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La voz de las campanas

De Wikisource, la biblioteca libre.
La voz de las campanas
(en el día de difuntos)
(1891)
de Luis Vicente Varela

LUIS V. VARELA




LA VOZ

DE LAS

CAMPANAS

(EN EL DIA DE DIFUNTOS)



CANTO ELEGIÁCO




EDICION PRIVADA







BUENOS AIRES
IMPRENTA DE PABLO E. CONI É HIJOS
080 — CALLE PERÚ — 680

1891


LA VOZ DE LAS CAMPANAS


(EN EL DIA DE DIFUNTOS)



Morte morieris..
(Gen Cap. II, v. 17).


I


En el alma aflijida
Cuánta memoria triste se amontona!
La voz de esa campana
Que, lentamente, por los muertos dobla,
Repitiendo en el pecho su tañido,
Los recuerdos evoca!
Parece que los manes de mis deudos

Sus tumbas abandonan,
Y vienen á sentarse, entre los suyos,
Del triste hogar á la tranquila sombra.
Parece que, de nuevo, reverdecen
Del tronco añoso las caidas hojas,
Y en el huerto de zarzas y malezas
Las rosas se perfuman y coloran,
Cual si sonase, allá en el infinito,
La trompa del Arcángel, que convoca
A todo lo creado,
Del Juicio Eterno en la suprema hora!

*

La vida, en sus radiosas armonías,
Por todas partes su fulgor desborda !
Como un himno de gracias
Los pájaros entonan,
En medio de fragantes madreselvas,

Dulces gorgeos, con su voz canora;
Y las flores, vivientes incensarios
Que embalsaman las brisas voladoras,
Hasta el azul sereno de los cielos
Elevan sus aromas:
Hay fiesta en el ambiente, que dilata
La melodiosa onda
Que lleva entre sus jiros fujitivos
Las endechas del árpa trovadora ;
Hay la fresca alegría de la dicha
En el rayo de sol, que se arrebola
En los átomos vivos del espacio,
Y, luego, todo fecundiza y dora...
Solo hay lúgubre noche de tinieblas,
En medio de la luz esplendorosa,
En el turbado espíritu del hombre
Que escucha, entre sollozos y congoja,
La voz de esa campana,
Que, lentamente, por los muertos dobla.


*


El terrible misterio de la muerte,
En frente de la nada se coloca.
Si del cáos vinimos á la tierra,
Al quedar en la fosa
El cuerpo, que ha cesado en la existencia,
Porque dejó de palpitar la aorta,
¿Qué se hace? ¿A dónde se dirije
La esencia misteriosa
Que alimentó aquel cuerpo, ahora inerte?
¿A qué region el alma se remonta?
¿Son acaso materia que consume
Del gusano la saña destructora
La Fé, que nos sostiene y nos consuela,
La inspiracion que de la mente brota,
Que se traduce en hecho, y luego brilla
Con esplendor de gloria?

¿Es solo sensacion, —fruto complejo
Que músculos y nérvios elaboran,—
Esta santa fruicion del sentimiento
De aquel que á Dios adora,
Del que ama á sus padres y á sus hijos,
Y las dichas eternas ambiciona?
¿Es tan solo quimera la Esperanza,
Perenne talisman que no se agota,
y que guardamos lodos los mortales
Como santa redoma,
Que apaga, con su bálsamo divino,
De la angustia la sed devoradora?

*


Ah! no, mi Dios! Mi espíritu sereno,
A tu divino cielo se trasporta,
Y, entre efluvios y anhelos inmortales,
A la tierra abandona

La carne de su ser perecedero!
Yo siento tu presencia á cada hora!..
Te adivino en la noche que me envuelve
Con su manto de sombras,
Y en el rayo de luz, que me despierta,
Al despuntar la aurora;
En el trino del ave, que en la rama
Del árbol se columpia cadenciosa,
Y en el rujido con que al bosque aterra
La fiera bramadora;
En el céfiro blando y perfumado
Que murmura en la fuente rumorosa,
Y en el trueno, que estalla en la borrasca,
Y retumba del mar entre las ólas!
Yo admiro tu poder, y te venero,
En tu grandeza ignota,
Cuando veo los mundos siderales
Que por el éter flotan,
Y contemplo al insecto que se arrastra,
Y á las plantas que brotan

