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górica bautizada por él de «Modern Ahorro», era porque quería que Reteuil, después de Valroy, fuese tomado por asalto con una compañía de alguaciles por vanguardia.

Era preciso que la anciana no estuviese en posesión de un dinero líquido que le permitiese intervenir en la ruina de su yerno, socorrerle y, acaso, salvarle.

Inmovilizados y perdidos aquellos cien mil pesos que representaban próximamente la suma de sus valores negociables, la castellana estaba también desarmada y reducida á préstamos sobre sus tierras, como aquel á quien querría ayudar.

Los cálculos habían sido escrupulosamente hechos, las mallas se apretaban y el Conde tenía aún delante de él unos doce meses de estúpida seguridad.

La hipoteca terminaba á los cinco años y habían pasado cuatro. Tenía promesas de renovación y hasta palabras de honor, pero eran las de los Grivoize y los Piscop, á las cuales, para mayor garantía, se había añadido la de Carmesy. ¿Qué arriesgaba con todo esto?

¡Pobre castellano desposeído, que seguía soñando con un porvenir dichoso, cuando todo crujía ya bajo sus pasos de sonámbulo!

Juan dijo al Marqués: —Aceptemos esa colocación, si usted cree que la operación es buena... Consiento en principio, pero hable usted mismo á mi suegra y decídala; en usted tiene más confianza que en mí...

Después de decir esto, el Marqués y el Conde volvieron á reunirse con las señoras en el gran comedor, que estaba al mismo nivel que el terrado.

Jacobo y Arabela, entonces, arrancándose también á su conferencia, se les reunieron silenciosamente.

Caía la noche, ya obscura, y borraba los horizontes próximos...