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El mismo marqués Godofredo se dejaba domar, sin prescindir por eso de hacer sentir, de vez en cuando, el precio de su condescendencia. Hacía poco había tomado la costumbre de pedir prestado un caballo en la cuadra de Reteuil, tres veces á la semana, para recorrer montado los alrededores, lo que le permitía ver el país.

Acaso sus expediciones, que sólo parecían guiadas por la aventura, tenían un fin más práctico y más interesado. Se le veía con frecuencia hacia la granja de los Grivoize, donde los dos hermanos y Piscop le mostraban ahora gran consideración.

Era aquel un buen cambio, pues un año antes, eran los primeros en calificarle de marqués del Pan Seco y conde de la Miseria. Pero todo varía, y, sin duda, aquellos tres compañeros, cuyas almas eran astutas, tenían sus razones para ello.

A veces se les veía pasear los cuatro delante de la granja ó sentarse en el interior ante una mesa con vasos y una botella de aguardiente, juego en el que Carmesy se sabe que no tenía rival.

La marquesa Adelaida, con gran descontento de las señoras de la vecindad, acompañaba casi todos los días á la señora de Reteuil en sus paseos en coche por el bosque.

Estaban en la más tierna intimidad, aunque había entre sus edades la diferencia de un cuarto de siglo ; pero esas barreras no existen para los espíritus elevados.

Adelaida, con su aspecto de franqueza, contaba de buen grado su vida y sus desgracias, por lo menos las que podían contarse, y su amiga se indignaba al oir el relato de aquellos infortunios tan poco merecidos ; acusaba á la suerte de injusticia y repetía con frecuencia: