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apoderaba de él á su vez? Ello es que Jacobo no juzgaba ya ese acto tan difícil ni tan doloroso.

Ahora que estaba solo en la tierra, porque el mundo estaba vacío para él sin Arabela, no era la muerte el refugio supremo y el remedio absoluto?

Entonces, más y más tentado por aquella visión deslumbradora de un próximo aniquilamiento, en el silencio del bosque paternal, entre las quejas del viento y la calma imponente del universo nocturno, Jacobo repitió en voz alta y solemne, como un proyecto, casi como un juramento:

—¿Por qué no?

IV

—Berta, no está aquí?—preguntó Garnache empujando la puerta.

—No—respondieron á la vez el tío Balvet, José y Clara. Los dos niños, unos chicos de cuatro y tres años, acudieron con los brazos abiertos al ver al guarda y se le arrojaron á las piernas. Y él, con cara preocupada y la vista fija en el exterior, murmuró mientras acariciaba la cabeza de los niños: —¿Dónde puede estar esta vez?... No ha vuelto á casa y no se la ha visto desde esta mañana.

Los otros dos movieron la cabeza en silencio. José, dijo: —No os alarméis; está rondando por Reteuil... Y además, ya sabéis que no tiene bien la cabeza.

—Justamente—respondió Regino,—por eso temo siempre algo... No sabe lo que hace....

—Vamos, entre usted, Garnache—dijo el horticul-