Al solo impulso de la fuerza viva
Que su sávia fecunda desarrolla.
Todo eso, que me abisma y me confunde,
Señor, eso es tu obra;
Pero es pequeño el Universo mismo
Con que tu inmensa potestad asombra,
Ante el fúlgido rayo del espíritu,
Que forma la corona
De tu más grande creacion : el hombre!
A sus plantas, nada hay que no deponga
El cetro y el poder. A su mirada
No hay molécula ó ástro que se esconda;
Mas cuando á todos á su ley somete
Con la idea ó la fuerza victoriosas,
Éste soberbio pensamiento humano,
De su orgullo insensato se despoja
Al llegar hasta Ti, que, generoso,
Su vanidad perdonas,
Y enciendes en su pecho anonadado,
Como suspiro de su alma absorta,

Esta sed insaciable de infinito
Que al hombre siempre y sin cesar devora;
Este anhelo vehemente del que espera
Salir de esta existencia transitoria,
Y habitar, por los siglos de los siglos,
La Pátria Celestial que, acaso ahora,
Nos recuerda la voz de esa campana,
Que, lentamente, por los muertos dobla!

*


Si no fuese un destello de Tí mismo
El inmortal aliento que me arroba,
Cuando veo, en el fondo de la mente,
La luz de mi memoria,
Alumbrando los hechos que pasaron,
Cual si fuesen impresos en las hojas
De un libro, compilado con cariño
Por manos misteriosas;

Si la idea fecunda de la ciencia,
Que todo lo reforma
Al golpe que le imprime el pensamiento,
Con su potente fibra creadora,
Fuese solo producto de elementos
Que dentro del cerebro evolucionan,
¿Porqué no pensarían los cadáveres
Que mantienen su forma,
Y en cuyos hemisferios aún palpita
La célula vibrátil, que funciona
En tanto que la larva no destruya
Su fuerza productora?

*


Si no le fuese reservado al hombre
La emocion inefable y silenciosa
Que enciende la piedad, el amor puro,
y la ambicion sublime de la gloria,

¿Porqué, tambien, como él no sentiría
Visiones de la mente soñadora,
Todo cuanto se ajita con la vida
Y que solo en sustancia se transforma?
¿Porqué no piensa, leda, en los pensiles
La flor fragante que en la tarde asoma?
¿Porqué no tiene concepcion de génio
El libre bruto que en el bosque mora?
¿Porqué, como el astrónomo, no miden
Las estrellas que jiran en su órbita
Y siguen en su marcha á los cometas,
Los peces que se ocultan en las óndas?
¿Porqué no han descubierto el infinito
En el mundo invisible de la escoria,
O en el aire que surcan en su vuelo,
La débil y pintada mariposa,
O el águila caudal, que cuelga el nido
En la cumbre altanera de la roca?
Nó! si el bruto y el pez, la planta, el ave
Y cuanto existe en la natura toda,

Tienen vida fugaz de sensaciones
y por instinto obran,
No cultivan la flor del sentimiento,
Ni piensan, ni razonan!
Sólo un ser superior, un ser que fuese
La imágen misma de tu esencia propia,
Ha podido alcanzar á concebirte
En tu magnificencia portentosa,
Entreviendo en el mundo de su idea
Toda tu inmensidad deslumbradora.
Y es por eso, Señor, que solo el hombre
Ha levantado templos en tu honra,
Y que, en el dia del dolor supremo,
Sólo ánte el Ara de tus Templos ora,
Al escuchar la voz de esa campana
Que, lentamente, por los muertos dobla!


II



Cuando Jesús, el Hijo de María,
Su doctrina sublime predicaba,
Un dia preguntóle
Una humilde mujer Samaritana:
— «Señor, ¿dónde debemos
«Levantar la oracion? ¿En la montaña,
«Como hicieron mis padres,
«Los viejos fundadores de Samária,
«O allá en Jerusalem, como el hebréo?»
Y Jesús contestóla: «El que le ama,
«En verdad y en espíritu, sumiso
«Adora á Dios en el altar del alma!»
Yo sigo del maestro la doctrina.
Si mi oracion cristiana,

Por acaso, no puedo proferirla
Debajo de la cúpula sagrada,
Donde la Iglesia de mi santo credo
Sus altares levanta;
Humilde me prosterno solitario,
Y, en la noche callada,
Cuando no turba el vuelo de mis preces,
La ajitacion mundana,
Elevo, en el silencio del insomnio,
Mi súplica, formada
De ternura, de amor y bendiciones,
Que el lábio mudo á traducir no alcanza.

