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Política de Dios, gobierno de Cristo/Parte II/XVII

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XVI
Política de Dios, gobierno de Cristo
de Francisco de Quevedo y Villegas
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XVII


El verdadero Rey niño puede tener poca edad, no poca atención: ha de empezar por el templo, y atender al oficio, no a padre ni madre. (Luc., 2.)
Reversi sunt in Galilaeam in civitatem suam Nazareth. Puer autem crescebat, et confortabatur, plenus sapientia, et gratia Dei erat in illo. «Volvieron en Galilea a la ciudad suya de Nazareth. Y el Niño crecía, y se confortaba lleno de sabiduría, y la gracia de Dios era en él».
El rey niño, que crece y se conforta lleno de sabiduría, en quien está la gracia de Dios, excepción es de la sentencia temerosa de la Escritura Sagrada (traída en el capítulo antecedente próximo), en que con lamentación prevenida le declara por plaga de sus reinos. Ha de estar el rey lleno de sabiduría, porque la parte de su ánimo que de sabiduría estuviere desocupada, la tomarán de aposento o las insolencias o los insolentes. Ha de ser habitado el rey niño de la gracia de Dios. Tales y tan grandes preservativos ha menester la poca edad para reinar: oficio de gracia de Dios, no de hombres, que ha menester no sólo ser sabio sino lleno de sabiduría. ¿Cómo reinará quien no tiene años ni sabiduría, que no sólo no esté lleno de ella, sino yermo? ¿Cómo reinará quien no sólo no tiene gracia de Dios, antes tiene por gracia no tenerla? ¿Cómo reinará sin desgracia una hora quien sólo tiene en su gracia su divertimiento, su vicio y su ceguedad? Y el que tuviere con título de bienaventurado la gracia de este rey que no tiene la de Dios, ¿qué otra cosa tiene en la niñez de un príncipe, que un peligro forzoso, crecido de la licencia y asegurado en su rendimiento? No desmienten las historias estas palabras mías: rubricados tienen con su sangre estos malos sucesos aquellos criados que en las niñeces de los monarcas solicitaron por los doseles los cadalsos, y por la adoración los cuchillos.



No sin especial asistencia y providencia del cielo, Santísimo Padre Urbano, tomaste este nombre grande (correspondiente bien a la doctrina, al celo y a la virtud heroica que anima generosamente ese espíritu, con cuyo aliento vive el católico nuestro) manifestándolo en solicitar la unión de los hijos grandes de la Iglesia, domando la dura cerviz de la discordia con las armas espirituales y tesoros del Jubileo grande que habéis franqueado a los fieles173. Porque de vuestra santidad se diga lo que de la eficacia viva de otro antecesor insigne vuestro dijo Roberto Mónaco174: «El papa Urbano (segundo de este nombre) tan urbanamente oró, que conciliando en uno los afectos de todos los que le oían, aclamaron todos: Dios quiere, Dios quiere». Vuestra beatitud tiene prenda segura de la virtud de esta unión, para lograrla en imitar aquella eficacia con la de la oración. Hable vuestra santidad: concilie los afectos de todos, que hoy están en batalla y en disensión. Pues Dios quiso con este nombre, con esta doctrina, poner a vuestra beatitud en la silla de San Pedro, oiga la propia aclamación de los que no padecen ni temen menos que aquellas gentes. «Dios quiere, Dios quiere», decimos todos. Ésta ha de ser con vuestra beatitud para lo espiritual nuestra aclamación. Dios quiere que vuestra beatitud hable, cuando se hace y se ejecuta lo que él no quiere. Santísimo Padre, conducid a vuestra nave los que fuera de ella osan navegar. Desagraviemos todos los que somos pueblo verdadero del verdadero Dios esas llaves, que por no usar de ellas el rey de Inglaterra descerrajó su iglesia, los herejes las adulteran con ganzúas, y los malos hijos por no pedirlas se quedan fuera. Oídnos; que quiere Dios: hablad, y juntad en uno la enemistad de nuestros afectos; que Dios quiere.



