ¿no son las almas inmortales?

FABIO:

Eso es sin duda.

ORFEO:

Pues cobrarla espero:
  y ¿adónde van después que los mortales
despojos dejan?

FABIO:

Todos los que escriben,
filósofos y sabios naturales,
  dicen que en el infierno las reciben,
y que pasando de Aquerón la barca,
en los Campos Elíseos después viven.

ORFEO:

  Pues yo quiero, primero que la Parca
el hilo corte a mi vital gobierno,
ir a buscarla si Carón me embarca;
  que cantando a las puertas del infierno,
pienso mover su rey inexorable;
cantando alegraré su llanto eterno.

FABIO:

  Tú serás el marido más notable
que haya tenido el mundo, pues que quieres,
una vez muerta tu mujer amable,
  volverla a ver.

ORFEO:

Y tú el más necio eres;
que sus muertes se deben con mil vidas
comprar cuando son buenas las mujeres:
  toma luego el camino, y no me impidas.

FABIO:

¿A qué ciudad te partes?

ORFEO:

Yo gobierno,
y sirves tú.

FABIO:

Cuando lo justo pidas,
  bien sé que es de amador afecto tierno;
pero ¿cuál hombre ha dicho a su criado:
toma luego el camino del infierno?
  ¿Soy yo logrero? ¿Vendo vino aguado?
¿Echo yo en azafrán hebras de vaca?
¿Juzgué cosa jamás mal informado?
  ¿Fingíme santo yo con la matraca
de lo exterior? ¿Robé la hacienda ajena?

ORFEO:

Fabio, de tu flaqueza fuerzas saca;
  que yo tengo de ver la infernal pena.

FABIO:

Déjame despedir, sepa un amigo
que voy, no sé si diga a tierra ajena.

ORFEO:

  Aquí te aguardo.

FABIO:

A grande mal me obligo.

(Vase FABIO.)
ORFEO:

Presto te pienso ver, querida esposa:
llorad montes, llorad, llorad conmigo.

(Sale FÍLIDA.)
FÍLIDA:

  No ha nacido mujer más venturosa.
Aquí está Orfeo.

ORFEO:

Ya no habéis de oírme
sin Eurídice, monte y selva umbrosa,
hasta que me llaméis marido firme.

FÍLIDA:

  Quisiera, divino Orfeo,
como te di el parabién
darte el pésame también
de la desdicha que veo;
pero de tu ingenio creo,
y de tu heroico valor,
que sabrás templar tu amor
aunque instrumento del alma,
porque vencerse en la palma
y la victoria mayor.
  Eurídice muerta yace
mordido aquel blanco pie
que a las estrellas se fue
donde ay como sol nace;
y aunque justamente hace
tu amor aquel sentimiento
digno a su merecimiento,
no es de discretos buscar
lo que sólo puede hallar
perdiéndose el pensamiento.
  Vuelve los ojos a ver,
porque tu tristeza impida,
una mujer que se olvida
por ti de su mismo ser;
ya no se puede querer
lo que una vez se perdió:
hállame a mí, porque yo
pienso que podré olvidarte
de Eurídice. con amarte,
pero las tristezas no.

ORFEO:

  Algo olvidado de mí
a fuerza de mi dolor,
que ya sabes de mi amor
el alto bien que perdí;
deseo saber de ti
quién eres; que si mi canto
movió a las fieras a espanto,
puede ser que alguna seas,
o peña que dar deseas
ecos a mi triste llanto.
  ¿Eres tigre, eres león,
eres árbol, o quién eres?

FÍLIDA:

Siempre tú con las mujeres
tuviste esa condición,
para ti todas lo son;
pero Fílida merece
lo que tu amor no agradece;
que, fuera de ser quien soy,
hago mucho, pues que doy
el alma a quien me aborrece.
  No hay en la selva quien pueda
enriquecer tu deseo
de más oro y plata, Orfeo,
ni mayor nobleza hereda;
pues cuando con esto exceda
a cuantos hoy tiene el valle,
y después de darte y dalle
a él valor, y a ti mujer,
algo pueden merecer
mi entendimiento y mi tale.

