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Página:Las tinieblas y otros cuentos.djvu/18

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—Hubiera sido mejor dejarla en el despacho. Todo el mundo hace eso aquí.

—¡Oh no vale la pena!— protestó. Y encontrándose con la mirada de asombro de Luba añadió confuso—: La comprendo a usted, pero dejemos eso.

—¿Sabe usted, al menos, qué dinero hay dentro? Hay señores que no lo saben y después son los líos...

—Lo sé, pero verdaderamente no vale la pena...

Se acostó dejando un sitio libre del lado de la pared. El sueño encantado le acarició en la mejilla, sonriéndole, con su pata de terciopelo, le besó dulcemente, le cosquilleó en las rodillas y posó la cabeza sobre su pecho. Tuvo una sonrisa de felicidad.

—¿De qué se ríe usted?—preguntó la muchacha, sonriendo también contrariada.

—De nada. Estoy contento. Son muy suaves sus almohadas. Ahora podemos hablar un poco. ¿Por qué no bebe usted?

—Yo también quisiera desnudarme algo. ¿Me lo permite usted? Tendré que estar muchísimo tiempo sentada.

Había en su voz notas burlonas.

—Se lo ruego a usted—se apresuró a responder él.

Miró ella sus ojos llenos de confianza y añadió más seriamente:

—Mire usted, el corsé me aprieta demasiado. Casi me martiriza.

—Sí, ya comprendo. No tiene usted mas que quitárselo.