Séanos ejemplo de toda justicia (en el imperio y en el pontificado) Cristo Jesús, hijo de María, rey en doce años, lleno de ciencia y de gracia de Dios. «Y como fuese de doce años, subiendo sus padres a Jerusalén, según la costumbre del día de fiesta, acabados los días, como volviesen quedó el niño Jesús en Jerusalén, y no echaron de ver sus padres; y entendiendo venía en su compañía anduvieron el camino de un día». Este pedazo de la historia de Jesucristo tengo por el que está retirado en más dificultosos misterios. Así lo confiesa la Virgen María: así lo dicen las palabras de Cristo. Mal puede arribar el entendimiento a convenirse con descuido en el amor de María y José con su Hijo, menos con despego tan olvidado, que viniendo sin él no le echasen menos. Pues entender que en aquellas palabras de Cristo a su Madre le hubo, será sentir con Calvino. ¡Oh gran saber de Dios! ¡Oh altura de los tesoros de su ciencia, que así mortifica la presunción del juicio humano, porque se persuada que sin Dios no se aprende, ni se sabe sin Dios! Mucho refiere Maldonado de los padres griegos y latinos, todo digno de gran reverencia; mas a mi ver siempre queda inaccesible la dificultad, y retirado el misterio. Yo (como el camino que sigo es nuevo) no puedo valerme de otro intérprete que de la consideración de la vida de Cristo. Y si no me declarare al juicio de todos, séame disculpa que, en lugar y de palabras, el Evangelista afirma que la Madre de Dios y José no entendieron lo que les dijo: Et ipsi non intellexerunt verbum. Forzosa me parece a mí la ignorancia, y en ella estaré sin otra culpa que la de haber osado acometer lugar tan escondido.



Santísimo Padre, quien hace su oficio, y atiende a lo que le envían, y acude a Dios, y asiste al templo, y se da a la Iglesia, y oye los doctores, y los pregunta, y los responde, acudiendo a lo que es de su cargo, aun donde no está no le echan menos; y no puede faltar de ninguna parte quien atiende a lo que manda Dios. Y por el contrario, quien huye de la Iglesia, quien se aparta del templo, quien se esquiva de su oficio, quien deja su obligación, -donde está le buscan, los que le tratan le echan menos, donde asiste no le ven, en todas partes falta, en ninguna parte está: fuera de su obligación, está fuera de sí. Éste fue uno de los mayores misterios de este soberano rey, y de los más dignos de su monarquía y providencia. Grande es el aparato que en este capítulo cierra el Espíritu Santo. Los padres iban al templo por la costumbre (así lo dice el texto), y así se vuelven. El Hijo fue al templo por la costumbre, y se quedó por su oficio, y por hacer lo que le mandó su Padre: por eso no vuelve. Vulgarmente llaman esta fiesta del Niño perdido, sin algún fundamento: ni sus padres le perdieron, ni él se perdió. Los padres dice el texto que vinieron sin él y que «no conocieron»: así dice la palabra en todos los textos. Quiere decir, que no echaron de ver que faltaba. Y es cierto; que sus padres que no sólo le amaban mucho, sino que no amaban otra cosa ni en otra tenían los ojos y el corazón, no se descuidaron ni divirtieron. Antes este sumo amor, con la contemplación y el gozo de verle crecer lleno de sabiduría y gracia, los llevó en éxtasis, no sólo con él, mas también en el niño; que ni de los ojos faltó lo que no veían, ni de su compañía lo que no llevaban, porque iban tan arrobados en el Hijo, que quedándose él en Jerusalén, no iban sin él por el camino. Y esto dice el texto con decir «no conocieron», debiendo decir «echáronle menos», o «vieron que faltaba». Porque no conocer, disculpa con gran prerrogativa el elevamiento misterioso y el amor, y esas otras palabras en el son tienen resabios de descuido. Permisión llena de doctrina de Dios. En tanto que el rey niño asiste a su oficio, no haga falta a nadie, pues hace bien a todos. Sirviose Cristo del sumo amor que le tenían sus padres como de nube tan noble que le ocultaba a los sentidos, no a las potencias. Entretúvolos consigo para no ir con ellos: él se quedó para irse, ensayándolos en estas maravillas para la postrera del Sacramento del Altar, donde para la Iglesia se fue para quedarse, como aquí se quedó para irse. Y como fue conveniente esta suspensión tan amartelada para lo que hemos dicho, lo fue que no durase, ni pasase de los tres días, en ir y venir, no conocer si faltaba, y hallarle.