ORFEO:

  Fílida, si yo tuviera
pensamiento de querer
otra mujer, mi mujer
pienso que después te hiciera;
que el tiempo lugar me diera
con que mi Eurídice lloro;
pero ni estimo tesoro,
ni me obliga tu belleza;
que quiero más mi tristeza,
que tu belleza y el oro.
  Esta sólo vive en mí,
y en ella aquel alma bella,
como tú dices, estrella,
aunque fue sol para mí;
con ella el alma perdí,
y así la pienso buscar;
que hasta volverla al lugar
adonde estuvo primero,
ni dejar de llorar quiero,
ni puedo dejar de amar.

FÍLIDA:

  Escucha.

ORFEO:

Es cosa perdida.

FÍLIDA:

Pues ¿dónde vas de esa suerte?

ORFEO:

A los reinos de la muerte
para que me den la vida.

FÍLIDA:

Está Venus ofendida
de ti.

ORFEO:

Ya lo sé, y que ha sido
el oráculo cumplido,
pues a mi Eurídice un día
dijo que esposo tendría,
breve, gustoso y perdido.

FÍLIDA:

  Dame los brazos siquiera,
pues de este valle te vas.

ORFEO:

Si no la viera jamás,
por ser cortés te los diera.

FÍLIDA:

¿Tu necio amor verla espera?

ORFEO:

Yo voy por ella a despecho
del infierno.

FÍLIDA:

Es loco hecho.

ORFEO:

No, que si espíritu es ya,
por la boca me entrará
y sacaréla en el pecho.

(Vase ORFEO.)
FÍLIDA:

  ¿Qué aguardáis, vana esperanza,
qué es lo que queréis de mí?

(Sale FABIO graciosamente de camino, con unas alforjas, una lancilla.)
FABIO:

Pienso que voy bien así
con mis alforjas y lanza.

FÍLIDA:

  ¿Quién es aqueste extranjero?

FABIO:

¡Que se vaya de esta suerte
un hombre al infierno, ¡oh muerte!
sin ver tus huesos primero!
  Mas mi Fílida está aquí.

FÍLIDA:

¿Es Fabio?

FABIO:

¿Pues no me ves?

FÍLIDA:

¿Dónde vas?

FABIO:

Donde después
no sepa nadie de mí.
  Pero aunque es larga jornada
y mala en todo rigor,
despedir me manda amor
de tu pie, Fílida amada,
  que sólo fue lo que vi
para enamorarme tanto.

FÍLIDA:

¿Dónde vas?

FABIO:

Daréte espanto.

FÍLIDA:

¿Dónde?

FABIO:

Al infierno.

FÍLIDA:

¡Ay de ti!

FABIO:

  Dame el pie que me mató;
llevaréle a chamuscar,
porque le quiero pagar
el fuego que me causó.

FÍLIDA:

  ¿Qué llevas aquí?

FABIO:

Al infierno
llevo despachos, algunos
de amigos tan importunos,
que hasta con su fuego eterno
  pretenden corresponderse.

FÍLIDA:

¡Qué gentil correspondencia!

FABIO:

Aunque es ahora en ausencia,
¿quién duda que esperan verse?
  A ciertas bellas Cleopatras
llevo papeles; ¿qué piensas?
Y entre cuentas de despensas,
escrituras de mohatras.
  Otras supuestas me han dado
con antedatas crueles,
y también llevo papeles
de los que piden prestado.
  Toda esta alforja cargué
de firmas negadas.

FÍLIDA:

Mira
que pasará la mentira
y vas caminando a pie.

FABIO:

  ¡Oh, qué llevo de recetas
que han aprovechado mal!

FÍLIDA:

Tú llevas lindo caudal.

FABIO:

De esto que escriben poetas
  llevo un camello cargado;
pero porque tarde es ya,
licencia y brazos me da.

FÍLIDA:

Mira que te han engañado
  si acaso vas con Orfeo.