*


Entónces me aparecen
Los dias de mi infancia,
Y veo, en la penumbra del recuerdo,
Entre sombras y lúces que se apagan,

Como lejano faro de mis noches,
La vision de mi madre idolatrada!
Oigo su voz que, cariñosa y suave,
Modula una palabra,
Que mi boca repite, sin conciencia
De que le reza al Ángel de la Guarda;
Y la miro despues, cuando, más tarde,
Austera me enseñaba,
Con la leyenda de mi propia estirpe,
La historia americana,
Encendiendo, en el niño balbuciente,
La inextinguible llama
Que nos lleva, en el curso de la vida,
A honrar á Dios y á defender la Patria!
Y mi mente tambien hace memoria
De que triste, ajitada,
En medio de efusiones y caricias,
Mi madre me narrava,
La trajedia del dia de infortunio
En que, una mano airada,

Me arrebataba al padre, derribando
Con implacable saña,
El protector abrigo de los míos,
El fuerte tronco de la encina magna!

*


Era apénas un niño. No sabía
Todo lo que el Eterno me arrancaba!
El alma, á los tres años, solo tiene
Quimeras y esperanzas;
Y, luego, estaba allí, junto á mi cuna
La viuda acongojada,
Que adormía los écos de mi llanto,
Con besos y con lágrimas!
¿Cómo saber siquiera,
En esa edad temprana,
Que falta al hombre su primera ejída,
Cuando el padre le falta?

*


Si no le conocí sobre la tierra,
Su noble ejemplo encaminó mi planta;
y si la duda, con su niebla, cubre
La huella fácil que el deber me marca,
Siempre que triste el pensamiento sigue,
El rumbo errante de la nube vaga,
Me parece que, allá en el firmamento,
La estrella solitaria
Que, en la tarde tranquila,
Blancos destellos de su seno lanza,
Es su espíritu puro que le envía
Luz á la mente, á la conciencia pauta!

*


Han pasado los años. Muchas veces
Surcando por bravía mar sin playas,

Me sentí débil, y temí el naufragio,
Mas, en medio á mi noche desolada,
Su recuerdo indeleble
Fué puerto de bonanza,
Donde siempre encontré seguro asilo,
Y dulce paz y venturosa calma!

*


El crepúsculo aumenta su tristeza
Cuando se oye la voz de esa campana
Que, lentamente, por los muertos dobla!
Su nota funeraria,
Vibrando en la penumbra vespertina,
Resuena como cántiga sagrada,
Que, llena de perfume y de misterio,
Las brisas recojieron en sus álas.
No es el lúgubre toque de agonía
Que al que espira acompaña,
Ni el eco quejumbroso del lamento

De algun desamparado, que reclama,
En la hora del tránsito,
Tributo de oraciones y de lágrimas ...
Ese bronce que jime plañidero,
Como arpéjio de música lejana,
Cual si fuesen acordes fujitivos
De las celestes árpas,
Es la voz del Autor del Universo
Que á las conciencias habla,
Recordando que, el paso por el mundo,
Es solo una jornada,
De esta ruta en que el hombre, combatiendo
En perpétua batalla,
Vá buscando alcanzar la recompensa
Que su Fé le señala en lontananza!

*


Es la voz que nos dice que la muerte
Es ley que á todos mata,

Castigando en el réprobo y el justo
Del primer hombre la primera falta!
Ante ella, nada importa la fortuna,
Ni la grandeza, ni la gloria humana,
Que el ántro misterioso de la huesa,
A todos nos iguala,
Sin que pese, en el fallo de los juicios,
De Dios en la balanza,
El oropel con que á los muertos viste
El nécio orgullo ó la soberbia vana!
Es la voz elocuente que recuerda
Que si, al nacer, lloramos la desgracia
De llegar á la tierra
Con la cándida frente maculada,
Podemos, de la vida en la milicia,
Reconquistar la gracia
Y morir sonrientes,
Divisando, entre luces de alborada,
La gloria prometida al varon justo
Como inmortal albergue de su alma!