Grandes misterios aguardaban años había este suceso, desempeño de muchas profecías y muchos profetas; y en la primer obra nos acuerda de su resurrección. «Entendiendo iba en la compañía, caminaron un día, y buscábanle entre los parientes y conocidos; y no hallándole, volvieron a Jerusalén en su busca». Entendieron como tales padres, y padres de tal Hijo, entendieron que iba en la compañía; y era así, porque Cristo Jesús nunca dejó a sus padres; y eso fue el decir «no conocieron». Iba con ellos y con la compañía de su Madre, como Dios que los asistía siempre y en todo lugar; y como hombre se había quedado, para que oyesen de su boca los doctores el misterio de la Santísima Trinidad, y ante los doctores dijesen lo que sabían sus padres, y oyesen de ellos el misterio del Verbo divino y de su encarnación. Que todo se declaró cuando hallándole en medio de los doctores, oyéndolos y preguntándolos, se admiraban todos los que le oían de su prudencia y de sus respuestas: «Y viéndole, se admiraron». Éste sí fue rey de reyes, rey verdadero, rey de gloria. Primero oye, luego pregunta, y luego responde. Ésta, Santísimo Padre, fue la prudencia que admiraban en un niño rey de doce años; que oía primero, y luego preguntaba para responder, y esto siendo suma sabiduría. ¿Cómo, pues, acertarán los reyes que, no lo siendo, ni oyen, ni quieren oír, ni preguntan, y empiezan su audiencia y sus decretos por las respuestas? Esto, Santísimo Padre, fue enseñar a los doctores, oírlos y preguntarlos; y esto no quisieron ellos aprender, pues nunca le quisieron oír.



Dijo su Madre: «¿Hijo, por qué has hecho esto con nosotros? Tu padre y yo te buscábamos con dolor». No dijo: «por qué nos dejaste»; que bien sabía que en su corazón había asistido siempre. Sólo dice: «¿Por qué has hecho esto con nosotros?», que es lo que llamó el Evangelista: «No conocieron» que embebecer nuestros ojos en nuestra contemplación. Por este rato que no te hemos visto, «tu padre y yo te buscábamos con dolor». Aquí dicen que es hombre verdadero, y que son sus padres: cosa que importó tanto que la oyese de ellos mismos con afecto tan casual y penoso. Él respondió: «¿Qué es la cosa por qué me buscabais?». Eso fue decir: Acudir yo al templo, que es a lo que vine, y a enseñar, a oír, y a preguntar, a responder, a hacer lo que mi Padre me ordena, no es faltar de vuestro lado, no es dejaros. No los responde, sino los satisface con pregunta llena de favores. ¿Por qué me buscáis, si no me he perdido? Soy templo, y estoy en el templo; soy Rey, y oigo, y pregunto, y respondo; soy Hijo, y hago la voluntad de mi Padre. ¿Por qué me buscáis con dolor? ¿No sabíades que conviene que yo esté en las cosas que son de mi Padre? A su Padre le dice que está en cosas de su Padre. De manera que le busca el Padre cuando está en las cosas del Padre. ¡Gran llamarada del misterio de la Trinidad! Este modo de decir es así común a todos los idiomas: «¿No sabéis que he de estar en las cosas que son de mi Padre?».