FABIO:

¿Qué he de hacer si es mi señor?

FÍLIDA:

Reñirle tan loco error
y reducir su deseo.

FABIO:

  ¿Piensas que soy el primero
a quien llevaron amigos
al infierno?

FÍLIDA:

¡Qué castigos
te han de dar!

FABIO:

Ya los espero.

FÍLIDA:

  Por haber sido alcahuete.

FABIO:

¿Yo?

FÍLIDA:

Pues ¿niégaslo, traidor?

FABIO:

¿Fui más de concertador?

FÍLIDA:

¿Qué necia afición te mete
  en ir con un loco allá?

FABIO:

Pésame que un buen marido
vaya al infierno perdido,
quedando tantos acá
  que pudieran ir mejor;
ellos saben si yo miento:
ahora bien, dejarte siento,
que me debes tierno amor;
  mira qué quieres de allá:
¿algunas habas o afeites,
untos, solimán, aceites?
aunque no hay pocos acá.
  ¿Qué hechizos o qué conjuros,
que ésta es fruta que el infierno
lleva en verano e invierno,
o qué vocablos obscuros?
  Mira qué pariente acaso
quieres que salude, y mira
si quieres que a la mentira
le pida algún nuevo caso;
  allá pienso visitar
pastores que aquí traté.

FÍLIDA:

Loco estás.

FABIO:

Más lo estaré
si no me dejan tornar:
  ¡Adiós, mundo; adiós, aldea;
adiós, prado, selva, fuente;
que voy a beber caliente,
que no hay mal que mayor sea!
  ¡Adiós, ingratos extremos,
malas lenguas sin castigos;
adiós, traidores amigos,
que presto allá nos veremos!

(Vase FABIO.)
FÍLIDA:

  ¿Puede haber locura igual,
puesto que ha sido firmeza?

(Salen CLARIDANO y ARISTEO.)
ARISTEO:

Claridano, yo agradezco
ese sentimiento y pena
que mostráis en mi partida.

CLARIDANO:

Sabe el cielo que me pesa
mucho más de lo que muestro.

ARISTEO:

El ser forzosa mi ausencia
os pudiera consolar
si la causa refiriera.

CLARIDANO:

Supuesto que enriquecido
la labor de las abejas
me dejan, más siento agora
el ver que mi casa dejas;
de ella te quise hacer dueño,
y darte a Fílida bella,
Fílida, que con el sol
se atreve a hacer competencia:
¿No la quieres, quieres irte?
Dame esos brazos.

ARISTEO:

Conceda
tan larga vida a tus años
el cielo, que nietos veas
de tus nietos.

CLARIDANO:

A ser tuyos,
¡qué dicha, qué gloria fuera!

(Vase CLARIDANO.)
FÍLIDA:

¿De qué va tierno mi padre,
y te da los brazos?

ARISTEO:

Llegas,
Fílida, a buena ocasión,
pues hoy me parto a mi tierra.

FÍLIDA:

Con razón mi padre siente
tu partida, que a estas peñas
dará pena; ya los campos
llorarán tu breve ausencia,
ya las abejas no harán
de las flores de estas selvas,
con el rocío del alba,
blancas ciudades de cera.
Todo cesará sin ti,
que trujiste las colmenas
desde los valles de Tracia
a las montañas de Tebas;
pero dime si es verdad,
como entre pastores suena,
que eres rey.

ARISTEO:

Ya que me parto,
poco importa que lo sepas:
la hermosura de Eurídice,
que ya, por mi causa, muerta,
resuelve en tierras las rosas,
y en polvo las azucenas,
me detuvo en estos campos
donde vine a cazar fieras,
no tan fieras para mí
como lo fue su dureza:
ya sabes toda mi historia,
y que, huyendo en esta vega,
en forma de áspid la envidia
mordió sus pies blancos, que eran
antípodas de su cara,
por no mirar sus estrellas.
Muérome por estos valles
de ausencia y de eterna ausencia;
¿para qué quieres que viva
si ya no es posible verla?

