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Rafael/II

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I
Rafael: Páginas de los veinte años (1920)
de Alphonse de Lamartine
traducción de Félix Lorenzo
II
III

II

A la entrada de Saboya, laberinto natural de profundos valles, que descienden, como otros tantos lechos de torrentes, del Simplón, del San Bernardo y del monte Cenis hacia Suiza y hacia Francia, un gran valle más anchuroso y menos oprimido se destaca en Chambery del nudo de los Alpes, y lleva su lecho de verdura, de ríos y de lagos hacia Ginebra y hacia Annecy, entre el monte del Gato y las montañas murales de Beauges.

A la izquierda, el monte del Gato alza durante dos leguas, contra el cielo, una línea alta, sombría, uniformme, sin ondulaciones en la cima. Diríase una inmensa muralla nivelada a cordel. Sólo en su extremidad oriental dos o tres agudos dientes de roca gris interrumpen la geométrica monotonía de su forma, y recuerdan a la mirada que no ha sido la mano del hombre, sino la mano de Dios, la que ha podido mover aquellas masas. Hacia Chambery, las faldas del monte del Gato se extienden blandamente en la llanura. Forman al descender algunas gradas y algunos ribazos poblados de abetos, nogales y castaños, a los cuales se enroscan las vides trepadoras. A través de esta vegetación tupida y casi salvaje se ve blanquear en la lejanía casas de campo, surgir los altos campanarios de pobres aldeas o negrear las viejas torres de almenados castillos de otra edad. Más abajo, la llanura, que antes fué vasto lago, conserva las simas, las riberas dentelladas, los cabos avanzados de su antigua forma. Pero en vez de las aguas, sólo se ve allí ondular las olas verdes o amarillas de los álamos, las praderas y las mieses. Algunas mesetas un poco más elevadas, que antaño fueron islas, se alzan en medio de este valle pantanoso. En ellas hay casas con techo de paja y ocultas entre el ramaje. A la otra parte de esta cuenca desecada, el monte del Gato, más desnudo, más empinado y más áspero, hunde a pico sus pies de roca en el agua de un lago más azul que el firmamento, en que hunde su cabeza. Este lago, de más de seis leguas de longitud, por una anchura que varía entre una y tres, está profundamente encajonado del lado de Francia. Del lado de Saboya, por el contrario, se insinúa sin obstáculo en ensenadas y pequeños golfos entre dos ribazos cubiertos de bosque, de parrales, de viñas altas, de higueras que sumergen las hojas en sus aguas. Va a morir más allá del alcance de la vista, al pie de las rocas de Châtillón, rocas que se abren para dejar que el grueso de las aguas corra al Ródano. La abadía de Haute-Combe, sepulcro de los príncipes de la Casa de Saboya, se eleva sobre un contrafuerte de granito al Norte, y proyecta la forma de sus dilatados claustros sobre las aguas del lago. Protegido dél sol todo el día por Ia muralla del monte del Gato, recuerda este edificio, por la obscuridad que le rodea, la eterna noche de que es umbral para los príncipes de Saboya que caen desde el trono a sus criptas. Sólo por la tarde, un rayo de sol poniente le hiere y reverbera un momento en sus muros, como para mostrar a los hombres, en la hora del anochecer, el puerto de la vida. Algunas barcas pescadoras sin velas se deslizan silenciosamente por las aguas profundas, bajo los acantilados de la montaña. La vetustez de sus cascos hace confundirlas, por su color, con el sombrío tinte de las rocas. Aguilas de plumaje grisáceo planean sin cesar sobre las rocas y las barcas, como qué riendo disputar su presa a las redes, o arrojarse sobre los pájaros pescadores que siguen la estela de las embarcaciones.