Que fue decir: ¿Para qué me buscáis, si no me he apartado de vosotros? Yo estoy en las cosas de mi Padre; y supuesto que nadie es más propiamente de mi Padre que vosotros, en vosotros estoy. San José ya se ve si es cosa de su Padre, pues le escogió para lugarteniente suyo en la tierra, para Padre de su Hijo en la manera que lo fue. ¿Pues la Virgen María? Ab initio, et ante saecula la escogió para su esposa. De suerte que con los propios misterios y sacramentos que se quedó, y no los dejó; que iban sin él, y tan en él que no lo entendieron, los responde cosas tales, que dice el Evangelista: «Y ellos no entendieron la palabra que les dijo a ellos». No pudieron ignorar que era Hijo de Dios. Ya la Virgen había oído: Spiritus Sanctus superveniet in te; et virtus Altissimi obumbrabit tibi. Pues José ya había oído, quando nolebat eam traducere: Quod enim in ea natum est, de Spiritu Sancto est. Luego esto no era lo que no entendieron; y es cierto que no entendieron una palabra, que así lo dice el texto, y ésta fue: Quid est quod me quaerebatis? «¿Qué es por lo que me buscábades?». Que fue decirles que no sabían que había ordenado y permitido que no le echasen menos; para que se revelasen tantos misterios, y fuesen testigos de su divinidad y humanidad, que por entonces no convenía declararlo. Y así permitió que ignorasen esta palabra, como que no sintiesen que se había quedado en Jerusalén.



«Y bajó con ellos, y vino a Nazareth; y estábales sujeto». Sabe ser rey: deja por Dios y por el templo los padres. Sabe ser rey: oye, y pregunta, y después responde. Sabe ser rey: asiste y está donde le toca por oficio y obediencia. Sabe ser hijo de dos padres: obedece al del cielo, y acompaña al de la tierra. Bajó con él, y estábale sujeto. Considere vuestra beatitud un Rey Niño de doce años que es Rey de todos y Rey de reyes, Rey eterno, y dador de las monarquías, cuánto nos enseñó aquí, cuánto ejemplo dejó a los reyes. Por el templo, por las cosas de la Iglesia deja a su Padre y a su Madre. Por enseñar deja las caricias, y ocasiona el dolor a los que más quiere, y no por eso deja de estar sujeto; pero es al que le busca con dolor, a su Padre, al que Dios escogió por sustituto suyo. A éste solo se ha de sujetar un rey: mas de tal manera que sepa que Dios es lo primero, y la iglesia y el templo. «Y su Madre conservaba todas estas palabras en su corazón». ¿Quién nos podía declarar lo inexplicable, sino la que fue toda llena de gracia? Cierto es que pues guardaba todas estas palabras en su corazón, que las entendía y sabía el peso de ellas, pues las depositaba en tan grande parte. La Virgen lo declara: todo se entiende, y se concilia. No lo entendieron cuando lo dijo; luego que se vino con ellos, lo entendieron, y a su propia luz lo descifraron. Conocieron que sin faltar a nada, cumplía con los dos padres, con Dios y con los hombres; que sabía sujetar y estar sujeto. Y para evidente declaración, añade el Evangelista: «Jesús crecía en sabiduría, y edad, y gracia con Dios y con los hombres». Buenos autores tengo de mi declaración: la Virgen María, Cristo y el Evangelista que lo refiere. No han de crecer los reyes en sabiduría, gracia y edad sólo para Dios, sino para los hombres también; porque su oficio es regir, no orar: no porque esto no les convenga, sino que por esto no han de dejar aquello que Dios les encomendó. Juntas han de estar estas cosas: Dios primero; y con él y por él y para él el cuidado de los hombres. Que Cristo Jesús era niño y rey, y crecía en gracia y sabiduría, y en edad para Dios, y para los hombres; porque a Dios con estas cosas se le da lo que se le debe, y a los hombres lo que han menester.