FÍLIDA:

¿Cómo no, si ya su esposo,
con su liza y su voz eterna,
por ella al infierno parte?

ARISTEO:

¿Qué dices?

FÍLIDA:

Que va por ella.

ARISTEO:

Pues ¿presume enternecer,
por más que celeste sea
su voz, muros de diamante?

FÍLIDA:

No sé si es mucha soberbia;
mas lo que no puede hacer
la música, tú no creas
que lo harán fuerzas humanas.

ARISTEO:

No sé si aquí me entretenga
hasta ver qué trae de allá.

FÍLIDA:

Espera, ansí te concedan
los dioses ver a Eurídice.

ARISTEO:

Sí haré, si tú me confiesas
que es más locura esperallo
yo, que ir Orfeo por ella.

FÍLIDA:

Para que tengan ejemplos
dos imposibles, aciertas:
tan falsa esperanza en ti,
y en él tan necia firmeza.

(Vanse.)
(Salen ORFEO y FABIO.)
ORFEO:

Bien sé que vas cansado.

FABIO:

  No pudiera
cansarme de servirte en tal camino
si el pretendido fin posible fuera.

ORFEO:

Pues yo, Fabio, posible le imagino.

FABIO:

Camino del infierno, ¡quién dijera
que fuera con la vida un peregrino!

ORFEO:

Peregrino de amor, de amor profundo,
me ha de llamar eternamente el mundo.

FABIO:

  Que no se halle una venta, con ser cierto
que aquesta senda va a su llama eterna!
¡Que no haya un bodegón en este puerto,
una carnicería, una taberna!
Todo está de peñascos encubierto;
donde el sol amanece de linterna,
en medio luce, entrando por arriba,
que pienso que del cielo se derriba;
  ya los oídos de temor me tapo
del son de los tormentos que imagino;
no vuelvo más aquí si de ésta escapo;
todo es pálidas sombras el camino;
si rueda por la peña algún gazapo,
sospecho que es espíritu malino;
no hay árbol que no piense, entre estos fieros,
que es algún alma a quien debí dineros.

ORFEO:

  Aquí me aguarda, y dame el instrumento,
que ya la puerta de diamante veo.

FABIO:

Pues ¿ya me dejas solo?

ORFEO:

Sólo intento
que llegue a lo imposible mi deseo.

(Vase.)


FABIO:

¡Cielo, que estás a mi desdicha atento,
si tu dorada luz llega al Leteo,
dame favor! ¡Temblando estoy! ¡Ay, triste,
qué negra sombra estos peñascos viste!
  Ya templa Orfeo aquella dulce lira
que enterneció las fieros animales;
ya canta, ya suspende, ya se admira
el reino obscuro con acentos tales:
cesó la pena ya, paró la ira;
estos son los palacios infernales:
¡Qué lindos cuartos hay! Letreros tienen;
quiero leer mientras sus dueños vienen:
  Cuarto de amores, cuarto de logreros,
de los difamadores, de testigos
falsos, de ingratos, de ladrones fieros,
de fingidos y bárbaros amigos;
cuarto de cortesanos majaderos
(aquestos son terribles enemigos),
cuarto de damas, cuarto de valientes,
y cuarto de cansados pretendientes;
  cuarto de mal casados y maridos
al uso (no lo entiendo; al fin, casados),
de fulleros también y de atrevidos;
cuarto de necios, cuarto de cuñados:
pero ¿quién viene aquí? que mis sentidos,
de la sombra menor están turbados.
Orfeo vuelve ya, dejado el canto
en el barco del reino del espanto.

(Dé vuelta un barco negro con ORFEO y el BARQUERO.)
BARQUERO:

  Salta, valeroso amante;
deja el temido Aqueronte,
puesto que en aquesta orilla
hallarás llamas por flores.

ORFEO:

Vuelve la barca; que aquí
no habrá para que me tornes,
si me conceden sus puertas
romper los helados bronces.

