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das empezadas, la sorprendían. Acaso eran la explicación del profundo silencio que reinaba en casa de los Carmesy después de la cena. Pero no se detuvo en tan poca cosa y, para alimentar su entusiasmo, se maravilló por ·la destreza de la Marquesa y manifestó sus sentimientos.

—¡ Bah—dijo la extranjera, en Australia y en América hemos hecho con frecuencia la guerra... Había que saber estas cosas y las sé.

Después de esto ¿cómo no extasiarse? ¿Dónde encontrar semejantes héroes y tales heroínas?

Había que confesar en conciencia que era una bendición para la provincia la presencia de personajes tan notables y tan preciosos. La anciana se congratuló una vez más del venturoso azar...

En este momento, volviendo á sus botellas, la marquesa Adelaida dijo: —¿Quiere usted beber una copita ?

La castellana protestó á pesar suyo con un gesto violento de repugnancia y de horror: —No, no... jamás...

La descendiente de los reyes de Irlanda guardó sus botellas en el armario, no sin un suspiro de pesar.

También miss Bella hizo un gesto al verlas desaparecer.

Era probable que, por las noches, la mujer y la hija acompañaban en sus libaciones al esposo y padre. A pesar de lo cual la de Reteuil se marchó encantada.

Adelaida y Arabela, que se tenía mejor con su pierna vendada, la acompañaron hasta el coche, en el que ella subió con ligereza en alas de la satisfacción.

Había invitado á todos los Carmesy á irla á ver, á usar de ella, á cazar en sus bosques, á pescar en sus estanques y á considerarla sobre todo como una amiga; y, aunque Adelaida reservó las decisiones del úni