*


Ya mis ojos no lloran
Por los muertos queridos que me faltan!
Si no puedo besar el polvo amado
Que en la tumba descansa,
Como reliquia de sus cuerpos ídos,
Yo siento que mi ánima,
Impelida por génios invisibles,
Se remonta á la célica morada
Donde habitan los fuertes, que alcanzaron
La bienaventuranza;
Yo sé que allí les hallaré reunidos;
Yo sé que allí me aguardan
En el dia, sin sombras, en que todos
Del Hacedor á la presencia vayan!
Y mientras viene ese supremo instante,
—Que, acaso, acaso llegará mañana! —

Siempre que siento que á mi oido suena
Esa voz que nos llama
A orar, en medio al sufrimiento propio,
Por los que fueron en el mundo párias,
Mi pecho enternecido
Devoto les consagra,
Todo el recuerdo que dejó en mi seno
De sus virtudes la memoria cara.

III


Señor de lo increado,
A Tí humildes mis preces se levantan,
En este dia, en que el dolor intenso
Lo traduce la voz de esa campana,
Que invita á meditar, y á cuyos toques
Todo el bullicio mundanal se apaga.
Yo me postro á tus pies, Dios de mis padres,
É imploro tu clemencia soberana,
La bondad infinita de tu juicio,
En favor de sus almas.
Jamás mi lábio condenarles debe,
Que amor me impide conocer su falta;
Mas, soy cristiano, y colocarles quiero
Cabe la luz de tu Divina Gracia!

De su vida mortal, nada hay que ignore
Tu ciencia sacrosanta;
Mas, al ménos, Señor, el lábio puede,
En ferviente plegaria,
Pedirte que concedas el reposo
A todos los que amaba,
Y que fueron errantes peregrinos
De Fé sincera y celestial confianza!
Puede decirte que tambien tuvieron,
En las caídas de su senda ingrata,
Su Cruz y su Calvario,
Precedidos del Huerto y la Montaña,
y si al subir hasta tu Trono Santo,
No llevaron de mártires la palma,
El dolor que sufrieron en el suelo,
Para probarte su martirio basta!
Ampárales, Señor; y si mi ruego
A conseguir no alcanza,
La paz de sus espíritus, acaso
Te mueva á la piedad, la continuada

Oracion que, por ellos, te dirije
Aquella noble anciana
Que ha contado los dias de su vida
Por los de su desgracia,
Y que ostenta la aureóla del martirio
En la blanca corona de sus canas.

*


Ah! por ella tambien yo te suplico,
Invocando á Maria Inmaculada!
Señor: Tú que la has visto,
Siempre serena y con uncion cristiana
Aceptar los pesares que la aflijen,
Humilde y resignada;
Tú que sabes que, en medio al infortunio,
Que, siempre cruel y sin cesar la embarga,
Há pasado, sus grandes amarguras,
Orando, con fervor, al pié del Ara;

Tú que sabes que, «triste hasta la muerte»,
Imploró atribulada
A esa Madre sublime de las madres,
Que su favor derrama,
Sobre lodos los seres que, contritos,
Su intercesion reclaman, —
Protéjela, Señor! Sobre su frente
Celeste rayo de tu lumbre irrádia,
Que ilumine la noche de sus penas
Con fulgores del alba;
Protéjela, Señor! Y, como prémio
De su vida angustiada,
Aparta los escollos del sendero
Que recorra su planta;
Concédele á sus horas alegrías
Que compensen las lágrimas
Que ha vertido, sin trégua, á cada instante,
De su existencia amarga,
Y, en el dia supremo en que la llames
A descansar de su fatiga aciaga,

Para dar á su espíritu selecto
La dulce paz y venturosa calma,—
Haz que ascienda tranquila,
En la espiral del humo que levantan
La mirra y el incienso en tus altares,
Su alma siempre blanca!

IV


Es la hora del Angelus! La noche
Vá estendiendo su gasa vaporosa,
Y el espíritu inquieto,
Acosado por dudas y zozobras,
Se dilata en el éter, persiguiendo
Las eternas auroras,
Que en los órbes, sin fin, del firmamento
Le preságia su Fé consoladora.