FABIO:

Señor barquero, aunque estoy
destotra parte, perdone
preguntarle si ha pasado
a ciertos murmuradores
que no dejan honra a vida.

BARQUERO:

Son muchos; dime los nombres.

FABIO:

Allá voy, aguarde un poco.

ORFEO:

Dormido el perro triforme
que guarda esta negra puerta,
¿qué puede haber que me enoje?
Las tres furias no ejercitan
sus infernales azotes,
ni los tres fieros jüeces
culpas de las almas oyen.
¿Está la famosa reina?

(Córrase una cortina y véase PROSERPINA en una silla, velos de plata negros, cetro y corona.)
PROSERPINA:

¿Quién eres tú, mortal hombre,
cuya voz silencio impuso
a las infernales voces?
¿Quién eres tan venturoso,
que los fieros escuadrones
de espíritus suspendiste
refiriendo tus amores?
Habla, bien puedes; ¿qué temes?

ORFEO:

Pues permite que te informe,
¡oh reina, en el cielo Luna
entre lucientes faroles;
Diana en los verdes campos,
entre Narcisos y Adonis;
Proserpina en este reino,
castigo de almas enormes!
Yo soy Orfeo de Tracia,
Orfeo soy; enseñóme
Apolo a tocar la lira,
que me ha dado inmortal nombre;
caséme con Eurídice,
ninfa de los verdes bosques,
que por guardarme lealtad
a su nobleza conforme,
la mató un áspid, huyendo;
bajó a tu reino; dejóme
tan triste, que me atreví,
sin que la muerte me asombre,
a cantarle tristes versos,
y cuyas dulces canciones
enternecieron los pechos
de Meguera y Tisifonte.

ORFEO:

Si los cielos, si sus cursos
e inteligencias veloces,
los planetas y los signos
que su máquina componen,
son música y armonía
que allá las deidades oyen;
si cuanto Júpiter hizo
sigue su concierto y orden,
pueda merecer de ti
quien tregua a tus penas pone
que a mi Eurídice me vuelvas:
así nunca el sol enoje
tus siempre obscuras tinieblas
con sus claros resplandores.

PROSERPINA:

Tu música y tu firmeza
y tus humildes razones,
merecen que nuestro Imperio
la inviolable ley derogue.
¡Radamanto!

(Sale RADAMANTO.)
RADAMANTO:

¿Gran señora?

PROSERPINA:

Dondequiera que se aloje
de Eurídice el alma, quiero
que al cuerpo en que estuvo torne;
parte a los Elíseos Campos
con su esposo, y no le estorben
para dársela los ríos,
ni las infernales torres.

RADAMANTO:

Pues ¿tú derogas, señora,
las leyes de tus mayores?

PROSERPINA:

No hay regla tan general
que no padezca excepciones;
y cuando no fuera Orfeo
digno de tales favores,
por su voz, que suspendió
nuestros tormentos entonces,
por el marido más firme
este premio se le otorgue.

ORFEO:

¿Qué te puedo responder
en tantas obligaciones,
sino que mi pluma y lira
harán inmortal tu nombre?
Vamos, Radamanto, vamos.

PROSERPINA:

Advierte las condiciones,
Orfeo, con que te doy
a tu esposa.

ORFEO:

¡Por los dioses,
reina, de no serte ingrato!

PROSERPINA:

Que hasta que estés en los montes
de Tracia no has de volver,
aunque sus manos te toquen
la cabeza, a ver tu esposa,
porque tus pies y tus voces
seguirá detrás de ti.
Si es que te atreves, disponte
a llevarla adonde vives;
que si la promesa rompes,
apenas la habrás mirado
cuando la pierdas y llores.

ORFEO:

Gran cosa me pides, reina;
pero todas son menores
que mi amor.

PROSERPINA:

En este cetro
jura.

ORFEO:

Basta que le tomes
en la tierra de esos pies;
yo voy por el alma noble
de mi Eurídice.

PROSERPINA:

Pues mira,
que aunque su voz te enamore,
no la mires.

