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rales, en lugar de ese aparato suntuoso y de ese luxo fúnebre, debido solo al orgullo, quisiera mas bien, un dolor sentido en efecto, unas lágrimas sincéras, y largos sentimientos por el que ya no exîste.

LXXXIII.

El lugar mas pequeño, mas estrecho, mas desconocido, aunque no tenga mas de veinte familias, es bastante dichoso si la amistad y la buena fé reynan entre sus habitadores. ¡Imprudente será quien rehuse establecer su residencia en este asilo del amor y la inocencia!

LXXXIV.

Los hombres malos no sueden soportar largo tiempo, ni los rigores de la pobreza, ni las riquezas y los honores. Pero el prudente, sea su fortuna la que quiera, reposa siempre en su sola virtud.

LXXXV.

El hombre de bien es el que solo puede amar á los hombres con seguridad, y aborrecerlos con la misma.

LXXXVI.

Los hombres buscan los honores y las riquezas; pero si lo ordena la razon, el sabio no titubeará para desecharlas. Se huye, y se aborrece la pobreza, la humillacion y el desprecio; pero si el sabio es injustamente pobre, humillado, y despreciado, seguro está que se permita á sí