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despecho para la otra, á Juan de Valroy se le ocurrió hacer el amor á la heredera de Reteuil, Berta se quedó escandalizada hasta la cólera al ver que no se iluminaba la cara de aquella feliz elegida. Lejos de eso, Antonieta se puso más triste todavía.

Aquella era la prueba esperada y temida. Había que rehusar. Pero el solicitante no era de desdeñar y tenía todas las ventajas deseadas en la tierra; ¿qué motivo dar á la negativa?

Antonieta ganó tiempo, alegó su excesiva juventud y no dijo que sí ni que no; pero su madre aceptó por ella, y Juan tuvo entrada diaria en el castillo.

Por otra parte, los dos se habían conocido siempre, aunque sin intimidad, pero sus relaciones, aun siendo ceremoniosas, no habían dejado de ser frecuentes. No había, pues, que estudiar el personaje, que era conocido antes de entrar en su nuevo papel.

Juan se prestó á todos los aplazamientos y á todos los retrasos de aquella fantasía adorada, que le parecieron escrúpulos de un alma delicada, terrores naturales ante lo desconocido y pudores obligatorios en toda joven castamente educada. No podía adivinar qué horribles y tenebrosos problemas ocultaba Antonieta bajo su estrecha frente y entre aquellas dos cejas ligeramente arqueadas.

Siguió haciéndole la corte, sin dudar del éxito, y se mostró tal cual era, alegre, despreocupado, tierno en ciertos momentos y espiritual en otros; siempre correcto y elegante; inteligencia, acaso, un poco superficial; actitud un poco rebuscada; pero ¿quién es perfecto?

A pesar de todo, pasaron meses y hasta un año sin que Juan obtuviese un sí definitivo para la unión que deseaba; y entonces, á su vez, se ensombreció y no ocul-