ORFEO:

Mi alegría
esa tristeza interrompe.

PROSERPINA:

Porque si una vez la pierdes,
no haya miedo que la cobres.

ORFEO:

¡Ay, mi bien, por verte muero!
¡Dura condición me ponen!

(Vanse.)
(Sale ALBANTE, un CAPITÁN y soldados.)
ALBANTE:

  En esta selva sagrada,
la Venus dicen que vive.

CAPITÁN:

Armas y gente apercibe.

ALBANTE:

Capitán, no importa nada
la lealtad al Rey jurada,
que el reinar es una acción
que disculpa la traición:
por la espada se han ganado
imperios, que al mundo han dado
materia de admiración.
  Apártate un poco aquí
y sabrás quién soy.

CAPITÁN:

Ya sé
tu principio.

ALBANTE:

Humilde fue:
en estas selvas nací;
de sus cabañas partí
a ver las grandes ciudades,
trocando las soledades
por las armas y las iras,
y por guerras y mentiras
las paces y las verdades.
  Serví al príncipe Aristeo,
que es el que vengo a matar,
después que emprendí reinar
tan mal seguro me veo;
muerto, ningún hombre creo
que se me puede oponer;
sólo tengo que temer
no ser aquí conocido
de un hombre por quien he sido,
digo, por quien tengo ser.
  Es un rico mayoral
de esta selva, al fin pastor;
pero su sangre y valor
con los príncipes igual,
y aunque no me esté tan mal,
quisiera que se excusara,
que me viera y que me hablara.

CAPITÁN:

Mejor es, de mi opinión,
hablarle, y darle razón
de tu dicha nueva y rara,
  que secreto sabrá ser.

ALBANTE:

Hay también otro testigo.

CAPITÁN:

Pues ¿qué importa si es amigo?

ALBANTE:

No es amigo, que es mujer.

CAPITÁN:

¡Cómo!

ALBANTE:

Hermana.

CAPITÁN:

Pues hacer
que el viejo no se lo diga,
porque de hermana y de amiga
siempre quedó que temer.

ALBANTE:

  Conozco aquesta cabaña.

CAPITÁN:

¿Vive aquí?

ALBANTE:

Si.

CAPITÁN:

Pues entremos;
esa gente que traemos,
se aloje por la campaña;
que hay gente en esta montaña,
aunque no sabe de guerra,
que con los leones cierra.

ALBANTE:

¡Oh tiempo! ¿A quién guardas ley?
¡Quién me dijera que rey
me viera esta humilde tierra!

(Sale ORFEO sin volver la cabeza, hablando con EURÍDICE, y ella detrás con un velo de plata sobre el vestido.)
ORFEO:

  Camina, Eurídice bella,
camina, señora mía;
que a mí no sé quien me guía,
pues se queda atrás mi estrella.

EURÍDICE:

  Ya voy, mi querido esposo;
no temas, contigo voy.

ORFEO:

¡Cielos, venturoso soy,
pero ciego venturoso!
  Ya fabrico tu hermosura
dentro en la imaginación;
pero los deseos son
mayores que la ventura.
  Quisiérate yo tocar,
quisiera llegarme a ti.
¿No respondes? ¡Ay de mí!
Mi bien, ¡no ceses de hablar!

EURÍDICE:

  Por oírte, señor mío,
iba callando.

ORFEO:

No es justo;
hablemos juntos, que gusto
de no temer tu desvío.

EURÍDICE:

  Hablar dos no puede ser,
y estar a entenderse atentos.

ORFEO:

Mi vida, dos instrumentos
juntos se suelen tañer,
  y no pueden disonar
si iguales están templados,
y así, tú y yo enamorados,
podemos a un tiempo hablar.

EURÍDICE:

  La verdad me persuades;
habla, y no estemos en calma;
que es grande música el alma
para templar voluntades.
  No hará el amor disonancia
de nuestras dulces razones,
pues templó dos corazones
una misma consonancia.
  Mas ¿cómo callas agora?