*


Todo calla! El silencio y la tiniebla
Envuelven á la tierra con su sombra,
Y, en tanto que, sobre ella

Los objetos se pierden y se borran,
En el azúl sombrío de los cielos,
Las estrellas tachonan
El manto inmenso, que cubriendo al mundo
Le sirve de dosel cuando reposa.
Ya no cantan las áves en el prado,
Ni suspiran las árpas trovadoras,
Ni los rayos del sol amaneciente
En cambiantes de lúces se trasforman;
Ya no ostentan sus flores
Las madreselvas tiernas y frondosas!
Ora pliegan su tallo delicado
Y, débiles, se doblan
Anegado su seno, por las perlas
Del llanto del aljófar;
Ya la fresca alegría de la dicha
Su fulgor no desborda...
Sólo la negra oscuridad desciende
Sobre el suelo dormido en esta hora!
En su quietud, naturaleza entera

Parece que solloza,
Cuando, tímida y queda, se estremece
Al soplo de las áuras vagarosas,
Que susurran gimientes elegías,
Formadas de doloras
Y endechas de las fuentes cristalinas,
Repetidas por palmas rumorosas.

*


Todo calla y descansa!.. Solo vela
La Iglesia que, constante y amorosa,
Nos llama á orar, lanzando en el espacio
La vibracion sonora,
De esa voz, sin palabras, que comprende
El corazon que, ante el Señor, se postra;
De esa voz que reclama una plegaria
Por nuestros deudos, cuya sombra evoca
El lúgubre tañer de esa campana
Que, lentamente, por los muertos dobla.

*


¡Cuánta tristura sobre el alma pesa
Cuando hiende los aires esa nota!
No son solo mementos lo que dice
Su lejana armonía de arpa eólia!
Si hoy vibra, sollozante, en homenaje
A los que ya descansan en la gloria,
Junto al trono de Dios; tambien, más tarde,
Ha de sonar por los que alegres gozan,
Mientras dejan que, el musgo y la cicuta,
Cubran la fria losa
De sus muertos de ayer. ¡Oh indiferencia
De que el hombre faláz, necio blasona!
Y, sin embargo, de su propia vida
Tanto el término ignora,
Que, aún irá dilatándose el tañido
De ese bronce que dobla,

Y ya no existirán muchos que oyeron
La primer campanada dolorosa!
Mas no muere el que acaba la existencia.
Y vive del amor so la custodia,
Dejando que repitan sus virtudes
Los vivos ó la historia.
Solo sucumben, y muriendo mueren
Aquellos que abandona
El olvido, en el borde del sepulcro!
De los muertos la sombra
Turba el placer de la radiosa fiesta:
Si la vida es muy corta,
Ménos dura el recuento del que espira;
Que tarda más en consumar su obra
El gusano voráz, que en extinguirse
La llama que consagra una memoria!

*


En el mundo, la voz de las campanas
Los tiempos y los pueblos eslabona,
Pues no tienen medida las edades
Ante la eternidad que rememora!
El pasado es la noche de las tumbas,
Necrópolis inmensa, que amontona
Entre ruinas de cosas que existieron,
Ejemplos que aleccionan;
El presente, comienzo de agonía,
Crepúsculos y luces que fusionan,
Formados de recuerdos y esperanzas,
Ilusiones de mente soñadora;
Mañana, es el misterio; es la promesa
Que engendrando la duda y la congoja,
Nos despierta en la almohada de la cuna
y nos duerme en el lecho de la fosa!


*


Yo no temo á la muerte. Si he pagado,
En medio de mi vida tormentosa,
Tributo de cariño á los que fueron
De mi existencia norma,
Sin jamás exponerme á que el olvido
Derramase, en mi seno, su ponzoña,—
Cuándo mis ojos para siempre cierre
A los rayos de vida de la aurora,
y mi espritu vea en lontananza
Las luces que ambiciona,
Yo sé que irán á refrescar mi tumba
Las siempre verdes hojas
De alguna yedra amiga, que regada
Con lágrimas constantes, trepadora
Se alzará, entre las grietas carcomidas,
Como cúpula umbrosa

A cuyo abrigo dormirá mi cuerpo
El sueño eterno de la eterna sombra!
Y cuándo, melancólico, se pierda
El día, en la penumbra misteriosa
En que el cielo y la tierra se confunden,
Mientras la Estrella del Pastor asoma,
Como un faro encendido en el vacío
En la noche del Gólgotha,
Yo sé que mi alma subirá á los cielos,
Sobre el ála piadosa,
De las preces de aquellos que me amaron,
Que hoy me aman y que lloran,—
Y que han de orar, cuando á su oído llegue
Del céfiro en las ondas,
La magestuosa voz de esa campana
Que, lentamente, por los muertos dobla!


Buenos Aires, 1891.