Clara entró consternada. Su abuelo la miró y dijo en seguida: —¿Qué hay? ¿qué pasa? No tienes tu cara ordinaria.
Clara respondió, sin pensar un instante en ocultar sus pensamientos: —José se va...
El anciano no se asombró tampoco de aquella confesión ni de aquella pena que revelaba el amor.
—¿Por qué se va ?—preguntó.
—Porque no encuentra aquí trabajo y ya tiene edad de ganarse la vida.
El viejo reflexionó y dijo después de un rato: —Le quieres mucho?
Clara se ruborizó, y, confiando en que aquel buen anciano la adoraba, se atrevió á decir: —Le amo.
— Hace mucho tiempo?
—No lo sé; lo he descubierto hace un momento, cuando me ha dicho que se iba.
—¿Y él?
—Creo que también me ama.
—Bien... bien... Es un buen muchacho... El padre es un hombre honrado; la madre un poco chiflada..pero son buena gente... y tienen dinero ahorrado... Garnache me lo ha dicho... La cosa se puede arreglar, y dentro de dos ó tres años... Sí, vamos á ver eso...
Se levantó de su asiento apoyándose en la mesa, y un poco encorvado, se fué hacia la puerta arrastrando los zuecos.
—¿Adónde va usted, padre ?—dijo Clara asombrada.
—Tengo mi idea; déjame hacer... Espérame, hija mía; dentro de media hora estaré de vuelta.
El buen Balvet, arrastrando las piernas, se fué al pabellón.