ORFEO:

Por oírte y entenderte;
y así, quiero de otra suerte
hablar contigo, señora.
  ¿Sentiste el morir?

EURÍDICE:

Por ti.

ORFEO:

¿Mucho?

EURÍDICE:

No hay comparación.

ORFEO:

¿Qué es morir?

EURÍDICE:

Es división.

ORFEO:

¿De quién?

EURÍDICE:

Del alma y de ti.

ORFEO:

  ¿Cuerpo soy suyo?

EURÍDICE:

¡Pues no!

ORFEO:

Luego ¿el alma no?

EURÍDICE:

También.

ORFEO:

Engáñaste.

EURÍDICE:

¿Yo, mi bien?

ORFEO:

Sí, que a ser el cuerpo yo,
  tú fueras viva y yo muerto.

EURÍDICE:

Luego ¿estás vivo sin mí?

ORFEO:

Sin ti no; mas oye.

EURÍDICE:

Di.

ORFEO:

¿Fue celos tu mal?

EURÍDICE:

Fue cierto.

ORFEO:

  ¿Qué pensaste ver?

EURÍDICE:

Traiciones.

ORFEO:

Y ¿qué viste?

EURÍDICE:

Aquel pastor.

ORFEO:

Pues ¿qué te dijo?

EURÍDICE:

Su amor.

ORFEO:

¿Qué importan vanas razones?

EURÍDICE:

  Temí sus obras.

ORFEO:

¡Ay, dioses!
¿Quién llegará en ansias tales,
adonde de tantos males
entre mis brazos reposes?
  Muriéndome voy por verte,
y no verte es vivir yo;
¿quién, como yo, caminó
entre la vida y la muerte?
  ¿Si estarás como solías,
cuando vuelvas a animar,
alma, que me la has de dar,
aquellas cenizas frías?
  ¿Si tendrás las mismas rosas?
¿Si las mismas azucenas
partirán azules venas
de tus manos amorosas?
  ¿Cuándo llegaré yo a verlas,
y a gozar como gozaba,
aquel clavel que me hablaba
entre dos hilos de perlas?
  ¿Cuándo, te diré, mi bien,
aquellos tiernos amores,
mereciéndolos mayores
por la privación también?

EURÍDICE:

  Presto, mi vida, verás
cómo te pago esa fe,
cuando mis brazos te dé.

ORFEO:

¡Ay, cielos, no puedo más!
  ¡Vuelvo a verte, loco estoy!

EURÍDICE:

Tente, mi bien.

ORFEO:

No podré.

EURÍDICE:

¿Qué has hecho, esposo?

ORFEO:

No sé.

EURÍDICE:

¡Perdísteme!

ORFEO:

¡Muerto voy!
(Por el escotillón del teatro, o con otra invención, se le desaparezca.)
  Eurídice, ¡esposa! En vano
la llamo; volvióse en viento,
desvanecióse a mis ojos:
¡Ay de mí! ¿De quién me quejo?
Juré, quebré la palabra,
vengué a mi enemiga Venus:
¡Oh privaciones de amor,
y cuánto mal me habéis hecho!
Mucho me costaste, esposa;
si te conquisté discreto,
necio te perdí, que son
los más necios, dando en necios;
¿qué disculpa podré dar
de mi loco pensamiento?
¡Oh privaciones de amor,
y cuánto mal me habéis hecho!
Por aquí se fue. ¿Qué haré?
¡Volvedme mi esposa, cielos;
pero ¿cómo se la pido,
pues que no la tienen ellos?
¡Esposa, esposa!

(FABIO dentro.)
FABIO:

Ya salgo.

ORFEO:

Respondió, sí, porque el eco
respondiera: «¡Esposa!», dijo:
«Ya salgo.» Pues ya te espero;
sal, mi bien, ¿qué aguardas? ¡Sal!

FABIO:

Pues di quién eres primero.

ORFEO:

Orfeo soy.

FABIO:

¡Qué ventura!
(Sale FABIO por donde se fue EURÍDICE.)
Dame tus brazos, Orfeo.

ORFEO:

¿Quién eres?

FABIO:

¿No me conoces?
Fabio, tu pastor.

ORFEO:

¿Qué es esto?
¿De dónde vienes ansí?

FABIO:

¡Del infierno!

ORFEO:

¿Del infierno?

FABIO:

Pues ¿no me dejaste allá
y te viniste, trayendo
la bella Eurídice?

ORFEO:

¡Ay, Fabio,
perdida por mal consejo!
Juré no volver a verla
en todo el camino, y fueron
tan fuertes las privaciones,
que la vi en amor deshecho.
Apenas miré su bulto,
no sé si en alma o en cuerpo,
si fantasma, o si verdad,
que todo parece sueño,
cuando se huyó de mis ojos
y se fue resuelta en viento.
¡Oh privaciones de amor,
y cuánto mal me habéis hecho!

FABIO:

Pues Orfeo, si tú piensas
volver por ella al infierno,
busca quien vaya contigo,
que yo en el mundo me quedo.

ORFEO:

Esta es la sagrada selva,
donde vi tus ojos bellos,
Eurídice.

FABIO:

Las cabañas
se arden en voces y en fuego.

(Salen ARISTEO y CAMILO con espadas, defendiéndose de ALBANTE; el CAPITÁN y soldados, CLARIDANO y FÍLIDA de por medio.)
ARISTEO:

¿A tu rey, traidor Albante?

ALBANTE:

No es mi rey hombre que ha hecho
tal deshonor en mi casa.

ORFEO:

¿Cuál es Eurídice de éstos?

FABIO:

Mira, señor, que estás loco.

CLARIDANO:

¡Hijo, detente!

ALBANTE:

¡Primero
quitaré a un traidor la vida!

FÍLIDA:

Hermano, si te merezco
respeta, advierte...

ALBANTE:

Ya es tarde.

ARISTEO:

¿Después de quitarme el reino
me quitas la vida?

ORFEO:

¡Aquí
debe de ser el infierno,
que hay la misma confusión!
Almas, ¿quién sois? ¡Deteneos!

ARISTEO:

¿Qué es esto?

ORFEO:

¿No conocéis
a Orfeo? Volvedme, os ruego,
a Eurídice.

FÍLIDA:

¿Hay tal desdicha?
Loco está.

FABIO:

Loco se ha vuelto.

FÍLIDA:

¿Qué es esto, Fabio?

FABIO:

No sé;
sacamos por muchos ruegos
a Eurídice, al fin mujer,
hijas del agua y del viento,
y en un volver de cabeza,
advierta todo hombre cuerdo,
se nos ha desaparecido.

ORFEO:

Cuanto mal tengo, merezco;
pero si me dan tristezas
lugar para conoceros,
mientras acabo la vida
llorando amorosos versos,
decidme: ¿por qué razón
con tantas armas os veo?

ARISTEO:

Después de quitarme Albante
mi reino, viene...

ALBANTE:

No vengo
a matarte si me vuelves
mi honor, pues con esto puedo
dar satisfacción de mí.

ORFEO:

Ya vuestras quejas entiendo.
Aristeo, da la mano
a Fílida, y a tu reino
vuelve con ella; que Albante
así queda satisfecho
de la sospecha que tiene.

ALBANTE:

Si él se casa, yo lo quedo,
para que goce mi hermana
la corona que yo pierdo.

ARISTEO:

La mano le doy.

FABIO:

Señores,
adviertan...

CAPITÁN:

¿Qué quieres?

FABIO:

Quiero
casarme; que bien podré,
pues he estado en el infierno.

CAPITÁN:

¿Con quién?

FABIO:

¡Dantea! ¿Ella aquí?
dame esa mano.

DANTEA:

Ya temo
que me la quemes.

FABIO:

Tu nieve
templará después mi fuego.

ORFEO:

Aquí mi historia dio fin,
mis quejas no, y ansí quiero
que oigáis la segunda parte
y perdonéis nuestros yerros.